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Entrevista a Alfredo Iglesias Diéguez sobre Faustino Cordón, el darwinismo, el materialismo y Josep Gibert

“Faustino Cordón no tiene nada que ver con el lysenkismo”

Fuentes: Rebelión [Imagen: Alfredo Iglesias Diéguez ante el monumento en 'Memoria ás mulleres loitadoras' en el IES Maruxa Mallo de Ordes. Créditos: Alfredo Iglesias Diéguez]

Alfredo Iglesias Diéguez (Vigo, 1966) es profesor de Geografía e Historia en el instituto Maruxa Mallo de Ordes (Galicia). Desde su juventud está vinculado a movimientos sociales, sindicales y políticos de izquierdas. Discípulo de Josep Gibert, con quien trabajó en Orce y Cueva Victoria desde 1984, algunos de sus temas de interés son la evolución humana, la historia desde abajo, la historia de la ciencia, la justicia social…


Salvador López Arnal.- Recibí una carta tuya hace unos días con dos apartados. El segundo lo titulabas así: “Cordón y el ‘lysenkismo’: una reflexión a partir de una lectura de Darwin, Cordón, Tort, Cunchillos y Teresa Cordón”. Era a raíz de una entrevista a Adrià Casinos sobre el libro Genética y estalinismo (Vilassar de Dalt: Montesinos, 2021) del que es coautor. Déjame preguntarte sobre algunas de las temáticas que apuntabas en tu carta.

¿España ha tenido su Lysenko particular?

Alfredo Iglesias Diéguez.- Como te decía en la carta a la que aludes en la presentación, motivada por una entrevista que tú le hiciste a Adrià Casinos, no tengo muy claro que en España hubiese una tendencia lysenkista patrocinada por el PCE. Ahora bien, aunque según cuenta, en sus “tiempos de estudiante estaba bastante extendida la creencia que Faustino Cordón respondía a una supuesta tendencia lysenkista española”, si el PCE tuvo a su Lysenko particular, tengo claro que no fue Faustino Cordón.

Salvador López Arnal.- ¿Quién fue Faustino Cordón?

Alfredo Iglesias Diéguez.- Faustino Cordón (1909-1999) fue un bioquímico y teórico evolucionista. Fue militante del PCE desde los tiempos de la República y como químico fue destinado a la fabricación de armamento durante la guerra, llegando a ser jefe de armamento en la Junta de Defensa de Madrid.

Durante el franquismo desarrolló su actividad científica al margen de la academia, en laboratorios privados, en los que trabajó en la elaboración de sueros y vacunas, aunque desde muy temprano desarrolló una serie de trabajos relacionados con la evolución de los seres vivos; de esa época es el libro Introducción al origen y evolución de la vida (1958). A partir de ese momento realiza una revisión sistemática del pensamiento de Darwin y de los neodarwinistas; de hecho es él quien traduce al castellano algunas obras de Theodosius Dobzhansky y de Ernst Mayr. En el año 1966 publica un libro en el que anuncia su nueva propuesta teórica, de la que hablaremos más adelante si te parece: La evolución conjunta de los animales y su medio. En los años de la Transición, Faustino Cordón tuvo un reconocimiento público importante, fue en esos años cuando se difundieron algunas de sus principales obras: Cocinar hizo al hombre (1979), La naturaleza del hombre a la luz de su origen biológico (1981) y, quizás su obra principal, Tratado evolucionista de biología (2 partes: 1978, 1994).

Algunas de las obras de Faustino Cordón que gozaron de una gran difusión en los años de la Transición. Créditos: Alfredo Iglesias Diéguez

En definitiva, Faustino Cordón siempre se movió dentro del marco establecido por el darwinismo y el materialismo, aunque en algunos aspectos se mostró crítico con la síntesis neodarwinista, como también lo hicieron Moto Kimura, Stephen Jay Gould o Lynn Margulis.

Salvador López Arnal.- ¿Un darwinista y materialista? ¿No lo es todo darwinista?

Alfredo Iglesias Diéguez.- Si me permites, voy a dar un rodeo.

