Recomiendo:
10

«En zona roja», de Carlos Píriz, una investigación más que interesante sobre la Quinta Columna

Fuentes: Rebelión

A finales del siglo pasado tuve un conocimiento más profundo del papel jugado por la Quinta Columna durante la Guerra Española a través del libro Así terminó la Guerra de España (Madrid, Marcial Pons, 1999), escrito por Ángel Bahamonde Magro y Javier Cervera Gil. Años después leí  La trama oculta de la Guerra Civil. Los servicios secretos de Franco (1936-1945) (Barcelona, Crítica, 2006), de Morten Heiberg y Manuel Ros Agudo, que amplió el espectro espacio-temporal, así como documental, da el primero. Más recientemente, Ángel Bahamonde profundizó en un aspecto concreto del tema en el libro Madrid 1939. La conjura del coronel Casado (Madrid, Cátedra, 2014), y, a su vez, he podido acceder a la tesis doctoral de Javier Cervera, titulada Violencia política y acción clandestina: la retaguardia de Madrid en guerra (1936-1939) Y ahora acaba de publicarse En zona roja. La Quinta Columna en la guerra civil española (1936-1941) (Granada, Comares, 2022), cuyo autoría corresponde a Carlos Píriz. En esta entrada voy a centrarme, pues, en él.

A tenor de lo que he podido informarme, Carlos Píriz es un joven historiador, que ha irrumpido con fuerza en el mundo de la investigación sobre la historia de la primera mitad del siglo XX y en especial de los años 30 en España, centrada en los servicios de inteligencia, la historia militar o el fascismo español. El libro que nos ocupa está basado en su tesis doctoral, que presentó en 2019 y lleva el título El campo enemigo. La quinta columna en la Guerra Civil española (c. 1936-1941)

A lo largo del libro puede verse cómo fue evolucionando la organización de la Quinta Columna en diversas ciudades, desde los grupos dispersos, después del impacto sufrido por el fracaso del golpe y la fuerte represión que sufrieron, hasta su progresiva recomposición como un entramado organizativo diverso, dependiendo de las ciudades, pero eficaz y bien dirigido desde Burgos. Lentamente fueron fusionando grupos y personas de diversa procedencia: falangistas, carlistas, alfonsinos, republicanos moderados, etc., en lo político; y militares, miembros de la judicatura, profesionales liberales, etc., en lo laboral. Se destaca la relevancia del coronel José Ungría, experto en la inteligencia militar, que se refugió en la embajada francesa tras el golpe militar de 1936 y que tras su huida a Burgos en abril de 1937 fue nombrado director de los servicios de inteligencia militar en sus diversas acepciones y se erigió en el hombre fuerte de los mismos.  

En la «Introducción» del libro se acerca al recorrido que han tenido las investigaciones sobre el tema, desde la llevadas a cabo en los años del régimen franquista, todas ellas faltas de rigor, muy incompletas y panegíricas, hasta el momento en que, a raíz de las tesis doctorales de Sara Núñez de Prado y Clavell (1992) y, sobre todo, Javier Cervera Gil (1996, basada en el estudio de la Causa General, depositada en lo que hoy es el Centro Documental de la Memoria Histórica), el panorama empezó a cambiar para bien, entre otras cosas, porque se empezó a facilitar el acceso a los diferentes archivos donde existe documentación sobre el tema, algo, que por otra parte, sigue contando con dificultades. Píriz se refiere a las consultas que ha realizado en alrededor de una veintena de archivos, entre los que destaca, en primer lugar, el Archivo General Militar de Ávila, donde se encuentran catalogados documentos en más de 800 cajas. Así mismo, ha indagado en otros archivos, como el homónimo del anterior ubicado en Segovia, el del ministerio de Defensa (Madrid), el Archivo General de la Administración (Alcalá de Henares), el Centro Documental de la Memoria Histórica (Salamanca) y hasta en la Fundación Nacional Francisco Franco, donde advierte (denuncia, de hecho) la desaparición de archivos digitalizados.

Buena parte de lo que aparece en el libro reitera, profundizándolo, lo que en investigaciones anteriores se había sacado a la luz. Pero hay otra buena parte que aporta nuevas vías de conocimiento y comprensión de la realidad del fenómeno del quintacolumnismo, cuando no de corrección. Todo un aparato documental que ha servido de base para lo que en estos momentos sea el trabajo más completo hecho hasta ahora sobre el tema.

Desde él sabemos más cosas sobre el entramado clandestino tejido por los golpistas de 1936 y que, tras su fracaso en ciudades como Madrid, Barcelona y Valencia, se tuvo que ir acomodando a unas circunstancias no previstas, de las que supieron sacar partido con eficacia. Es lo que puede leerse  a lo largo de los diferentes capítulos y que se resalta sintéticamente en el «Epílogo»: «No fue una consecuencia del ‘terror rojo’. La Quinta Comuna fue la adaptación de los golpistas fracasados a un nuevo escenario bélico no esperado». 

