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Irak: La devastación

Fuentes: Tom Dispatch

Traducido para Rebelión por Germán Leyens

Introducción de Tom Engelhardt, Tom Dispatch:

Mídase Irak como se quiera, la suma es desastre. Se suministra menos electricidad que en los años de Sadam Husein; la desnutrición infantil, según un estudio noruego, se ha duplicado en el mismo período («Se encuentra al nivel de algunos países africanos», dice el director adjunto del instituto que realizó el estudio), los ataques contra la infraestructura petrolera del país son ahora tan severos que ningún petróleo abandona el país hacia el norte; hay más insurgentes y simpatizantes de la resistencia (más de 200.000, y su número va creciendo), que tropas estadounidenses en el país, según un cálculo reciente del jefe nacional de inteligencia de Irak; nuevos planes que suenan más y más a Vietnam son elaborados para colocar cantidades considerables de «consejeros» estadounidenses con unidades militares iraquíes recién entrenadas que se encuentran cercadas y se derrumban (para «estimular la voluntad de combate iraquí») – y eso, por el momento, sólo toca la superficie.

Tal vez nada capta el instante de modo más inquietante que lo siguiente mención que encontré en el blog Undernews del periodista Sam Smith. La «capital iraquí Bagdad ha degenerado de ser una de las ciudades más atractivas y prósperas de Medio Oriente en 1990 a ser ‘la ciudad menos atractiva’ del mundo para vivir en ella» para los expatriados, según Mercer Human Resource Consulting. El estudio de «calidad de vida» de Mercer acaba de catalogar a la capital iraquí en el último lugar, justo por sobre Bangui de la República Centroafricana y Brazzaville de Congo, desgarrada por la guerra civil. Y no es más que una instantánea ínfima del devastador presente de Irak. Pero nuestra memoria es corta. Si no fuera así, los estadounidenses se mostrarían menos sorprendidos todo el tiempo por nuestra aventura iraquí cada vez más desastrosa. A continuación, el reportero libre Dahr Jamail vuelve a los primeros meses de 2004 para recordarnos – de sus viajes por Irak – en qué medida las semillas del presente se encuentran en lo que, para nosotros, ya es un pasado medio borrado. Jamail es un extraordinario periodista joven, en cierto modo, probablemente el único periodista estadounidense no-empotrado que vive en el peligroso Irak. Los demás periodistas estadounidenses, incluso cuando no están empotrados con los militares, están esencialmente empotrados en sus propias grandes instituciones mediáticas con guardias, amañadores, técnicos de apoyo y vehículos protectores especiales, y están por lo tanto casi tan limitados como cualquier funcionario estadounidense en la Zona Verde de la capital. En Irak, los propios medios tienen, por lo menos en los informes que me han llegado, un aspecto casi militar (y eso ha ocurrido desde el momento mismo en que nuestros principales periódicos y canales de televisión comenzaron a «movilizarse» hacia la guerra junto al Pentágono).

Jamail, por otra parte, actúa solo (con la excepción de un traductor), y bastante indefenso, lo mejor que puede. Me escribe:

«Porque no creo en un periodismo empotrado por la censura inherente al proceso, viajo entre la gente de Irak para obtener la historia desde la calle. Me invitan regularmente a hogares y negocios y trato de informar directamente sobre la experiencia de los iraquíes y lo que sienten sobre la ocupación y los eventos que ocurren en su país. Por mi estilo independiente, puedo ir a sitios a los que la mayoría de los reporteros no tiene acceso, e informo sobre historias que son generalmente desdeñadas por la mayoría de los medios noticiosos dominantes.»

Como antiguo periodista independiente de Alaska, está demostrando en persona que es posible informar desde Irak de otro modo que el que vemos normalmente.

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¿La devastación de Irak? ¿Por dónde comienzo? Después de trabajar siete de los últimos 12 meses en Irak, me sigo sintiendo abrumado por la idea misma de tratar de describirla.

La guerra y la ocupación ilegales de Irak fueron realizadas por tres motivos, según la administración Bush. Primero por las armas de destrucción, masiva, que no encontraron. Segundo, porque el régimen de Sadam Husein tenía vínculos con al-Qaeda, que Mr. Bush en persona tuvo que admitir que nunca fueron demostrados. El tercer motivo – empotrado en el propio nombre de la invasión: «Operación Libertad Iraquí» fue liberar al pueblo iraquí. Por lo tanto, Irak es ahora un país liberado.

