Traducido del inglés por Beatriz Morales Bastos
En el momento en que lean estas líneas, hará cuatro años del momento en que el gobierno Bush emprendió su ataque «conmoción y espanto» contra Iraq, que fue el inicio de 48 meses de una descomunal e incesante destrucción de aquel país…y que continúa todavía. Es un buen momento para hacer balance de la Operación Libertad Iraquí.
Ofrecemos a continuación un pequeño resumen de una parte de lo que la guerra y ocupación de George Bush han ocasionado:
En ningún lugar de la tierra existe una crisis de refugiados peor que la que hay actualmente en Iraq [1]. Según el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados [2], unos dos millones de iraquíes han huido de su país y se encuentran actualmente repartidos desde Jordania, Siria, Turquía e Irán hasta Londres y París. (Casi ninguno lo ha hecho a Estados Unidos, que no ha hecho nada para solucionar la crisis que ha creado). Se calcula que otras 1.900.000 personas son desplazadas internas, expulsadas de sus casas y barrios por la ocupación estadounidense y la despiadada guerra civil que ha desencadenado este país. Si se hace el calculo – y la cifra empeora de día en día cada día – se llega a una cifra de cerca del 16% de la población iraquí desplazada. Si se suman los muertos a los desplazados, la cifra asciende hasta casi una quinta parte de los iraquíes. Olvidémoslo por un momento.
Las necesidades y alimentos básicos, que incluso el brutal régimen de Sadam Huseín lograba satisfacer, ahora están cada vez más fuera del alcance de los iraquíes normales debido a la galopante inflación desatada por la destrucción ocasionada por los ocupantes de la ya débil economía iraquí, los recortes de los subsidios estatales fomentados por el Fondo Monetario Internacional y la Autoridad Provisional de la Ocupación , y el desbarajuste de la industria petrolífera. Se han disparado los precios de las verduras, los huevos, el té, el combustible para cocinar y para calefacción, la gasolina y la electricidad [3]. Se calcula que el paro asciende a entre un 50 y un 70%. Una medida del impacto de todo ello ha sido el importante aumento de la desnutrición infantil [4] registrado por Naciones Unidas [5] y otras organizaciones. No es sorprendente que los índices de acceso al agua segura y al suministro eléctrico regular permanezcan por debajo de los índices previos a la invasión, que ya eran desastrosos tras más de una década de rigurosas sanciones y de bombardeos periódicos de un país ya destrozado por una guerra catastrófica contra Irán en los ochenta y por la primera Guerra del Golfo.
En la actual crisis, en la que ya han muerto cientos de miles de iraquíes, los últimos meses han sido los más sangrientos. Solo en octubre murieron en Iraq más de 6.000 civiles, la mayoría en Bagdad a donde en agosto fueron enviados miles de soldados adicionales (en la primera «oleada» del gobierno Bush ) con la afirmación que iban a restaurar el orden y la estabilidad en la ciudad. Finalmente no hicieron sino exacerbar más violencia. Estas cifras — y generalmente se considera que son a la baja — suponen más del doble de las de 2005. Otras cosas se han duplicado más o menos en los últimos años, incluyendo, por nombrar sólo dos, el número de ataques diarios a las tropas estadounidenses y el número total de soldados estadounidenses heridos y muertos. El inspector especial de Naciones Unidas, Manfred Nowak, indica también que en Iraq la tortura «está completamente fuera de control» [6]. «La situación es tan mala que mucha gente afirma que es peor que en la época de Sadam Huseín».
Dado el desastre que es Iraq hoy, se puede seguir haciendo listas de cifras terribles hasta que se entumezca el cerebro. Pero hay otra manera de situar en un contexto los últimos cuatro años. De hecho, en ese mismo periodo ha habido un gran número de muertos en otra tierra lejana que está en la mente de muchos estadounidenses: Darfur. Según cálculos de Naciones Unidas [7] desde 2003 en la región de Darfur, Sudán, han muerto unas 200.000 personas en una brutal campaña de limpieza étnica y otros 2 millones de personas se han convertido en refugiados.
