Es más fácil luchar para defender los principios que cumplirlos». Alfred AdlerLos titulares despliegan la tortura. Los comentaristas políticos de la TV se preguntan cómo viajará la vergüenza. Oliendo al fin la sangre, hasta los medios atacan. En el Los Angeles Times del 16 de mayo, Bob Drogin describió a un cautivo afgano que […]
Es más fácil luchar para defender los principios que cumplirlos».
Alfred Adler
Los titulares despliegan la tortura. Los comentaristas políticos de la TV se preguntan cómo viajará la vergüenza.
Oliendo al fin la sangre, hasta los medios atacan. En el Los Angeles Times del 16 de mayo, Bob Drogin describió a un cautivo afgano que «murió por congelación en una cárcel dirigida por la CIA en Kabul en 2002, después de haber sido empapado en agua y esposado toda la noche a una pared». En el «Campamento Bucca de Irak, un detenido murió por varios disparos en el pecho el año pasado cuando lanzaba piedras a una torre de vigilancia… Testigos de la Cruz Roja en la instalación del Sur de Irak llegaron a la conclusión de que ‘en ningún momento’ el prisionero significó una amenaza seria para los guardias».
Los sesudos de Bush tratan de echar la responsabilidad sobre personal de baja graduación en la prisión por la crueldad de la cual el Secretario Rumsfeld estaba enterado hacía meses y que el menos aprobó implícitamente. El escándalo constante refuta las pretensiones de la Administración referente a la superioridad de los derechos humanos vis à vis los estados arabes.
Las fotos publicadas de los abusos, junto con los 800 muertos y más de diez mil heridos norteamericanos, finalmente han provocado que hasta algunos políticos pregunten: ¿Cómo y por qué nos metió Bush en este lío en Irak?
Incluso aunque Saddam admitió a los inspectores de la ONU para armamentos en septiembre de 2002, una refutación implícita a la acusación de las armas, los medios norteamericanos reportaron obedientemente las aseveraciones de la Casa Blanca acerca de las ADM como si se tratara de «noticias» confirmadas. Israel, que en realidad posee armas nucleares, químicas y biológicas, quería que se neutralizara a Irak, su principal adversario potencial en la región. Así que Bush demonizó a Saddam y elogió al asesino Primer Ministro Ariel Sharon, que también había cometido crímenes de guerra, como «hombre de paz». La falta de disciplina de Bush con las palabras se equipara con la falta de prudencia en su toma de decisiones. No aprendió de su padre las lecciones básicas de política exterior. En 1991, después de que George Bush el Mayor detuviera la invasión a Irak -por las razones que Bush el Menor ha aprendido- declaró el triunfo del Nuevo Orden Mundial. Estados Unidos sería el líder indiscutido del mundo. Bush no abundó en detalles acerca de este nuevo orden, pero tranquilizó a los aliados, acarició a las predominantes agencies monetarias e incluso hizo de comadrona en el nacimiento de la OMC (Organización Mundial del Comercio).
El nuevo orden era parecido al viejo, excepto que sin la cercana presencia del poder soviético Estados Unidos podía invadir el Golfo Pérsico, garantizar un mayor acceso al petróleo y complacer más fácilmente la petición israelí. El colapso soviético ocurrió tan rápidamente que hubo poco debate acerca de las alternativas de estrategia -al menos no en público. La conspiración comunista de 70 años de duración, sobre cuya base el estado de seguridad nacional había construido costosas organizaciones durante décadas, desapareció sin apenas dejar rastro. Pero incluso después de que la OTAN y otras organizaciones soviéticas perdieran su razón de ser, no sólo permanecieron vivas, sino que obtuvieron mayores presupuestos.
Bush el Mayor y Clinton se plegaron ligeramente a la nueva realidad del mundo y cerraron unas pocas bases y redujeron levemente el presupuesto militar. Durante las elecciones del 2000 tanto Bush como Gore juraron lealtad eterna a la OTAN; y Bush se quejó de excesivos gastos en el exterior y sugirió retirarse de algunos compromisos internacionales -palabras bien escogidas para un verdadero republicano.
Pero la elite de la política no propuso caminos alternos e Irak no surgió como tema en los debates presidenciales. Al entrar en el siglo 21, Estados Unidos mantuvo las instituciones para un mundo en el cual su fenecido súper rival aún existe.
A fines del siglo 19, la clase dominante de Estados Unidos sostuvo un serio debate: el fututo del imperio. Tanto los «imperialistas» (antiguos colonialistas) como los «antiimperialistas» (el imperio informal por medio del dinero, no las colonias) asumieron que la nación tenía que expandirse por todo el mundo a fin de escapar del ciclo de depresiones económicas. Prevalecieron los que defendían el imperio formal.
Después de la 1ra. Guerra Mundial un grupo de senadores de los estados del Oeste, liderados por el Senador William Borah, de Idaho, argumentó que el gobierno republicano no podía mezclarse con el imperio. La mayoría expansionista ahogó esas voces de elevados principios. Los que rechazaban las alianzas derrotaron el plan del Presidente Wilson en favor de una Liga de Naciones.
Todas las partes rechazaron la palabra «imperio» para describir la expansión de EEUU y su intervención militar en el extranjero. Es más, desde su inicio los líderes de la nación, que nació luchando contra un imperio, crearon un poderoso mito: cualquier cosa que Estados Unidos haga en el exterior no es imperial. El hecho de que trece estados se hayan apropiado de tierra o la hayan comprado barata a las naciones indias, Francia, España y Rusia no impidió a los líderes declarar que Estados Unidos no tenía intenciones imperiales. Durante los años 20 y 30, el «aislacionismo» no significó que tropas de EEUU no debieran ocupar Haití, Nicaragua y Filipinas.
