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Diez años más tarde

Imagina que hay una guerra y no vamos nadie

Fuentes: Rebelión

Fue hace más de diez años. Estampadas en una camisa. Me sentí identificado. Era la época, donde los jóvenes españoles veíamos acercarse el servicio militar obligatorio. «La mili». Estábamos ya en la OTAN. Finiquitada la guerra fría. A las órdenes del amo del mundo de turno. De algún psicópata, que se autoproclama Dios en la […]

Fue hace más de diez años. Estampadas en una camisa. Me sentí identificado. Era la época, donde los jóvenes españoles veíamos acercarse el servicio militar obligatorio. «La mili». Estábamos ya en la OTAN. Finiquitada la guerra fría. A las órdenes del amo del mundo de turno. De algún psicópata, que se autoproclama Dios en la tierra. Capaz de «democratizar» espacios y humanos. A punta de fusil y bombas. Detrás, intereses para sus finanzas y la de sus colegas de barbacoa. Ya lo vimos en Irak. Guerra por petróleo. Soldados carne de cañón. Protagonistas principales. Directores en bunkers, palacios presidenciales y despachos corporativos.

No quise entrar en esta película. Aprender a matar y por lo visto, a humillar, torturar y someter. Sin preguntar. Sin derecho a cuestionarse nada. Sin sentimientos. Pura piedra. Solo cumplir órdenes. Ser un peón, en el tablero del servicio de inteligencia. Un soldadito de plomo, en la batalla de salón, del general retirado, rechoncho y adinerado. Un número en las estadísticas del ministerio de defensa. Una cruz en el cementerio de mi pueblo. Medalla del congreso, disparos al aire, llantos por televisión. Eso si, honores en todo lo alto.

Por principios, decidí declararme objetor de conciencia. Realicé mi prestación social sustitutoria, por temor a la insumisión. A la cárcel recetada por el gobierno socialista. Durante trece meses, me obligaron a ser solidario. Con ancianos y niños. Evidentemente, pringado como un soldado. Pero sin ser lo mismo, estar con niños jugando, que disparando a una diana. Conversando con viejecitas, que aprendiendo técnicas de combate.

Bueno, la cuestión es que compré la camisa, porque me gustó el mensaje. Estaba a la altura de frases como «Si el trabajo fuera bueno, los ricos se lo quedarían todo para ellos» o «Los partidos políticos son los condones a la libertad». Juegos de palabras irónicos, breves, pero con un fuerte contenido político y contestatario. Nacidos en la calle. Plasmados en los muros. Para que los lea el alcalde. Ya lo decían unos amigos: las paredes hablan.

Después de permanecer durante varios años en mi subconsciente, la frasecita volvió a tomar vigencia para mí. Por la decisión del sargento Camilo Mejía Castillo. Enrolado en el ejército norteamericano, pasó varios meses por el agitado territorio iraquí. Después de un permiso, debió volver el 15 de octubre de 2003. Nunca lo hizo. Se declaró objetor de conciencia. «Yo no puedo seguir participando porque va en contra de mis principios», afirmó en su momento. El ejército lo clasificó como «Ausente de Servicio». Lejos de borrarse del mapa como hicieron otros, dio el salto a los medios de comunicación. Para contarnos de buena mano, lo que por allí sucedía. Sin filtros. Sin pedir permiso a Gustavo Cisneros o a Paul Bremer. Primero en la clandestinidad. Luego con nombre y apellidos. Meses antes del escándalo mundial de Abu Ghraib, Camilo ya había denunciado torturas, por parte del ejército norteamericano. El mismo había sido obligado a realizarlas. Bajo supervisión de tres agentes de inteligencia.

En marzo de 2004, Camilo se entregó. En mayo fue juzgado por una Corte Marcial, en la base militar de Fort Stewart (Georgia). Primer soldado enjuiciado. Por no querer contribuir en la devastación de Irak. El juez desestimó la comparecencia de prestigiosos especialistas, que hubieran avalado la insumisión de Camilo, en una guerra ilegal.

