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Fallujah y Mosul: ellos y nosotros

Fuentes: La Jornada

Hace dos días el ejército de Estados Unidos destruyó la ciudad iraquí de Fallujah, masacró a sus habitantes y demolió sus viviendas, sus plazas y sus calles. Se trataba de hacer un escarmiento (al menos 800 civiles muertos, dice la Cruz Roja) y de proseguir con la estrategia preferida de ese ejército al menos desde […]

Hace dos días el ejército de Estados Unidos destruyó la ciudad iraquí de Fallujah, masacró a sus habitantes y demolió sus viviendas, sus plazas y sus calles. Se trataba de hacer un escarmiento (al menos 800 civiles muertos, dice la Cruz Roja) y de proseguir con la estrategia preferida de ese ejército al menos desde la segunda guerra mundial (Hiroshima, Nagasaki, Dresden, Hamburgo, Brest…): primero destruir ciudades para quebrar la moral de la población; después, ya deshechas, enviar sus tropas a ocuparlas. Total, esos muertos y esos muros son extranjeros. La ejecución de esta técnica de guerra la describió, entre otros, W.G. Sebald en Historia natural de la destrucción; su preparación, Mike Davis en Ciudades muertas.

Esta mañana, el New York Times informaba que hasta ayer la situación estaba relativamente calma en Mosul y su corresponsal refería esta historia:

«En una plaza de la ciudad, Amin Muhammad, de diez años de edad, y sus amigos, corrían y jugaban con fusiles de plástico. ‘Nos dividimos entre nosotros en dos bandos’, dijo, ‘mujaidin contra americanos. En estos combates, agregó, ‘siempre ganan los mujaidin'».

Quién sabe dónde y cómo estarán hoy, 17 de noviembre, Amin Muhammad, de diez años de edad, y sus amigos, porque el ejército de Estados Unidos inició ya su asalto contra Mosul.

Después del 2 de noviembre, ese ejército ha renovado e intensificado su guerra contra Irak. También, con la relección de Bush, se han ampliado las brechas entre Estados Unidos y Europa, por el lado del Océano Atlantico; y entre Estados Unidos y Asia (China e India, ante todo), por el lado del Océano Pacífico. Nunca antes como ahora la OTAN, más numerosa que nunca, se ha visto más deteriorada y paralizada, reducida a simple máscara de las iniciativas, decisiones e imposiciones del Pentágono.

En esta situación internacional, endurecida después del 2 de noviembre, los presidentes de Cuba y Venezuela hicieron la cosa más sensata que les tocaba: reunirse de inmediato en La Habana, durante dos días, ocho horas cada día, para hacer saber con el puro gesto que son militares y que sus países, sus pueblos y sus ejércitos, llegado el caso, van a resistir juntos.

La guerra de Irak, como la de España, como la invasión de Girón, como la de Vietnam, como la de Nicaragua, pinta rayas y determina bandos.

El vecino más intrincadamente unido a Estados Unidos desde 1847 -por historia, geografía, economía y población migrante- es México: todo lo significativo que allá sucede, pesa aquí. La actual guerra de Irak se le ha convertido en la cuestión más importante para Estados Unidos. Cualquier perspectiva política interna en México está ya sobredeterminada por la relación con este vecino en estado de guerra, aunque los políticos -como en 1985 cuando el terremoto, como en 1988 cuando La Laguna- sean los últimos en enterarse de lo que está pasando en la procesión que va por dentro de las conciencias mexicanas.

Hoy, en Estados Unidos, es la guerra y no la economía el factor determinante. Hoy, la guerra arrastra consigo a la economía, aunque quieran disfrazar de guerra localizada lo que es el germen de una militarización global de otras relaciones, adentro y afuera de Estados Unidos. La globalización capitalista, por detrás de su rostro maquillado por los intercambios universales de mercancías, muestra el esqueleto que la sostiene: militarización global, estado de excepción creciente, despojo universal de bienes, patrimonios y vidas.

El secretario de Energía del presidente Fox, Fernando Elizondo, pese a los desmentidos posteriores, dijo la verdad el 5 de noviembre, cuando declaró que las fuerzas armadas de Estados Unidos vigilan y «protegen» el territorio y el petróleo de la nación mexicana. Tampoco hacía falta que nos lo dijera: está escrito desde hace mucho en documentos oficiales y planes militares de Estados Unidos.

No sólo nos vigilan y protegen: vienen por el control geopolítico de la nación, el territorio, la población, el suelo y el subsuelo. Como Cuba, Centroamérica, Venezuela y el Caribe, México forma parte en primera línea del espacio vital de la Fortaleza Norteamericana (American Fortress), desde Alaska hasta Colombia y Panamá. Esto fue así desde 1898 cuando, en la guerra con España, Estados Unidos recomenzó su expansión militar-territorial. Su lógica geopolítica no ha cambiado. Hoy, en una fase mucho más compleja del capital y de sus instrumentos científico-tecnológicos, esa lógica vuelve a aparecer, disfrazada de «combate al terrorismo». en los movimientos más inmediatos de sus tácticas militares.

