Irak hoy no es Irak. La realidad anterior a la invasión encabezada por Bush, Blair y Aznar no volverá estructurarse. Si bien un dictador imponía un orden arbitrario, las consecuencias de la invasión no hacen que el mundo o el propio Irak sean mejores o más seguros que antes del 20 de marzo de 2003. […]
Irak hoy no es Irak. La realidad anterior a la invasión encabezada por Bush, Blair y Aznar no volverá estructurarse. Si bien un dictador imponía un orden arbitrario, las consecuencias de la invasión no hacen que el mundo o el propio Irak sean mejores o más seguros que antes del 20 de marzo de 2003. Cálculos serios señalan las muertes consecuencia de la invasión en cientos de miles, sumados a los dos millones de refugiados que han huido hacia países vecinos y otros dos millones de refugiados internos. La hojarasca gubernativa que los invasores pretenden legitimar no tiene capacidad de organizar el país, tanto así que hace unos días, un misil casi elimina a Ba Ki Moon, Secretario General de la ONU, mientras en una conferencia de prensa aseguraba avances en seguridad junto al presidente de Irak; por eso las imágenes que la prensa difunde sobre la consolidación gubernativa o los avales de organismos como la ONU, en Irak son irrelevantes. Si antes de 2003 había un Irak identificable con la falta de libertades consecuentes a una dictadura, hoy es el caos. Con periodos cuyo promedio de muertes diarias superan el medio millar, el mundo es peor luego de la destrucción de Irak. Este episodio en el que el gobierno de EEUU nos muestra su rostro siniestro, es el que abre el siglo XXI, al que se le atribuía ser el inicio del fin de la historia.
La normalización informativa sobre la realidad de lo que queda de Irak, es parte de la confusión que se ha creado. Si bien las facciones islámicas aprovechan las consecuencias de la invasión para desatar una guerra civil, estas diferencias han sido exacerbadas por la propia situación y por la incapacidad de control interesada o no de los invasores. Las guerras que se intersectan en Irak, como en otros lugares y épocas, en parte son auspiciadas por la división sobre la cual el invasor pretende sobreponerse. La ausencia de un Estado y la inmensa limitación de lo que se quiere presentar como tal, hasta hoy no consolida posibilidad de organización. Por ello la zona verde es un fortín amurallado que dice representar el inicio de un proceso democrático y en las zonas rojas se interponen murallas callejeras en una cuidad fantasma como Bagdad. No hay posibilidad orgánica ni democrática en el Irak destruido de estos días. Todas las intenciones de organismos internacionales o grupos de países que pretenden presentar la destrucción como generadora de una realidad mejor, son cómplices del aniquilamiento de gente inocente: iraquíes, soldados norteamericanos o mercenarios.
Antes de la invasión era más tangible la impronta de los intereses petroleros que impulsaban el inicio de las acciones. Con el transcurso del tiempo ello se ha ido soslayando para presentarnos el enfrentamiento en el terreno y sus consecuencias como los ejes centrales. Se ha hecho a un lado que el petróleo sigue estando al doble de su precio anterior a 2003, y que si bien no se ha podido asegurar el control estratégico de las fuentes energéticas, la sola duplicación del precio internacional del crudo ya puede justificar el enorme descrédito al que se ha llevado a EEUU en aras de las grandes empresas energéticas. A la elite del petróleo le importa lo mismo que mueran un millón de iraquíes a que mueran miles de muchachitos de su propio país, o que decenas de miles de heridos y deudos varíen la psicología generacional estadounidense con la posibilidad de generar nuevos Timothy McVeigh. De alguna manera el reflujo social de la invasión constituirá al interior de la sociedad norteamericana una mácula como la de Vietnam. El fantasma que la administración Bush creo alrededor de Sadam Husein, como se señaló hace más de cuatro años, era parte de una de las mayores manipulaciones que ha sufrido la sociedad de los EEUU. Del mismo modo en que proceden las dictaduras en distintos puntos del orbe, el stablishment político y la prensa estadounidense se arrodillaron ante la mayor mentira oficial de estos tiempos que sigue matando a unos y enriqueciendo a otros pocos.
¿Genocidio?