Como acabo de decir, Faustino Cordón fue un evolucionista que desarrolló su trabajo científico dentro de los cinco principios establecidos por Darwin, que eran los siguientes:

  • la evolución es un hecho natural;
  • todos los seres vivos tienen un origen común;
  • la diversificación de las especies;
  • el gradualismo, y,
  • la selección natural.

Ahora bien, en el libro Los problemas de la biología actual y Darwin (1982), Cordón afirmaba que “a los cien años de la muerte de Darwin, no se puede ser un epígono suyo ni prescindir de él; hay que poseerlo, bien para olvidarlo o para fecundarlo, desde fuera, con el apoyo de numerosos datos de nuevo tipo proporcionados por las ciencias biológicas del siglo XX”. Es decir, no podemos ser darwinistas sin actualizar a Darwin.

Eso es lo que hicieron, entre el año 1937 y 1950, Theodosius Dobzhansky, Ernst Mayr, George Gaylord Simpson, Bernhard Rensch y George Ledyard Stebbins, quienes propusieron una nueva síntesis evolutiva que sostiene lo siguiente:

  • la herencia es particular y de origen genético;
  • existe una amplia variabilidad en las especies naturales;
  • la evolución se desarrolla en el seno de especies distribuidas geográficamente;
  • la evolución procede por modificación gradual de las poblaciones;
  • los cambios en las poblaciones son el resultado de la selección natural; y,
  • las diferencias observadas entre los organismos se deben a las adaptaciones.

Por esa razón, como decía en la respuesta anterior, a partir de los años sesenta del siglo XX surgieron numerosas críticas a la nueva síntesis darwinista; entre las cuales, se encuentran las siguientes:

  • los descubrimientos de la biología molecular son incompatibles con el darwinismo;
  • la especiación geográfica no es el único modo de especiación;
  • la evolución no es gradual, sino que es el resultado de ‘equilibrios intermitentes’;
  • la teoría sintética no explica satisfactoriamente la evolución ontológica (el desarrollo individual);
  • al considerar al gen como el nivel de actuación de la selección en el seno de los individuos, el darwinismo no es capaz de explicar los fenómenos macroevolutivos; y,
  • al desatender los procesos estocásticos y no tener en cuenta las limitaciones de la selección natural, el cuadro evolutivo propuesto por el darwinismo es erróneo.

Es en ese contexto crítico en el que hay que entender la obra de Cordón, como una renovación de la obra de Darwin en el contexto de los nuevos descubrimientos científicos. Una obra a la que me referiré más adelante con cierto detalle.

Espero que el rodeo haya valido la pena.

Salvador López Arnal.- Ha valido la pena. Mucha sustancia en muy pocas líneas. Hay que leerte y releerte.

Alfredo Iglesias Diéguez.- Ahora vayamos a la segunda parte de la pregunta: ¿no es materialista todo el darwinismo?

Supongo que sí, que todo darwinista debería ser materialista, pero tengo mis dudas al respecto. Me explico.

En el discurso evolucionista, fíjate que no me estoy refiriendo al hecho evolutivo, sino al conjunto de discursos que se elaboran en torno al hecho evolutivo, hay una cantidad enorme de contenidos no científicos, lo que Althusser denominó ‘filosofía espontánea’ de los científicos; es decir, de contenidos ideológicos. La razón es muy sencilla: vivimos en una sociedad postneolítica, por lo que nuestra sociedad es heredera de aquellas primeras sociedades jerarquizadas que explicaron nuestra presencia en el mundo como resultado de una creación divina, razón por la cual surgen fricciones entre el discurso sancionado como científico y nuestras creencias. La Iglesia no condenó a Newton por descubrir la gravedad universal, ni a Maxwell por descubrir el electromagnetismo, porque tales hechos no estaban explicados en la Biblia; condenó a Galileo y a Darwin porque ofrecieron una explicación científica a un hecho natural (el movimiento de traslación de la Tierra o la evolución biológica) que contradecía la palabra escrita en la Biblia. Recordemos que Josué dice: “Sol, detente en Gabaón, y tú luna, en el valle de Ajalón”, lo que quiere decir que es el Sol quién se mueve alrededor de la Tierra, del mismo modo que la Luna; asimismo, en el Génesis queda constancia de que el hombre (Adán) fue creado por Dios a partir del ‘limo terrae’: “Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente”.