Al terminar la 2da. Guerra Mundial, Estados Unidos poseía el 55 por ciento de la capacidad industrial del mundo y ejercía un poder indiscutible. Al adaptar el modelo wilsoniano de alianza con Estados Unidos como socio principal, creó instituciones que otras naciones tendrían que aceptar o pagar el precio por la desobediencia.
Incluso después del colapso soviético este modelo prevaleció. Hasta el 11/9/01. Entonces los llamados neoconservadores, que habían penetrado los más altos niveles de la Administración de Bush el Menor, desataron políticas que la mayoría de la elite mundial había descartado previamente por imprudentes. No hubo debate público; en su lugar, los neoconservadores salidos de la oficina del Vicepresidente Cheney, como el Subsecretario de Defensa Paul Wolfowitz, el ex presidente de la Junta de Política de Defensa Richard Perle, el jefe de personal de Cheney, Scooter Libby, y el Subsecretario de Defensa para Política Doug Feith, realizaron prácticamente un golpe de estado. Los subordinados de Cheney descaminaron la inteligencia e instigaron una guerra no provocada con Irak. La sabiduría neoconservadora aseguraba que el derrocamiento de Saddam serviría como primer paso para llevar la democracia al Medio Oriente. Es más, los neoconservadores argumentaron que el futuro de la democracia y de la posición mundial de Estados Unidos dependía de que se estableciera una «dominación de espectro total».
Se salieron con la suya hasta que vino a inmiscuirse la fea realidad iraquí.
Hasta en una democracia imperial -traten de imaginarse tal entidad- las elecciones periódicas debieran constituir el escenario para debatir las políticas. Pat Buchanan exige un foro público acerca del tema de «si se deben mantener tropas de EEUU en todo el mundo o traerlas de regreso». Él quiere que «otras naciones determinen su propio destino». Desafortunadamente, ambos candidatos y ambos partidos «concuerdan con nuestra política exterior, la cual fracasa constantemente (columna simultánea del 12 de mayo).
Para Buchanan, la Pax Americana «será guardada en el aparador y olvidada como una cháchara infantil. Estados Unidos no va a pelear una guerra de cinco o diez años en Irak ni lanzaremos nuevas invasiones en el futuro cercano. La retirada del imperio norteamericano comenzó en Faluya».
Irónicamente, guerreristas como William Bristol y Robert Kagan, autores principales del Proyecto para un Nuevo Siglo Norteamericano (PNSN), propusieron el «internacionalismo conservador» como la nueva doctrina de EEUU. Ninguno de los miembros del escuadrón de ataque verbal sirve o tiene familiares sirviendo en las zonas de combate. Al igual que Bush, prometen «mantener el rumbo» con la vida de otros. No es nada nuevo.
El plan neoconservador supone que la abrumadora superioridad militar de EEUU guiará al mundo hacia la libertad económica y política. Los impedidos morales europeos se plegarán a las habilidades de EEUU, que se traducen como la fuerza o la amenaza de la fuerza, siempre que se necesite garantizar el acceso a mercados.
Cuando los fiduciarios del viejo sistema finalmente recuperaron sus sentidos basados en la riqueza, y reaccionaron alarmados ante las irresponsables políticas de la Casa Blanca, era demasiado tarde. Los consiglieri de la familia Bush, como James Baker y Brent Scowcroft, escribieron artículos de opinión en los principales periódicos para advertir de los peligros de tal plan nada realista: aumento de los muertos y heridos, fotos de prisioneros torturados, mujeres y niños iraquíes muertos y encuestas que muestran que los iraquíes desean que Estados Unidos se marche.
Los negativistas de derecha van desde el congresista por Illinois Henry Hyde hasta los columnistas George Will y Pat Buchanan, el cual en su columna del 12 de mayo calificó a Irak de «una guerra innecesaria que puede llegar a convertirse en uno de los grandes errores de la historia de EEUU». Buchanan argumenta que sólo el déficit de $500 mil millones de Bush es suficiente para no ir a la guerra. Y «con las sórdidas fotos de Abu Ghraib ya no tenemos la autoridad moral para imponer ‘nuestros valores’ a Irak».
Sin embargo, las fuerzas de EEUU han construido 14 bases militares en Irak, mientras Bush pregona que el país pertenece a los iraquíes. ¡Imperialismo norteamericano clásico! ¡Neguemos que la invasión y la ocupación son por motives imperiales y en su lugar llamémosle libertad! Es más, durante el gobierno de Bush los militares de EEUU han aumentado el número de sus bases militares a 730. Pero Bush no tiene suficientes tropas para operarlas, invadir a las restantes naciones del Eje del Mal y disciplinar a otras naciones desobedientes -problemas inherentes al plan imperial neoconservador en año de elecciones. Si los demócratas tuvieran un candidato que se enfrentara a estos temas, las fotos de torturas por sí solas hubieran provocado una declaración de que es hora de salir de Irak.
Saul Landau dirige los Programas de Medios Digitales y de Extensión Internacional de la Universidad Politécnica Estatal de California, en Pomona. Acaba de publicarse su nuevo libro: El negocio de Estados Unidos; de qué manera los consumidores han reemplazado a los ciudadanos y cómo puede volverse al revés la tendencia.