El genocidio se ha definido como: Exterminio o eliminación sistemática de un grupo social por motivo de raza, de etnia, de religión, de política o de nacionalidad. En ese sentido no hay referencia a la cantidad de personas que pueden ser exterminadas en determinado hecho genocida. Pero sí una intensión de destruir o diezmar a un grupo social de manera contundente. En Irak al parecer no existiría esa intensión. Pero la interpretación de las estadísticas puede brindar algunos motivos de reflexión. Contamos cerca de un millón de muertos que no hubieran sido posibles sin la invasión y el asedio y bombardeo constante desde 1991, y más de cuatro millones de refugiados producto de la invasión. Somos testigos del desprecio por la cultura de la antigua Mesopotamia y observamos como las tropas invasoras avalaron el saqueo de museos y otros lugares simbólicos, mientras protegían el Ministerio del Petróleo. Mezquitas han sido bombardeadas, y hasta el día del perdón musulmán sirvió para ejecutar en la horca al ex dictador Sadam Husein. Si a esto sumamos la aniquilación selectiva de los más sobresalientes catedráticos de distintas universidades iraquíes, y cientos de datos que la información no oficial revela diariamente (*), es idóneo preguntarnos qué tan cerca podemos estar de un genocidio o de una situación que viene avalando un aniquilamiento continuo.
La imposibilidad de que las relaciones sociales sean análogas a las anteriores a la invasión y de que Irak luego de la retirada sea destrucción ante todo, pueden encontrar un paralelismo a la intensión genocida. El genocidio resquebraja a un pueblo y deriva en consecuencias insospechadas. Irak sin duda estará resquebrajado en los años y décadas posteriores al retiro. Los cientos de miles de muertes que siguen sumando, los años de asedio militar, embargo comercial y las demás situaciones que el ensañamiento neoconservador dejará regadas sobre la cultura islámica y sobre el sentimiento de impotencia de toda una generación, sí pueden ser similares a las consecuencias de un genocidio. Otra pregunta que merece ser contestada es si en algunos sectores de la elite que ha llevado adelante este guerra no existirá una intensión soslayada de reducir la población iraquí o musulmana, no con el fin de su exterminio virtual, pero sí con la intencionalidad de que esa demostración de poder sirva para clavar una estaca en el corazón de la cultura islámica. Si eso fuera así, cosa que según los acontecimientos es posible, sí estaríamos frente a una invasión con por lo menos visos de genocidio. Hay en la escena actual evidentes rasgos un desprecio manifiesto por la vida y por los derechos naturales que de ésta emanan hacia los que Occidente considera distintos. El genocidio en el caso de Irak podría estar constituido por un entrecruzamiento de las diversas vanguardias en lucha, como consecuencia de la invasión.
Más allá de que la invasión a Irak pueda encajar o no en lo que nuestra cultura define hoy como genocidio, lo relevante es la comprobación de una intensión de al menos exterminar a los denominados terroristas islámicos que se oponen a la invasión. En ese caso no hay nada que comprobar. El discurso político, las acciones y hasta algunos análisis justifican la aniquilación de los denominados terroristas. Faluya es el ejemplo de esta percepción. La ciudad convertida en cenizas como en un cuento bíblico, no despertó la condena que un acto de tal vileza merecía. Los reflectores de la prensa tradicional se dirigen hasta la saciedad a desnudar pequeñas desgracias, pero fueron superficiales cuando toda una ciudad fue desaparecida del mapa a fines del año 2004. Cientos de miles fueron expulsados, y miles de combatientes iraquíes aniquilados por una fuerza geométricamente superior. En Occidente algunos avalaron Faluya como parte del combate legítimo, otros lo verán como un acto de heroísmo ejemplar.
Las definiciones de las categorías político bélicas no son monopolio comunicacional de ningún pueblo. EEUU y otros en Occidente ponen el grito en el cielo cuando se atribuye al presidente de Irán haber dicho que Israel debe ser borrado del mapa, pero obvian que a quien se ha borrado virtualmente del mapa es a Irak. A pesar de que luego de la retirada que las tropas invasoras deberán realizar los mapas del mundo sigan consignando un espacio geográfico llamado Irak, la realidad es que ese Estado fue borrado del mapa. Las líneas rectas que el colonialismo occidental han dejado plasmadas en los mapas territoriales del Medio Oriente y sobre todo de África, se aplicarán de seguro para delimitar el ámbito geográfico de lo que se llamará muy posiblemente el Irak Democrático: la democracia como justificación del enriquecimiento de una elite y como impulso de guerras y posiblemente genocidios es antidemocrática. Las instituciones, las costumbres y los procedimientos democráticos que los países invasores albergan hacia el interior de sus sociedades, son incompatibles con las actitudes que hacia fuera de sus fronteras pretenden hacer pasar como defensa democrática ante el peligro terrorista. Así, las potencias ocupantes colocan en entredicho el significado que se le atribuye a un Estado democrático, en el que la elección de los representantes y las libertades personales colisionan con los regimenes de excepción que propician allende sus fronteras y con las ocupaciones antidemocráticas que ejercen. Los límites a la asumida democracia occidental son parte del análisis iraquí.