En este sentido, quizá de una forma a lo mejor demasiado ligera, cuando dije que Faustino Cordón era materialista me refería a que su teoría está libre de ese discurso tan vasallo de las creencias religiosas.

Salvador López Arnal.- Se entiende bien lo que comentas sobre el materialismo de Cordón. Pero no todos los darwinistas lo son.

Alfredo Iglesias Diéguez.- Son demasiados los científicos, quizás Francisco Ayala sea el más conocido en España debido a que tiene una gran obra de divulgación, que a pesar de ser claramente darwinistas -Francisco Ayala es discípulo de Theodosius Dobzhansky y profesor en la universidad de Berkeley-, en sus obras de divulgación afirman que la Creación y la evolución son hechos complementarios. Asimismo, son también muy habituales los deterministas que consideran que todo está en los genes, a quienes siempre combatió Richard Lewontin, un darwinista que estudió la genética de poblaciones. O quienes sostienen, sin la más mínima prueba -más que las creencias derivadas de la interpretación de nuestras sociedades-, que los humanos somos seres agresivos por naturaleza, o que estamos imbuidos de un espíritu aventurero… O, por último, quienes actúan como si las actividades psíquicas propias de los seres humanos (lenguaje, pensamiento…) o su capacidad de elaboración de artefactos o de manipulación del espacio, surgiesen por ‘generación espontánea’ o de ‘una mutación genética’, evitando explicar como surgen esas capacidades (pensamiento, lenguaje, elaboración de artefactos…), en suma, la cultura, por medio de la selección natural a partir de nuestros antepasados. ¿Acaso evitan un conflicto con la Iglesia? O, incluso algo peor, ¿consideran que la cultura es una manifestación del alma divina?

Para marcar la diferencia con todos estos discursos que contienen una carga ideológica tan manifiesta, es por lo que insisto en que Faustino Cordón era materialista.

Salvador López Arnal.- De acuerdo, es justa la insistencia. ¿Hubo lamarckistas en España? ¿Nos precisas la noción de lamarckismo?

Alfredo Iglesias Diéguez.- Voy a empezar por la segunda pregunta. El lamarckismo es una teoría evolucionista en muchos aspectos coincidente con los cinco principios de Darwin; de hecho, podría compartir con el darwinismo de Darwin cuatro de esos principios, tan solo difiere radicalmente en el aspecto de la selección natural, ya que para Lamarck el motor del cambio evolutivo es la ‘herencia de los caracteres adquiridos’.

En este sentido, el lamarckismo, interpretado desde una perspectiva ortogenista y finalista, fue una teoría que gozó de bastante aceptación, sobre todo en Francia, donde en los primeros años del siglo XX Teilhard de Chardin difundió una teoría evolutiva inspirada en los postulados lamarckianos. No obstante, no fue hasta después de su muerte -al publicarse póstumamente su obra más importante: El fenómeno humano (1955)-, cuando ese finalismo evolucionista alcanzó una gran difusión por todo el mundo católico. Precisamente, por esa misma razón, quienes podrían ser considerados los lamarckistas españoles son esos evolucionistas finalistas de los años cincuenta y sesenta del siglo XX, principalmente Valeriano Andérez, Bermudo Meléndez o Miquel Crusafont, aunque en sus últimas obras Miquel Crusafont afirmaba que ‘Darwin es de los nuestros’, pero cuando escribió eso ya estábamos en el año 1976.

Además, en la actualidad, dentro de este contexto de crítica a la teoría sintética, existe una corriente que se dice a sí misma neolamarckiana. Esta corriente apoya esa crítica en dos aspectos: la epigenética, que sostiene que existen mecanismos que modifican de manera transmisible la expresión de los genes sin modificar la secuencia del ADN; y, en la herencia de los rasgos culturales (lenguaje, símbolos…). Obviamente, dos aspectos muy controvertidos, sobre todo el segundo, que es objeto de una profunda crítica por parte de toda la tradición materialista en el sentido que la acabo de definir.