He estado repetidamente en Bagdad liberada y en sus alrededores durante 12 meses, incluso dentro de Faluya durante el sitio de abril y los soldados me dispararon varias veces en señal de advertencia. He viajado por el sur, el norte, y extensivamente por el centro de Irak. Lo que vi en los primeros meses de 2004, sin embargo, cuando el viaje por el país era más fácil para un reportero extranjero, daba una poderosa idea anticipada – incluso predictiva – de los horrores futuros en el resto del año (e indudablemente también en 2005). Vale la pena volver a la primera mitad del año, ya olvidada, y recordar cuán terribles fueron los acontecimientos para los iraquíes incluso en los primeros meses de nuestra ocupación de su país. Entonces, como ahora, para los iraquíes, nuestra invasión y ocupación fueron un caso de liberación de – los derechos humanos (piensen en: las atrocidades cometidas en Abu Ghraib que siguen ocurriendo allí y en otros sitios a diario); de liberación de una infraestructura que funcionaba (piensen en: el mal funcionamiento actual del sistema eléctrico, de las colas para comprar gasolina de muchos kilómetros de longitud, de las aguas servidas en las calles); de la liberación de la existencia de una ciudad entera en la que vivían (piensen en: Faluya, que ahora ha sido arrasada por bombardeos aéreos y otros medios).

En aquel entonces, los iraquíes estaban amargados, confundidos, y existían en medio de una desolación causada por la miríada de promesas rotas de la administración Bush. Literalmente, cada iraquí liberado que llegué a conocer desde mis primeros días en el país tenía un miembro de su familia o a un amigo que había sido muerto por soldados de EE.UU. o por los efectos de la guerra y la ocupación. Estos últimos incluyen hechos de la vida diaria como no tener suficiente dinero para alimentos o combustibles debido al masivo desempleo y el disparo de los precios de la energía, o cualquiera de los innumerables horrores restantes causados por los factores mencionados. Las promesas rotas, la infraestructura rota y las ciudades rotas de Irak eran algo claramente visible en esos primeros meses de 2004 – y lo triste es que la devastación ha empeorado desde entonces. La vida de los iraquíes hace un año, por horrenda que fuera, no fue más que un preludio de lo que ocurriría bajo la ocupación de EE.UU. Los signos premonitores eran obvios: desde la infraestructura destruida, hasta todas las torturas, hasta una creciente y violenta resistencia violenta.

Promesas rotas

Quedó rápidamente en evidencia, incluso para un periodista recién llegado, incluso en esos primeros meses del año pasado, que la verdadera naturaleza de la liberación que llevamos a Irak no era nada nuevo para los iraquíes. Mucho antes de que los medios estadounidenses decidieran que ya era hora de informar sobre las horrendas acciones que ocurrían dentro de la prisión de Abu Ghraib, la mayoría de los iraquíes ya sabía que los «liberadores» de su país estaban torturando y humillando a sus conciudadanos. En diciembre de 2003, por ejemplo, un hombre en Bagdad, hablando de las atrocidades de Abu Ghraib, me dijo: «¿Por qué utilizan acciones semejantes? ¡Ni Sadam Husein lo hizo! No es una conducta correcta. ¡No vienen a liberar Irak!» Con el humor negro que estos días es tan popular en Bagdad, un detenido recientemente liberado de Abu Ghraib que entrevisté dijo: «¡Los estadounidenses me pusieron electricidad en el trasero antes ponerla en mi casa!»

Sadiq Zoman es bastante típico de lo que he visto. Lo sacaron de su hogar en Kirkuk en julio de 2003. Lo mantuvieron en una instalación de detención militar cerca de Tikrit antes de que las fuerzas de EE.UU. lo entregaran en estado comatoso al Hospital General Salahadin un mes más tarde. Aunque el informe médico que lo acompañaba, firmado por el teniente coronel Michael Hodges, señalaba que el Sr. Zoman se encontraba en ese estado por un infarto causado por un ataque cardíaco, no mencionaba que su cabeza había sido aporreada, ni señalaba que había marcas de quemaduras eléctricas en su pene y en las plantas de sus pies, o que había magulladuras y marcas provenientes de latigazos sobre todo su cuerpo.

