Últimamente los grandes medios de prensa y el Pentágono se han solazado en presentar a las tropas de ocupación en Iraq como dueñas y señoras de la situación, en sospechosas ¿táctica?, ¿dejadez informativa? Algo que impele a un análisis, no importa si recurrente, que muy bien podría comenzar con el reconocimiento de que, sí, el […]
Últimamente los grandes medios de prensa y el Pentágono se han solazado en presentar a las tropas de ocupación en Iraq como dueñas y señoras de la situación, en sospechosas ¿táctica?, ¿dejadez informativa? Algo que impele a un análisis, no importa si recurrente, que muy bien podría comenzar con el reconocimiento de que, sí, el ejército ocupante logró evitar un mayor número de pérdidas de sus efectivos en los tres meses finales de 2007 con respecto al trimestre anterior.
Pero ¿significa esto que estemos ante el comienzo del fin de la rebelión nacionalista en la vetusta Mesopotamia? No, respondemos con una miríada de observadores. Si bien es cierto que en diciembre los muertos entre los soldaditos gringos sumaban solo 19, «magra» cifra en comparación con la de mayo, cuando pasaron a «otra vida» nada menos que 135 por obra y gracia de los tiros y las bombas provenientes de la guerrilla, recordemos que en el año la cantidad total de bajas estadounidenses resultó la más nutrida desde el inicio de la invasión (marzo de 2003): 901 cadáveres, sin contar 47 británicos y nueve de otros países implicados en la embestida. (A esas alturas se contabilizaban, en total, entre los norteamericanos, más de tres mil 900 muertos, más de 28 mil 600 heridos, más de 30 mil 100 enfermos físicos y psicológicos.)
Claro, algunos desavisados no cargarán con una enorme culpa de apreciación, pues, en honor a la verdad, si a comienzos del año 7 de este siglo el ejército de los EEUU parecía aferrarse como un náufrago a su tabla, 365 días después «unidades de EEUU patrullan (patrullaban) pacíficamente distritos de Bagdad donde antes enfrentaban emboscadas en cada esquina», en el decir de Patrick Cockburn, del diario The Independet.
¿Por qué esa situación? En nuestro criterio, no se debía al aumento de efectivos ni a las tácticas contrainsurgentes. Sino a que algunos grupos sunitas estaban colaborando en el enfrentamiento de Al Qaeda, y los yanquis aprovecharon la tregua para financiar más fuerzas locales que se enfrentaran a la resistencia – iraquizaban (iraquizan) la guerra, tal como vietnamizaron una en que, por cierto, cosecharon la más estruendosa derrota-. Mientras, las fuerzas del Tío Sam se retiraban a sus bases; a buen resguardo, ¿no?
Iraq o la verdadera historia
Una de las «magnas» medidas del trajinado año fue el lanzamiento de una oleada de tropas por el Gobierno estadounidense, a mediados de febrero, con el objetivo de mejorar la seguridad en Bagdad, rebosante de cuerpos inertes en cualquier esquina, y en la provincia de Al- Anbar, las dos zonas entonces más violentas. Ya en junio, los más de 20 mil recién estrenados efectivos hacían engrosar las filas a 160 mil. Para el otoño había más de 175 gringos en estado de alerta perenne, y aunque la Casa Blanca se felicitaba de que, a la sazón, los ataques contra sus muchachos disminuían sustancialmente, se reportaban más de dos mil al mes.
Ah, una encuesta de ABC/BBC develaba que el 98 por ciento de los sunitas y el 84 por ciento de los chiitas deseaba (desea) que las tropas foráneas regresaran (regresen) a sus países. Y eso que los habían «redimido» de la violencia con medidas inimaginables. Incluso, Bagdad fue dividido según líneas sectarias; barrios enteros están ahora rodeados de muros de cemento, de varios metros de altura, con estrictos controles de seguridad… La capital es una ciudad fantasma, como la describen los visitantes; las calles, las tiendas, las universidades y los negocios están vacíos, y los que permanecen en ella prefieren esconderse y no moverse, a menos que sea imprescindible, eludiendo la desenfadada manera de disparar de los soldados extranjeros y de la policía dizque nacional.
Si seguimos al académico cubano Omar Rafael García Lazo, la demostrada capacidad de ataque de la resistencia, especialmente de los grupos chiitas dirigidos por el clérigo Muqtada al Sadr, y de otros, sunitas ellos, y la consolidación de Irán como potencia emergente en la zona han forzado a los Estados Unidos a negociar con todas las partes en la búsqueda de la anhelada estabilidad, pues resulta de vital importancia para Washington mitigar las críticas internas, lograr más fondos para la guerra y amortiguar la caída del prestigio del Partido Republicano en un año electoral. Asimismo, asegurar en la región la influencia estratégica, tanto política como militar, que comienza a ceder, conforme a más de un entendido.
