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Entre zarzas y ortigas, esencias

Fuentes: Insurgente

La recién celebrada Cumbre de Seguridad para Iraq (10 de marzo) ha venido a incitar el debate entre analistas de los cuatro puntos cardinales, ocupados aún en la búsqueda del significado último de un hecho de por sí polivalente. Hecho característico de un mundo donde las apariencias, la propia aparición de los fenómenos, a menudo […]

La recién celebrada Cumbre de Seguridad para Iraq (10 de marzo) ha venido a incitar el debate entre analistas de los cuatro puntos cardinales, ocupados aún en la búsqueda del significado último de un hecho de por sí polivalente. Hecho característico de un mundo donde las apariencias, la propia aparición de los fenómenos, a menudo dificultan la aprehensión de las esencias.

Si prestamos atención al cúmulo de reportes al respecto, encontraremos, quizás a manera de premisa, que la creciente posibilidad de una guerra civil en el país árabe, así como sus posibles soluciones o conjuros, quedó en segundo término ante el diálogo sostenido por los Estados Unidos e Irán, cerrado desde la revolución de 1979, como repara, entre otros, Roberto Aguirre, de la Agencia Periodística del MERCOSUR.

En ese contexto, los optimistas entienden que el que Washington se siente a una mesa de negociación donde tienen sitio Irán y Siria (integrantes del «eje del mal», según el inefable George W. Bush) evidencia que la Casa Blanca echa a un lado la vía bélica, y sustituye esta por la diplomática. Otros se refieren a un mero gesto, un sayo con que vestirse a los ojos de la opinión pública internacional y de la interna, tomando en cuenta que «más presupuesto y más tropas, igual a más guerra».

Coincidimos plenamente con Aguirre en que ese acrecimiento de presupuestos y tropas transparenta la renuencia a ceder en la pax americana, a pesar de las duras críticas de los demócratas y de los consejos del Grupo de Estudios sobre Iraq (GEI), que insiste en un plan de retirada gradual de los soldaditos yanquis. De vía diplomática expedita, entonces, nada.

Pero también habremos de coincidir en que la Cumbre distó de ser mero gesto, porque ella y las manifiestas probabilidades de que se repita representan una hendidura en la línea bélica del señor presidente de los EE.UU. y sus correligionarios.

Para nuestra fuente, la Cumbre de Iraq deviene cierto retroceso en la política exterior de Bush, quien, si en su momento desconoció olímpicamente las sugerencias del GEI, se avino ahora a una de las proposiciones de la comisión bipartidista que creyó indispensable el acercamiento a Irán, para sacar del tremedal la situación de la vecina nación árabe. A todas luces, se comprende la influencia de Teherán sobre los sectores chiitas que copan los cargos políticos en Bagdad, y, por ende, la autoridad de los ayatolás en el concierto de países del Oriente Medio.

Salvar la honrilla

A no dudarlo, los Estados Unidos reconocen, bajo el tapete, su estrepitoso fracaso en Iraq, su impotencia para garantizar ellos solos la seguridad y la estabilidad de un territorio convulso en grado sumo, algo que se convierte en aguijón en la búsqueda de una salida mínimamente digna, un salvar la honrilla, aunque para ello estén obligados a recurrir a parte del cacareado Eje del Mal. A Siria e Irán.

Lo cierto es que la nueva estrategia de la Oficina Oval -que incluye el envío de 20 mil efectivos más – se estremece y apronta a frustrarse de una vez por todas, a expensas de los golpes propinados por las resistencia nacional y del consiguiente número de bajas entre los norteamericanos -de tres mil pasan con creces los muertos-, y entre la policía iraquí. Al unísono, señalan comentaristas diversos, el gabinete cipayo de Nuri al Maliki, columna vertebral de esta estrategia, se cae a pedazos, después de su fiasco a la hora de detener la guerra civil y tras la retirada del partido Al Fadila, miembro de la coalición que lo llevó al poder.

Claro, para que la cosa sea menos humillante las negociaciones no han aparecido como directas entre Washington, Teherán y Damasco. Recordemos que, a más de USA, Iraq, Irán y Siria, asistieron a la Cumbre Jordania, Arabia Saudita, Turquía, Kuwait, las Naciones Unidas, la Liga Árabe, Rusia, Francia, Gran Bretaña, China y Bahrein. Los mismos que participarán en la reunión internacional de abril y en la subsiguiente Conferencia.