Visité a su mujer, Hashmiya, y a sus ocho hijas en una casa casi vacía en Bagdad. Sus pertenencias habían sido casi todas vendidas en el mercado negro para mantenerse a flote. Un ventilador giraba lentamente sobe la cama y Zoman tenía la mirada vacía fija en el techo.. Un pequeño generador de emergencia zumbaba afuera, ya que el vecindario, como casi toda Bagdad, recibía sólo seis horas de electricidad por día. Su hija Rheem, que va a la universidad, expresó los sentimientos de toda la familia al decir: «¡Odio a los estadounidenses por haber hecho esto! Cuando se llevaron a mi padre, se llevaron mi vida. Rezo pidiendo venganza contra los estadounidenses por destruir a mi padre, a mi país, y mi vida». En mayo de 2004, cuando fui a su casa, ya había tenido lugar una reciente corte marcial de uno de los soldados cómplices en la tortura generalizada de iraquíes en Abu Ghraib. Había sido sentenciado a una modesta pena de prisión, pero a los iraquíes no los impresionó. Los habían convencido una vez más – no es que fuera necesario – de que las promesas de la administración Bush de corregir las cosas en el tratamiento de los detenidos iraquíes eran tan vacías como las que hicieron respecto a la ayuda en la construcción de un Irak seguro y próspero. El año pasado, las promesas vacías de hacer pagar sus culpas a los implicados en hechos tan atroces, junto con las promesas de hacer que la prisión en Abu Ghraib fuera más transparente y accesible, fueron recibidas con desconfianza por miembros de las familias que esperaban cerca de las puertas de la prisión para ver a sus seres queridos que estaban en su interior. Bajo un sol de mayo abrasador fui a la polvorienta, deprimente, fuertemente-vigilada ‘área de espera’ rodeada de alambrada de púas, en las afueras de Abu Ghraib. Allí escuché una historia de terror tras la otra relatadas por melancólicos miembros de las familias que estaban obstinadamente reunidos en ese trozo de tierra árida, esperando, sin grandes esperanzas, que les concedieran una visita a alguien que se encontraba dentro de ese terrible establecimiento.

Sentado solo, sobre la tierra endurecida en su dishdasha blanco, con su pañuelo de cabeza ondeando lánguidamente en el viento seco, cálido, Lilu Hammed miraba impasible hacia los elevados muros de la cercana prisión como si estuviera tratando de ver a su hijo Abbas, de 32 años, a través de los muros de hormigón. Cuando mi intérprete, Abu Talat, le preguntó si estaba dispuesto a hablar con nosotros, pasaron varios segundos antes de que Lilu volviera lentamente su cabeza y dijera simplemente: «Estoy sentado aquí, en el suelo, esperando la ayuda de Dios». Su hijo, que nunca fue acusado de alguna ofensa, ya estaba en Abu Ghraib desde hace 6 meses después de un allanamiento de su hogar en el que no se encontró ningún arma. Lilu sujetaba una arrugada boleta de permiso de visita que acababa de obtener, prometiendo una reunión con su hijo… para tres meses más tarde, el 18 de agosto.

Igual que todos los demás que entrevisté en el lugar, el reciente consejo de guerra no había llevado a Lila a sentirse reconfortado. Tampoco, la liberación de algunos cientos de prisioneros. «Ese consejo de guerra es ridículo. Dijeron que iraquíes podrían asistir al juicio, pero no pudieron. Fue un falso juicio».

En ese momento, un convoy de Humvees, repleto de soldados, con fusiles apuntando por las pequeñas ventanas, pasó estruendosamente por la puerta principal del complejo carcelario, levantando una inmensa polvareda que rápidamente cubrió a todos. La madre de otro prisionero, la Sra. Samir, apartando de sí la polvareda dijo: «¡Esperamos que todo el mundo pueda ver la situación en la que nos encontramos!» y luego agregó lastimeramente: «¿Por qué nos hacen esto?»

El verano pasado entrevisté a una amable mujer de 55 años, que solía trabajar como profesora de inglés. Había estado detenida durante cuatro meses en el mismo número de prisiones… en Samarra, Tikrit, Bagdad y, por supuesto, en Abu Ghraib. Nunca, me dijo, le permitieron que durmiera una noche entera. La interrogaron muchas veces por día, no le dieron suficiente comida o agua, o acceso a un abogado o a su familia. La maltrataron verbal y psicológicamente.

Pero eso, afirmó, no fue lo peor. Para nada. Su esposo, de 70 años de edad, también fue detenido y golpeado. Después de siete meses de palizas e interrogatorios, murió en la prisión militar de EE.UU.