Salvador López Arnal.- ¿En qué aspectos se centró el trabajo de Faustino Cordón?

Alfredo Iglesias Diéguez.- Los trabajos de Faustino Cordón se centraron en los siguientes aspectos:

  • el estudio de la evolución molecular y proteínica, fundamental para entender el surgimiento de los primeros seres vivos (basibiones, en la terminología de Faustino Cordón);
  • el análisis de las funciones enzimáticas y su papel en la evolución del metabolismo celular, fundamental para comprender la evolución de la célula;
  • el origen del animal en tanto que surgimiento de la experiencia animal, de la unidad evolutiva animal; y,
  • el origen de la conciencia, como toma de acción y experiencia, en este sentido, la conciencia surge del soma.

En consecuencia con estas investigaciones, Faustino Cordón desarrollo la teoría de las tres unidades de nivel de integración evolutiva (basibión, célula y animal), enunciada en los años finales de su vida y que desarrollaron posteriormente sus discípulos.

Asimismo, en el debate entre autonomistas y deterministas, Faustino Cordón se posicionó entre los autonomistas, razón por la cual se distancia de la deriva reduccionista de la teoría sintética, como la propuesta por Richard Dawkins. En este sentido, Faustino Cordón no es neodarwinista, del mismo modo que Richard Lewontin, el principal genetista de poblaciones, tampoco lo sería, por citar otro ejemplo de un reconocido darwinista.

Salvador López Arnal.- ¿Se puede hablar propiamente de cordonismo, como línea de investigación biológica?

Alfredo Iglesias Diéguez.- Después de todo lo dicho, no sé si se puede hablar de cordonismo, pero lo que sí tengo claro es que, a pesar de que la obra de Faustino Cordón no está suficientemente difundida, tiene continuidad en los trabajos de Chomín Cunchillos y Teresa Cordón, de modo directo, y de Guillaume Lecointre, a pesar de que no llegó a trabajar con Faustino Cordón. Aparte del papel que Patrick Tort realizó en la difusión internacional de su obra.

Salvador López Arnal.- ¿Quién fue Chomín Chunchillos?

Alfredo Iglesias Diéguez.- Chomín Cunchillos fue discípulo de Faustino Cordón, con quien trabajó entre 1985 y 1998, y uno de los principales exponentes de la teoría de las tres unidades de nivel de integración evolutiva; de hecho, es autor del libro Les voies de l’émergence: introduction à la théorie des unités de niveau d’intégration, (2014), en el que realiza una excelente exposición de la teoría de Faustino Cordón, introduciendo información procedente de su propia investigación, al proponer un modelo del origen de la vida a partir de la evolución molecular de donde procede las primeras proteínas o basibiones, explicada por mecanismos propios de la selección natural; así como un modelo de evolución de la célula (los vegetales son una asociación de células, no un nuevo nivel de integración evolutiva) y los animales.

Chomín Cunchillos, aunque era profesor de instituto en Madrid, estuvo vinculado en un primer momento a la Fundación para la Investigación de la Biología Evolucionista (FIBE), en la que trabajó con Faustino Cordón, y en el Institut Charles Darwin International (ICDI) hasta su muerte, que tuvo lugar en el año 2015.

Asimismo, fue un extraordinario crítico del pensamiento determinista y holista, de los que hablaremos más adelante si te parece.

Salvador López Arnal.- ¿Quién fue Patrick Tort? Añado otra complementaria: ¿es conocida la obra de Cordón fuera de España?

Alfredo Iglesias Diéguez.- Patrick Tort, preside el Institut Charles Darwin International (ICDI) y lleva desde los años noventa del siglo XX entregado a la edición crítica y en francés de la obra de Darwin. Con todo, aparte de ser bien conocido por esa actividad, la principal aportación de Patrick Tort a la teoría evolutiva darwinista es el concepto de ‘efecto reversivo de la evolución’, que se podría definir de la siguiente forma: la selección natural selecciona la cultura (a través de la selección de los instintos sociales), que se opone a la selección natural (debido a que se imponen un conjunto de normas y comportamientos antieliminatorios).

