Somos testigos distantes de numerosos conflictos bélicos, que se desarrollan por potencias cada vez más temerarias al emplear sus arsenales para satisfacer sus ambiciones. Las guerras convencionales se alejan debido a la asimetría entre los actores, por lo que ahora los grandes ejércitos se justifican atacando países pequeños. Las potencias despojan a naciones de sus […]
Somos testigos distantes de numerosos conflictos bélicos, que se desarrollan por potencias cada vez más temerarias al emplear sus arsenales para satisfacer sus ambiciones.
Las guerras convencionales se alejan debido a la asimetría entre los actores, por lo que ahora los grandes ejércitos se justifican atacando países pequeños. Las potencias despojan a naciones de sus recursos energéticos, la capacidad de autogobernarse o bloquean sus economías.
Si bien este tema ocupa gran parte de la agenda internacional, otros conflictos van desarrollándose en los mismos centros de poder. Grandes corporaciones han llevado el conocimiento al campo económico, convirtiéndolo en una mercancía; y sometiéndolo a sus pugnas comerciales.
En el mundo de la tecnología, las patentes son armas que atentan contra el progreso de la humanidad. Y como pasa en el mundo bélico, el acceso a las armas se restringe con dinero. Un ejemplo claro se da en el terreno de los celulares inteligentes.
Mientras en Venezuela las fábricas socialistas fortalecen la soberanía en telecomunicaciones, en Estados Unidos y Europa grandes empresas quiebran a otras, las desmantelan para obtener los derechos sobre sus innovaciones y luego demandar a quien amenace su cuota de mercado.
Esta guerra de rapiña es menos mediática, pero debe ser denunciada porque configura grandes monopolios que negocian el conocimiento y pueden limitar en un futuro las posibilidades de progreso de los pueblos del sur, con nuevos mecanismos de dependencia.
Fuente: http://blog.nodolibre.org/2011/08/21/guerra-de-rapina