Por eso la restructuración económica e institucional mexicana que piden a gritos -energía, leyes laborales, petróleo, fiscalidad- tiene para ellos una finalidad geopolítica, mucho más que económica: homogeneizar a México con las instituciones y las leyes de Estados Unidos y traspasar al capital privado -es decir, a lo que ellos poseen o controlan- los recursos que aún detenta esta nación mediante sus propias leyes y su Estado. Para alcanzar esos objetivos tienen poderosos aliados mexicanos.

Este es el terreno en el cual se está jugando hoy el porvenir de México y de su pueblo.

Resulta entonces tanto más revelador el silencio unánime en el mundo político institucional acerca del crimen de Fallujah, que tendría ya que haber recibido un voto de condena del Congreso y de los partidos y, al menos, una nota de protesta de la Cancillería, cuando un sentimiento de indignación y repudio surge incluso dentro de Estados Unidos. Ciudades son bombardeadas, sus indefensos habitantes masacrados: silencio, nomás silencio.

Falta tiempo todavía para el 2006. Cuando los niveles de abstención en las recientes elecciones en los estados llegan hasta el 60 por ciento, el juego de las candidaturas tempraneras resulta un pasatiempo estéril. El futuro del país y de su pueblo no se juega en los videos, en el torneo de las delaciones mutuas, las acusaciones televisivas y judiciales y las protestas de honestidad y probidad de unos y otros.

Nadie estaba en 1986 apostando a 1988 como hoy le apuestan al 2006. Se organizaban y tenían lugar entonces las luchas y movimientos de los estudiantes, los electricistas, los damnificados del terremoto, los campesinos, los maestros, los siderúrgicos, los cerveceros, los productores de café, los periodistas, los escritores, las organizaciones indígenas, las costureras, las asociaciones de mujeres, las madres de desaparecidos. Parece que se hubiera olvidado de qué vendaval de pueblo surgió la coyuntura electoral que se abrió en los últimos meses de 1987 y asomó por fin su rostro verdadero en La Laguna en febrero de 1988, apenas cinco meses antes de la fecha electoral. Esos movimientos profundos de un pueblo no se inventan con candidaturas adelantadas. Se preparan en sus luchas, sus penas y sus anhelos verdaderos, escuchando y organizando como se pueda en la cotidianeidad de sus vidas y sus lugares. Esta es la hora de preguntar y de escuchar, no de remitir todo al resultado de una elección en 2006.

La ubicación geoestratégica de México en la actual situación mundial, y la organización en el presente de sus clases y sectores subalternos para recuperar, por sí mismos y con acciones, sus derechos, sus conquistas históricas y sociales y sus libertades, son los dos grandes temas determinantes de cualquier formación política actual que se postule como izquierda.

El primer tema implica organizar la lucha, desde afuera de las instituciones, por una reorientación de las prioridades internacionales al menos en tres direcciones: una alianza y dos puertas.

Primero la alianza hacia América Latina, adonde pertenece nuestra historia, nuestro idioma y nuestro ser, y donde hoy se mueven bajo formas políticas diversas, pero convergentes desde abajo, Venezuela, Cuba, Brasil, Uruguay, Argentina, Bolivia, cuando menos. México, una vez más, puede ser decisivo para inclinar la balanza hacia una alianza latinoamericana de políticas, intereses, cultura y necesidades comunes.

Luego las dos puertas: hacia Europa y sus posibilidades económicas y culturales y hacia el Pacífico, las naciones y las economías de Asia, China, India, Corea, como lo están haciendo en otras latitudes de este continente. No significa romper o confrontarse con Estados Unidos, sino aliviar la insoportable presión de su establishment financiero, político y militar.

El otro tema, la organización, tiene también sus prioridades, dictadas por las necesidades, los anhelos y las amenazas. Enuncio siete, sin pretender ser exhaustivo: 1) Patrimonio de la nación, territorio y subsuelo. 2) Empresas públicas, finanzas nacionales. 3) Derechos sociales. 4) Libertades, igualdades, solidaridades. 5) Cultura y educación. 6) Soberanía, fronteras, migración, seguridad ciudadana, tráficos criminales. 7) Autonomía y derechos de los pueblos indígenas.

Para organizarse, es preciso un programa que nos una a nosotros, antes que un «proyecto de nación», como ahora le dicen, para que después lo lleven a cabo ellos desde el gobierno. Ese programa no puede ser un listado de políticas públicas a ejecutarse a partir de 2007. Es un conjunto orgánico de objetivos políticos, sociales, culturales, que generen organización y en torno a los cuales pueda reconocerse la política autónoma de los subalternos, en su doble relación conflictiva con el capital por un lado y con el poder y las instituciones del Estado por el otro.

Por eso, mientras ellos ocupados en sus propios menesteres nada dicen, nosotros no podemos ignorar a Fallujah, a Mosul y al pueblo de Irak hoy masacrado por tropas extranjeras. @

* Texto leído en el segundo aniversario de la revista Rebeldía, Casa Lamm, México, 17 noviembre 2004.