¿Cómo se puede saber esto? Bueno, al menos si usted vive en la ciudad de Nueva York apenas se puede hacer un viaje en metro sin ver un anuncio que dice: «400.000 muertos. Millones se unen para salvar Darfur». También el New York Times publica regularmente anuncios a toda página que describen el «genocidio» en Darfur y apelan a intervenir ahí bajo «una cadena de mando que permita una acción militar necesaria y oportuna sin la aprobación de políticos distantes o de personal civil».
En esos mismos años, según el mejor de los cálculos de los que se dispone, esto es, el estudio sobre los muertos iraquíes realizado puerta a puerta por la revista médica británica The Lancet [8] , unos 655.000 iraquíes murieron en la guerra, ocupación y enfrentamientos civiles entre marzo de 2003 y junio de 2006. (El estudio ofrece una cifra mínima de bajas posibles de 392.000 muertes y máxima de 943.000.) Pero se puede viajar [por Estados Unidos] de costa a costa sin ver anuncios equivalentes en las carreteras, en los metros, los anuncios a toda página en los periódicos o lo mismo para los muertos iraquíes. Y con toda seguridad no se verá, como en el caso de Darfur, a celebridades en [el programa de televisión] Good Morning America [«Buenos días, Estados Unidos»] hablando de su compromiso para detener el «genocidio» en Iraq.
¿Por qué llevamos la cuenta de los muertos sudaneses y reflexionamos sobre ellos como parte de una importante campaña dirigida por celebridades para «Salvar Darfur» y, sin embargo, los muertos iraquíes todavía permanecen sin contabilizar y rara vez parecen provocar indignación moral, por no hablar de campañas publicitarias para acabar con la matanza? Y, ¿por qué las cifras de los muertos se citan sin ser en absoluto cuestionados mientras que las de los muertos de Iraq en seguida se cuestionan o minimizan, a no ser que sean cifras lamentablemente bajas?
Parece que en nuestro mundo hay víctimas que tienen valor [9] y otras que carecen de él. Para establecer la diferencia consideremos la postura de Estados Unidos respecto a Sudán y respecto a Iraq. Según el gobierno Bush, Sudán es un «Estado canalla»; está en la lista del Departamento de Estado de «países que apoyan el terrorismo» [10] . Está acusado [11] de atacar a Estados Unidos debido a su papel en el ataque suicida al buque estadounidense USS Cole en 2000. Y entonces, por supuesto, — como ha señalado recientemente Mahmud Mamdani en la London Review of Books — Darfur encaja perfectamente en el relato de la «violencia de musulmanes contra musulmanes», de un «genocidio perpetrado por árabes», una línea argumental que atrae enormemente a quienes quisieran cambiar de tema respecto a lo que Estados Unidos ha hecho — y está haciendo — en Iraq. Hablar de la responsabilidad de Estados Unidos en las muertes de aquellos iraquíes a quienes supuestamente hemos ido a liberara es un asunto mucho menos cómodo.
Está bien discutir la «complicidad» estadounidense en violaciones de los derechos humanos, pero mientras uno se centre en pecados de omisión, no de comisión. Estamos fallando al pueblo de Darfur al no intervenir militarmente. Si por lo menos hubiéramos utilizado a nuestros militares de una manera más agresiva. Sin embargo, cuando intervenimos y causamos estragos al hacerlo, es otra cuestión.
De servir para algo, centrar la atención en Darfur sirve para legitimizar la idea de la intervención estadounidense, de ser más que un Imperio, no menos, en el preciso momento en que la carnicería que causa semejante intervención es demasiado visible y esta siendo repudiada por todo el planeta. Esto también ha contribuido a una situación en la que la violencia de la que Estados Unidos es el principal responsable, Iraq, es aquella por la que a nivel nacional es menos responsable.