En cuanto a la segunda parte de la pregunta, la obra de Faustino Cordón tiene una cierta repercusión fuera de España, al menos si tenemos en cuenta tres aspectos:

  • primero, el primer volumen de su Tratado evolucionista de biología ha sido traducido al inglés y al ruso;
  • segundo, su obra fue objeto de difusión en el transcurso del congreso Pour Darwin (1997), dirigido por Patrick Tort; y,
  • tercero, Les voies de l’émergence: introduction à la théorie des unités de niveau d’intégration, (2014), de Chomín Cunchillos, libro que constituye una excelente introducción al pensamiento de Faustino Cordón y a su teoría de las tres unidades de nivel de integración evolutiva.

Supongo, de todas formas, que la obra de Faustino Cordón no está suficientemente difundida.

Salvador López Arnal.- ¿Conociste personalmente a Faustino Cordón? ¿También a sus discípulos?

Alfredo Iglesias Diéguez.- Sí. Tuve el enorme placer de conocer a Faustino Cordón, a quien visité en la FIBE (y en una ocasión en su casa), entre los años 1995 y 1998. Fueron años de intensas conversaciones, algunas grabadas. Si a José Gibert le debo mi formación científica -digamos práctica-, Faustino Cordón me obligó a poner en orden todas mis lecturas teóricas, por lo que considero esas conversaciones muy fructíferas en lo que respecta a mi formación teórica.

Además, fue él quien me puso en contacto con Patrick Tort en el momento en que estaba organizando el congreso Pour Darwin (1997), en el que tuve el placer de participar como invitado con una ponencia encuadrada en la cuarta jornada, en la que se presentaban las diferentes líneas de investigación darwinistas.

También gracias a Faustino Cordón pude conocer a Chomín Cunchillos, una excelente persona con quien mantuve contacto hasta su muerte, y a Teresa Cordón, la hija de Faustino, con quien perdí el contacto a la muerte de su padre.

Salvador López Arnal.- Insisto en un punto ya comentado, discúlpame. Se habla en ocasiones de la lectura materialista del darwinismo. ¿En qué consiste esa lectura?

Alfredo Iglesias Diéguez.- Partiendo de la ‘definición’ expuesta en una pregunta anterior, entiendo que son materialistas los discursos científicos libres de interferencias ideológicas de cualquier tipo: holistas (todo está estrechamente entrelazado en el universo, desde las partículas más elementales hasta nuestra conciencia), reduccionistas (todo está en nuestros genes) o concordistas (aquellas que defienden que la evolución y la Creación están en concordia).

En este sentido, ya que estamos hablando de este grupo de autores, tanto Patrick Tort, como Chomín Cunchillos o el propio Faustino Cordón, en alguna de sus obras realizaron algún tipo de crítica a los discursos que, en nombre de Darwin, legitimaban algún tipo de desigualdad o construían alguna distopía. Ahí están, por ejemplo, las denuncias al socialdarwinismo o a la sociobiología, o a las teorías holísticas y, por supuesto, a las teorías del ‘diseño inteligente’ y, en general, a todos los discursos que interpretan el hecho evolutivo de modo distorsionado.

Salvador López Arnal.- ¿Y qué tienen de malo las teorías holísticas, las cosmovisiones que sostienen que todo está estrechamente conectado en el universo?

Alfredo Iglesias Diéguez.- Si no ando muy confundido, creo que fue Aristóteles quien sostuvo en su Metafísica que “el todo es mayor que la suma de sus partes”. Si consideramos este postulado como el fundamento de un modo de entender las cosas en su totalidad, en su complejidad global, ya que solo así se pueden apreciar los procesos que interactúan entre las partes, en principio, nada que objetar. Es posible que ahora diga alguna incorrección epistemológica, pero con esa ‘definición’ tan genérica, supongo que el pensamiento de Spinoza o Marx serían holistas. ¿Acaso no fue Marx quién nos enseño a comprender la historia como un proceso en el que interactúan las diferentes partes de un todo?