En el libro se van resaltando otros aspectos que resultaron fundamentales a la hora de dar forma a la trama quintacolumnista. Uno de ellos fue el papel jugado por numerosos miembros del personal diplomático de varias embajadas y delegaciones consulares, entre las que destacaron las de Argentina, Noruega y Chile. Desde ellas se encubrieron como actividades humanitarias (acogida de personas refugiadas, ayuda económica, suministro de alimentos, asistencia en cárceles, etc.) otras de espionaje (envío de información hacia el centro político del bando sublevado mediante valijas diplomáticas, emisiones radiofónicas…), de encubrimiento de personas escondidas o emboscadas (falsificación de documentos…) o de cauce para la huida hacia el extranjero. Un personal con una ideología claramente reaccionaria, que tenía importantes relaciones con grupos y países de esa naturaleza.

La infiltración por parte de la Quinta Columna se dio en todos los ámbitos del mundo republicano: la administración, el ejército y los diversos grupos del Frente Popular. Del primero resultó fundamental el papel de una parte del aparato judicial, entre cuyos miembros se puso en práctica todo tipo de acciones tendentes a ralentizar los procesos, hacer desparecer pruebas, sobreseer casos, emitir sentencias benevolentes, cuando no exculpatorias, etc. Llama la atención el trato recibido por algunos de los detenidos con gran relevancia política y que salieron favorecidos de situaciones procesales difíciles y conocieron un régimen penitenciario más que favorable. A modo de ejemplo, ocurrió con Raimundo Fernández Cuesta y Manuel Valdés Larrañaga, dirigentes de Falange que, además, pudieron llevar a cabo sus actividades desde los centros donde estuvieron recluidos. 

En relación a los grupos políticos, desde el quintacolumnismo supieron explotar las disensiones existentes tanto entre los grupos políticos y sindicales republicanos como en el seno de cada uno de ellos, dentro de lo que Píriz denomina como estrategia de la implosión. Fueron objeto de especial atención el PSOE, dividido en tres sectores, que conoció una ruptura de hecho desde que Juan Negrín asumió la jefatura del gobierno en mayo de 1937; la CNT, en su pugna con el PCE y su entorno, así como con el negrinismo; o el POUM, utilizado primero para fomentar las disensiones frente al gobierno de Largo Caballero, como sucedió con los Sucesos de mayo de 1937 en Barcelona, y tras su  consiguiente ilegalización, aprovechando la ayuda ofrecida y/o prestada por algunos de sus militantes. Y como común denominador, el anticomunismo, incluyendo la oposición al gobierno de Negrín y su política de resistencia. 

Otro de los objetivos que se marcaron desde el primer momento fue la creación de un clima de desmoralización y derrotismo entre la población, para lo que sus miembros llevaron a cabo acciones de diversa índole. Entre otras, estuvieron la difusión de bulos (de palabra o a través de pasquines y pintadas), el acaparamiento de productos (víveres, monedas…), la realización de sabotajes y hasta de atentados personales, etc.  

El mundo militar fue donde el quintacolumnismo obtuvo mayores logros. De partida, porque una parte de los profesionales se vio atrapada sin quererlo dentro del bando republicano cuando el golpe fracasó. Otra parte, a su vez, se fue acercando a medida que la situación militar en el bando republicano se fue deteriorando. Si a lo largo del conflicto la Quinta Columna fue obteniendo una información valiosa acerca de la toma de decisiones de los mandos republicanos, movimientos de tropas, puntos neurálgicos, objetivos militares, objetivos sobre población civil para ser bombardeados, etc., desde 1938 dio un salto cualitativo con el fin de ganarse el apoyo de los considerados como clave. Para ello contaron con la información que habían ido elaborando de buena parte de los oficiales y jefes militares republicanos, y que, traspasada a Burgos, se procesó y se dispuso para su utilización cuando fuera conveniente.   

Es así como se procedió a lo que Píriz denomina con el término de ofensivas personales, entre las que destacaron las del coronel (desde febrero de 1939, general) Segismundo Casado, los generales José Miaja y Manuel Matallana o el coronel (general desde 1937) Vicente Rojo. De Miaja y Rojo sabían que habían formado parte de la UME antes del inicio de la guerra, lo que les sirvió para intentar conseguir su colaboración. Los dos se mostraron reacios a hacerlo, si bien, como es sabido, el primero acabó presidiendo el Consejo Nacional de Defensa constituido en marzo de 1939, tras el golpe organizado por Casado, y el segundo, que se había convertido en el principal estratega del ejército republicano, decidió abandonar  España en febrero de 1939, después de que se consumara la caída de Cataluña.