Lloraba al hablarme. «Echo de menos a mi marido», sollozaba y se alzó, hablando a toda la habitación, no a nosotros: «Lo echo tanto de menos». Agitaba sus manos como si quisiera arrojar agua… luego las colocó sobre su pecho y siguió llorando.

«¿Por qué nos hacen esto?», preguntó. Simplemente no podía comprender, dijo, lo que ocurría, porque dos de sus hijos también fueron detenidos, y su familia había sido totalmente destrozada. «No hicimos nada malo», sollozó.

Al terminar la entrevista, íbamos caminando hacia nuestro coche cuando todos nos dimos cuenta de que ya eran las 10 de la noche, demasiado tarde para andar por la calle en la peligrosa Bagdad. Así que la señora nos dijo que en vez de hacerlo nos quedáramos a cenar, agradeciéndome todo el tiempo por haber escuchado su horrenda historia, por mi tiempo, por escribir al respecto. Me quedé sin palabras.

«No, muchas gracias, ahora tenemos que volver a casa», dijo Abu Talat. En ese momento, ninguno de nosotros pudo retener las lágrimas.

En el coche, mientras conducíamos rápidamente por una carretera de Bagdad hacia una luna llena, Abu Talat y yo mantuvimos silencio. Finalmente, preguntó: «¿Puedes articular alguna palabra? ¿Te queda alguna palabra?» No encontré ninguna. Ninguna.

Infraestructura rota

Todo en Irak vive ante un paisaje de infraestructura hecha añicos y de una falta casi total de reconstrucción. Resultó que lo que hacen mejor los estadounidenses – una vez más – son promesas… y propaganda. Durante el período en el que la Autoridad Provisional de la Coalición gobernó Irak desde la Zona Verde de Bagdad, sus panfletos tenían a menudo un contenido como éste, publicado el 21 de mayo de 2004: «La Autoridad Provisional de la Coalición ha entregado recientemente cientos de pelotas de fútbol a niños iraquíes en Ramadi, Kerbala, e Hilla. Mujeres iraquíes de Hilla cosieron las pelotas de fútbol, que fueron estampadas con la frase ‘Participemos todos en un Nuevo Irak'».

Y, no obstante, al buscar dónde está la esencia de ese Nuevo Irak, el desempleo era de un 50% y aumentaba, las mejores áreas de Bagdad promediaban 6 horas de electricidad por día, y no había seguridad en ninguna parte. Incluso antes, en enero de 2004, antes de que la situación de la seguridad paralizara casi por completo la mayor parte de los proyectos de reconstrucción, y 9 meses después de que declararan oficialmente el fin de la guerra en Irak, la situación ya llegaba a la catástrofe. Por ejemplo, la falta de agua potable era la norma en casi todo Irak del centro y del sur.

En aquel entonces yo preparaba un informe que trataba de documentar exactamente la reconstrucción en el sector del agua – un sector del que Bechtel era una de las principales responsables. El 17 de abril de 2003, la gigantesca corporación había recibido, tras puertas cerradas, un contrato sin licitación de 680 millones de dólares, que fue aumentado en septiembre a 1.030 millones de dólares; luego Bechtel obtuvo un contrato adicional por 1.800 millones de dólares para ampliar su programa hasta diciembre de 2005.

Entonces, cuando el viaje de reporteros occidentales era mucho más fácil, me detuve en varias aldeas, en viaje hacia el sur desde Bagdad, pasando por lo que los estadounidenses ahora llaman «el triángulo de la muerte», hacia Hilla, Nayaf, y Diwaniyah para comprobar la situación del agua potable. Cerca de Hilla, un anciano de cara ajada, me mostró su bomba de agua, colocada inánime sobre un contenedor vacío – ya que no había electricidad. El agua disponible en la aldea estaba cargada de sal filtraba al suministro de agua porque Bechtel no había cumplido sus obligaciones contractuales de rehabilitar un centro de tratamiento de aguas cercano. Otra aldea cercana no tenía el problema de la sal, pero aumentaban los casos de náuseas, diarrea, cálculos renales, calambres, e incluso los casos de cólera. Resultó ser una tendencia general en las aldeas que visité. El resto del viaje incluyó un frenético trayecto por aldeas, todas sin agua potable, cerca o dentro de los límites urbanos de Hilla, Nayaf y Diwaniyah. Hilla, cercana a la antigua Babilonia, tiene una planta de tratamiento y centro de distribución de agua dirigido por el Ingeniero Jefe Salmam Hassan Kadel. El Sr.. Kadel me informó que la mayoría de las aldeas en su jurisdicción no tenían agua potable, ni las tuberías necesarias para reparar sus sistemas de agua rotos, ni tenía contacto alguno con Bechtel o algo de sus subcontratistas.

