El 12 de noviembre, mientras aviones norteamericanos a reacción bombardeaban Faluya por noveno día consecutivo, un jurado en Redwood City, California, declaró que Scott Peterson era culpable de asesinar a su esposa y a su hijo nonato. Ese macabro tema capturó los titulares o dominó la conversación en centros de trabajo y hogares. Es más, […]
El 12 de noviembre, mientras aviones norteamericanos a reacción bombardeaban Faluya por noveno día consecutivo, un jurado en Redwood City, California, declaró que Scott Peterson era culpable de asesinar a su esposa y a su hijo nonato. Ese macabro tema capturó los titulares o dominó la conversación en centros de trabajo y hogares. Es más, la «noticia» acerca de Peterson casi opacó la aseveración de los militares norteamericanos de que los bombardeos exitosos con aviones y artillería de una ciudad de 300 000 habitantes habían hecho blanco sólo en sitios donde se habían refugiado los «insurgentes». El 15 de noviembre, un periodista de la BBC insertado en un destacamento de infantes de Marina aseguró que el estimado no oficial de muertos estaba por encima de los 2 000, muchos de ellos civiles.
Un testigo presencial iraquí dijo a reporteros de BBC que él había visto cómo las bombas hacían impacto en blancos residenciales. Los norteamericanos intercambiaron puntos de vista y bromas groseras acerca de Peterson. Un fotógrafo capturó la imagen de un hombre de Faluya que sostenía a su hijo muerto, uno de los dos que perdió en los bombardeos por EEUU. No pudo obtener ayuda médica para detener la hemorragia.
Un reportero de Reuters escribió el 14 de noviembre que los residentes le dijeron que «los bombardeos norteamericanos hicieron blanco en una clínica en la ciudad musulmana sunní, y mató a médicos, enfermeras y pacientes». Los militares de eeuu negaron los reportes. Historias como estas no llegan a los titulares. Las bajas civiles en guerras agresivas de EEUU no venden espacio en los medios.
Pero a los editores les encantan las imágenes de soldados norteamericanos angustiados. El 12 de noviembre el Los Angeles Times publicó en primera plana una foto de un soldado con la cara manchada de lodo y un cigarrillo colgando de sus labios. Esta imagen capturó el «sufrimiento» de Faluya. El soldado se quejó de que se había quedado sin «fuma».
El joven que cumplía con su «deber para liberar a Faluya» contrasta duramente con la pesadilla de Faluya. «Hay humo por todas partes», dijo un iraquí a BBC (11 de noviembre). «La casa a unas puertas de la mía fue blanco de un bombardeo la noche del miércoles. Murió un niño de 13 años. Se llamaba Ghazi. A lo largo de la calle frente a mi casa había una fila de palmeras; ahora sólo quedan los troncos… Cada vez hay más muertos en las calles y el hedor es insoportable».
Otro testigo presencial dijo a Reuters (12 de noviembre) que «un niño de 9 años fue herido en el estómago por una esquirla. Sus padres dijeron que no pudieron llevarlo al hospital debido a los combates, así que le vendaron el estómago con sábanas para tratar de impedir el sangramiento. Murió horas más tarde por la pérdida de sangre y fue enterrado en el jardín».
Los reporteros norteamericanos insertados -¿prensitutas?- aceptaron acríticamente la mentira del Pentágono de que muchos miles de «insurgentes» iraquíes, incluyendo a los demonizados intrusos dirigidos por Abu Musab al-Zarqawi, que se habían unido a la jihad anti-EEUU, se habían atrincherado para defender su vital base. Después de que comenzó el asalto blindado y aéreo y que avanzaron las tropas de infantería, se filtraron informes de que la Infantería de Marina y el nuevo ejército iraquí que la seguía sólo habían encontrado resistencia ligera. En Mosul y otras ciudades estalló la insurrección. Sin embargo, para los combatientes Faluya fue un infierno.
¿Infierno para qué? Bernard Trainor, general retirado de la Infantería de Marina, declaró que militarmente «Faluya no va a significar una gran ventaja». Admitió que «hemos golpeado duramente esa ciudad y los únicos insurgentes con que acabamos fueron los dementes y los fanáticos; los inteligentes abandonaron a los tipos que realmente quieren morir por Alá. Mientras que los cuenta cuentos del Pentágono alardeaban de una victoria norteamericana, Trainor señalaba que los «terroristas siguen en libertad».
Los medios aceptan como axioma que las tropas de EEUU son «los buenos» en este conflicto. No se enfrentan a lo evidente. Washington invadió y ocupó ilegalmente a Irak y «reconquistó» Faluya -sin ningún propósito militar serio. Con toda lógica, los medios debieran llamar patriotas a los «militantes» iraquíes que resisten la ocupación ilegal.
En su lugar, la prensa insinuó que los «insurgentes» lucharon suciamente usando explosivos improvisados y trampas caza bobos para matar a nuestros inocentes soldados, los cuales usan armas limpias como F-16, helicópteros de combate, tanques y artillería.
Vamos, si Washington incluso prometió reconstruir la ciudad que sus aviones militares acaban de destruir. Bush comprometió a los contribuyentes con deudas de cientos de millones de dólares, que Bechtel, Halliburton y otros beneficiarios corporativos de la guerra utilizarán para la «reconstrucción».
