Estados Unidos está aislado. Rompió sus alianzas históricas y desestabilizó el Medio Oriente, generando un escenario mundial mucho más peligroso que el inmediatamente posterior al 11 de setiembre. Apelando a todos los recursos internacionales posibles, solo encontró la indiferencia diplomática de la comunidad internacional, que, testaruda, se niega a enviar tropas. Para colmo de males, […]
Estados Unidos está aislado. Rompió sus alianzas históricas y desestabilizó el Medio Oriente, generando un escenario mundial mucho más peligroso que el inmediatamente posterior al 11 de setiembre. Apelando a todos los recursos internacionales posibles, solo encontró la indiferencia diplomática de la comunidad internacional, que, testaruda, se niega a enviar tropas. Para colmo de males, la guerra en Irak llegó a un punto crítico, donde a nadie le conviene que continúe y a muchos les vendría muy bien una derrota de los Estados Unidos.
La moral de las tropas americanas es baja y tiende a hundirse. No es para menos, la guerra en la que están arriesgando la vida cambió tres veces de razón de ser. Las inexistentes armas de destrucción masivas tuvieron que ser sustituidas por algún argumento más contundente. La relación de Sadam Hussein con la red Al Qaeda fue un buen libreto, que se desmoronó gracias a la investigación del Congreso. Al final, los muchachos (los muertos de la «coalición» entre los 18 y los 30 años son el 75% del total) están arriesgando el pellejo, al parecer, para llevar la democracia y los derechos humanos a Irak. Pero resulta que los iraquíes no los quieren y menos aún después de haber intentado democratizar el país por medio del terror y las torturas sistemáticas. Una invasión sin motivo real o aparente o lanzada por error era algo que no existía hasta hoy en la galería de hechos históricos.
La extraña habilidad de ganar enemigos
Ni siquiera el negocio petrolero funcionó. El precio del crudo ronda los 37 dólares por barril -a principios de junio estuvo a 42- cuando en marzo del año pasado estaba a 24-27 dólares. Mientras tanto las sospechas sobre el enriquecimiento ilícito de la Halliburton, propiedad de Dick Chaney, son investigadas en los niveles más altos del Pentágono, liquidando las ilusiones de las petroleras.
En el Foro de Política Global de Naciones Unidas de febrero de 2003, ExxonMobil, ChevronTexaco, BP y Royal Dutch Shell no pudieron dejar de mostrar su alegría frente a la guerra que los beneficiaría. «Las compañías de Estados Unidos y Reino Unido están nerviosas pero entusiastas por las opciones de guerra de Washington, ya que ven que es el único medio de desbancar a sus rivales y establecer una presencia dominante en el beneficioso mercado de producción de petróleo en Irak», explicaba el informe de Naciones Unidas difundido por Europa Press. Una vez tomada Bagdad esperaban que la producción del barril iraquí costara apenas un dólar. Cada compañía con acceso a ese mercado esperaba lograr beneficios de 29.000 millones por año, lo que representa dos tercios de las ganancias globales de las cinco empresas más importantes del sector. Las expectativas se frustraron en menos de un año.
La resistencia iraquí hizo volar casi todos los oleoductos, atentó contra locales y ejecutivos de las petroleras y transformó al país en un escenario imposible para los «grandes negocios», con el agregado del impacto en los precios. Es sabido que si el barril es excesivamente caro las ventas bajan y si es cierto que Bin Laden y Al Qaeda se fijaron como meta llevarlo a los cien dólares por medio de atentados constantes en Irak y Arabia Saudita, el «gran negocio» de la conquista puede transformarse en pérdidas millonarias. Las petroleras necesitan con urgencia un Medio Oriente estable, cosa en lo que poco ayuda la guerra desatada por los halcones.
Por extensión las empresas transnacionales y el capitalismo en general no pueden resistir el petróleo caro. Sus costos se dispararían y la espiral puede tener consecuencias demasiado graves para querer mantener la ocupación americana. La inestabilidad en las bolsas, bastante notoria en los últimos meses, hace que el sistema financiero esté pendiente del conflicto. Sus índices oscilan cada vez que la «situación geopolítica» se complica, al decir de Wall Street. Esto no significa que deseen un fracaso de tal magnitud que termine por abatir la hegemonía militar de Washington, pero sí se muestran favorables a una pacificación lo más pronto posible.