Habló de mucha gente que sufría la lista acostumbrada de enfermedades. «Bechtel», me dijo, «gasta todo su dinero sin ningún estudio. Bechtel pinta edificios, pero eso no provee agua pura para gente que muere por beber agua contaminada. Les pedimos que en lugar de pintar edificios, nos den una bomba de agua y la usaremos para ofrecer servicio de agua a más gente. No ha habido cambio alguno desde que los estadounidenses llegaron aquí. Sabemos que Bechtel está derrochando dinero, pero no podemos probarlo».

En otra pequeña aldea entre Hilla y Nayaf, 1.500 personas bebían agua de un arroyo sucio que se escurría lentamente por delante de sus casas. Todos tenían disentería; muchos, cálculos renales; un número sorprendente, cólera. Un aldeano, que sujetaba a un niño enfermo, me dijo: «Era mucho mejor antes de la invasión. Teníamos agua potable corriente las veinticuatro horas del día. Ahora bebemos esta porquería porque es todo lo que tenemos».

A la mañana siguiente llegué a una aldea en los alrededores de Nayaf, que correspondía a la responsabilidad del centro de agua de Nayaf. Habían cavado un agujero inmenso en la tierra en el que los aldeanos empalmaban las tuberías existentes para trasvasar agua. El agujero de tierra se llenaba por la noche, cuando sacaban agua. Esa mañana, había niños parados tranquilamente alrededor del agujero mientras las mujeres sacaban los residuos de agua sucia que estaban en el fondo. Todos, parecía, sufrían de alguna enfermedad portada por el agua y varios niños, me dijeron los aldeanos, habían muerto al tratar de cruzar una carretera muy transitada hacia una fábrica cercana en la que había agua pura.

En junio, seis meses después, visité el Hospital Chuwader, que entonces atendía un promedio de 3.000 pacientes al día en Sáder City, el inmenso barrio pobre de Bagdad. El Dr. Qasim al-Nuwesri, administrador jefe, comenzó pronto a describir las luchas que su hospital enfrentó después de la ocupación. «Nos faltaban todas las medicinas», dijo, y subrayó que algo semejante ocurría raramente antes de la invasión. «Está prohibido, pero algunas veces tenemos que volver a utilizar las intravenosas, incluso las agujas. No nos queda otra».

Y entonces, por supuesto, mencionó – como todos los demás doctores con los que hablé – el horrendo problema del agua, la ausencia de agua impoluta en toda el área. «Desde luego, tenemos tifus, cólera, cálculos renales», dijo con total naturalidad, «pero ahora incluso tenemos la extremadamente rara Hepatitis Tipo-E y se ha hecho común en nuestra área».

Saliendo por las calles repletas de aguas servidas, de basura, de Sáder City pasamos un muro con un graffiti «Calle Vietnam». Justo debajo estaba la frase – obviamente dirigida a los liberadores estadounidenses: «Aquí cavaremos vuestras tumbas».

Actualmente, en cuanto a la infraestructura que colapsa, otras áreas de Bagdad están comenzando a sufrir como Sáder City lo hizo en aquel entonces, y sigue sufriendo. Aunque los proyectos de reconstrucción programados para Sáder City han percibido aumentos de fondos, casi nunca hay alguna señal de que se realice algún trabajo, como es el caso en la mayor parte de Bagdad.

Mientras la continua crisis del combustible obliga a la gente a esperar hasta dos días para llenar sus depósitos de carburante en las gasolineras, toda la ciudad funciona con generadores la mayor parte del tiempo, y áreas mucho menos favorecidas como Sáder City tienen sólo cuatro horas de electricidad por día.

Ciudades rotas

Las tácticas brutales de las fuerzas de ocupación se han convertido en un lugar común en la vida iraquí. He entrevistado a personas que duermen regularmente con sus ropas puestas porque los allanamientos de casas constituyen la norma. Muchas veces, cuando las patrullas militares son atacadas por combatientes de la resistencia en las ciudades de Irak, los soldados simplemente abren fuego al azar contra todo lo que se mueve. Más común aún es que fuertes pérdidas civiles sean causadas por ataques aéreos de las fuerzas de ocupación. Estas horribles circunstancias han provocado más de 100.000 víctimas civiles en menos de dos años de ocupación.

