Hasán Yaber Salman se movía con grandes dificultades. El dolor le hacía contraer el rostro. Su cuerpo era una sucesión de vendajes. Cuatro balazos en la espalda y tres en la mano. «¿Por qué nos atacaron? ¡Soy un hombre que defiende la ley! ¿Dónde están los derechos humanos que EEUU venía a defender? ¡Nos han […]
Hasán Yaber Salman se movía con grandes dificultades. El dolor le hacía contraer el rostro. Su cuerpo era una sucesión de vendajes. Cuatro balazos en la espalda y tres en la mano. «¿Por qué nos atacaron? ¡Soy un hombre que defiende la ley! ¿Dónde están los derechos humanos que EEUU venía a defender? ¡Nos han traído a criminales que nos asesinan en las calles!», clamó mientras le temblaba el cuerpo. El abogado de 50 años ni siquiera podía tenderse en la cama a causa de sus heridas. Su relato provocaba explícitos meneos de cabeza de los demás presentes en el centro sanitario. «¡Criminales!», masculló otro iraquí que asistía a la conversación.
La indignación que se respiraba ayer en el hospital Yarmuk era consecuencia de la controversia desatada en Bagdad por el tiroteo que protagonizó el domingo un convoy de mercenarios de la firma Blackwater que, según los responsables de Yarmuk, causó al menos 12 muertos.
Y la polémica está lejos de alcanzar su clímax. Los testimonios recabados por EL MUNDO entre dos supervivientes y varios testigos contradicen radicalmente la versión de Blackwater y Washington. Los iraquíes hablan sin ambages de «masacre» y todos niegan que los vehículos norteamericanos fueran atacados antes de que comenzaran a disparar.
«Los civiles a los que supuestamente se les disparó eran en realidad enemigos armados. El personal de Blackwater respondió de manera defensiva. Los profesionales de Blackwater defienden de manera heroica las vidas de americanos en una zona de guerra», señaló Anne Tyrrell, una de las portavoces de la empresa de seguridad, al diario The New York Times.
Sin embargo, tanto Hasán como Sami Jawas Hamud -dos heridos que todavía permanecían ayer ingresados en el hospital Yarmuk- afirmaron que los cuatro coches todoterreno, cada uno con dos tiradores erguidos que portaban ametralladoras, iniciaron el tiroteo de manera sorpresiva y sin aviso.
«Uno de los vehículos venía en dirección contraria y, para abrirse camino, embistió mi coche y después empezó a disparar. Me alcanzaron tres balas, dos en el muslo y una en la espalda», manifestó Hamud, un taxista de 42 años. «Nadie les atacó. Mataron a una mujer y a su niño pequeño que iban en un coche que ardió. Tiraron contra la policía. Fue una verdadera masacre», añadió.
Hamud, Hasán y el resto de los testigos admiten que antes de la refriega se escuchó una explosión en la lejanía, en el barrio de Al Mansur, separado de Nisur por casi 500 metros de avenida y edificaciones como la llamada Torre de Sadam. «¡Pero esta gente estaba en Nisur, muy lejos!», acota Hamud.
«Dispararon al menos 15 minutos. Todos llevaban esas gafas negras que tienen y ropas civiles. Intenté salir del coche y caí sobre el asfalto. Volví a levantarme y a caer de nuevo hasta que los policías pudieron trasladarme al hospital. Todo estaba lleno de cuerpos regados por el suelo y había un coche en llamas», explica el taxista.
El relato de Hamud coincide con el de Hasán. El tampoco asistió a ningún asalto de «enemigos armados» contra la milicia de Blackwater. «Estaban en la Plaza y habían cerrado todos los accesos. Nos dijeron a gritos que nos volviéramos: ‘¡Go back, go back!’ [atrás, atrás]. Di media vuelta con el coche pero no pude avanzar mucho antes de que me ametrallaran por la espalda. Por eso tengo todas las heridas detrás», refiere. «No había ningún peligro. Simplemente odian al pueblo iraquí», añade.
En la Plaza Nisur, los empleados del ayuntamiento capitalino continuaban con los trabajos de adecentamiento del enclave que mantienen desde hace semanas para reparar los daños que provocó un suicida que hizo explotar un coche bomba en el túnel adyacente el 30 de abril. A un costado todavía se podía divisar uno de los automóviles parcialmente calcinados que dejó el trágico evento del domingo.
Abú Mustafa, un trabajador de 50 años que regaba las flores de la glorieta, rememoró cómo él mismo tuvo que refugiarse en la fuente vacía cuando los «criminales» de Blackwater abrieron fuego. «Eran cuatro vehículos que salieron de la Zona Verde, cortaron las tres calles de acceso a la plaza y empezaron a disparar. Tiraron contra un autobús de dos pisos y mataron a tres o cuatro de mis compañeros del ayuntamiento. Nadie les amenazaba. Disparaban como locos».
La ‘guardia pretoriana’ del presidente Bush (por Carlos Fresneda)
NUEVA YORK.- Creada por un ex soldado de élite del cuerpo de marines, Blackwater se ha convertido en el ejército de mercenarios más poderoso del mundo y en «una especie de guardia pretoriana de la Administración Bush en la guerra contra el terror», según el periodista de investigación Jeremy Scahill, autor del libro Blackwater. El objetivo, dice, es «crear un ejército de patriotas temerosos de Dios, bien pagados y entregados a la causa de la hegemonía de EEUU, apoyados por soldados peor pagados y de países del Tercer Mundo».
El fundador.
Erik Prince, de 38 años, fundó Blackwater en 1996 con la herencia que le dejó su padre, que hizo fortuna fabricando accesorios para automóviles en Michigan. Ha donado millones de dólares al Partido Republicano y es simpatizante de la ultraderecha cristiana.
La expansión.
Lo que empezó como un pequeño campo de adiestramiento en Carolina del Norte es hoy la mayor compañía de soldados privados del mundo, con 2.900 efectivos desplegados en nueve países, 21.000 en la reserva y una flota de 20 aviones y helicópteros de combate.
Mercenarios.
A través de Greystone, compañía establecida en Barbados, ha reclutado mercenarios de países como Filipinas, Nepal o Colombia y ha facturado más de 500 millones de dólares en contratos con el Gobierno de EEUU (sin incluir el dinero negro de operaciones secretas).
Irak.
La protección del procónsul Paul Bremer, el hombre más odiado de Irak, fue la puesta de largo de Blackwater. Pronto se convirtieron en objeto codiciado de la insurgencia, que llegó a ofrecer 50.000 dólares a quien matara a uno de sus guardias. Cuatro fueron asesinados, quemados y colgados en un puente cerca de Faluya en marzo del 2004. La compañía mantuvo más de 1.000 soldados privados en Irak y siguió velando por los embajadores John Negroponte y Ryan Crocker. En octubre de 2005, afloró un vídeo que muestra a varios contratistas disparando contra civiles. Ahora, el Gobierno iraquí ha decidido «revisar el estatus de las fuerzas de seguridad extranjeras» tras la supuesta muerte injustificada de civiles a manos de los guardias de Blackwater. Actualmente, hay en Irak un ejército paralelo de 48.000 contratistas de seguridad, «mucho peor pagados por hacer el mismo trabajo» (según confiesa un ex mercenario a Scahill).
Azerbaiyán.
Controlan una instalación militar soviética para asegurar el suministro de petróleo del Mar Caspio y aumentar la presión sobre Irán.