Así que pasen veinte años, seguiré recordando esa conversación: determinadas palabras no se olvidan nunca. En enero del año 2002, La Vanguardia me encargó, para su edición dominical, un artículo sobre los desafíos del derecho a la intimidad tras el 11-S. Tal artículo fue vetado en persona por quien hoy es uno de los directores […]
Así que pasen veinte años, seguiré recordando esa conversación: determinadas palabras no se olvidan nunca. En enero del año 2002, La Vanguardia me encargó, para su edición dominical, un artículo sobre los desafíos del derecho a la intimidad tras el 11-S. Tal artículo fue vetado en persona por quien hoy es uno de los directores adjuntos del periódico, con quien sostuve una conversación telefónica de lo más interesante. Poco antes de colgar, le auguré un gran futuro en la prensa burguesa. Con la engolada cortesía de la Ciudad Condal, me deseó recíprocamente un gran porvenir en lo que llamó «grupúsculos antisistema».
Visto con perspectiva histórica, me arrepiento del artículo: fui demasiado suave. Si algo hemos aprendido desde el 11 de septiembre de 2001, es que los enemigos de las libertades nunca tendrán suficiente. Para ellos, cualquier excusa es buena: su único objetivo es la defensa a ultranza de un determinado status político y económico, en el que las reglas de juego son reescritas a conveniencia por la potencia militar hegemónica.
Los intereses de Estados Unidos son los intereses de su industria militar, petrolera, logística, mediática, musical, informática y cinematográfica. Y para defender esos intereses, sea cual sea el color del partido gobernante, sea cual sea el color del presidente, no vacilarán jamás. Ni tan siquiera ante la Carta Universal de los Derechos Humanos.
La libertad de expresión, consagrada en la Primera Enmienda de la Constitución elaborada por los Padres Fundadores de la democracia norteamericana, es un valor relativo, especialmente cuando no la ejerce el propietario de una rotativa convencional. El FBI nunca plantearía el secuestro del New York Times, del Washington Post o del Wall Street Journal, de la misma forma que jamás veremos a los Mossos d’Esquadra solicitando el cierre cautelar de La Vanguardia. Pero cuando se trata de «grupúsculos antisistema», todo vale: se empieza cerrando una red de blogs, y se acaba cerrando Egunkaria.
En nombre del terrorismo, el FBI ha callado la boca a 73.000 blogs, detrás de los cuales se esconde el derecho a la libertad de expresión de muchas más personas. Porque no sólo se amordaza a los que gestionan el blog: también a todos aquellos que participan, mediante comentarios, en los foros abiertos de debate. Parafraseando a Francisco Candel, cada vez que se cierra un blog, se rompe un paisaje.
Es cuestión de seguridad nacional, dirán algunos. O es en interés de la infancia, dirán otros. El problema es que -tal y como diría un fumador de opio inglés- cuando se comienza por el asesinato, se acaba faltando a la buena educación. Y lo que hoy puede parecernos justificado contra el terrorismo o la pornografía infantil, mañana podemos encontrarlo bajo la excusa de la propiedad intelectual.
En España, y en buena parte de Europa, sólo el poder judicial puede secuestrar publicaciones, y una acción como la del FBI no sería tan fácil. Pero hay vías indirectas para conseguir los mismos fines, mediante la presión a los proveedores de acceso, intermediación y alojamiento, amenazándoles con sanciones si no ejercen la autocensura. Esas vías indirectas son las más peligrosas para la neutralidad de la Red.
Los intereses comerciales de Estados Unidos, que giran alrededor de sus marcas, sus patentes y su propiedad intelectual, pretenden imponer el acuerdo comercial ACTA a cualquier precio, con el objeto de blindar su hegemonía en el campo del entretenimiento, que, no olvidemos, es una forma de blindar una determinada concepción del mundo. Si el Parlamento Europeo acepta humillarse, y acepta ACTA, el amigo americano habrá introducido un troyano en el ordenamiento jurídico comunitario, y la neutralidad de la Red será cosa del pasado.
Quién nos iba a decir que la Nación Red se edificaría sobre «grupúsculos antisistema». En el año 2002 me equivoqué, al escribir en aquel artículo vetado que el derecho a la intimidad sería nuestra última barricada. Y me equivoqué, porque una trinchera nunca puede estar en la comodidad de un hogar, sino en las calles, sean físicas o virtuales. Nuestra última barricada es la prensa independiente de Internet, la infiltración en todo tipo de medios, las redes de blogs, la colaboración ciudadana. Vienen a por todos nosotros, y vamos a ganar esta batalla.
-Carlos Sánchez Almeida es abogado del Bufet Almeida, además de ser uno de los juristas más activos en la defensa de los derechos civiles en Internet. Escribe habitualmente en el blog Jaque Perpetuo. Ahora también es colaborador de Nación Red.
http://www.nacionred.com/censura/han-cerrado-un-blog-han-roto-un-paisaje