Y luego está Faluya, una ciudad que ha sido bombardeada o cañoneada hasta quedar en ruinas en un 75%, una ciudad en cuyos escombros los combates continúan aunque todavía no se ha permitido que la mayoría de sus residentes vuelvan a sus hogares (muchos de los cuales ya no existen). Las atrocidades cometidas allí en el último mes, son, en muchos sentidos, similares aproximadamente a las observadas durante el fracasado sitio de la ciudad por los Marines de EE.UU. en abril pasado, aunque en una escala mucho mayor. Esta vez, además, informes de familias del interior de la ciudad, junto con evidencia fotográfica, indican que los militares de EE.UU. han utilizado armas químicas y fósforo así como bombas de racimo. Los pocos residentes a los que se ha permitido que vuelvan en la última semana de 2004 recibieron panfletos producidos por los militares instruyéndolos a que no coman ningún alimento del interior de la ciudad, y que no beban el agua.

En mayo pasado, en el Hospital General de Faluya, los doctores me hablaron del tipo de atrocidades que ocurrieron durante el primer sitio de la ciudad de un mes de duración. El Dr. Abdul Jabbar, un cirujano ortopeda, dijo que era difícil mantener un control de la cantidad de personas que atendían, así como de la cantidad de muertos, por la falta de documentación. Fue causada por el hecho de que el hospital principal, ubicado al lado opuesto a la ciudad del río Éufrates, fue acordonado por los Marines durante la mayor parte de abril, como volvió a suceder en noviembre de 2004.

Calculó que por lo menos 700 personas fueron muertas en Faluya durante ese mes de abril. «Trabajé en cinco de los centros [clínicas de salud comunitarias], y si sumamos las cifras de esos sitios, llegamos a esa cifra», dijo. «Y hay que considerar que mucha gente fue enterrada antes de llegar a nuestros centros».

Cuando el viento sopló viniendo del cercano barrio Julan de la ciudad, el hedor pútrido de cuerpos en descomposición (un olor que evidentemente fue de nuevo típico de la ciudad) sólo confirmó su declaración. El Dr. Jabbar insistió en que aviones estadounidenses también lanzaron bombas de racimo sobre la ciudad. «Mucha gente fue herida y muerta por bombas de racimo. Por supuesto que utilizaron bombas de racimo. ¡Las oímos y también tratamos a personas que habían sido heridas por ellas!»

El Dr. Rashid, otro cirujano ortopeda, dijo: «No menos de un sesenta por ciento de los muertos eran mujeres y niños. Pueden ir a ver las tumbas ustedes mismos». Ya había visitado el Cementerio Martyr y por cierto había observado las numerosas tumbas pequeñas que habían sido evidentemente cavadas para niños. Estuvo de acuerdo con el Dr. Jabbar sobre el uso de bombas de racimo, y agregó: «Vi las bombas de racimo con mis propios ojos. No necesitamos ninguna evidencia. La mayoría de esas bombas cayeron sobre las personas que atendimos más adelante».

Hablando de la crisis médica que su hospital había tenido que enfrentar, señaló que durante los primeros 10 días de combate los militares de EE.UU. no permitieron absolutamente ninguna evacuación de Faluya a Bagdad. Dijo: «Incluso la transferencia de pacientes dentro de la ciudad era imposible. Puede ver nuestras ambulancias afuera. Sus francotiradores también dispararon a las puertas principales de uno de nuestros centros». Por cierto, dos de las ambulancias en el aparcamiento del hospital tenían agujeros de balas en sus parabrisas.

Ambos doctores dijeron que los militares de EE.UU. no habían establecido contacto con ellos, y que no les habían dado ninguna ayuda. El Dr. Rashid resumió la situación como sigue: «Sólo nos mandan bombas, no medicinas.»

Mientras salía hacia nuestro coche entre lo que ya era la desolación de Faluya, un hombre me tiró del brazo y gritó: «¡Los estadounidenses son cowboys! ¡Ésta es su historia! ¡Mire lo que hicieron a los indios! ¡Vietnam! ¡Afganistán ! ¡Y ahora Irak! Esto no nos sorprende».

