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“Pensamientos inoportunos”

Gorki en 1917

Fuentes: Rebelión

Es bien conocido que la obra literaria de Máximo Gorki hasta el año 1917 se centra en un retrato crítico de la sociedad rusa y que durante ese tiempo su trayectoria personal refleja un compromiso con la transformación emancipadora de esa misma sociedad. En un artículo anterior (http://www.rebelion.org/noticia.php?id=57453), repasaba sumariamente esta trayectoria, y trataré de […]

Es bien conocido que la obra literaria de Máximo Gorki hasta el año 1917 se centra en un retrato crítico de la sociedad rusa y que durante ese tiempo su trayectoria personal refleja un compromiso con la transformación emancipadora de esa misma sociedad. En un artículo anterior (http://www.rebelion.org/noticia.php?id=57453), repasaba sumariamente esta trayectoria, y trataré de concentrarme aquí con algo más de detalle en el año crucial de 1917, cuando su toma de partido marcará un punto de inflexión en su vida. El apoyo total que manifiesta a partir de entonces al nuevo poder constituido en Rusia lo convierte en escritor icónico del régimen soviético, perfil de celebridad y gloria en contraste extremo con el trabajador errante de sus primeros años. De éstos extrajo el material para lo mejor de su obra, donde se dibuja la estampa de él que más permanece entre nosotros, mientras que su última etapa está marcada sobre todo por la apropiación de esta imagen por el poder soviético. Recordaremos aquí algo de sus artículos y cartas de 1917 y 1918, demasiado poco conocidos, que sellan esta transición y reflejan sus personales titubeos y angustias en unos meses que cambiaron la historia del mundo

Gorki ya había participado activamente en los sucesos revolucionarios de 1905. El 9 de enero de aquel año, el famoso domingo sangriento, es testigo de la matanza en las calles de Petersburgo y redacta inmediatamente un manifiesto en el que acusa al zar y llama a todos los ciudadanos de Rusia a la lucha contra la autocracia. Detenido unos días más tarde y encarcelado en la fortaleza de Pedro y Pablo, es liberado un mes después cuando una campaña internacional arrecia a su favor. En otoño, Nicolas II adopta una postura más conciliadora y promete la convocatoria de una asamblea representativa. Así el 27 de octubre aparece el primer número de un diario financiado en parte por Gorki y en el que colaboran sus amigos socialdemócratas. Es el primer periódico bolchevique legal y se llama Nóvaia Zhizn (Vida nueva). Un mes más tarde conoce personalmente a Lenin. Después escribiría recordando esta primera entrevista: «Él, de pequeña talla y mirada maliciosa. Y yo, alto, desgarbado, con el rostro y las trazas de un morduino. Al principio las cosas no fueron bien. Después nos observamos un poco más atentamente y de repente la conversación se tornó más fácil.» Los dos hombres difieren en la orientación que habría de darse al diario. Gorki era partidario de una publicación izquierdista de carácter plural, mientras que Lenin pensaba en algo más cerrado y combativo. Es ésta la opinión que se impone. De todas formas, el 2 de diciembre el periódico es prohibido. A los pocos meses, aconsejado por sus camaradas, Gorki parte al extranjero como embajador cultural de las ideas revolucionarias.

Tras viajar por Europa y los Estados Unidos, en octubre de 1906 Gorki se establece en Capri, donde residirá hasta 1913. En 1907 asiste como invitado al congreso del Partido Socialdemócrata que se celebra en Londres. En esta ocasión Lenin le seduce: «Ese hombre calvo, que pronuncia las erres guturalmente, bien constituido, se frotaba con una mano su frente de Sócrates. Mirándome con sus ojos sorprendentemente vivos y centelleantes se puso a hablarme de los defectos de mi libro La madre.» Los dos representan realmente tipos extremos en los que puede encarnar un revolucionario. Lenin, de origen burgués, es el cálculo, la doctrina sin fisuras y la pasión del poder. Gorki, que conoció todos los oficios en su juventud, es un temperamento agitado y contradictorio, su intuición desborda la lógica y su obsesión es sólo la mejora del hombre. Los coqueteos de Gorki con una cierta «religiosidad socialista», que en su opinión habría de impregnar el marxismo e inspiran su novela La confesión (1908), encuentran la resistencia de Lenin. La relación entre ellos es sin embargo buena.