Antiamericanismo
Calificar como antiamericanos a los que condenamos frontalmente la invasión a Irak es un atrevimiento. La cultura, la política y la sociedad estadounidense sin duda han producido y siguen produciendo manifestaciones admirables, y la libertad ha encontrado en los ángulos modernos de este país un punto de referencia. Así como no se puede lanzar el facilismo de calificar a todo musulmán de potencialmente violento, sería otro facilismo igualar a la sociedad de los EEUU con la elite que los ha manipulado groseramente este inicio de siglo. Nunca más necesaria la distinción entre gobiernos y sociedades. La sociedad estadounidense liberal o conservadora en su gran mayoría no ha propiciado la invasión y sus terribles consecuencias. Si bien su grado de responsabilidad puede estar en razón de la pasividad actual ahora que por ejemplo se sabe que se construyó una mentira de Estado para el inicio de la invasión, no es indicado que eso lleve a producir una condena hacia la sociedad o hacia una mayoría de esta. Eso a pesar de que en un amplio sector social de EEUU se ha hecho sentido común la idea de que están siendo defendidos por su gobierno del inminente ataque fundamentalista islámico. Situación que por el contrario debería llevar a ponderar la manipulabilidad y la fragilidad de un sistema social que se asume la primera democracia del mundo. Si en realidad ese concepto fuera fidedigno, nunca se habría producido la manipulación que hoy sigue encasillando a un amplio sector social de EEUU es esa dicotomía absurda de buenos y malos, cristianos y musulmanes.
El conservadurismo y la banalización de los aspectos sustanciales que una democracia requiere par ser tal, reflejan en el espejo de Irak las inconsistencias propias de la sociedad estadounidense. No están alejadas las sociedades de EEUU e Irak a pesar de la distancia geográfica, el conflicto las une. En una la destrucción indiscriminada será el antecedente de un intento de organización futura, en la otra la manipulación informativa si no es confrontada seguirá marcando el derrotero político hundiendo más la legitimidad que EEUU tuvo en los asuntos internacionales e involucionando a su sociedad en varios aspectos. Legitimidad muy debilitada y algunos dirían que hasta perdida, por su utilización por la elite empresarial militar y política norteamericana que sí es directamente responsable de la invasión. Es a ellos y no a la sociedad a la que señalamos. No existe antiamericanismo ni complejo ante el poderoso, sino denuncia evidente a este grupo de personas y sus agentes operativos que consideran que los mapas del mundo pueden dibujarse según se dibujan los intereses de sus empresas o de sus ambiciones estratégicas y no vacilan en usar a quien se necesite para sus fines, sea un soldado o un respetado político: la vergüenza de Collin Powel mostrando fotos trucadas donde supuestamente se escondían las ADM ante el Consejo de Seguridad semanas antes de la guerra.
