Recomiendo:
0

Faluya y la realidad de la guerra

Fuentes: Dissident Voice

Traducido para Rebelión por Felisa Sastre

El asalto a Faluya ha comenzado. Se nos vende como la liberación del pueblo de Faluya; y se nos presenta como un paso imprescindible para el establecimiento de la «democracia» en Irak. Son simplemente mentiras.

Yo estaba en Faluya durante el asedio de abril y ahora quiero ofrecerles unas imágenes de lo que significó aquella agresión.

Faluya es una región seca y calurosa, y como el sudeste de California se ha convertido en una zona agrícola gracias al regadío extensivo. Durante años se la ha conocido como una ciudad especialmente piadosa, a la que la gente mencionaba como la ciudad de las mil mezquitas. A mediados de los 90, cuando Saddam pretendió que su nombre se incluyera en las llamadas a la oración, los imames de Faluya se negaron a hacerlo.

Al principio del ataque, las fuerzas estadounidenses bombardearon la central eléctrica y durante las semanas siguientes Faluya fue una ciudad lóbrega, con generadores que suministraban electricidad sólo a edificios clave como mezquitas y hospitales. La ciudad permaneció en estado de sitio, y la prohibición de facilitar comida, medicinas y otros abastecimientos básicos sólo fue levantada cuando los iraquíes en masa desafiaron las carreteras cortadas. La atmósfera era la de miedo permanente, a los bombardeos y a la amenaza de nuevos bombardeos. La población civil y las familias con enfermos, ancianos y niños escapaban en tropel. Tras las primeras advertencias en las que se prohibía a la gente que abandonara la ciudad, las tropas estadounidenses permitieron que saliera quien quisiera con excepción de los que consideraron «hombres en edad militar», es decir, hombres comprendidos entre los 15 y 60 años. Impedir a la población civil que abandone un lugar que se está bombardeando es una violación de las leyes de guerra. Por supuesto, creer que todos los hombres en edad militar son enemigos no puede ser mejor indicación de que uno se ha equivocado de país y de que, en realidad, la guerra que lleva a cabo es una guerra contra el pueblo, no contra sus opresores, ni una guerra de liberación.

El hospital más grande de Faluya se encuentra al otro lado del Eúfrates, separado del núcleo central de la ciudad. Pero nada más comenzar el ataque, los estadounidenses cerraron el puente principal y lo aislaron de la ciudad. Los médicos que querían atender a los enfermos tuvieron que abandonar el hospital con el único instrumental que podían trasladar con ellos y establecerse en clínicas provisionales en la ciudad. En la única que estuve, era una de barrio que tenía sólo una habitación con cuatro camas y sin quirófano, donde los médicos mantenían refrigeradas las bolsas de plasma en la máquina de venta de refrescos. Otra de ellas, según se me informó, estaba situada en un taller de reparación de coches. El cierre de ese hospital (que no fue el único tal como me informé en Irak) también viola la Convención de Ginebra.

En Faluya, raramente se estaba libre del ruido de la artillería disparando como telón de fondo, punteada por los sonidos más pequeños de los morteros caseros de los muyahidines. Aunque después de unos minutos se tiene que dejar de prestar atención, uno nunca puede hacerlo por mucho tiempo. Todavía hoy, cuando escucho el ruido de los truenos, de forma instantánea me siento transportado al 10 de abril y a las polvorientas calles de Faluya.

Además de la artillería y de los aviones de guerra que lanzaban bombas de 500, 1.000 y 2.000 libras[1], y de los sanguinarios cañones AC-130 Spectre que pueden demoler un bloque completo en menos de un minuto, los marines tenían francotiradores que mantenían fuegos cruzados en toda la ciudad. Durante semanas, Faluya se convirtió en una serie de barios incomunicados entre sí, separados por tierras de nadie en donde dominaban los francotiradores. De las 20 personas que vi llegar a la clínica donde estuve como observador una horas, sólo cinco eran «hombres en edad militar». Vi ancianas y ancianos, un niño de 10 años con disparos en la cabeza, de quien los médicos dijeron que no tenía salvación aunque en Bagdad hubieran podido sacarlo adelante.