No obstante, en la tradición evolucionista de la que venimos hablando, el holismo tiene unas connotaciones místicas peligrosas. Me explico. El fundamento del holismo evolucionista en general y antropológico en particular, se encuentra en la obra La evolución creadora (1907), de Henri Bergson, quien sostenía que la vida no podía reducirse a un conjunto de procesos físico-químicos mecánicos, sino que estaba sostenida por un ‘élan vital’, una fuerza invisible que dirige la evolución y el desarrollo de los organismos. Por otra parte, esta idea de ‘evolución creadora’ está recogida en el texto que funda el holismo: Holismo y evolución (1926), de Jan Smuts.

Esta fuerza invisible serie la ‘conciencia’ que guía la evolución y que constituye el fundamento de toda la teoría finalista desarrollada por Teilhard de Chardin y continuada por Valeriano Andérez, Bermudo Meléndez y sobre todo Miquel Crusafont, que identificó una ley fundamental que guiaba la evolución: la ley de la complejidad-conciencia, cuya línea de atajo, que unía el alfa (la Creación) con el omega (el reencuentro con Dios), culminaba en Homo sapiens.

Me voy a permitir un inciso personal antes de continuar. Recuerdo que en 1985, cuando entré por primera vez en el Museo Paleontológico de Sabadell (hoy Institut Català de Paleontologia Miquel Crusafont), me impresionó un panel, que destacaba sobre cualquier otra cosa en la entrada del Museo, que ilustraba la teoría de la complejidad-conciencia de Miquel Crusafont, quien había muerto dos años antes. En ese momento el director del Museo era José Gibert; cuando lo destituyeron por razones políticas -para nada científicas-, el siguiente director tiró a la basura aquella ‘reliquia’ del pensamiento científico finalista, supongo que la razón era que el signo de los tiempos apuntaba en otra dirección y ese ‘árbol evolutivo’ estaba errado. ¡Los museos también tienen que ser museabilizables y la historia de la ciencia tiene que tener un hueco en los museos!

Cuadro evolutivo de los vertebrados que presidía la entrada del Museo Paleontológico de Sabadell hasta bien entrado los años ochenta. Créditos: lámina incluida en el libro La evolución (1976)

Vuelvo al asunto. Partiendo de estas bases, el holismo evolucionista actual que remite entre otros postulados al ‘principio antrópico’, de John Barrow y Frank Tipler, o las teorías de Hubert Reeves, pretende explicar que todo en el universo está predeterminado para garantizar nuestra existencia o, dicho de otro modo, la vida inteligente -que es autoconsciente-, es el último peldaño evolutivo y posiblemente el objetivo del desarrollo del universo. Esta gente, hasta donde yo llego -conozco personalmente a un holista que es una persona absolutamente entrañable: pacifista, vegetariano…-, no habla directamente de Dios, pero tiene una conciencia absolutamente espiritual.

En este sentido, el holismo renueva el finalismo del siglo XX para transformarlo en una nueva teoría que, junto con la teoría del diseño inteligente y otras teorías concordistas, constituyen un nuevo intento de presentar lo que no es más que una creencia religiosa o mística como una teoría científica.

Salvador López Arnal.- Me has hablado en alguna ocasión de tu teoría-conjetura de los tres niveles de acción. ¿Nos la puedes resumir?

Alfredo Iglesias Diéguez.- Intentaré no salirme mucho de los marcos de la pregunta… Aunque sé que la primera parte de la respuesta va a parecer un rodeo prescindible. A pesar de eso, me arriesgo.

Mi aproximación al hecho evolutivo tuvo una motivación -aunque sea muy, muy, muy, indirecta- religiosa. Me explico: mi abuelo, que estuviera a punto de tomar los hábitos, fundamentaba su ateísmo en dos cuestiones: el origen biológico del ‘hombre’ y la naturaleza exclusivamente humana de Jesús (recuerdo que tenía una explicación racional para todos los milagros). Fueron los paseos que daba con mi abuelo los que me hicieron desarrollar una verdadera pasión por la ‘cuestión de los orígenes’; no obstante, aunque la evolución biológica siempre me interesó, lo que realmente me interesaba era la evolución social y cultural. Por esa razón desde muy temprano realicé lecturas que me ayudaran a encontrar respuestas, incluso fue a una edad muy temprana cuando me vinculé a José Gibert, mi maestro.