Ahora, ante la evidente redestribución sectaria del país, cuyo clímax resulta una guerra civil negada por la Casa Blanca, la administración del inefable George W. Bush se ha visto obligada a probarlo todo. Luego de la concepción puramente militar, el aceleramiento de la segregación y la matanza sectarias, apoyando y alentando el conflicto entre grupos, de modo tal que se produzca en el menor tiempo posible la homogenización étnico-religiosa por zonas, y, así, disminuir la violencia.
Como la resistencia iraquí no cuenta con líderes únicos, sino que está constituida por cientos organizaciones de libre albedrío y escasa conjunción de planes, las cuales se disputan espacios de poder, los ocupantes han jugado la baza de un equilibro entre los grupos confesionales que les propicie la primacía en la toma de las decisiones, mediante la influencia a nivel local y la búsqueda de control sobre las masas base de cada agrupación o tribu, por separado.
De la panoplia yanqui para deshacer el entuerto se destacan armas como la creación de las Fuerzas Despertar, milicia de corte tribal que, según el Pentágono, congrega 80 mil efectivos de mayoría sunita, los cuales reciben mensualmente, per cápita, cerca de 300 dólares del contribuyente estadounidense. Paralelamente, Washington impuso la aprobación en el Parlamento iraquí de la Ley de Justicia y de la Transparencia, que permite a ex miembros del Partido Baas y a ex funcionarios del antiguo Gobierno de Saddam Hussein, sunitas los más, volver a ocupar cargos públicos, si están libres de acusaciones por crímenes.
Por supuesto, todo tiene un límite. Porque, a ojos vista, ya no están dando los frutos esperados los 17 millones de dólares «inyectados» para granjearse simpatías en uno y otro bando. Paradójicamente, esta situación aviva los enfrentamientos interconfesionales en lo político y lo militar, y muchos atropellos de determinadas milicias… bajo el amparo de los soldados norteamericanos.
Diversos analistas consideran, con razón, que el cambio de las circunstancias ha conllevado un repliegue táctico de las principales organizaciones rebeldes, algo que no indica una reducción de sus capacidades ofensivas, demostradas con largueza en estos años de guerra. Miren si la rebeldía existe que, como señala un cable de agencia noticiosa, «desde el 1ro de enero las fuerzas estadounidenses y del Gobierno iraquí han estado llevando a cabo una importante ofensiva, llamada Fénix Fantasma, contra grupos de la resistencia de base árabe sunita en el norte de Iraq». En lo que va de 2008, USA ha perdido ya más de 60 efectivos, lo que desmiente con creces el optimismo panglossiano que muestran prensa y personeros de la administración de Bush.
A no dudarlo, si el panorama fuera como aquellos lo pintan, tan rosa, en su reciente y sorpresiva visita a Iraq el secretario de Defensa Robert Gates no hubiera anunciado que la retirada de los cerca de 30 mil militares desplegados el año pasado se realizará lentamente, en la medida de lo posible. Y lo dijo en medio de nuevos atentados contra los invasores. Y poco antes de que el jefe del Estado Mayor Conjunto de su país describiera a las fuerzas armadas gringas como cansadas, desgastadas y diezmadas tanto en Iraq como en Afganistán y «sin la posibilidad de volver a casa en grandes cifras en corto plazo». Y teniendo como contexto un proyecto de presupuesto que incluye 70 mil millones de dólares para dos guerras (que han consumido ya 440 mil millones), sin contar los sonantes 515 mil 400 millones destinados a los «gastos corrientes del Pentágono».
Pero qué importan a los gerifaltes del imperio las calculadas bajas iraquíes bajo la ocupación: ¡un millón 200 mil! Ellos proseguirán con el sonsonete de la disminución de la violencia, aunque esto no pase de desiderátum, que no realidad, pues, a todas luces, las pugnas confesionales continuarán (¿acaso Bush no logró lo inédito: kurdos contra sunitas, chiitas contra sunitas, chiitas y sunitas contra kurdos…?). Como continuarán la profundidad, la densidad de un tremedal donde los invasores gringos parecen saurios confundidos pero empecinados. Empecinados en hacerse del petróleo. ¿A qué más?