Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
En lo más álgido de la Guerra Fría, Stanley Kubrick creó el personaje de un científico notoriamente demente, el Dr. Strangelove, cuya pasión era lanzar bombas atómicas. Ahora está apareciendo en los medios y en el interior de Beltway [*] una fascinación cada vez mayor hacia un nuevo Dr. Strangelove, cuya pasión es imponer una ciencia enloquecida para combatir a la contrainsurgencia en Iraq.
Su nombre es David Kilcullen, académico australiano y veterano del ejército, a quien Thomas Ricks, del Washington Post, describió una vez cono el «asesor-jefe» del General David Petraeus sobre la doctrina contrainsurgente que subyace en el incremento de tropas en Iraq.
En 2004, Kilcullen defendió un denominado «programa Phoenix global» en un oscuro periódico del ejército, «Small Wars«. Para los no iniciados o despreocupados con la historia, Phoenix fue un programa, en gran parte extraoficial, de detención, tortura y asesinato aplicado a decenas de miles de survietnamitas a quienes los informantes habían identificado como integrantes de la «infraestructura civil» del Vietcong». La operación quedó tan desacreditada que el Congreso estadounidense la denunció y la anuló tras las vistas llevadas a cabo en la década de 1970.
Pero Kilcullen dice ahora que el programa Phoenix fue «injustamente calumniado» y que actualmente sería un éxito. Tan inflamada fue su defensa en algunos círculos que cogió y revisó el documento de 2004 y renombró el programa Phoenix como «Desarrollo revolucionario».
Además, defiende una «ciencia social armada» en la que antropólogos y toda una fauna de psiquiatras jugarían un papel clave a la hora de «explotar las vulnerabilidades físicas y mentales de los detenidos» [1].
El largo artículo de George Packer en el New Yorker describía a Kilcullen como un ser encantador, excéntrico y una especie de genio aislado. Parece ser además que, los círculos culturales de Washington de los think tank dedicados a temas de seguridad nacional, se le considera un personaje familiar y amigable
Su fan más reciente en los medios es David Ignatius, del Post, quien informó de una sesión informativa que Kilcullen ofreció en «una sesión privada» en el Centro de Estudios Estratégicos Philip Merrill. Fue un debate sobre cómo salir de Iraq quedándose dentro, expresada en la fórmula Kilkullen: «Des-escalada abierta, desorganización secreta» [2]. Kilcullen defiende que la presencia de tropas estadounidenses es tan inmensa que es contraproductiva y que sólo sirve para inflamar las sensibilidades iraquíes. Lo que se necesita es combinar la retirada de las tropas de combate estadounidenses con las operaciones «negras» especiales para «cazar terroristas», más las operaciones especiales «blancas» de entrenamiento de tropas empotradas con las fuerzas de seguridad iraquíes, haciendo que unas tribus se vuelvan contra otras allá donde sea posible. La guerra secreta es el futuro: «a largo plazo, necesitamos abaratar costes, ser silenciosos y dejar pocas huellas». Y, podría haber añadido, permaneciendo fuera de las pantallas de televisión y de las primeras páginas de los periódicos.
A lo que Kilkullen se refiere es a una especie de guerra basada en el engaño que entra en contradicción con la democracia misma, con sus instrumentos en los medios de comunicación críticos, con la vigilancia del Congreso y con la divulgación pública de los costes que supone en sangre, impuestos y honor. Dice que, a nivel militar, la clave está en asegurar a la población civil frente a los insurgentes, en Vietnam del Sur mediante «aldeas estratégicas», en Iraq a través de las «comunidades cerradas» con controles, altos muros, alambradas eléctricas, huellas dactilares, escáner de retina y listados de la población casa a casa. Mientras tanto, hay que cazar y matar cuando sea necesario a los insurgentes, y detenerlos indefinidamente sin cargos en campos de prisión controlados o mantenidos por los estadounidenses, sin que puedan tener contacto con abogados, periodistas, observadores de los derechos humanos o miembros de sus familias. En la mayoría de los casos, no hay acusaciones contra ellos. El General de División Antonio Taguba, que dirigió la investigación en Abu Ghraib, ha sugerido más de una vez que en esos campos se está perpetrando un «régimen sistemático de tortura». Ahí no estarían incluidos los lugares secretos de las entregas de la CIA ni las prisiones secretas de Bagdad bajo control del Ministerio del Interior de Iraq aunque financiadas por EEUU, como anteriormente había informado el New York Times.