Durante mis años de formación académica pude acumular una ingente cantidad de conocimientos (complejos líticos, edades, lugares…), pero no había respuestas a esa necesidad ‘infantil’ de ‘explicarle a mi abuelo -que murió en 1990 con 82 años, yo en ese momento tenía 24 años-, que estaba seguro de que no había habido ningún tipo de intervención divina en la formación del género Homo’. Recuerdo que un par de horas antes de su muerte, después de rechazar la presencia de un cura en su habitación, me preguntó: ‘Alfredo, ¿estás seguro de que somos descendientes de los Australopithecus?’ A él le reconfortó la respuesta que le di, pero a mí no. Tenía que poder explicar el proceso de emergencia de nuestro pensamiento, de nuestro lenguaje, de nuestra capacidad de elaborar artefactos…, en definitiva, de nuestra cultura, de forma materialista, en el sentido que llevo usando ese término.

Fue en ese momento cuando José Gibert me propuso un proyecto de investigación que lo cambió todo: lo que pudo haber sido el análisis de un yacimiento más en el conjunto de yacimientos del Plio-Pleistoceno ibérico, acabo siendo una profunda reflexión a medio camino entre la filosofía de la ciencia y la historia de la ciencia que amplié con mi Tesis de doctorado. Fue en esos años de investigación cuando conocí a Faustino Cordón, a Chomín Cunchillos y a Patrick Tort. Recuerdo que fue durante una conversación con Faustino Cordón cuando me surgió una respuesta materialista a la emergencia de la cultura. A partir de ese momento tenía dos cosas por hacer: terminar la Tesis y ponerme manos a la obra en esa nueva investigación. La Tesis la leí en 1998, a partir de ese momento me puse manos a la obra para buscar los fundamentos biológicos del psiquismo humano: pensamiento, lenguaje y elaboración de artefactos (así se tituló el tema que no llegué a defender en una oposición a profesor titular de universidad, fui un kamikaze, ya que no tenía ninguna vinculación con la universidad).

Ahora vamos a la pregunta. Hasta este punto todo era prescindible.

Salvador López Arnal.- No, no lo ha sido, es muy interesante lo que has explicado.

Alfredo Iglesias Diéguez.- La teoría-conjetura que te decía, se puede resumir de esta forma:

Los seres humanos, como animales sociales, existimos en un medio con el que interactuamos como sociedad de tres formas diferentes, los llamados niveles de acción:

  • la percepción del medio, a través de los sentidos -cuyo órgano de recepción es diferente según el cuerpo de cada especie-;
  • la intervención en el medio, es decir, las estrategias adaptativas relacionadas con la locomoción y la alimentación y la elaboración de artefactos, un conjunto de acciones que se manifiestan en el espacio, el tiempo y los cuerpos; y,
  • la representación del medio, es decir, el pensamiento y el lenguaje.

En este sentido, el pensamiento y el lenguaje surgen como una representación del medio con el que los primeros representantes del género Homo interactuaban para sobrevivir como especies de una forma determinada por el cuerpo de cada especie.

Recuerdo que con los datos que disponíamos en torno al año 2000, el paradigma clásico no explicaba bien surgimiento de la elaboración de artefactos, no digamos ya del pensamiento, el lenguaje o la conciencia… Nuestro primer trabajo -digo nuestro porque trabajé en ello con José Gibert-, fue ‘ordenar’ todos esos datos de acuerdo con nuestra propuesta metodológica… el resultado fue sorprendente, se aclaraban muchas cosas.

En todo este trabajo el papel de Faustino Cordón, así como el de Chomín Cunchillos y Patrick Tort, fue mostrarme los errores que subyacen al determinismo biológico, de los que yo ya era consciente, pero en esta ocasión me ofrecieron herramientas teóricas de las que no disponía antes.

Salvador López Arnal.- Te cito: “En eso estuve entre 1998 y 2007, la muerte de Cordón, la marcha a París de Chomín y la muerte de Gibert, me dejaron sin fuerzas…” ¿Nos resumes de nuevo tu relación con Gibert?