El tricentenario de la dinastía Románov da lugar a una amplia amnistía en 1913 que permite a Gorki regresar a la patria que no había dejado de añorar. Establecido en Petersburgo, trabaja en su trilogía autobiográfica, lo más perfecto sin duda que salió de su pluma. El comienzo de la Gran Guerra divide a los socialdemócratas y él se suma a los que, opuestos a cualquier patriotismo, esperan una victoria de Alemania que pueda traer la revolución. En 1915 asume la dirección de una revista literaria, Létopis (Crónicas), donde colaboran Korolenko, Bunin, Bábel, Yesenin y Maiakovski entre otros. El pacifismo militante de la publicación es respetado a duras penas por la censura.

Las noticias que llegan del frente son terribles y la población reconoce que algún cambio es necesario, sin saber bien cuál, mientras el caos crece en la ciudad que ha pasado a llamarse Petrogrado, nombre sin las resonancias germánicas de Petersburgo. Fragmentos de la correspondencia de Gorki recogidos en la excelente biografía que le dedicó Henri Troyat (Luis de Caralt 1988, trad. de Guillermo Solana Alonso) nos ayudan a comprender su estado de ánimo en estos días. Escribe Gorki a su esposa Yekaterina, de la que vivía separado: «Muy pronto tendremos el hambre. En los alrededores de Petersburgo se ve vagar a mujeres bien vestidas que piden limosna. Hace mucho frío. No hay con qué calentar las estufas. Durante la noche, por aquí y por allá, la gente rompe las empalizadas… Hay una horrible cantidad de prostitutas menores de edad. Al volver a casa por las noches las ves arrastrarse a lo largo de las aceras como cucarachas, lívidas de frío y hambrientas.» En otra carta le confiesa: «Jamás he sentido inclinación a quejarme, pero ahora me quejo. Estoy acongojado. La época es terrible. Las gentes son repugnantes. Todo se pudre…» Esta situación sin embargo va a traer la revolución añorada. En febrero de 1917, ante la sucesión de huelgas y manifestaciones, a las que se unen muchos de los soldados llamados a reprimirlas, Nicolás II abdica y el poder es asumido por un Gobierno provisional. La constitución en el palacio de Táuride por esas mismas fechas de un «Soviet de Petrogrado», que representa a los obreros de la ciudad, va a crear la duplicidad de poder que será decisiva en los meses siguientes.

El 1 de mayo de 1917, se abre una nueva etapa del diario Vida nueva, que había visto la luz unas semanas en 1905. Su director es Máximo Gorki y en él va a publicar una serie de artículos titulada «Pensamientos inoportunos» en la que expresará sus opiniones sobre la política del momento, violentamente enfrentadas a las de los bolcheviques. Estos artículos serán posteriormente ignorados casi completamente en las compilaciones soviéticas de los escritos de Gorki, aunque fueron recogidos fuera de Rusia por Herman Yermoláev en forma de libro (hay versión española, hoy agotada; Blume 1977, trad. de Daniel de la Iglesia). Vida nueva sería suprimida por la censura bolchevique con poco más de un año de andadura. Las brillantes personalidades del campo socialista que colaboran en ella ven en los soviets de diputados obreros, soldados y campesinos instrumentos de coordinación de las masas populares y motores de la revolución, pero su proclamación como órgano único de poder les parece un error fatal, teniendo en cuenta la débil organización del proletariado y los campesinos pobres y su falta de preparación para desempeñar una hegemonía política. Según ellos, la toma del poder por los soviets llevaría inevitablemente a una sangrienta guerra civil de la que nada bueno se podía esperar, y proponían una cooperación de todos los sectores progresistas contra las maniobras de los contrarrevolucionarios, la búsqueda de un terreno común en el que los enemigos de la autocracia pudieran entenderse.