La banalidad y la corrupción emergen de la épica maldad de esta guerra, una guerra que ha implicado la muerte masiva de civiles y la destrucción de antiguas ciudades.
En 1935 el general nazi Erich Luderndorff argumentó en su libro La guerra total, que la guerra moderna engloba a toda la sociedad; por lo tanto, los militares no deben perdonar a nadie. El general fascista italiano Giulio Douhet se hizo eco de este tema. Al tomar a civiles como blancos, dijo, un ejército puede avanzar más rápidamente. «El terror aéreo» elimina con eficacia a los obstáculos civiles.
La doctrina se convirtió en práctica a fines de abril de 1937. Pilotos nazis arrojaron sus bombas sobre Guernica, la antigua capital vasca -al igual que los pilotos norteamericanos hicieron recientemente en Faluya. Un año antes, en 1936, había estallado la Guerra Civil española. El General Francisco Franco, apoyado por los gobiernos fascistas de Italia y Alemania, lideró un alzamiento armado contra la república. Los residentes de Guernica resistieron. Franco pidió a sus socios alemanes que castigaran a ese pueblo testarudo que había resistido el asalto de su ejército.
El pueblo de Guernica no tenía cañones antiaéreos, mucho menos aviones de caza, para defender la ciudad. Los pilotos sabían que a las 4:30 de la tarde de un día de mercado, el centro de la ciudad estaría repleto de compradores provenientes de todas las áreas.
Antes de volar en su «heroica misión», los pilotos alemanes habían hecho un brindis con sus homólogos españoles en un lenguaje que ambos podían entender: «¡Viva la muerte!», gritaron mientras alzaban sus copas de vino. El bombardeo de Guernica introdujo un concepto por el que los militares no hacían distinción entre civiles y combatientes. ¡Muerte a todos!
Casi 1 700 personas murieron ese día y unos 900 quedaron heridas. Franco negó que el ataque hubiera tenido lugar y culpó de su destrucción a los que defendían a Guernica, de la misma manera que los militares de EEUU dicen que los «insurgentes» forzaron el salvaje ataque por atreverse a defender su ciudad y luego ocultarse en las mezquitas. ¿Se enfrentó el público en 1937 al equivalente del caso Peterson que capturó su atención?
¿Dónde está el Picasso actual que pinte un cuadro dramático para ayudar al público del siglo 21 a comprender que lo que la Fuerza Aérea de EEUU acaba de hacer al pueblo de Faluya se parece a lo que los nazis hicieron a Guernica?
En Alemania y en Italia de 1937, los medios subrayaron las vicisitudes sufridas por aquellos pilotos que se estaban sacrificando por los ideales de su país al combatir a una «amenaza». Los medios norteamericanos parlotean acerca de las dificultades a que se enfrentan los infantes de Marina. Nunca los llaman abusadores que ocupan otro país, subyugando a patriotas con tecnología superior para matar civiles y destruir sus hogares y mezquitas.
El 15 de noviembre, un camarógrafo de NBC insertado filmó a un soldado norteamericano cuando asesinaba a sangre fría a un prisionero iraquí herido. Como mostró CNN en la cinta, su reportero ofreció «circunstancias atenuantes» para el asesinato que habíamos presenciado. El herido podía haberse colocado él mismo un explosivo, como otros «insurgentes» habían hecho. Después de todo, estos infantes de Marina las habían pasado negras la semana anterior.
Ese tipo de periodismo recuerda las viejas guerras imperiales, nos recordó Andrew Greely en la edición del 12 de noviembre de The Chicago Sun Times. «Estados Unidos ha realizado anteriormente otras guerras injustas -contra México, las guerras indias, la Hispano-Americana, la insurrección filipina, Viet Nam. Nuestras manos no están limpias. Están cubiertas de sangre, y en esta oportunidad habrá más sangre».
Faluya debiera servir como símbolo de esta guerra de atrocidad contra el pueblo iraquí, nuestro Guernica. Pero, como señala acertadamente el comediante Chris Rock, George W. Bush nos ha distraído. Por eso él mató a Laci Peterson, por eso escondió a ese muchacho en el dormitorio de Michael Jackson y a la joven en la habitación de hotel de Kobe Bryant. No quiere que pensemos en la guerra de Irak. Necesitamos un nuevo mural de Picasso, «Faluya», para ayudar a que los ciudadanos atiendan a los temas de nuestro tiempo, no los pormenores del caso Peterson.
La Administración Bush comprendió el peligro de un cuadro tal. Poco antes de la fraudulenta presentación de Colin Powell en la ONU, el 5 de febrero de 2003, donde defendió la invasión a Irak, funcionarios de la ONU, a solicitud de EEUU, colocaron una cortina sobre un tapiz que reproducía el Guernica de Picasso, situado a la entrada de la sala del Consejo de Seguridad. Como telón de fondo para la TV, el mural antiguerrerista hubiera parecido contradecir la presentación del Secretario de Estado a favor de la guerra en Irak. ¿Habrá sabido de alguna manera el difunto pintor que su mural predeciría otra Guernica, llamada Faluya?
Landau dirige los medios digitales en el Colegio de Letras, Artes y Ciencias Sociales de la Universidad Cal Poly Pomona. Su libro más reciente es El negocio de Estados Unidos: cómo los consumidores reemplazaron a los ciudadanos y de qué manera se puede invertir la tendencia.