Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
Cincuenta años después de que el ejército iraquí derrocara el 14 de julio de 1958 a su pro-occidental monarquía, los iraquíes viven actualmente en una nación tan machacada por el terror que están demasiado preocupados y ocupados con sobrevivir como para celebrar lo que muchos de ellos valoran como una revolución de liberación nacional contra la potencia colonial de aquella época: Gran Bretaña.
Sin embargo, no se ha olvidado el acontecimiento. Si hay algo que no debe olvidarse, especialmente por los nuevos gobernantes de Iraq, es que conseguir el apoyo y la confianza del pueblo no pueden sustituirse por la dependencia de ocupantes extranjeros y por su protección. Por otra parte, el aniversario plantea interrogantes sobre lo que los funcionarios coloniales estadounidenses conocen de la historia de Iraq y sobre los recuerdos que aún tienen los iraquíes de sus anteriores ocupantes.
En aquella fecha, los oficiales del ejército nacionalista, descontentos con el entonces represivo y corrupto régimen y su ciega lealtad hacia Gran Bretaña, derrocaron a la monarquía hachemita y declararon una república independiente y libre en Iraq. No fue sólo un golpe militar sino una inmensa revolución social desde abajo, apoyada por los nacionalistas que trataban de construir un estado moderno en Iraq a la vez que se alejaban de la influencia occidental.
Los iraquíes pueden lamentar ahora el hecho de que la Revolución del 14 de Julio no consiguiera sus objetivos nacionalistas, pero eso no les impide mirar los acontecimientos desde entonces a través de la misma lente, especialmente en la actual crisis que atraviesa su nación, despertándoles la nostalgia de abordar de igual manera la ocupación y el sectarismo que amenaza actualmente con desgarrar su nación.
Dos de los principales objetivos de la Revolución del 14 de Julio, con profundas raíces en la lucha del pueblo iraquí, fueron liberar Iraq de la dominación extranjera y restaurar la soberanía sobre las inmensas riquezas petrolíferas que los británicos, los franceses y los monopolios estadounidenses le habían robado. Nada mejor resumió aquella postura que la decisión del gobierno revolucionario de retirarse del Pacto de Bagdad, una alianza militar con Gran Bretaña y los Estados Unidos, así como de limitar la explotación energética de las compañías petroleras extranjeras al 0,5% del volumen de las concesiones originales de petróleo que habían recibido del régimen anterior a la revolución.
En la actualidad, la historia parece repetirse a sí misma, como si el reloj en Iraq hubiera completado el círculo desde hace 50 años. Los iraquíes tienen que luchar ahora por los mismos y antiguos objetivos: liberar su país y sus recursos nacionales tanto de los ocupantes extranjeros como de sus divididos y corruptos protegidos y bufones que han desmembrado Iraq en feudos sectarios.
Uno de los más sobrecogedores desafíos a que se enfrentan en estos momentos los iraquíes es el acuerdo estratégico que la administración Bush y el gobierno de Nuri Al-Maliki están negociando y que permitiría la presencia a largo plazo de las fuerzas estadounidenses en Iraq. Independientemente de la controversia acerca de la naturaleza y condiciones del acuerdo, los dos gobiernos se han comprometido a establecer una «relación duradera» bajo la «Declaración de Principios» iraquí-estadounidense de noviembre de 2007 que el Presidente George W Bush y Al Maliki firmaron.
En efecto, uno no puede obviar el alarmante paralelo entre el pacto propuesto entre EEUU e Iraq y el fracasado tratado que el gobierno británico trató de imponer a Iraq en 1948 y que provocó el levantamiento nacionalista en Bagdad que muchos consideraron como el sendero hacia la revolución que derrocó a la monarquía una década después.
Obviamente, los acuerdos que Iraq anunció el pasado mes con tres de las compañías petroleras estadounidenses más importantes, entre ellas Exxon Movil y Chevron, para desarrollar algunos de sus mayores campos confirmarán las sospechas de que el petróleo iraquí era el objetivo de la guerra, especialmente con las revelaciones de que los abogados del gobierno estadounidense y los consultores del sector privado proporcionaron modelos de contratos y detalladas sugerencias sobre los borradores de contratos. Con sus probadas reservas de 112.000 millones de barriles, las segundas mayores del mundo, junto con los aproximadamente 220.000 millones de probables y posibles recursos, el petróleo iraquí parece destinado -si las potencias coloniales extranjeras llegan a conseguirlo- a estar bajo control extranjero 34 años después de su nacionalización.
En términos históricos, la Revolución del 14 de Julio sufrió un retraso porque fracasó a la hora de construir un estado democrático para todos sus ciudadanos. Al final, Iraq se estancó y degeneró bajo el sistema de partido único del gobierno autocrático de Saddam Hussein, convirtiéndose en una presa fácil para sus nuevos colonizadores. Sin embargo, a pesar de su fracaso, la revolución tiene un profundo significado histórico porque reavivó en los iraquíes el espíritu de unidad y el de patriotismo. Combinados ambos aparece una virtud que se expresa ahora en el anhelo de los iraquíes ante su dramática situación nacional actual, puesto de manifiesto cuando muchos iraquíes afrontan la violencia de estos años para celebrar el aniversario de la revolución en las plazas de Bagdad.
No hay nada más importante ahora que revivir ese espíritu de patriotismo y libertad de la Revolución del 14 de Julio, por el que los iraquíes, unidos, pueden volver a modelar su destino en un estado moderno, independiente, democrático y fuerte. Si los ocupantes estadounidenses son ajenos a estos ideales iraquíes, y realmente lo son, la pregunta es por qué la camarilla gobernante de títeres locales es tan inepta a la hora de valorar la voluntad anti-ocupación y anti-sectarismo del pueblo.
Enlace con texto original:
http://weekly.ahram.org.eg/2008/905/fr2.htm