Los artículos de Gorki reflejan la situación caótica de Rusia y las violentas discusiones de la prensa, una jaula de grillos. La libertad recién estrenada es incapaz de generar un impulso positivo, creador. Todos se creen en posesión de la verdad, pero en realidad son cómplices del desastre. Gorki hace un llamamiento a la defensa de la cultura y la ciencia como pilares del nuevo orden, y trata de imponer consideraciones humanas: salud, atención a los niños, educación, colaboración social… El 29 de junio clama desesperado: «La «lucha por el poder» es algo inevitable; ¿pero han pensado los vencedores sobre quién ejercerán ese poder cuando no quede en torno suyo más que residuos podridos y abrasados?» A los pocos días, se produce una revuelta de obreros y soldados apoyada por bolcheviques y anarquistas. En su artículo del 14 de julio, Gorki se lamenta: «El principal responsable de este drama es más pernicioso y más potente que cualquier facción, es la espesa estupidez rusa.» La polémica es continua con otros periódicos, sobre todo con El debate, órgano de los Cadetes (Partido Democrático Constitucional, a favor del Gobierno provisional) y Pravda, la voz del partido de Lenin.

El 18 de octubre la serie «Pensamientos inoportunos» incluye un artículo cuyo título, «¡No podemos callar!», trae a la memoria el de otro famoso de Lev Tolstói contra las ejecuciones de 1908: «No quiero callarme». Gorki se expresa contundente sobre los sucesos que se avecinan: «Se oye cada vez con mayor insistencia que el 20 de octubre habrá «una acción bolchevique»; es decir, en otras palabras, que las escenas odiosas de los días 3, 4 y 5 de julio se van a repetir. Volveremos a ver de nuevo camiones repletos de hombres cuyas manos, temblando de miedo, empuñan fusiles y revólveres; de nuevo dispararán esos fusiles contra los escaparates, contra la multitud, en cualquier dirección. Dispararán por la sencilla razón de que quienes los empuñan quieren matar su miedo. Todos los oscuros instintos de una masa irritada por el desmantelamiento de la vida cotidiana, la mentira y el fango de la política, estallarán, se inflamarán, apestando de rabia, de odio y de venganza, y la gente empezará a matarse, por incapacidad de vencer su propia estupidez bestial.» Tras la toma del poder en nombre de los soviets, Gorki denuncia la deriva autoritaria de los bolcheviques. El 23 de noviembre enuncia una lúgubre profecía: «Lenin es a la vez «un jefe» y un aristócrata ruso dotado de ciertas particularidades morales propias a esa clase en vías extinción; por eso se cree que tiene el derecho de hacer, con el pueblo ruso, una cruel experiencia destinada al fracaso desde el comienzo.» Critica los cierres de periódicos, encarcelamientos y ejecuciones sumarias. El 7 de diciembre comenta: «Sin duda que estas observaciones mías despertarán esta respuesta despectiva de cualquiera de esos señores de la «real politik»: -¿De qué se queja? ¡Esto es la revolución social. No, no veo en realidad, en esta explosión de instintos zoológicos, los elementos conscientes de la revolución social. Esto es una rebelión típicamente rusa sin verdaderos socialistas; la psicología socialista no aparece por ningún lado.»

En enero del 18 el gobierno de los «Comisarios del pueblo» disuelve la asamblea constituyente recién elegida, en la que tenían mayoría los socialistas-revolucionarios, y esto provoca la indignación y también la ironía de Gorki. A los pocos días reflexiona: «El exterminio en masa de todos los oponentes es un viejo procedimiento de política interior de los gobiernos rusos, que dio siempre buenos resultados. Desde Iván el Terrible a Nicolás II, todos nuestros jefes políticos han utilizado libremente y con largueza este método tan práctico y sencillo para combatir la sedición. ¿Por qué iba a renunciar Lenin a una receta tan acreditada.» En uno de sus últimos artículos en Vida nueva, que es cerrada por los bolcheviques en julio de 1918, Gorki contrapone a un «revolucionario eterno» ideal que lucha con el mayor desinterés por eliminar el sufrimiento de los hombres, aquellos sujetos que «tratando de cambiar las formas exteriores del modo de vida social, no son capaces de dar un nuevo contenido a esas mismas formas, y las llenan con los mismos sentimientos que han combatido, (…) porque en el fondo no son ni socialistas, ni siquiera prosocialistas, sino individualistas.»