Si alguien se equivocó en Iraq, sugieren las criticas de la clase dirigente a la invasión y ocupación de Iraq que oímos ahora, el problema real fue la incompetencia de la administración o la creencia demasiado optimista de George Bush de que podía llevar la democracia a pueblos árabes o musulmanes que, se nos dice, «no tiene tradición de democracia», que proceden de una «sociedad enferma y rota» – y que al aniquilarse los unos a los otros en una guerra civil, están mostrando ahora su verdadera naturaleza.
Existe el consenso general en la mayor parte del espectro político [estadounidense] de que podemos echar la culpa a los iraquíes de los problemas a los que se enfrentan. En un muy alabado discurso ante el Consejo de Chicago sobre Asuntos Globales [13], el senador Barack Obama formuló sus críticas a la política del gobierno haciendo un llamamiento a «dejar de mimar» al gobierno iraquí: Estados Unidos, insistió, «no va a mantener unido a este país indefinidamente». Richard Perle, uno de los neocons arquitectos de la invasión de Iraq, afirma ahora que él «subestimó la depravación de los iraquíes» [14]. La senadora Hillary Clinton, favorita demócrata para las elecciones presidenciales de 2008, preguntó recientemente [15]: «¿Cuánto deseamos sacrificar por [los iraquíes]?». Como si los iraquíes nos hubieran pedido que invadiéramos su país y que convirtiéramos su mundo en un infierno viviente y ahora nos abandonaran.
Esto es lo que ocurre cuando la carga del Imperio se hace demasiado pesada. Los nativos son objeto de una azotaina.
El desastre que Estados Unidos ha ocasionado a Iraq empeora de día en día y sus efectos serán muy duraderos. Su duración y lo mucho que se extiendan más allá de Iraq dependerá de lo rápido que nuestro gobierno sea obligado a acabar su ocupación. También depende de cómo todos nosotros reaccionemos la próxima vez que oigamos que tenemos que atacar a otro país para hacer al mundo más seguro de las armas de destrucción masiva, «extendamos la democracia» o emprendamos una «intervención humanitaria». Mientras tanto, vale la pena pensar cómo serán esas horribles cifras el próximo mes de marzo, en el quinto aniversario de la invasión, y el siguiente mes de marzo, en el sexto aniversario, y el siguiente mes de marzo…
Ponlo en un anuncio publicitario, en tu corazón o en cualquier otro sitio.
Anthony Arnove es el autor de Iraq: The logic of withdrawal (America Empire Project) [16] y coautor con Howard Zinn de Voices of a People’s History of the United States (Seven Stories).
Copyright 2007 Anthony Arnove
[1] http://www.refugeesinternational.org/content/article/detail/9679
[2] http://UNHCR.org/gbi-bin/texis/utx/iraq?page=home
[3] http://uruknet.info/?p=m26150
[4] http://washintongpost.com/ac2/wp-dyn/A809-2004Nov20?lenguaje=printer
[5] http://irinnews.org/Report.aspx?ReportId=70509
[6] http://guardian.co.uk/international/story/0,1878100,00.htlm
[7] http://un.org/apps/news/story.asp?NewsID=21904&Cr=sudan&Cr1=
[8] http://guardian.co.uk/Iraq/Story/0,,1892888,00.html
[9] http://chomsky.info/onchomsky/199607–,htlm
[10] http://state.gov/s/ct/c14151.htm
[11] http://news.bbc.co.uk/2/hi/americas/643567.htm
[12] http://lrb.co.uk/v29/n05/mamd01_html
[13] http://obama.senate.gov/speech/061120-a_way_forward_on_iraq/index.html
[14] http://vanityfair.com/politics/features/2006/12/neocons2006612
[15] http://intimes.com/2007/01/18/world/middleeast/18clinton.htlm?ex=1326776400&en=be893096f7279301&ei=5088&partner=rssnyt&emc=rss
[16] http://amazon.com/exec/obidos/ASIN/0805082727/nationbooks08