La Europa comunitaria sería una de las grandes beneficiadas por un traspié norteamericano. La Unión Europea soltó la mano de EEUU desde el principio. Su estrategia aisló a Washington política y militarmente, esperando el debilitamiento americano en un momento clave de su historia. La guerra se desató en los prólogos de la ampliación del 1° de mayo último, cuando la UE pasó a tener el doble de población que Estados Unidos y el mismo PBI, con el agregado del éxito del euro como moneda internacional y para peor en la zona donde Estados Unidos está presente con sus tropas. Qatar -sede del comando americano- diversificó sus reservas monetarias a favor del euro el año pasado. Lo mismo hicieron Kuwait, Emiratos Árabes, Irán y otros países de la región que mantuvieron la decisión en «secreto» en las narices de Washington. Siria, con casi el 80% de su comercio volcado hacia Europa, cobra y paga en euros hace tiempo, en tanto que China anunció a finales del 2003 que un tercio de sus reservas están en la moneda comunitaria; lo mismo hizo Indonesia poco después. La «guerra contra el euro» fracasó, a pesar de que Irak «liberado» regresó sus reservas a la moneda americana. Nada mejor entonces, que un traspié de Estados Unidos en Medio Oriente, que permitiría afirmar el poder europeo en una zona clave del mundo. Traspié, pero no derrota. Efectivamente, una crisis profunda de Estados Unidos, paradojalmente, podría afectar el camino de la moneda europea.
El euro entró en el mercado americano con ímpetu. De las 10 sociedades no financieras que más deuda han emitido en la divisa europea, cinco son estadounidenses y tres británicas. La lista está encabezada por General Electric, que entre 1999 y finales de agosto de 2003 lanzó 71 emisiones por un valor de 29.100 millones de euros. Le siguen Ford y General Motors, con 23.300 y 19.400 millones de euros, respectivamente. EE UU encabeza, también, la emisión en euros del sector público por valor de 44.500 millones de euros.
Si bien los precios del petróleo afectan a la UE, la diferencia del tipo de cambio a favor del euro amortigua los costos. Con una cotización de 1.20 euros por dólar, comprar el barril en dólares beneficia a la economía comunitaria, siempre y cuando el petróleo se siga pagando en la moneda americana. La lógica internacional que se construyó a partir de esta coyuntura permite a la Unión Europea aspirar a tener un papel más destacado en Medio Oriente una vez que las tropas americanas se retiren. Es seguro que Estados Unidos quedará muy mal herido en sus relaciones con el mundo árabe, será Europa, entonces, la más apta para dialogar fluidamente con los países que controlan el 65% de las reservas mundiales de petróleo. Su cercanía geográfica, el mayor conocimiento de su cultura, sus contactos permanentes de tantos siglos y sus políticas específicas de cooperación con el mundo árabe, ponen a la UE en una coyuntura muy favorable, si es que Estados Unidos queda fuera de juego por un buen rato. Pero así como la UE se beneficiaría con el fracaso de la administración Bush, los países del Medio Oriente esperan el final de la aventura.
Salvando los matices, a ninguno de los países árabes le conviene una presencia permanente de Estados Unidos. La invasión desestabilizó la región y multiplicó los factores de distorsión que hacen peligrar sus sistemas políticos. El fundamentalismo, el nacionalismo pan árabe y la cuestión palestina tomaron impulso como nunca en los últimos veinte años. Cuestionadores de los órdenes establecidos por razones religiosas o políticas, los movimientos nombrados recibieron un fuerte envión gracias a la invasión. Los atentados en Turquía, en Siria, en Irak y en Arabia Saudita ponen a la región al rojo vivo y al mundo frente a la preocupación casi obsesiva por la cotización del barril de crudo.
El riesgo mayor es para Arabia Saudita. Gobernada por el príncipe heredero Abdalá Ben Abdelaziz -el rey Fahd agoniza hace años- a la inestabilidad generada por una problemática sucesión se agrega el ser blanco de muchos objetivos políticos en el polvorín del Medio Oriente. Osama Bin Laden, árabe de nacimiento, tiene por meta la caída de la casa Saud y la instalación en la península arábiga de un régimen fundamentalista y anti occidental. Y ser el principal productor de petróleo lo transformó en el blanco preferido del terrorismo para desestabilizar los precios internacionales, horadando, además, el poder de la monarquía.
