El domingo 13 de abril de 2003 ya habían cesado los combates en Bagdad, aunque todavía se escuchaban explosiones y disparos aislados, y en la oscuridad de la noche desde la azotea de nuestra embajada, punto de observación escogido a partir de la ocupación de la ciudad por las tropas estadounidenses, veíamos los incendios que […]
El domingo 13 de abril de 2003 ya habían cesado los combates en Bagdad, aunque todavía se escuchaban explosiones y disparos aislados, y en la oscuridad de la noche desde la azotea de nuestra embajada, punto de observación escogido a partir de la ocupación de la ciudad por las tropas estadounidenses, veíamos los incendios que la iluminaban en contraste con la total falta de energía eléctrica.
Sería alrededor de las 21:00 horas, cuando en el refugio que bajo un metro de concreto y tierra habíamos preparado en el patio de la embajada en Bagdad, sonó el teléfono mediante el cual manteníamos comunicación vía satélite con Cuba y otros lugares. Al responder e identificarnos, una voz nos alertó: «un momento, le va a hablar el Comandante».
Desde el inicio de los criminales ataques estadounidenses, habíamos estado recibiendo esas llamadas, que además de mostrar preocupación por nuestra situación y preguntarnos por detalles tan inesperados como la composición de nuestro desayuno ese día, nos acribillaba a preguntas sobre la situación militar, lo que observábamos en nuestros recorridos por la bombardeada ciudad, nuestras apreciaciones sobre posibles desenlaces, etcétera. Por supuesto, tratábamos de prepararnos con antelación para tales interrogatorios, aunque por mucho que lo hiciéramos siempre nos preguntaba cosas que no teníamos en nuestro presupuesto.
Ese día 13, (y no creo en supersticiones) fue uno de ellos. Estaba reunido en La Habana con representantes del sector de la cultura y al parecer como ya había hecho en ocasiones anteriores, cuando lograba comunicación con nosotros, hacía partícipe –mediante la técnica de amplificación– a todos los presentes en la reunión. Con su alta sensibilidad, Fidel estaba muy preocupado por las noticias que llegaban sobre la destrucción y el saqueo de importantes centros culturales e históricos, sus preguntas estuvieron dirigidas a ese tema, pero nosotros realmente casi no teníamos información al respecto. Fue al día siguiente, cuando al reiniciar nuestros recorridos por la ciudad pudimos comprobar, todavía de forma limitada, la dimensión del desastre al ver los edificios incendiados del moderno Teatro Nacional en el centro de la ciudad, la Biblioteca Nacional, la Casa de la Sabiduría, el Museo Nacional de Artes…
El inventario más detallado hecho después por especialistas arroja, sin embargo, la verdadera magnitud de la tragedia, y hace reflexionar sobre las razones de este genocidio cultural:
-Más de un millón de libros se quemaron o perdieron en la Biblioteca Nacional, incluidos textos y originales de valor incalculable como Las Mil y una Noche Árabes, Tratados Matemáticos de Omar Khayyan, Tratados Filosóficos de Avicena, y obras de sabios creadores como Averroes, Al Kindi, y Al Farabi. Documentos básicos de la historia de la civilización, del origen mismo de la cultura y del hombre. En Mesopotamia, que significa «tierra entre dos ríos», está Kurna donde se afirma según leyendas bíblicas, estuvo el paraíso terrenal; de Ur de los Caldeos partió Abraham, patriarca de las religiones monoteístas; en Mosul está la tumba de Noé el del Arca.
-En un piso superior del edificio de la Biblioteca, ardió el Archivo Nacional y con él una buena parte de la memoria del país.
-En el Museo Arqueológico de Bagdad fueron robados más de 15 mil objetos valiosos, únicos.
-La Biblioteca Coránica fue quemada, convirtiendo en cenizas documentos de inestimable valor religioso.
Los bombardeos en los días anteriores a la ocupación ya habían destruido o dañado sitios de gran valor histórico que son patrimonio de la humanidad como las ruinas de Babilonia, el edificio de la Universidad de Mustansiriya, etcétera. Ese fue el inicio de la tragedia.
Después, a partir de la entrada de los ocupantes en Bagdad, vendría lo peor. Bajo la mirada complaciente de ellos y violando disposiciones internacionales que los obligaban a proteger el patrimonio cultural del país ocupado, se inició el robo, el saqueo y ardió la tea incendiaria, provocando tal vez la destrucción cultural más grande de la historia. Houlagou, el biznieto de Gengis Khan había hecho algo similar en el 1258 cuando destruyó Bagdad y lanzó tal cantidad de libros al Río Tigris, que las aguas de este se tornaron negras por la tinta y se afirmaba podía cruzarse la corriente caminando sobre ellos. El mongol hubiera sentido envidia ante el dantesco espectáculo que ahora se ofrecía.
Pero todo no terminó ahí. Hoy, según estimaciones de los organismos especializados de Naciones Unidas, el 84% de las Instituciones de Educación Superior han sido destruidas o saqueadas. Desde el inicio de la guerra, 285 docentes universitarios han sido asesinados y la cuenta crece cada mes. Cientos de profesionales han tenido que huir a otros países y no son pocos los desaparecidos.
Solo en el pasado mes de enero, fueron asesinados Munther Murhej Rahdi, Decano de la Facultad de Odontología de la Universidad de Bagdad, Aziz Sulaiman y Jalil Ibrahim A. Al-Naimi profesores de la Universidad de Mosul. Escuadrones de la Muerte que obedecen a EE.UU. e Israel parecen estar detrás de estos crímenes.
Se calcula que 10 mil asentamientos arqueológicos han sido saqueados en todo el territorio iraquí.
Antes de la primera guerra del Golfo, Iraq era el país con mayor potencial técnico, cultural y económico de la región árabe y había alcanzado notable desarrollo. Su sistema educacional era el más adelantado, el de mayor nivel. Se caracterizaba por su laicismo, por la ausencia de fanatismo. Sus reservas de petróleo y gas lo situaban en segundo lugar mundial.
Esto los había convertido en el centro del interés y de la codicia de la pandilla neofascista y sionista que predomina en el gobierno de Washington, que lo vieron como la amenaza potencial más importante para sus intereses hegemonistas en el Oriente Medio y como una presa muy apetecible. La guerra fue concebida no solo como medio de ocupación y dominación, sino como premeditada acción para destruir su cultura nacional, tratar de borrar su identidad y su patriotismo, erradicar la memoria histórica y liquidar las instituciones que le servían de soporte. Los hechos traducen también una importante cuota de odio a los valores islámicos, borrando la cultura pretenden también borrar el futuro de los iraquíes. Se ha querido dar un castigo ejemplarizante y aun cuando no pueden dominar al pueblo iraquí, persistirán en dividirlo, destruirlo.
Veremos si pueden lograrlo.
* Ernesto Gómez Abascal es Emabajador de Cuba en Turquía