Alfredo Iglesias Diéguez.- A José Gibert lo conocí en un momento fundamental de mi vida. Era el año 1984, concretamente -recuerdo perfectamente el momento-, el 17 de mayo, asistí a una conferencia que iba a pronunciar en el Museo Arqueológico Nacional (Madrid); me desplacé desde Vigo. Tenía 17 años y estaba estudiando 3º de BUP. Al finalizar la conferencia -y después de hacer un par de preguntas desde el público-, le aborde cuando consiguió deshacerse de la prensa. Tenía prisa y quedamos en que hablaríamos por teléfono, y así fue.

Aquel año participé en las excavaciones que dirigía en Venta Micena (Orce), me apunté en el primer turno para tener la posibilidad de renovar y poder estar más tiempo. Estuve con él desde el 4 de julio hasta finales de septiembre. Mi relación científica con él se mantuvo hasta el día de su muerte, en el año 2007; hoy aún sigo estando en el grupo de trabajo que de alguna manera intenta continuar su legado. De hecho, este año nos gustaría celebrar el 40º aniversario del descubrimiento del ‘hombre de Orce’.

A él le debo mucho más que mi formación científica, él me dirigió -al menos parcialmente- la Tesis de licenciatura (1993) y mi Tesis de doctoramiento (1998); le debo también, al menos en parte, una forma de entender y estar en el mundo.

Alfredo Iglesias Diéguez durante su defensa de Tesis de doctoramiento ante su maestro, José Gibert, y el tribunal: Carme Olaria, Alfonso Moure Romanillo, Yves Coppens y Tito Varela el 18 de abril de 1998. Créditos: El Correo Gallego

Salvador López Arnal.- ¿Has podido recuperar esas fuerzas a las que antes aludías?

Alfredo Iglesias Diéguez.- Es complicado. Siempre viví al margen de las instituciones científicas y universitarias, pero la presencia de Gibert me vinculaba a una institución científica y me permitía mantener un cierto nivel de investigación y de publicaciones en revistas científicas. Debo de ser uno de los pocos docentes no universitarios que publicó en Antiquity, Human Evolution o L’Anthropologie -por ejemplo- y que tiene capítulos en libros editados en la Princenton University, en la Oxbow Books o en la PUF -por poner otros ejemplos-, pero esas puertas creo que -tras la muerte de José Gibert-, las tengo cerradas; aunque estoy escribiendo unos párrafos para un artículo con los antiguos colaboradores de José Gibert para la revista de la Academia de Ciencias de China. A ver en qué queda.

Salvador López Arnal.- Te interrumpo: me da que sí, que debes ser uno de los pocos profesores de enseñanza media que cuenta con ese tipo de publicaciones. ¡Enhorabuena! Yo mismo lo ignoraba.

Alfredo Iglesias Diéguez.- En los últimos años publiqué un pequeño artículo exponiendo mi teoría-conjetura en el libro homenaje a José Gibert, publicado en el año 2017, pero después de eso no volví a escribir nada. No obstante, sigo sumando pruebas por si en algún momento tengo la oportunidad de escribir algo con finalidad científica o divulgativa.

De todas formas, algún día me gustaría publicar una síntesis divulgativa de todo lo que llevo trabajando desde hace tiempo, de lo que esta teoría-conjetura es una parte. En cierto sentido, a veces pienso que tengo la obligación moral de publicar una historia social de la humanidad que nos libere de la tutela de los amos y de los dioses, no sé si me explico.

Salvador López Arnal.- Te explicas, te explicas muy bien. ¡Mucho ánimo para escribir esa historia social liberadora que muchos deseamos leer!

¿Quieres añadir algo más?

Alfredo Iglesias Diéguez.- Creo que ya dije demasiado, por lo menos si tenemos en cuenta que el origen de esta conversación fue un correo, de apenas un párrafo, comentando una entrevista de Adrià Casinos.

Me ha gustado mucho responder a tus preguntas.

Muchas gracias, querido Salvador.

Salvador López Arnal.- Gracias a ti, querido y admirado Alfredo.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.