Higinio Polo es un enorme contador de historias… Si no te deja indiferente al menos uno de los relatos, habrá conseguido hacer sentir al lector, que la literatura sin emoción no es literatura.
“A inicios del siglo XX, Tolstói, Chéjov y Gorki coincidieron en Crimea y se relacionaron. Durante casi un año, en 1901, Tolstói vivió en Gaspra, en la propiedad de la condesa Sophia Vladimirovna Panina, una mujer que era miembro de los kadetes y que acabó colaborando con Denikin y los blancos durante la guerra civil. Por su parte, Gorki vivía en una pensión en Oleis (que era ofrecida gratuitamente para escritores pobres por el comerciante Iván Tokmakov) y consideró siempre a Chéjov un hombre libre, íntegro, uno de los grandes escritores de Rusia. También vivía en Yalta, por problemas de salud, Meyerhold, de quien Chéjov escribe que se lamenta de todo lo que le duele la vida”. Esto que acaban de leer es un breve fragmento de uno de los relatos que con el título “La libreta de Chéjov” contiene el libro Hablas de mí como si hubiera muerto del profesor Higinio Polo. Una pequeña muestra del maravilloso esfuerzo creativo y literario por recrear situaciones y momentos históricos, variopintos y diversos, en los dieciséis relatos que nos llevan, y de qué manera, a revivirlos como si estuvieran en nuestra retina de hoy. Tiene este libro una erudición manifiesta y un buen hacer literario que nos recuerda al de Borges, maestro donde los haya en contar historias desde la recreación realista y evocadora de la literatura. Y tiene también todo este libro una gran aportación cultural a un mundo que pasa muy deprisa las páginas de la historia. Aportación cultural por cierto para no olvidar las raíces europeas, y por extensión, universales que el autor promueve desde su análisis del mundo del que nos hace partícipes en sus artículos, por ejemplo, cuando publicaba en Mundo Obrero.
“En este libro aparece una joven anarquista que un par de años antes de que estallase la guerra civil española fotografiaba las sórdidas callejuelas del barrio chino barcelonés entre mercados de pobres y niños que jugaban al escondite; y unos rótulos oxidados de la «América» de Trump y Biden que nos remiten a la célebre imagen de Bourke-White con los negros en las colas del hambre bajo la gran valla publicitaria del capitalismo estadounidense. Y está Lee Miller aseándose en la bañera muniquesa de Hitler; y Paul Strand refugiándose en París, huyendo del furor de la caza de brujas del senador McCarthy, y la joven Berenice Abbott mirando en 1935 el puente de Manhattan desde las calles Pike y Henry de Nueva York. Y está la fascinante Annemarie Schwarzebach, que navegaba en un buque de carga portugués durante la Segunda Guerra Mundial (con Carson McCullers amándola en la distancia) para llegar desde Angola hasta Lisboa, tomando morfina, sin sospechar que la parca estaba esperándola porque sus treinta y cuatro años de vida estaban a punto de concluir. Y creemos ver a Chéjov en la Sadóvaya-Kudrínskaya ulitsa y, no muy lejos, a León Tolstói en esas mismas calles moscovitas del zarismo que recorría Serguéi Mijáilovich Prokudin-Gorski; y a Walter Benjamin entre el inquietante Berlín de los primeros signos del nazismo y el bullicioso Moscú de la revolución. Y junto al legendario Kim Philby, la figura patética de Walter Krivitski que tras traicionar a sus antiguos camaradas fue atrapado por la guadaña del remordimiento. Y en otros mundos, se atisba aquí al estrafalario Andy Warhol y a la inquieta Virginia Woolf, sin olvidar a Paul Éluard, ni a Latif Al-Ani que vio en sus últimos años la devastación y la muerte causada por Estados Unidos en Iraq, precedente de la sanguinaria matanza de palestinos que Israel lleva a cabo ahora ante los ojos y el horror del mundo”.
Uno de los que más me gusta es sin dudar el de Luces de Bagdad, por las reflexiones que contiene al calor de los datos que se ofrecen y sobre todo por la perspectiva del fotógrafo Latif Al-Ani. Un gran relato, como diría aquel, basado en hechos reales. Y esto último que podría parecer tópico en estos casos, nos puede llevar a una reflexión sobre el material que contiene este magnífico libro de Higinio Polo. ¿Cómo se podría divulgar aún más estas historias? El cine y la TV tendrían aquí un material enorme para abrir ventanas al pasado (y no tan pasado), y sobre todo conectar con el acervo cultural que nos hace sentir habitantes del mismo planeta. Si no te deja indiferente al menos uno de los relatos, el autor habrá además conseguido hacer sentir al lector, que la literatura sin emoción no es literatura. Creo que nos sorprenderá más de uno de los textos en este sentido…porque Higinio es un enorme contador de historias. Por finalizar y como juego me atrevo a pedir algo. Habría que pedirle a la carta aquello que nos interese de la historia del siglo XX porque viendo la maestría y la rigurosidad de sus textos con total seguridad su resultado sería algo extraordinario. Así que le invitamos a que continúe…. Higinio, cuéntanos aquello de…
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