Fue condenado a un año de cárcel. Por negarse a participar. La misma pena que Jeremy Sivits. Por prestarse a torturar. A posar en fotografías. Junto a iraquíes desnudos. Apelotonados. Amarrados. Mostrando la sonrisa más miserable y dantesca del humano. Camilo y Jeremy. Jeremy y Camilo. Tanto monta, monta tanto. Esa es la justicia de Tio Sam. La moral.

Han pasado ya varias semanas y Camilo cumple pena. Mientras, en Irak sigue la farsa. Iyad Allawi, es el nuevo tamagochi. Autonomía virtual. El imperio sigue con su retórica. Creíble solo para mentes infantiles. Para el club de fans de Winnie Pooh. La ONU apoya el estado de las cosas. Hurgando en la indecencia. Como queriendo mal manosear, en un asunto, del cual fue claramente excluida y vejada. Avalando una soberanía apuntalada con tanques, armas, bombas y 135.000 soldados norteamericanos. La resistencia se defiende heroicamente de la invasión. Barcos de papel contra portaviones. Tirachinas contra helicópteros «Apache». Hombres bomba contra bombas dirigidas por láser. Todo igual.

Han pasado ya varias semanas y Camilo cumple pena, sin pena ni gloria. Desconocido para muchos y muchas. Su humilde gesta, corre el riesgo de traspapelarse. Olvidarse. Sin sentar jurisprudencia moral.

¿Dónde están las ONG’s ahora? ¿La sociedad civil? ¿Y la izquierda que tanto se opuso a la guerra de Irak? Aparentemente, Camilo no ha pasado el control de calidad solidario. No es producto vendible para socios y militantes. Otras organizaciones prefieren no salirse del redil. Por miedo a ser «incorrectas». Perder el financiamiento. El status. A otras, realmente solo les preocupa el salario que reciben. Presidentes, juntas directivas y técnicos. Vivir bien. Fingir que hacen algo. Que luchan por alguna causa. El papel, las fotografías e internet lo aguantan todo. Qué bonito.

Los más escépticos se salen por la tangente. Sin analizar bien el caso (pienso). Recurriendo al pasado revolucionario de su padre. Carlos Mejía Godoy. Nicaragüense. Creador del himno de la Unidad Sandinista. «Luchamos contra el yanqui, enemigo de la humanidad», dice el himno. Por lo tanto, ¿Qué hacía el hijo de Carlos en el ejército norteamericano? No les falta razón (pienso). Pero lo importante aquí no es el pasado. Sino el presente y el futuro. La insumisión de Camilo. Que no es lo mismo que deserción. Válida pero diferente.

Camilo argumentó su decisión. Narró lo que vivió. Compareció ante la prensa. En las puertas de una base militar. En el mismísimo territorio norteamericano. Burlando la manipulación. Ofreciendo otra versión. Sin condimentos. A la sociedad estadounidense, principalmente. Para todos los públicos. En vivo. Sin esconderse. También en las grandes corporaciones mediáticas. Afrontando un juicio. La cárcel. Esposado como si fuera un criminal. Como si fuera Jeremy. Mostrando otra vía de resistencia. De oposición a la guerra. Reviviendo lo que otros militares hicieron. En Vietnam. Porque tampoco estaban de acuerdo.

Hastiados ante tanta injusticia y sangre, puede que otros soldados, en Irak, de reojo observen lo que hizo Camilo. La suerte que corrió. Para repetir sus pasos. Pero será difícil que alguien le siga. Ante tanto valeverguismo. Pasotismo. Indiferencia. Seguirá la sangre en Bagdad, Mosul y Kerbala. Seguirán las manifestaciones en Madrid, México DF y Nueva York. Seguirá el bla-bla-bla de los políticos que están a favor y en contra. Seguirá el enriquecimiento de las corporaciones. El de algunas ONG’s también. Todo igual. Difícil imaginar, una guerra a la que no vaya nadie.