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Faluya, la mártir

Fuentes: La Estrella Digital

Con una de sus primeras decisiones tras ser confirmado en la Presidencia de EEUU, Bush está en camino de crear una nueva ciudad mártir: Faluya, situada a unos 50 km al oeste de Bagdad, conocida también como la Ciudad de las Mil Mezquitas. Logrará con eso ampliar la milenaria lista que desde Cartago o Numancia […]

Con una de sus primeras decisiones tras ser confirmado en la Presidencia de EEUU, Bush está en camino de crear una nueva ciudad mártir: Faluya, situada a unos 50 km al oeste de Bagdad, conocida también como la Ciudad de las Mil Mezquitas. Logrará con eso ampliar la milenaria lista que desde Cartago o Numancia pasa por Stalingrado, Guernica, Coventry o Dresde, y llega hasta Sarajevo o Srebrenica. Y alcanzará la gloria de añadir su nombre a la no menos amplia lista de gobernantes, brutales y sin escrúpulos, que abordaron los problemas políticos aplastando bajo el poder de las armas a los pueblos que los causaban. Al fin y al cabo, no hay que olvidar que también fueron inquilinos de la Casa Blanca los que ordenaron aniquilar por el fuego nuclear Hiroshima y Nagasaki o rociar Vietnam con pegajosos explosivos y deletéreos productos químicos que no distinguían entre combatientes enemigos y simples campesinos: alguna emanación recóndita debe de existir en ese famoso Despacho Oval que propicia tanta violencia guerrera.

El viernes pasado iniciaron las tropas estadounidenses el bloqueo de Faluya. Se instó a que mujeres, niños y ancianos abandonasen de inmediato la vieja ciudad iraquí, donde la resistencia suní se ha ido haciendo más y más encarnizada al paso del tiempo. Al día siguiente se destruyó desde el aire un hospital de emergencia situado en el centro de la ciudad. El prólogo de las operaciones aparece, pues, cruento.

No es para menos, porque Faluya presenta un reto especial para EEUU y suscita hondas sensaciones de venganza. Su historia reciente es violenta. En abril del 2003, los soldados de EEUU mataron allí a una docena de manifestantes, iniciando una peligrosa escalada; siete meses después, un ataque contra tres helicópteros produjo 25 bajas en las fuerzas ocupantes. Pero lo que colmó el vaso de la ira estadounidense fue el asesinato de cuatro paramilitares y la brutalidad popular ejercida contra sus cadáveres, televisada a todo el mundo, lo que recordó aquellas terribles escenas de la capital de Somalia en 1993 que forzaron a Clinton a retirar de allí a sus soldados. También entre abril y mayo del 2004 Faluya fue bloqueada militarmente, pero la operación fue un fracaso. Fuentes militares estadounidenses estiman que en ella apenas quedan 60.000 habitantes de los 300.000 que tenía. ¿Podrá haber elecciones creíbles el próximo mes de enero en esas circunstancias? Se afirma que las operaciones pretenden aniquilar a un peligroso cabecilla del terrorismo instalado en Iraq tras la invasión, el jordano Al Zarqaui, por quien se ofrece una recompensa de 25 millones de dólares. Cabe preguntarse si es proporcionado tan gran esfuerzo militar para atrapar a una sola persona. Aunque con ello se pretenda lavar la persistente vergüenza de no haber podido apresar a Osama ben Laden ni al mulá Omar cuando aún era posible. Puede ocurrir que, arrasada la ciudad, el terrorista reaparezca en cualquier remoto lugar y, a imitación del saudí, contribuya mediante algún vídeo amenazador a la rechifla general que rodea a los servicios de información y a las operaciones antiterroristas diseñadas en el Pentágono. Pero esto no debería sorprendernos si recordamos que también la Legión Cóndor alemana, para arrasar Guernica con el permiso del Cuartel General del Generalísimo, adujo razones que luego resultaron ser falsas.

Se exhorta a los habitantes de Faluya, mediante altavoces y lanzamiento de octavillas, a que abandonen la ciudad y se amenaza con la detención a todos los hombres menores de 45 años que intenten entrar o salir de ella. Frente a la retórica oficial de EEUU, se muestra así que se les considera enemigos y que, de hecho, la guerra se hace contra la población y no contra sus opresores: no es una guerra de liberación.

El cinismo resulta evidente. Un coronel del Ejército de EEUU indicó que el ataque a Faluya depende de «las órdenes del primer ministro Ayad Alaui». Ese coronel debe de ser una de las pocas personas que ignoran todavía que, como escribía Ignacio Ramonet el viernes pasado, «hay que aceptar lo que todo el mundo sabe, que las autoridades iraquíes actuales no son más que marionetas nombradas por el ocupante militar».

El incansable secretario general de Naciones Unidas ha intentado salir al quite de la tragedia que se está fraguando mediante una carta dirigida a Bush, Blair y el primer ministro iraquí, donde expresa su preocupación porque el recurso a la fuerza militar aleje al pueblo iraquí de las urnas. Dice en ella: «Deseo compartir con usted mi creciente preocupación ante una previsible escalada de violencia que temo sea muy perturbadora para la transición política iraquí. No sólo me refiero al riesgo de que aumente la violencia insurgente, sino también a los informes sobre ofensivas militares planeadas por la fuerza multinacional en ciudades clave como Faluya».

Aparte de que la carta pone de relieve su abierta discrepancia con EEUU sobre el modo de manejar la situación en Iraq -lo que sabemos ya de sobra-, Kofi Annan mantiene el cuidado por las formas y habla de «fuerza multinacional» cuando en realidad se está refiriendo a los ejércitos cuyas operaciones son controladas en exclusiva desde el Pentágono. Pero ahora Bush ya no está preocupado por el resultado electoral y, como sus anteriores errores y mentiras que condujeron al actual caos iraquí han obtenido el respaldo mayoritario del pueblo de EEUU, se siente con las manos libres para imponer la solución que se le antoje. De cómo actúe ahora EEUU para resolver el problema de la insurgencia iraquí podremos empezar a deducir qué vientos soplarán durante el segundo mandato de Bush.


Alberto Piris es General de Artillería en la Reserva
Analista del Centro de Investigación para la Paz (FUHEM)