En la situación de Rusia justo antes de las jornadas de octubre, país en guerra con sus instituciones a punto de colapsar ante una marea revolucionaria en ascenso, la posición de Gorki quiere ser la de una voz que clama por valores humanos ajenos a cualquier partidismo, a cualquier teoría prefabricada de la historia que debe ser, a cualquier dogma. Es la postura solitaria y lejana del místico que trata de permanecer ajeno a la confrontación, aferrado a una idea del hombre que en nada se parece a lo que observa alrededor. Cuando los bolcheviques se hacen con el poder, su desacuerdo es frontal. Consolidados en él, y dispuestos a ejercer una violenta censura, Gorki se debate entre sus sueños y la dureza de lo posible. No obstante, la crisis se resuelve con rapidez, al menos en apariencia. Ya una carta de julio de 1918 confiesa a Yekaterina: «Me dispongo a trabajar con los bolcheviques sobre bases autónomas. Estoy harto de la oposición impotente y académica de Vida nueva.» Visita a Lenin tras sufrir éste un atentado en agosto, y en breve la Gaceta roja puede escribir: «La clase trabajadora saluda el retorno de su hijo bienamado. Máximo Gorki es de nuevo de los nuestros.» El posibilista dentro de él se ha impuesto al fin al místico. Su trayectoria desde entonces es una adhesión sin fisuras aparentes al nuevo orden, del que se convierte en máximo propagandista y defensor. Al mismo tiempo es el «gran intercesor» que trata de suavizar la persecución que sufren muchos disidentes. En esta ambivalencia y enfrentado a algunos personajes poderosos, como Grigori Zinóviev, no deja de resultar un socio demasiado incómodo y en 1921 Lenin le aconseja que viaje a Europa occidental «en busca de un clima más favorable para sus pulmones enfermos». A finales de ese año parte a lo que no puede dejar de considerarse un segundo destierro y tras estancias en la Selva Negra, Berlín y Marienbad, en 1924 se establece otra vez en el sur de Italia, en este caso en Sorrento.

Sin conseguir adaptarse a una vida de emigrado, Gorki regresa a Rusia en 1928 para convertirse en escritor oficial y baluarte cultural del poder. A partir de entonces reside fundamentalmente en Rusia, aunque vuelve frecuentemente a Sorrento en busca de reposo y un clima más saludable. Mientras tanto, el régimen paga bien sus servicios hasta extremos que encajan bien en el concepto de «culto a la personalidad». En 1932 Nizhni Nóvgorod, la ciudad que le había visto nacer, pasa a llamarse con su nombre (la denominación se mantuvo hasta 1990).

Las circunstancias de su fallecimiento en junio de 1936 aún hoy día permanecen confusas. Los médicos que le atendieron en sus últimos meses fueron procesados acusados de haber provocado la muerte del gran escritor soviético como parte de un «complot trotskista» contra los mejores servidores del régimen. Tras la muerte de Stalin serían rehabilitados. Posteriormente llegó también a especularse con un envenenamiento por orden de Stalin. Sin embargo, el análisis del expediente médico rescatado recientemente de los archivos de la Lubianka, sugiere una enfermedad natural a la que siempre se dio tratamiento correcto. Lo que es claro es su mala sintonía con el poder en esta época, cuando se le negó el permiso para un nuevo viaje a Sorrento y parece ser que se imprimía para él un ejemplar especial de Pravda del que se eliminaban las noticias más comprometidas. En el verano de 1935, Romain Rolland permaneció alojado en casa de Gorki varias semanas. En su Diario de un viaje a la URSS lo describe así: «Está muy solo. ¡Un hombre como él a quien nunca se le ve solo! Me parece que si hubiéramos podido vernos sin testigos (…) me hubiera abrazado y habría sollozado largo tiempo sin decir una palabra.»

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