Además, la nómina de los negociadores confirma un aserto de diversos observadores: el eje árabe «moderado» constituye el único amigo fiel con que puede contar el gobierno gringo para salir del atolladero en la zona. Conforme al colega Abdel Bari Atwan, en Al Quds Al Arabi, esa conclusión explicaría sucesos como el raudo «movimiento de los sauditas por revitalizar el difunto proceso de paz -que proporcionará a Bush una cobertura árabe e islámica en caso de tener que recurrir a la fuerza contra Irán- y el tardío movimiento egipcio orientado a celebrar un encuentro regional que afronte la creciente influencia de Irán en Iraq».

Aquí se impone una pregunta: ¿Siria e Irán se prestarán de balde a una estrategia desprovista de compensación para poner fin a la violencia?

A juzgar por la actitud impávida de la dirigencia ante las enormes presiones, no parece que Irán se avenga a renunciar a su derecho irrestricto de producir energía atómica con fines pacíficos, y al reconocimiento como gran potencia en la zona, algo que seguramente rechazarían una y mil veces los Estados Unidos, por considerarlo una amenaza para su control del área del Golfo Pérsico, sobre todo en lo tocante a las enormes reservas petroleras. Más aún, reparando en las buenas relaciones de los ayatolás con potencias emergentes, como China, y recompuestas, como Rusia, enzarzadas también en una porfía geopolítica en el Oriente Medio, para algunos escenario de la nueva guerra fría.

¿Acaso aceptaría Washington la consiguiente exigencia de retirada total de Israel de las alturas del Golán, la restauración de la influencia de Siria sobre el Líbano y la disolución del tribunal internacional como paso inicial para sobreseer las investigaciones que relacionan a Damasco -aquí aparece la mano gringa- con el asesinato de Rafiq Al Hariri, ex jefe del gabinete de Beirut? Huelga la respuesta.

Si de esencias se trata

No importa que, como aseveran colegas del británico The Observer, el ejército norteamericano se esté «quedando detrás de los insurgentes iraquíes desde el punto de vista táctico en una guerra que los funcionarios de alto nivel consideran el mayor desafío desde la guerra en Corea, hace 50 años». No importa que, en la Cumbre del 10 de marzo, se calificara de «astutos, ágiles y sagaces» a los rebeldes de Iraq y Afganistán. Que la única superpotencia mundial esté en peligro de ser derrotada por unas decenas de miles de guerrilleros que, provistos solo de armas ligeras, devienen especialistas en destruir vehículos y naves aéreas que cuestan miles de millones de dólares.

Incluso, no importa que oráculos como el equipo de asesores del general Petreaus, flamante comandante en jefe de las tropas estadounidenses en Iraq, asegure que, si en seis meses los Estados Unidos no consiguen la victoria, la ocupación terminará en un fracaso similar al de la guerra en Vietnam. No importa, no.

Los Estados Unidos tienen intención de seguir presentes en el Oriente Medio «durante las próximas décadas», para defender «sus intereses» en la región, ha expresado hace unos días, sin embozo alguno, el secretario de Defensa, Robert Gates, uno de los más altos pejes en reconocer tácita y públicamente el ringlero de mentiras dibujado sobre la ocupación de Afganistán e Iraq, y, por carambola, sobre la posible arremetida contra Irán, copartícipe de terrorismo a los ojos de una opinión pública manipulada, digo, si todavía alguien cree en ese Zeus tronante llamado George Walker Bush.

Pura estrategia geopolítica, entonces. Una estrategia que se permite, o más bien incluye, el desconocimiento gringo-sionista del nuevo gobierno de unidad nacional palestino, integrado por miembros de la laica Al Fatah y de la islámica Hamas.

Y miren que los palestinos se esmeraron en lograrlo. Después de innumerables intentos de entendimiento, y de treguas hechas añicos por unos seguidores liados en combates callejeros en Gaza, tuvieron el proverbial tino, la perspectiva histórica, de proponerse borrar los sinsabores de la cohabitación en el poder del gabinete anterior, integrado por Hamas, y el presidente de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), Mahmud Abbas, salido de las filas de Al Fatah. La clásica máxima de «en la unión está la fuerza» podría imponerse ahora a la no menos clásica de «divide y vencerás», aplicada por los Estados Unidos y la Unión Europea, que no encontraron manera más solapada de contribuir a la desestabilización que con el bloqueo impuesto a las millonarias ayudas a la ANP, creando una tenebrosa situación humanitaria, en represalia por el voto otorgado a Hamas (elecciones de 2006), en premio a su labor social y a su intransigente postura ante la ocupación israelí.