Es interesado usar el recurso del anti como impulsor de la crítica a la invasión. Cómo se podría ser antiamericano y negar así de plano una realidad que toda sociedad posee, un abanico de manifestaciones vitales. Oigo mientras escribo estas líneas American Folk, y sus guitarras, sus voces y el encanto del ingles me llevan por las llanuras del centro de los Estados Unidos. Encuentro en muchos pasajes de la historia de los EEUU pujanza, pero también racismo, exterminio y una reacción terrible frente al libre pensamiento, que a pesar de ello logra subsistir. Escenas de siglos atrás se retratan en los actuales debates de su sociedad. Pero al igual que antes existen los vientos de la libertad. Los sacerdotes que asesinan a médicos que practican el aborto legal, conviven con la literatura de Paul Auster. El muro en la frontera con México es contemporáneo a las protestas multitudinarias de los inmigrantes latinos por sus derechos. Las mujeres que fueron asesinadas quemadas un ocho de marzo de hace más de cien años por aspirar a ser ciudadanas, conviven con las sectas que se preparan hoy para el fin del mundo en contra incluso de su propio Estado. Luter King y Kennedy siguen confrontando al gigante poder asesino, la continuidad del que hoy mata en Irak. El antiamericanismo es tan condenable como el antislamismo, tan vigente hoy en día y del que pocos hacen eco: mantiene prisiones secretas en barcos navegando por los mares del mundo y en parajes alejados: Guantánamo como estándar de la vigencia antimusulmana. El antiamericanismo es un recurso del divisionismo, del blanco y negro en política. Sostener la necesidad de desnudar las inconsistencias internas que derivan en justificaciones y en una facilidad enorme de manipulación sobre la sociedad norteamericana, no es estar en contra de los EEUU.
Un mapa geocronológico
La dinámica regional no puede ser dejada de lado en el contexto de la invasión. Una región que arrastra la irresolución de la guerra palestino israelí, en la que EEUU es observado con razón como aliado incondicional de la política de Israel, obviamente responderá con mayor fuerza a una intervención directa del gran aliado. Por eso es oportuno observar los mapas geográficos y colocar capas cronológicas sobre ellos. Mirando los últimos ciento veinte años del Medio Oriente, observamos cómo el colonialismo francés, británico y luego norteamericano, ha ido imponiendo nuevos límites fronterizos virtuales. Un conflicto de naciones separadas por decenas de miles de kilómetros como lo están Irak de EEUU, debería llevar a pensar antes que en la respuesta de los ocupados, en la intensión de los colonizadores. Por qué los partes meteorológicos de las principales cadenas televisivas de EEUU informan sobre las condiciones del tiempo en Irak como si se tratará de una nueva estrella de la bandera, por qué se observa como agresión que Irán pruebe misiles antiaéreos y no que portaviones nucleares norteamericanos estén desde hace meses en las costas del Golfo Pérsico apuntando a Teherán. Hemos normalizado la presencia militar occidental en zonas en las que es mucho menos lo que pueden aportar que los estropicios que su presencia causa.
La intensión modernizadora de los colonialismos introduciendo un nuevo enfoque cultural y educando a los bárbaros americanos o musulmanes, se prolonga en el tiempo y hoy se ha convertido ya no en sincretismo motivador, sino en destrucción extractora de recursos. Si bien el colonialismo se originó para sustraer riquezas, antes generaba una mixtura cultural, hoy eso ya no es posible porque el traslado de población hacia la colonia es impracticable. El concepto colonial fue vencido por un impulso soberano que recorrió el mundo: hoy es la guerra sin necesidad de colonia. Guerra en lugares tan separados geográficamente de los centros de poder, que hace evidente que toda la represalia Occidental en Afganistán o Irak es inútil pero focalizada en un interés político económico. Un trabajo de inteligencia y comandos especializados, sin duda, con un presupuesto infinitamente menor, habrían dado mejores resultados que los cinco años de guerra contra el terrorismo. Pero el traslado de cientos de miles de combatientes justifica a la industria militar.
Qué hace EEUU enclavado en medio de la cultura islámica, en esos territorios que jamás le pertenecieron y que nunca le pertenecerán, qué ha normalizado y justificado esa presencia lejana en la organización política mundial. Cómo reaccionaríamos si ejércitos musulmanes con un poder suficiente decidieran trasladar cientos de miles de soldados y armas al Canadá, al Perú o a las llanuras norteamericanas porque en sus montes se esconden los denominados terroristas que ponen al mundo al borde de la destrucción. En ese momento nos daríamos cuenta del gigante despropósito que es tratar de justificar esa presencia occidental. Se dirá que la guerra moderna no conoce las fronteras tradicionales y que el campo de lucha es todo el planeta; esa afirmación encierra un contrasentido y evidencia la deslocalización del enfrentamiento, haciendo más injustificable que un ejército ocupe un país lejano, justamente porque la guerra no se ubica en determinado espacio físico y su desarrollo castiga mayoritariamente a la población civil. Por eso, usando los razonamientos más simples que las representaciones geográficas y la cronología nos permiten, podemos armar un mapa geográfico cronológico de las aventuras coloniales, hoy guerras normalizadas en los partes del clima de la NBC, y entender mejor la inconsistencia de las razones presentadas para avalar las guerras actuales.