Naturalmente, en la guerra de contrainsurgencia no es fácil trazar la distinción entre civiles y resistentes. Además de los que ya murieron asesinados, hay estimaciones bastante realistas de que son alrededor de 100.000 detenidos los que se pudren actualmente en ese tipo de instalaciones en Iraq y Afganistán, con muy pocos cargos, por no decir ninguno, contra ellos. Esas instalaciones son incubadoras de futuras insurgencias. La pasada semana, por ejemplo, tras una larga huelga de hambre, 1.100 detenidos escaparon de una cárcel afgana una vez que los talibanes volaron sus muros. El plan del Pentágono es construir un nuevo centro de detención permanente en cuarenta acres con un presupuesto de 60 millones de dólares. Sería mucho más conveniente que ese dinero se gastara en abogados que atiendan a los actuales e indefensos detenidos.
Esas son las enmascaradas realidades que subyacen tras la casi sensual descripción de una «fuerza residual más ligera, más pequeña y más hábil» del resumen de Ignatius acerca del escenario Kilcullen.
¿Cómo es posible que la nación que un día tuvo los mejores periódicos llegue virtualmente a santificar -y a ofuscar el significado real- de esas doctrinas militares como si no hubiera otras alternativas? Es imposible de entender. Pero la aceptación carente de sentido crítico, e incluso la promoción, de la contrainsurgencia como una alternativa racional y realista ante el statu quo o la retirada, colocan al Times y al Post mucho más próximos a la misma operación de manipulación de las noticias del Pentágono de lo que han revelado últimamente. Desde el reclutamiento de tropas de 2002 a la invasión de 2003 al actual giro hacia la contrainsurgencia, los medios dominantes rara vez han publicado ni siquiera críticas antibelicistas de dirigentes protestando contra la política militar estadounidense Muy al contrario, ambos, el Post y el Times publican con regularidad los puntos de vista de impenitentes neoconservadores sin tan siquiera experiencia militar. Las únicas voces válidas «antibelicistas» parecen ser las de antiguos militares o funcionarios de la Casa Blanca que se han vuelto contra sus antiguos empleadores. El espectro de la «página editorial» está recayendo en aquellos que cuentan con información privilegiada en el espacio de centro-derecha. Como consecuencia, la frontera salvaje de la blogosfera ha explotado como el único espacio donde disentir, con o sin documentación. Los dos lados opuestos en el debate sobre Iraq están ahora habitados por mundos separados, al haber sido expulsadas las voces antibelicistas de los medios dominantes por adoptar prematuramente tal condición o por no encontrarse entre los asistentes a lugares como el Centro de Estudios Estratégicos Philip Merrill.
En la era del Dr. Strangelove, el sociólogo C. Wright Mills descargó su rabia contra los intelectuales de la seguridad nacional como «realistas de ideas descabelladas». Pocos se dieron cuenta entonces [o ahora] de que nuestras vidas y futuro están en peligro a causa de la naturaleza desequilibrada de nuestro diálogo nacional, incluido el inmenso abismo entre el reportaje estadounidense y el del resto del mundo.
¿Pondrá fin la elección de Barack Obama en noviembre a la monotonía de sentido único del debate sobre la seguridad nacional? Fervientemente lo deseo así. Obama parece estar a favor de la retirada de las tropas de combate y de la diplomacia con Irán en vez de la destrucción. Obama y John McCain parecen tener puntos de vista totalmente opuestos sobre Iraq. Pero a un nivel más profundo, Obama parece estar dirigiéndose hacia la trampa de la contrainsurgencia: planeando dejar detrás «una fuerza residual más ligera, más pequeña y más hábil» en un páramo de detenciones preventivas, gulags secretos y asesores del tipo David Kilcullen. Si los medios y la gente no aciertan a reconocer, evaluar y debatir este futuro probable durante la campaña presidencial, vamos a tener que enfrentarnos con algo que no queramos y que se sitúa más allá de la tragedia o de la farsa.
Enlaces con artículos referidos en el texto:
[1] http://www.newyorker.com/archive/2005/07/11/050711fa_fact4?currentPage=2
N. de la T.:
[*] Beltway: denominación de la carretera que circunvala Washington
Enlace:
http://www.huffingtonpost.com/tom-hayden/meet-the-new-dr-strangelo_b_108288.html