Ocupación que resulta el verdadero desiderátum, el más ferviente anhelo de quienes pretenden mantener al Oriente Medio aherrojado en su condición de reserva del hidrocarburo y de gigantesco mercado de productos globalizados. ¿Habrá que precisar de quién se habla? Al Tío Sam, en las avanzadillas, y al socio de correrías, Israel, deberá de saberles a azufre el programa del novísimo gobierno de unidad, por reflejar el acuerdo de «trabajar en todos los campos, en defensa de los intereses del pueblo palestino», sobre principios como el que «la clave para la seguridad y la estabilidad en la región es el fin de la ocupación sionista de las tierras palestinas y el derecho a la autodeterminación», así como el pleno rechazo al llamado estado provisional, «por ser una idea basada en la interpretación a la baja de los derechos nacionales legítimos del pueblo palestino».

Tal vez una de las mayores rozaduras causadas por el Programa a la delicada piel sionista sea la convicción reiterada de hacer frente a la represión de las fuerzas «que asesinan, detienen y reocupan los territorios autónomos». Y, por supuesto, la renuencia a reconocer el «derecho de Israel a existir», que no es lo mismo que «reconocer la existencia de Israel», lo que, de pedírselo al renuente Hamas quizás sería a la postre otorgado, conforme a fuentes tales John V. Whitbeck (The Christian Science Monitor).

Porque «pedir que los palestinos reconozcan el derecho de Israel a existir es exigir que un pueblo que ha sido tratado como si estuviera formado por seres infrahumanos y despojado de los derechos humanos básicos proclame públicamente que efectivamente es infrahumano. Implicaría la aceptación de los palestinos de que merecen lo que se les ha hecho y se le sigue haciendo cada día. Ni siquiera los gobiernos estadounidenses del siglo XIX exigieron a los indígenas norteamericanos supervivientes que proclamasen públicamente la justicia de la limpieza étnica llevada a cabo por los colonialistas europeos, como condición previa hasta la discusión de qué clase de reservas podrían recibir».

Razonamiento que corrobora el que Palestina lleva peso plúmbeo en la estrategia geopolítica del imperialismo mundial, con Israel como ariete, y que todo lo demás es pura farsa.

Fin de un mundo, o de una época

Por doquiera se aprecia la caída de una geopolítica que inserta como pivotes fundamentales al Oriente Medio, al Asia Central, y que se extiende al África y otros andurriales por los que no alcanzamos a discurrir en estas líneas, por multiplicados.

Tal resume un colega, y no citamos textualmente, más del 65 por ciento de la población norteamericana rechaza la contienda de Iraq y demanda el regreso de los soldados, algo que ha alcanzado destacado trasunto en las decenas de manifestaciones que, en los últimos días, han recorrido la geografía de la Unión. Pero es que el ejército gringo anda de capa abatida, degradado, desmoralizado, con las masacres de civiles y las torturas físicas y psíquicas cernidas sobre los prisioneros iraquíes y sobre los inconfesos «terroristas» de la Base Naval de Guantánamo.

Las deserciones de miles de soldados estadounidenses, los suicidios y las perturbaciones mentales entre estos, así como el estrés y la pérdida de autoestima constituyen signos evidentes de lo que Bush intenta desesperadamente no se oree con fuerza mayor ante el mundo: el síndrome de Vietnam, que repunta trasmutado en síndrome de Iraq, de Afganistán, de la sempiterna guerra gringa.

Hay que temer -más bien estar preparados- que, en su soberbia de miura piafante, como hemos comentado en otros sitios, Bush huya hacia delante, con una inimaginable embestida contra los valerosos iraníes -valientes en su desarmada desbancada del Sha, valientes en su asimétrica brega con el Iraq de un Hussein provisto de artilugios mortíferos y logística por Occidente-, a pesar de que ya se hayan retirado 15 de los 40 países que inicialmente respaldaron la agresión imperial -menudo desplante-, y no obstante el que un aliado incondicional como la Gran Bretaña de Tony Blair anuncie que lo hará en un futuro como a tiro de ballesta, o de piedra.

Y mientras uno se prepara para lo peor, por si acaso, no sobraría retomar, a modo de conclusión de este panorama, la tesis que sugeríamos arriba. Sí, ni vía diplomática expedita y excluyente, ni mero gesto propiciatorio de Washington. El pretendido acercamiento con Siria e Irán no pasa de intento de salvar la honrilla, de evitar un fin más que previsible en Iraq, y en su «cola» de Afganistán y otros «oscuros rincones del mundo», en tanto queda incólume una geopolítica que continuará ensayando tácticas para empozarse en el Oriente Medio no por décadas, como anunció Robert Gates, sino por los siglos de los siglos.