Todo ello no soslaya que existe un fundamentalismo islámico que coincidentemente se ha recargado con el transcurrir del siglo XX. Si bien las raíces de esa intención de destruir la influencia occidental se remontan siglos atrás, existe una relación directa entre la política occidental hacia Medio Oriente y el incremento de las acciones de los grupos islámicos más radicales. La alianza entre EEUU y algunos gobiernos de países mayoritariamente islámicos, en los que el interés económico se impone sobre una democratización sugerida pero que no interesa realmente, como evidencian los lazos con Egipto o Arabia Saudita, es uno de los motivos que genera que el fundamentalismo haya ganado terreno contra sus propios gobiernos en sectores sociales de naciones islámicas. Los extremistas siempre han existido, y buscándolos podríamos llegar a las cruzadas para interpretar algunos aspectos de la realidad actual. Si bien las raíces históricas de esta contraposición se hunden en el tiempo, eso no puede llevar a evadir las responsabilidades de la escena actual, en la que se observa con transparencia el interés directo de las políticas energéticas de los grandes estados del mundo para crear toda una interpretación de los peligros planetarios y accionar en consecuencia. Ni Irak ni Afganistán eran un peligro para el mundo. El talibán y los fundamentalistas musulmanes de Irak, son peligrosos como todos los fundamentalistas, incluidos los del gobierno de EEUU, pero a nadie se le ocurriría destruir la Casa Blanca e invadir EEUU para eliminar a ese puñado de elementos desestabilizadores.
Las lógicas estratégicas occidentales reflejadas en el espejo del mundo no albergan una profundidad que las consolide: sus miedos son exagerados, sus acciones ocultan otro interés. Se nos ha pretendido mostrar el condenable radicalismo islamista como emanado de un odio gratuito a la cultura de libertad occidental y algunos llegan a colocar el enfrentamiento en un plano de odio gratuito hacia todo Occidente, por lo que defenderlo significa aniquilar el islamismo y hasta cierto grado arrinconar al Islam. Fundamentalismo hay en todas las religiones políticas, todos trabajan en contra de la libertad. Occidente no es el límite de las libertades. El mundo islámico puede que esté en aspectos de libertades personales y sociales por detrás de Occidente, pero es descabellado pretender incorporar valores democráticos y liberales en el mundo musulmán con la destrucción o con el razonamiento de actuar antes porque sino seremos destruidos, como afirma Oriana Fallacci y seguidores.
No todos los cabos se pueden atar en una interpretación de la invasión, porque algunos de éstos son poco perceptibles para los no especialistas o no conocedores a profundidad de la historia de esa región. Los grupos radicales islámicos tienen sus propias lógicas y objetivos y de seguro algunos de ellos conciben la destrucción de Occidente o al menos la expulsión de todos sus intereses de las zonas de tradición islámica; como hay aquellos Estados que en Occidente legislan para que los musulmanes se vistan acorde a la costumbre laica, acaso con un espíritu integrador, pero muchos que agazapados en esa intensión sólo buscan estigmatizar al distinto. Por ello, las afirmaciones que identifican el radicalismo islámico en casi todos los actos de la resistencia iraquí son inexactas. En tan alucinante haber logrado definir en el ámbito informativo como terroristas a los resistentes iraquíes obviando la naturaleza destructiva y hasta terrorista de los ocupantes, que urge por eso y por otras razones confrontar el discurso que se ha hecho sentido común.