Y eso fue, por supuesto, antes de que comenzara el sitio total de la ciudad en noviembre de 2004. La campaña de abril en Faluya, que resultó en un incremento de la resistencia, demostró – como tantas otras cosas en esos primeros meses de 2004 – que no era sino un presagio de las cosas que ocurrirían en una escala mucho mayor. Mientras el objetivo del sitio más reciente fue asfixiar la resistencia y lograr mayor seguridad para las elecciones programadas para el 30 de enero, el resultado, como en abril, ha sido cualquier cosa menos seguridad.

Después de la destrucción de Faluya los combates simplemente se extendieron a otros sitios y se intensificaron. Las familias huyen ahora de Mosul, la tercera ciudad de Irak por su tamaño, porque se advierte contra otra próxima campaña aérea contra los combatientes de la resistencia. Por lo menos un coche bomba por día es ahora la norma en la capital. Enfrentamientos estallan con mortífera regularidad en toda Bagdad así como en ciudades como Ramadi, Samarra, Baquba y Balad.

La intensificación tiene dos aspectos. Con cada vuelta ascendiente en la violencia, las tácticas de los militares estadounidenses sólo se hacen más brutales y, al hacerlo, la resistencia sólo sigue creciendo en tamaño y efectividad. Cualquier tipo de «sitio» de Mosul sólo puede acelerar esta dinámica.

A pesar del bloqueo informativo después del reciente ataque contra Faluya, las informaciones sobre perros devorando cadáveres en las calles de la ciudad y de mezquitas destruidas se difundieron en todo Irak como un reguero de pólvora; e informes como estos sólo subrayan lo que la mayoría de la gente en Irak cree ahora – que los liberadores se han convertido en brutales ocupantes imperialistas de su país. Y con ello la resistencia se hace aún más fuerte.

Sin embargo, entre los iraquíes, el crecimiento de la resistencia fue predicho hace tiempo. Viví un momento significativo en junio pasado, entre ataques diarios con coches bomba suicidas en Bagdad. Mientras las secuencias de coches con cristales rotos y agujeros de balas en sus carrocerías aparecían en las pantallas de televisión, mi traductor Hamid, un hombre ya mayor, cansado de la violencia, dijo suavemente: «Ya comenzó. Esto es sólo el comienzo, y ahora no se detendrán. Tampoco después del 30 de junio». Ésa, por supuesto, era la fecha de la transferencia de la «soberanía» a un nuevo gobierno iraquí prometida desde hace tanto tiempo, después de la cual los funcionarios estadounidenses predijeron fervorosamente que la violencia en el país comenzaría a disminuir. El mismo conflicto entre la predicción y una realidad contraria puede ser visto ahora en relación con las elecciones venideras.

Hace tres semanas, un amigo mío que es un jeque de Baquba, me visitó en Bagdad y almorzamos con Abdulla, un profesor mayor que es amigo suyo. Mientras comíamos, Abdulla expresó un sentimiento que se escucha frecuentemente en la actualidad: «Los muyahidín», dijo, «combaten por su país contra los estadounidenses. Esta resistencia es aceptable para nosotros».

La administración Bush ha aumentado recientemente sus tropas en Irak de 138.000 a 150.000 – para, dijeron los funcionarios, proveer más seguridad para las próximas elecciones. Esos aumentos de tropas también ocurrieron en Vietnam. Entonces, lo llamaron escalada. Lo que me pregunto es: ¿Escribiré un artículo en enero que siga siendo intitulado: «Irak: La Devastación», en el que estos terribles últimos meses de 2004 (de los cuales la primera mitad del año sólo fue una premonición) resultarán ser, por su parte, sólo un gusto anunciador de horrores por venir? ¿Y qué sucederá luego en 2006 y 2007?

Dahr Jamail es un periodista independiente de Anchorage, Alaska. Ha pasado 7 de los últimos 12 meses informando desde dentro de Irak ocupado. Sus artículos han sido publicados en Sunday Herald, Inter Press Service, la página en la red de Nation Magazine, y el sitio en Internet de New Standard para quienes fue corresponsal en Irak. Es corresponsal especial en Irak de la radio Flashpoints y también ha aparecido en la BBC, Democracy Now!, Free Speech Radio News, y Radio South Africa. Este su primer artículo para Tomdispatch.com.

http://www.tomdispatch.com/index.mhtml?pid=2109