Según The Nation, estamos ante uno de los estudios mejor documentados sobre la vida palestina (y las prácticas políticas colonialistas del movimiento sionista y del Estado de Israel) en el siglo XX y principios del XXI. Publicado originalmente unos años antes del actual genocidio israelí.
De la presentación a la edición castellana del libro, texto fechado en octubre de 2022: “En el texto que sigue a continuación sostengo que este no es un “conflicto” entre dos partes equiparables”. No empezó, observa Khalidi con toda razón, “con la ocupación del territorio palestino y de otros territorios árabes en la guerra de junio de 1967; ni siquiera con la guerra civil de 1948 que llevó a la expulsión de 750.000 palestinos de sus hogares al establecerse el Estado de Israel sobre las ruinas de su sociedad, en lo que los palestinos denominan la Nakba o “Catástrofe”.” Antes bien, y esta es una de las consideraciones centrales del autor que conviene no olvidar, “pongo de relieve que esos episodios forman parte de una guerra sistemática -aunque intermitente- contra Palestina que se prolonga desde hace más de un siglo”. Esta guerra, cuyo objetivo es desposeer al pueblo palestino (“que ha demostrado una paciencia, una perseverancia y una firmeza inusuales en la defensa de sus derechos, lo que constituye la principal razón por la que su causa sigue viva”) y transformar su patria, toda ella, en un hogar nacional exclusivo para los judíos, no forma parte de una lucha sempiterna, “tiene su origen en el movimiento sionista (proyecto de ocupación colonial y nacionalista a la vez) a finales del siglo XIX”, movimiento surgido en respuesta a la virulencia del antiguo antisemitismo europeo.
Escrito desde las entrañas de la historia y desde una perspectiva (crítica) palestina. En 1899, Yusuf Diya al-Khalidi, alcalde de Jerusalén, alarmado por el llamamiento sionista a crear un hogar nacional judío en Palestina, escribió una carta dirigida a Theodor Herzl, el fundador de la Organización Sionista, en la que le señalaba que el país tenía un pueblo indígena que no aceptaría fácilmente su propio desplazamiento, advirtiendo de los peligros que se avecinaban. “En nombre de Dios, que se deje a Palestina en paz” eran sus últimas palabras. El autor, Rashid Khalidi, es el tataranieto del que fuera alcalde de Jerusalén a finales del siglo XIX.
Un apunte sobre él. Historiador y escritor estadounidense (Nueva York, 1948) de origen palestino-libanés (su padre, un palestino nacido en Jerusalén trabajó en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas), especialista en Oriente Próximo, Rashid Khalidi es el titular de la cátedra Edward Said (¡quién no le echa en falta!) de Estudios Árabes de la Universidad de Columbia. Vivió en Beirut desde la década de 1960 hasta 1983 (allí nacieron sus hijos, y allí impartió clases en varias universidades), fue asesor de la delegación palestina en las negociaciones de paz de Madrid y Washington entre 1991 y 1993, y es redactor deje de la revista Journal of Palestine Studies.
Componen esta documentada historia de Palestina (además de archivos trabajados a lo largo de muchos años, el autor ha recurrido a memorias y documentados privados legados por miembros de su familia y de otras que desempeñaron papeles diversos en los acontecimientos que describe o fueron testigos de ellos) el citado prólogo para la edición española, seis capítulos: 1. La primera declaración de guerra, 1917-1939. 2. La segunda declaración de guerra: 1947-1948. 3. La tercera declaración de guerra: 1967. 4. La cuarta declaración de guerra, 1982. 5. La quinta declaración de guerra: 1987-1995. 6. La sexta declaración de guerra: 2000-2014, los agradecimientos y un apartado de conclusiones: “Un siglo de guerra contra los palestinos”. Faltan, en mi opinión, un índice nominal y una cronología detallada que hubiera sido muy útil para el lector.
Para Khaliki, como seguimos viendo con más fuerza y claridad que nunca en estos últimos meses tras el 7 de octubre, “Estados Unidos, el Reino Unido y otros Estados europeos que han apoyado sistemáticamente a Israel no son, ni han sido nunca, espectadores ni intermediarios honestos”. Todo lo contrario, “con sus generosos suministros de armas, su apoyo diplomático, su ayuda financiera y benéfica, sus enormes inversiones en Israel y sus estrechas relaciones comerciales con dicho país, son parte -y plenamente cómplices- de la constante opresión de los palestinos.”
Ensayo magníficamente escrito y más que documentado, en ocasiones hubiera exigido mayor concreción en algunas de sus afirmaciones, hubiera podido evitar más de un adjetivo demasiado contundente y descalificador contra Arafat, elogiar con menos generosidad a James Baker, el que fuera Secretario de Estado con Bush padre (líneas más abajo oportunamente criticado), no conceder tanta importancia (siendo importante) al papel de la opinión pública usamericana y acaso no dar la sensación, en bastantes ocasiones, de que la única posición sensata, razonable, realista, ajustada a la correlación de fuerzas y con buen conocimiento de la situación, es la que él mismo mantiene.
La posición central de Khalidi (recuerdo de nuevo: libro escrito antes del 7 de octubre de 2023), marcadamente académica en mi opinión a pesar de su experiencia política directa, acaso quede recogida en estas palabras: “En unas potenciales negociaciones habría que reabrir todas aquellas cuestiones cruciales provocadas por la guerra de 1948 que en 1967 se saldaron a favor de Israel mediante la Resolución 242 del Consejo de Seguridad [nefasta para el pueblo palestino desde su punto de vista] de las Naciones Unidas: las fronteras de la partición establecidas en 1947 por la Resolución 181 de la Asamblea General y su propuesta de corpus separatum para Jerusalén; el regreso y la indemnización de los refugiados, y la cuestión de los derechos políticos, nacionales y civiles de los palestinos en el territorio de Israel. Tales conversaciones deberían haber hacer especial hincapié en la plena igualdad de trato para ambos pueblos y fundamentarse en la Convención de La Haya, el Cuarto Convenio de Ginebra, la Carta de las Naciones Unidas (con su énfasis en la autodeterminación nacional) y todo el conjunto de las resoluciones pertinentes del Consejo de Seguridad y la Asamblea General de la ONU, no solo aquellas escrupulosamente elegidas por Estados Unidos para favorecer a Israel”.
No parece probable, admite Khalidi, que la administración usamericana y, aún menos, el gobierno colonialista israelí acepten estos términos, “de modo que por el momento serían requisitos previos inasumibles para las negociaciones”. Pero, para él, precisamente ahí está el punto. El objetivo es “cambiar las reglas del juego para alejarse de las fórmulas concebidas específicamente para favorecer a Israel”. Para Khalidi seguir negociando sobre bases tan extremadamente deficientes como las actuales solo serviría “para alcanzar un statu quo que desemboca en la absorción final de Palestina en la Gran Tierra de Israel”.
Con mucho esperancismo por su parte, sostiene que si se emprendiera una iniciativa diplomática y de relaciones públicas seria y sostenida por parte palestina en defensa de los nuevos términos destinados a lograr una paz justa y equitativa, “muchos países [que no cita] se avendrían a considerarlos”. Más aún: “incluso que estuvieran dispuestos a cuestionar el medio siglo de monopolio estadounidense sobre todas las negociaciones de paz, un monopolio que en realidad ha resultado crucial para impedir la paz en Palestina.” Que así sea.
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