Si se trata del espectáculo de ver como los escombros, la pobreza, las guerras y la salvedad de las enfermedades presentan al continente africano, tanto en Wiriko, como desde otros colectivos que trabajan por desestereotipar estos discursos en español (Afribuku, África no es un país, el Centre d’Estudis Africans de Barcelona o el Festival de […]
Si se trata del espectáculo de ver como los escombros, la pobreza, las guerras y la salvedad de las enfermedades presentan al continente africano, tanto en Wiriko, como desde otros colectivos que trabajan por desestereotipar estos discursos en español (Afribuku, África no es un país, el Centre d’Estudis Africans de Barcelona o el Festival de Cine Africano de Córdoba) estamos vacunados. Pero el estado de alerta está presente. Siempre y sin remedio. Y más cuando desde hace unos meses las noticias que llegan desde los medios de comunicación tienen como máximo denominador palabras como ébola, prevenir, misioneros, aislar, refugiados, inmigración o pateras. Algunas son clásicas. Otras irrumpen con fuerza para desestabilizar cualquier intento de mostrar, también, la otra cara de los países africanos que pocas veces se muestra. Y claro, la pregunta (una de tantas) podría ser: ¿cuánto cuesta mediatizar el dolor? ¿Cuál es el precio de mostrar con un gran angular la miseria de la indefensión?
Quizás la respuesta, y sirva como un «noejemplo», la tengan en Mediaset que desde ayer emite en Telecinco un reconocido programa de «asuntos varios» por la mañana (llamados magacines matinales) y que presenta Ana Rosa Quintana desde un barrio en Gaza. La brusquedad del espectáculo de ver que mientras las ruinas ceden pequeñas grietas de esperanza renovada a los gazatíes que reconstruyen la nada, se intercala con asuntos de prensa rosa es indescriptible. La banalización de la vida y la muerte de la cordura podría ser el título del programa.
Es algo parecido a lo que desde hace un siglo nos tiene acostumbrados la industria de Hollywood cuando enseña su visión sobre África, a la literatura de aventuras que ha buceado en la abundancia de las imperfecciones y clichés al describir culturas y países africanos o a ciertas campañas publicitarias de instituciones y fundaciones de renombre internacional que siguen mostrando una imagen muy determinada del continente. Sólo por recordar: 54 países, más de 30 millones de kilómetros cuadrados, más de 2.000 lenguas… Pero nuestro contenedor de conceptos, que acrecientan el miedo cuando hablamos de África, se sigue reconociendo en la información que consumimos.
Siguen siendo necesarias narraciones que nos permitan acercarnos a lo que pasa en tantas escuelas africanas, a sus bodas, a sus programas de televisión, a sus parodias políticas, a sus bromas e ironías, a los cotilleos de alcoba familiares, a sus sueños. Después tendríamos que dejar que fluyeran las (estas) imágenes. Y quizás la venta del sufrimiento para su consumo quedaría aparcada con el letrero: fin de existencias.
Desde el continente, precisamente, llega el documental Framed, dirigido por la directora Cassandra Herman y el antropólogo sudafricano Kathryn Mathers, que explora las imágenes y los mitos que provocan que África sea vendida como víctima. Framed pretende mostrar las representaciones populares de África y los africanos que se tienen en Occidente (especialmente en EE.UU.) a través de tres protagonistas: el periodista y activista keniano Boniface Mwangi, fundador de PAWA254; el escritor y también keniano Binyavanga Wainaina; y el educador sudafricano Zine Magubane. Reconociendo que la gente quiere «hacer el bien en África», el documental plantea preguntas acerca de los privilegios, el poder y la mala representación que surge de la relación de ayuda.
Framed es una historia visual que intenta deconstruir el concepto de África como un lugar de necesidad y de esperanza. Un trabajo que les ha llevado a sus directores 10 años de investigación. Pero es complicado de pensar. ¿Cómo cambiar estas imágenes? Imágenes que a veces tienen más poder y autoridad que los popios protagonistas. Un encuentro entre África y Occidente que cuestiona y nos hace reflexionar sobre conceptos como «salvar» y «salvados». Porque ¿quién es realmente el que se beneficia de nuestra «caridad» en África ? ¿Es el africano que aparece en la última campaña solidaria pidiendo comida? O , ¿es el occidental valiente que en la parte superior de un camión ayuda a bajar sacos de arroz mientras recibe aplausos de la comunidad internacional? Las respuestas no son nunca dicotómicas por lo que el debate quedará servido. Próximamente en las pantallas… Y dará que hablar.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.