El próximo 5 de febrero de 2005 vencen los contratos acordados por Roosvelt con el rey Ibn Saud en 1945, en los que se cambió petróleo por apoyo político y militar a una monarquía feudal. Estados Unidos invadió Irak, sin suerte, para sustituir a Arabia Saudita como principal país abastecedor, debido a que el antiguo aliado ya no era tan confiable. El príncipe heredero no es tan favorable como sus antecesores a la alianza con Estados Unidos y los apoyos financieros al talibán, a Al Qaeda, a la OLP y las guerrillas palestinas, hicieron de Abdala Ben Abdelaziz un socio «sospechoso». Tal vez por eso la alternativa de Bush sea sustituirlo por su amigo íntimo, el príncipe Bandar Ben Sultán, casualmente embajador en EE UU o por el actual ministro de defensa, Sultan Ben Abdelaziz, tan pro americano como el anterior. En mayo de 2003 el Pentágono comenzó a desmantelar sus bases en el reino, abandonando a la casa Saud a su suerte, quizá arriesgando demasiado. Al gobierno árabe le conviene un traspié americano para continuar siendo el eje petrolero mundial y, por tanto, para que el respaldo americano y occidental a la monarquía se mantenga al no poder conseguir un estado sustituto como nueva base norteamericana en la región.
Quizá sólo el gobierno de Sharon desea la victoria del «army». Un fracaso americano en la aventura iraquí atizaría el anti sionismo árabe, aumentaría los apoyos a la causa palestina y podría presionar a Tel Aviv a salir de su intransigencia frente al peligro de que el nacionalismo pan árabe, revivido por el fracaso de Washington, quiera eliminar al estado judío definitivamente o, por lo menos, reducirlo a una expresión mínima. Arafat debe aplaudir cada golpe de la resistencia.
China es otro gran interesado en el final de la guerra. Segundo consumidor mundial de petróleo -recordemos que Asia compra la mitad de las exportaciones de Arabia Saudita- tercer importador de mercancías en el mundo, su economía en expansión, con un crecimiento anual del 8%, la perfilan como una futura super potencia. La competencia contra Estados Unidos es más que notoria y, obviamente, una caída de su principal adversario sería muy aplaudida en Beijing.
La ONU sería otra de las grandes beneficiadas. Golpeada duramente cuando Bush decidió invadir unilateralmente en marzo de 2003, su credibilidad como organización internacional quedó al borde de la bancarrota. Su actitud contraria a la guerra y sus críticas a la violación del derecho internacional por Estados Unidos tienen ahora buenos resultados. El empantanamiento de la situación en Irak comprobó que la ONU y los países que no apoyaron el conflicto tenían razón. Hoy Washington debe apelar a la ONU para destrancar de alguna manera el avispero iraquí, pero a pesar de las nuevas resoluciones del Consejo de Seguridad, nadie va a intervenir militarmente y la ONU no regresará hasta que no haya un nivel de seguridad aceptable. El fracaso americano afirma la viabilidad de Naciones Unidas y la rescata como un organismo necesario en el ámbito mundial.
Para América Latina la guerra debe terminar cuanto antes. Como zona petróleo dependiente un alza indiscriminada de los precios haría colapsar sus frágiles y endeudas economías. Pero además, si la huída vergonzosa de Estados Unidos afectara su poder hegemónico, nada sería mejor para la integración latinoamericana y para los gobiernos progresistas de Venezuela, Brasil, Argentina y, próximamente del Uruguay. Con un Estados Unidos debilitado como potencia mundial el MERCOSUR vería disminuidos los obstáculos.
Para Estados Unidos todo ha sido un fracaso. En una encuesta publicada por France Press el 16 de junio se informa que el 90% de los iraquíes no quiere ni confía en el invasor y, además, se hizo realidad la peor pesadilla: el 81% de los encuestados tiene una «buena opinión» de Moqdata al Sadr, lo que tendrá su contra parte política el día que se elija un gobierno verdadero.
A principios de mayo el general Richard Myers, jefe del estado mayor estadounidense, declaró que no había manera de triunfar militarmente en Irak. «Este proceso se tiene que internacionalizar» afirmó ante el Congreso. «La ONU tiene que jugar el papel de gobernación. Así es, en mi opinión, como eventualmente vamos a ganar». Pero la comunidad internacional se niega a mezclarse en el caos generado por Bush y los halcones porque a nadie le conviene. Washington seguirá solo el camino de su fracaso y deberá asumir la responsabilidad del resultado, que, sospechamos, será un mundo bastante peor.
Fernando López D’Alesandro es docente de Historia en Regional Norte (UDELAR) y en el CERP del Litoral. Salto. Uruguay