Los francotiradores se centraron especialmente en las ambulancias en las que vi agujeros de bala. Las dos que inspeccioné presentaban huellas evidentes de haber sido sometidas de forma deliberada al fuego de los francotiradores. Amigos míos que fueron a reunirse con los heridos fueron tiroteados. Cuando informamos de lo sucedido se nos insultó y muchos no quisieron creernos. Hubo algunos que me preguntaron cómo sabía que no habían sido los muyahidines. Una pregunta interesante. Digamos, por ejemplo, que Brownsville (Tejas) hubiera sido sitiada y bombardeada por los vietnamitas (de lo que, por supuesto, el Sr. Bush con gran coraje nos protegió durante la guerra de Vietnam) y las ambulancias de Brownsville hubieran sido tiroteadas. Presiento que la pregunta sobre si sus habitantes habrían disparado contra sus propias ambulancias no se hubiera planteado. Más tarde nuestros informes fueron confirmados por el Ministerio de Sanidad iraquí e incluso por el ejército de Estados Unidos.

Las mejores estimaciones son que entre 900-1000 personas fueron asesinadas directamente, voladas, quemadas o abatidas a tiros. De ellas, mis cálculos basados en los informativos y en mis propias observaciones son que entre 2/3 y ¾ eran civiles.

Pero los daños van mucho más allá. Uno puede leer cualquier cosa que desee sobre el bombardeo de los supuesto refugios seguros de Al-Zarqawi en zonas residenciales, pero los informes jamás le explicarán lo que realmente significan. Uno lee que se han producido ataques con absoluta precisión, y aunque es cierto que las bombas inteligentes, teledirigidas, son muy precisas- cuando no funcionan mal, que es aproximadamente entre el 80 y el 85% de los casos- su radio de acción es de 10 metros, es decir, pueden impactar a 10 metros del objetivo. Sin embargo incluso la más pequeña de ellas, la de 500 libras, tiene una onda expansiva de un radio de 400 metros; así que cada bomba sacude a un barrio entero, haciendo saltar las ventanas y destrozando los cristales. Una ciudad sometida a bombardeos es una ciudad aterrorizada.

En los informes se lee que ha habido tantos muertos y tantos heridos, y se debería recordar esas cifras porque son importantes. Pero igual de importante es recordar que esos datos, en una región en guerra, son falsos, porque todo el mundo queda herido.

El primer asalto a Faluya resultó militarmente un fracaso. En esta ocasión, la resistencia es más fuerte, está mejor armada y mejor organizada. Para vencer, el ejército de Estados Unidos tendrán que superar todos esos obstáculos. Incluso en el horror y en el terror hay grados, y nosotros- y el pueblo de Faluya- todavía no hemos visto nada. George W. Bush ha consguido un nuevo mandato, y el mundo ha quedado a su merced.

Habrá un condena internacional, semejante a la que se produjo en la primera ocasión. Pero nuestro gobierno no va a hacer caso de ella; y para mitigar el horror, la gente de Faluya sólo podrá contar con nosotros, con el movimiento contra la guerra. Tenemos una responsabilidad a la que no respondimos en abril, ni tampoco en agosto cuando Nayaf fue atacada de forma similar: ¿Reponderemos ahora?

Rahul Mahajan publica el blog Empire Notes y da clases en la New York University. Ha viajado a Irak en dos ocasiones y ha estuvo informando desde Faluya durante el asedio del mes de abril. Su último libro «Full Spectrum Dominance: U.S. Power in Iraq and Beyond«, estudia la política estadounidense en Irak, las mentiras sobre las armas de destrucción masiva, los planes de los neoconservadores, los aspectos de las nuevas políticas imperiales de Bush, y la continuidad de las políticas de los demócratas y de los republicanos en Irak. Se le puede escribir a la dirección siguiente: [email protected]

http://www.dissidentvoice.org/Nov2004/Mahajan1108.htm



[1] N.T. Una libra equivales a 453,6 gramos.