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Imposible ocultar más la verdad sobre Irak

Fuentes: La Jornada

Poco a poco la convicción se va abriendo paso: la guerra en Irak ha aumentado la amenaza terrorista en Gran Bretaña y en todo el mundo. George Galloway lo ha dicho. Clare Short hizo una aseveración similar. También Charles Kennedy. Los miembros del gabinete desechan las críticas con predecible desdén: «No me sorprende de Galloway… […]

Poco a poco la convicción se va abriendo paso: la guerra en Irak ha aumentado la amenaza terrorista en Gran Bretaña y en todo el mundo. George Galloway lo ha dicho. Clare Short hizo una aseveración similar. También Charles Kennedy.

Los miembros del gabinete desechan las críticas con predecible desdén: «No me sorprende de Galloway… Típico de Clare… Pobre Kennedy, no supo leer el sentir del público… Las bombas en Londres nada tienen que ver con Irak. Lástima que alguien sugiera lo contrario… Es de mal gusto en un momento en que todos debemos unirnos…»

Pero esta vez el desafío es más sustancial. El autorizado informe del centro de análisis Chatham House, emitido esta semana, no se puede hacer a un lado con tanta facilidad. Cambia el tono y la sustancia de lo que se estaba volviendo un debate engañosamente débil.

El informe sostiene que Gran Bretaña está en mayor riesgo de ataque terrorista por su cercana asociación con Estados Unidos. También afirma que la guerra en Irak aumenta la capacidad de ataque de los terroristas: «El conflicto dio impulso a la propaganda, el reclutamiento y la captación de fondos de la red Al Qaeda; creó una gran fisura en la coalición, brindó un blanco ideal y una zona de entrenamiento para los terroristas ligados a Al Qaeda y desvió recursos y asistencia que debieron destinarse a apoyar al gobierno de Karzai en Afganistán y llevar a Bin Laden ante la justicia».

Cuando prestigiados centros de análisis molestan, los ministros expresan su inquietud con protestas excesivas. John Reid, el secretario de Defensa, se alteró más de lo necesario cuando fue entrevistado con objetividad por la BBC respecto del informe. El secretario del exterior, Jack Straw, normalmente tranquilo, casi vociferó su airada opinión a una cámara que pasaba.

Straw y Reid tienen preparado su alegato. En las próximas semanas oiremos hablar con frecuencia de los países que sufrieron ataques terroristas antes de Irak. Downing Street publicó una lista la semana pasada.

También escucharemos el argumento gubernamental, en teoría irrefutable, de que sería cobarde apartarse de un conflicto por temor a represalias. Por último, los ministros sostendrán que los terroristas atacan en Irak precisamente porque la guerra tuvo éxito en instaurar la democracia: es mucho lo que está en juego, no se debe permitir que los terroristas prevalezcan.

Ninguno de estos argumentos, sólidos en apariencia, hace alusión a las críticas del informe de Chatham House. Cierto, algunos países sufrieron ataques antes de la guerra en Irak; nadie lo niega. Lo que el informe señala es que el conflicto ha servido de agente de reclutamiento y campo de entrenamiento de terroristas. La amenaza terrorista existía antes de la guerra: ahora es mucho mayor.

La vulnerabilidad británica no es razón en sí misma para retirar apoyo a Estados Unidos, pero la causa de la alianza debe determinar si vale la pena correr tantos riesgos. En este caso la causa ha ocasionado que los terroristas tengan mayor capacidad, ha desviado la atención de Afganistán y fracturado la comunidad internacional.

En su declaración ante la Cámara de los Comunes, inmediatamente después del inicio de la guerra contra el talibán, Tony Blair sostuvo que Afganistán jamás volvería a ser olvidado y que no se haría nada que pusiera en riesgo la coalición global contra el terrorismo que surgió en los días posteriores al 11 de septiembre de 2001. La guerra contra Irak rompió ambas promesas.

Afirmar que la insurgencia terrorista en Irak es una forma de venganza por la guerra es especialmente perverso. El presidente estadunidense, George W. Bush, y Tony Blair fueron explícitos en insistir que la guerra era necesaria para hacer frente a la amenaza terrorista. A consecuencia de esa guerra, la amenaza es hoy mayor.

Conforme pasan los meses, las acusaciones políticas relativas a la guerra no cambian; se vuelven trágicamente más pertinentes. Ocurre así a medida que se arroja más luz sobre las circunstancias que precedieron al conflicto y respecto del número de personas cercanas a Blair que expresaron dudas.

Ya sabíamos que el secretario del exterior, Jack Straw, se preocupaba por las consecuencias políticas de la guerra. Después de la cumbre de Crawford, en la primavera de 2002, entre Blair y Bush, el secretario Straw advirtió sobre el impacto de la guerra sobre el Partido Laborista y más allá, en un memorando que se filtró más tarde. Blair insiste en que en esa reunión no hizo compromiso alguno, ni siquiera provisional, relativo a la guerra. De ser así, ¿por qué Straw sintió la necesidad de escribir ese memo inmediatamente después?

Ahora Jeremy Greenstock, embajador británico en Naciones Unidas en los días previos al conflicto, describe la guerra como «políticamente ilegítima» y su secuela como «un despliegue de deficiente análisis político y torpe ejecución». Estos comentarios forman parte de un libro cuya publicación el gobierno intenta detener.

Me dicen que el ex jefe de las fuerzas armadas, Charles Guthrie, advirtió a Blair que la guerra sería desestabilizadora. Sabemos que el embajador británico en Washington en ese tiempo, Christopher Meyer, veía la situación con recelo y acusaba a Blair de no ser sincero con Bush en privado, ya no se diga en público.

Así pues, lo que ocurre hoy en Irak y en otros países, entre ellos España y Gran Bretaña, no debe ser sorpresa para Bush y Blair. Las agencias de inteligencia alertaron que la guerra incrementaría la amenaza terrorista. Los consejeros más cercanos de Blair, desde su secretario del exterior hasta varios diplomáticos de primer nivel, tenían sus dudas. Cada vez resulta más claro que el primer ministro decidió respaldar la guerra a pesar de las advertencias de una gama de colegas y asesores cercanos. Los recientes bombazos en Londres, Turquía y, por supuesto, Bagdad ponen una vez más en tela de juicio esa decisión.

La mayoría de los parlamentarios laboristas agachan la cabeza por el momento, pero no son pocos los que están de acuerdo con el informe de Chatham House y expresan en privado su asombro de que el tema no haya aflorado en los días inmediatos a los bombazos en Londres. Esa es la significación política del documento: rompe el virtual silencio político y habla por un número importante de parlamentarios e incluso ministros. En este sentido no pudo haber llegado en peor momento para el gobierno.

Las autoridades tienen el derecho y se puede decir que el deber de buscar nuevas facultades legislativas a la vista de la amenaza terrorista. Antes de los bombazos, cuando conservadores y liberales demócratas por igual tenían trabajando toda la noche a los parlamentarios para desbaratar los planes del gobierno, presenté argumentos a favor de una legislación antiterrorista más severa. Blair merece elogios también por la forma en que ha animado a dirigentes de la comunidad musulmana a formar parte de la respuesta política a los ataques en Londres. Sin embargo, su renuencia a aceptar que la política exterior británica es un factor clave en la tensión que hoy nos abruma limita su capacidad de guiarnos hacia un futuro menos aterrador.

Steve Richards es comentarista político en medios escritos y periodista de la televisión británica.

© The Independent

Traducción: Jorge Anaya