Para Píriz los mayores éxitos de las ofensivas personales los obtuvieron con  Casado, el dirigente del ala moderada del PSOE Julián Besteiro y el jefe militar anarquista Cipriano Mera. Los tres, junto con otros políticos republicanos, socialistas y cenetistas, se prestaron a acabar con el gobierno de Negrín y defender lo que llamaron una paz honrosa. Manipulados por los agentes quintacolumnistas, se lo creyeron y acabaron formando parte del episodio que dio la puntilla al gobierno republicano, cuando a principios de marzo tuvo lugar el golpe militar dirigido por Casado a principios de marzo de 1939. 

Fueron Casado y Matallana los militares que resultaron decisivos en el desenlace final de la guerra. Claramente inmersos desde el verano de 1938 en el derrocamiento del gobierno de Negrín, buscaron el fin de la guerra a partir de un deseado pacto entre militares, al modo del Abrazo de Vergara decimonónico entre liberales y carlistas. Como ya se sabe, fue una apuesta atrevida, aceptada desde Burgos para facilitar su colaboración, pero que, una vez que se produjo el golpe y fuera apagada la resistencia comunista en apenas una semana, sólo sirvió para que en poco tiempo Madrid, Valencia o Cartagena (sede de la flota republicana) acabaran controladas por la Quinta Columna. Sus miembros actuaron como la fuerza de transición hasta la ocupación propiamente militar y en buena parte participaron en el proceso de depuración y represión que le siguió.  

Píriz diferencia los casos de Barcelona y Madrid, y tampoco se olvida de tratar los de otras ciudades, como Valencia, Cartagena, Almería y Jaén. Si en la capital catalana la presencia del quintacolumnismo fue menor, aunque sin menospreciar sus acciones y el papel que jugó tras la toma de la ciudad a finales de enero de 1939, no ocurrió lo mismo con la capital del estado. Primero, por el entramado conspirativo que ya existía desde antes del golpe y que fue aprovechado para conformar la Quinta Columna. Y segundo, porque su conquista fue considerada la principal prioridad militar por parte de los jefes sublevados, primero por ser la capital del país y luego, cuando el gobierno republicano se trasladó en octubre de 1936 a Valencia, por su valor simbólico.

Son muchos más los aspectos que podrían tratarse, si bien no estaría de más recordar las referencias que en el libro se hace, por un lado, a lo que fue de las personas que formaron parte de la Quinta Columna una vez acabada la guerra y, por otro, a aquellas otras que fueron tentadas para la colaboración o las que se prestaron a su juego y ayudaron a precipitar el final del conflicto bélico. Entre las primeras, además del ya referido José Ungría, se encuentran personajes como Manuel Valdés Larrañaga, José María Alfaro Polanco, Antonio Garrigues y Díaz-Cañabate, Antonio Luna García, Antonio Bouthelier Espasa, José María Taboada Lago, Manuel Gutiérrez Mellado y tantos más. De los nombrados, en su mayoría consiguieron puestos más o menos relevantes en la dictadura, mientras Gutiérrez Mellado sobresalió en los años de la Transición desde su puesto de vicepresidente del Gobierno con  Adolfo Suárez. Hubo también mujeres, pero su relevancia en la jerarquía del régimen fue menor: Carina Martínez-Uniciti, por ejemplo, fue delegada provincial de la Sección Femenina. 

Y en cuanto a las personas del bando derrotado que acabaron colaborando con la Quinta Columna, su premio fue o el exilio o, como mucho, que no se les aplicara el máximo rigor previsto en el ordenamiento jurídico represivo que se implantó. Miaja y Casado, por ejemplo, estuvieron entre los primeros. El que fuera responsable de la defensa de Madrid en 1936 murió en México y el artífice del golpe del 39, tras su regreso a España, fue procesado, aunque ahí quedó la cosa. Matallana fue juzgado por un consejo de guerra, librándose de la pena de muerte, pero no así de una condena de 30 años, de los que cumplió pocos, pero sin conseguir años después que fuera readmitido en el Ejército. A Besteiro le ocurrió algo parecido, salvo que su muerte tuviera lugar al poco, en 1940, en la prisión de Carmona. Mera vivió una sucesión de situaciones: exilio, extradición, condena a muerte, indulto y nuevo exilio…

Si para estos últimos se hizo realidad eso de «Roma no paga traidores», para los que resultaron vencedores no se cumplió, siguiendo a Píriz, eso de la «resignación a la infamia» con que acaba ese poema de Jorge Luis Borges que lleva el título de «El espía» (y que en ningún momento reproduce). Helo aquí:

En la pública luz de las batallas

otros dan su vida a la patria

y los recuerda el mármol.

Yo he errado oscuro por ciudades que odio.

Le di otras cosas.

Abjuré de mi honor,

traicioné a quienes me creyeron su amigo,

compré conciencias,

abominé del nombre de la patria.

Me resigno a la infamia. 

(El artículo ha sido publicado en Entre el mar y la meseta, el blog personal del autor: https://marymeseta.blogspot.com/2022/09/a-finales-del-siglo-pasado-tuve-un.html)

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.