Terrorismo
El terrorismo ha sido y es una de las principales excusas ciertas o exageradas que EEUU y sus aliados han sostenido para invadir Irak, al que asociaron al 11S. Si bien el 11S fue un acto terrorista según las definiciones internacionales o un acto de guerra según los suicidas, la respuesta sobre Irak que lleva cuatro años debe ser vista también al trasluz de la definición sobre terrorismo, y las cantidades de víctimas humanas de ambos actos contabilizadas. Concordando que el terrorismo son las acciones armadas que determinados grupos o estados cometen para generar pánico en civiles o avanzar en sus objetivos, revisar el desarrollo de la invasión puede aportar en la interpretación de si EEUU comete terrorismo o no. El concepto básico que sustenta las acciones terroristas es el accionar contra civiles desprotegidos. En ese sentido, y para evitar justamente que se pueda enmarcar los actos ocupantes con ello, se ha impuesto en la información y en la teoría política el concepto de daños colaterales, como aquellos crímenes que no siendo intensión del ejercito invasor son inevitables para le eliminación de objetivos. Así los conflictos en Medio Oriente han llevado a que se justifique la muerte de civiles inocentes como consecuencia de la muerte de culpables: un precio que hay que pagar; idea análoga a la otra extrema de los atacantes suicidas que señala: nadie es inocente.
Pero esa misma interpretación del ejército invasor en Irak, puede ser reubicada. En la cabeza de los llamados terroristas islámicos puede operar un razonamiento similar, al considerar que la muerte de civiles en atentados como los del 11S son el precio que una sociedad debe pagar por las acciones de sus gobiernos que ellos mismos no condenan. Acaso la diferencia sea conceptual y no operativa, en el sentido de que quizá un terrorista islámico que se lanza contra un rascacielos puede entender que todos son culpables, mientras que el terrorista de Estado que mata civiles en su lucha asume pero no le importa eliminar inocentes. En ambos casos las consecuencias serían las mismas, pero el camino ideológico no tan similar. Siendo así, ninguno de los dos casos justifica la muerte de civiles inocentes. El odio se sobrepone ante la posibilidad de discriminar. Todos los que se interponen en el frente de combate son pasibles de aniquilamiento. Los terrorismos se entrecruzan.
La magnitud de las muertes de ciudadanos iraquíes, y la invisivilización de esta cifra en la información oficial de EEUU son una muestra del desprecio hacia el otro en la elite que comanda la guerra de Irak y en sus medios aliados, y que contagia a la sociedad estadounidense. El terrorismo no es únicamente una bomba en una cafetería. El concepto debe ser ampliado y repensado. No es coherente con la honestidad intelectual que terroristas hayan matado a tres mil quinientos soldados de EEUU y que un ejército haya eliminado colateralmente a miles y miles de inocentes. O nuestra percepción de la realidad se sumerge en el entramado informativo e interesado, o empezamos a desnudar los conceptos. Quizá no en todos los combates, pero sí en un accionar sistemático, EEUU comete terrorismo con el agravante de ser de Estado en la invasión sobre Irak. Ya que el terror no se genera sólo por la directa consecuencia de muertes vía las armas, sino por toda una sensación de desprotección en la que la vida es reducida a poder encontrar la muerte a la vuelta de la esquina. En Irak el terror domina la vida social. Sin agua continua, con luz eléctrica tres horas al día, con avenidas amuralladas, con un toque de queda desde las ocho de la noche y muertes pan de cada día, podemos identificar Bagdad como presa de un terrorismo generalizado, no sólo el de las bombas humanas, sino el del ejército de la invasión. El 11M en Madrid y el 9J en Londres, en mucha medida respuestas a la bota imperialista británica y española, siendo actos terroristas, produjeron un daño mucho menor en magnitud frente a lo que esos gobiernos avalaron y aún hoy uno avala en Irak.
Los dueños de la verdad
Las injusticias no son patrimonio de las invasiones norteamericanas. En decenas de lugares del mundo hoy se comenten actos terribles contra poblaciones de las que no nos acordamos. Sólo aparecen en escena casos como Chechenia, Sudan, El Tibet u otros cuando una acción terrible generalmente del oprimido llama la atención de la prensa mundial. Por qué entonces la confrontación constante a la invasión sobre Irak. Por varios motivos, aceptando que el ámbito de temas en los que las libertades son asediadas no son únicamente problema de los EEUU. Porque los gobiernos de EEUU han logrado en cierto sentido encabezar un orden internacional que luego de la segunda guerra mundial y con más empuje luego de la caída de la URSS, se ha erigido como un referente político, económico y hasta moral de la humanidad. Esta asociación estadounidense europea ha establecido estándares y medidas legales políticas y económicas. Ha incidido en las costumbres sociales arrinconado en muchos sentidos a pueblos que no han llegado a los estándares modernos. No es casual que el multiculturalismo sea hoy un reflujo de esa intensión de igualar hacia lo occidental a la comunidad global. Los hitos de la hegemonía estadounidense y europea en el mundo que se han introducido en las relaciones internacionales, han hablado y hablan de conservar un orden, de atacar a los peligros, de inmiscuirse abiertamente en regiones y naciones consideradas peligrosas. Esa definición ha quedado en manos de un grupo de naciones que siguen considerando su proceder como moralmente superior. La coalición invasora de Irak en la que estaba la Italia de Berlusconi, la España de Aznar, el Reino Unido de Blair y los EEUU de Bush, es un insulto a las libertades que Occidente ha logrado y a los que en alguna medida nos consideramos occidentales. Un heredero de Musolini, otro de Franco, un Blair representando al rancio colonialismo ingles y un Bush que impide investigar con células madre para no traicionar su fe salvadora, nunca representarán el avance occidental. Esta alianza es la peor selección que el pensamiento y la acción occidentales pueden exhibir al mundo. Es imposible edulcorar lo que estos cuatro representantes de intereses pretendieron vender al mundo como abanderados del bien sobre el mal islámico.
Por eso la necesidad de colocar esta guerra que abre el siglo XXI en el lugar que le corresponde, el de un colonialismo del siglo XXI potenciado por el alcance de la poderosa red informativa global, que ha presentado la invasión como una guerra necesaria. Aquellos que toman las banderas de la justicia, de la irradiación de la democracia y de las libertades para encaminar la destrucción de Irak, no pueden ser vistos a la luz de la compresión, sino desnudados como los iniciadores una guerra político religiosa que destruyó un país, mató a más de un millón y desplazó a otros cuatro millones de humanos, hasta hoy. Los juzgadores que se valen de su poder en cualquier religión o colectividad, generalmente son los que se colocan la mascara del bien para ocultar lo abyecto de sus intensiones: el bien como la pantalla colorida que tras la careta que engatusa sólo guarda las intensiones de aquellos a los que no vemos, porque los sistemas políticos tienen sus bush, sus blair, sus aznar y sus berlusconi para instaurar sus intensiones.
La razón básica de la confrontación a la invasión que cumple cuatro años es que resulta una majadería que unos se hayan apoderado de la verdad oficial y que no sean transparentados en su real magnitud. Que se siga interpretando esta guerra como un conflicto en aras de la preservación de los valores occidentales cuando es y afirma todo lo contrario, en una exhibición diaria de hasta dónde puede operar la conjunción política e informativa para presentar como valores occidentales discursos casi bíblicos, es avalarla. La invasión sobre Irak no es libertad, ni búsqueda de democracia, ni establecimiento de un urden regional que irradie valores democráticos en la región. Lo que se ha irradiado en Irak es la radioactividad de la mini bombas nucleares utilizadas en algunos ataques. La horca de Husein marcó el sino del instinto tanático que esta incursión mesopotámica lleva incrustado en su intensión. Los cientos de miles de muertos iraquíes, los miles de soldados estadounidenses muertos y heridos y los miles de mercenarios eliminados, no pesarán sobre las cabezas de los falsos demócratas de siglo XXI que ensucian los logros de Occidente en tantos otros aspectos. Las culturas no se enfrentan, son los que se asumen portadores de los bienes de una cultura o de una civilización, los principales escollos para un ecumenismo laico que debe soportar los incesantes ataques de los intereses económicos que construyen teorías para legitimarse.
Hoy a cuatro años de la noche final de Irak la solidaridad es con esos muchachos que en la universidad de Bagdad se atrincheraron cuando los primeros aviones destruyeron los denominaos focos de resistencia en Bagdad, con cada una de las víctimas estadounidenses a las que se les ha lavado el cerebro para ver en un musulmán un enemigo, con cada ser humando imposibilitado de construir un proyecto de vida, mientras los responsables siguen sustentados por un orden internacional incapaz de condenar la barbarie que EEUU y sus aliados han llevado a Irak, y por opinantes que aún hoy se niegan a encarar las reales dimensiones y repensar los conceptos clave de la invasión para entender este episodio bélico que abre el siglo que supuesta mente sería el de la modernidad. El Secretario general de la ONU y el presidente de Irak en la conferencia de prensa en la zona verde hablando de los avances en seguridad, mientras un misil casi los despedaza, como la TV del mundo ha mostrado, eso es hoy Irak.