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Irak: una Constitución para deshacer un país

Fuentes: Gara

Hoy, con la celebración del referéndum sobre la nueva Constitución iraquí, el proceso de legitimación de la ocupación militar iniciada en marzo del 2003 con una invasión que conmocionó al mundo, da un paso más hacia adelante. No es un paso hacia la recuperación de la soberanía de Irak, ni un avance hacia un sistema […]

Hoy, con la celebración del referéndum sobre la nueva Constitución iraquí, el proceso de legitimación de la ocupación militar iniciada en marzo del 2003 con una invasión que conmocionó al mundo, da un paso más hacia adelante. No es un paso hacia la recuperación de la soberanía de Irak, ni un avance hacia un sistema más democrático, por contra, su principal objetivo es cumplir el calendario marcado por la Administración estadounidense para, reducir por un lado la presión interna que genera la sensación de «empantanamiento» que las tropas norteamericanas sufren en Irak (cada día mueren dos marines y el coste de mantener 160.000 soldados, más que al principio de la ocupación, es mayor que el que generaba la Guerra del Vietnam), y por otro, para esconderse detrás de unas instituciones supuestamente autónomas que realmente puedan controlar y así gestionar una dominación menos costosa.

Lo hemos dicho en cada paso de este proceso y cada uno lo hemos denunciado como una farsa: «el traspaso de poderes», las elecciones de inicios de año, la elaboración de una constitu- ción en tiempos de guerra y lo haremos con el último paso de este calendario diseñado en el Pentágono que a finales de año nos presentará unas elecciones libres como paso definitivo hacia un nuevo Irak. No es cabezonería, lo dice el Derecho Internacional, toda institución surgida de una «ocupación ilegal» (término usado por el mismísimo Kofi Anann) es por lo tanto ilegal, y carece de legitimidad jurídica y moral. De todas formas, con la intención de «favorecer el proceso» y de que no queden dudas sobre su transparencia el Ejército estadounidense sigue con su peculiar campaña de concienciación, esta vez bombardeando (como en Faluya antes de las elecciones) población civil en poblaciones como Al-Qaim o Anaa.

Pero olvidándonos incluso de esta argumentación, que por repetida no deja de ser cierta, y analizando el texto que al final han consensuado los actores implicados, tenemos que denunciar la constitución que presumiblemente se aprobará como un texto regresivo que de manera definitiva impone en Irak un nuevo modelo de organización política, económica y social basado en la fragmentación étnica y religiosa acabando así con la idea de ciudadanía iraquí. La Constitución redefine al Estado iraquí como un Estado islámico y reconoce en el Islam «la fuente básica de legislación» hasta el punto que «ninguna ley que contradiga las reglas establecidas por el Islam podrá ser aprobada» (Art. 2.1).

En el fondo de lo que se trata, o mejor dicho, de lo que se trataba desde un principio no era de lograr un cambio de gobierno para quitar a Saddam Husein o al Partido Baaz, sino de acabar con el Estado como forma de organización de un país y dar paso a una fragmentación de la ciudadanía iraquí en grupos religiosos y étnicos potenciando, cómo no, los sectores más fundamentalistas y retrógrados de cada uno de ellos (el Congreso Supremo de la Revolución Islámica es el mejor ejemplo). Una y otra vez miembros de la resistencia iraquí (que rechazan la mayoría de los ataques que salpican nuestros telediarios) nos recuerdan que la violencia indiscriminada que sufre la población iraquí es también una estrategia y consecuencia de esta lógica perversa de destrozar una sociedad con criterios fundamentalistas y racistas.

En la nueva Constitución no existe el concepto de ciudadanía, ni se le reconocen a la población derechos sociales y económicos, incluso la libertad de expresión será garantizada «mientras no viole el orden público y la moralidad» (a saber qué entienden por moral los clérigos más conservadores que gozan de repercusión social nunca vista en Irak). La Constitución es un nuevo portazo a la libertad, a la soberanía y a la democracia en Irak. Es una nueva receta para llevar a un país a la deriva y asegurarse los intereses económicos y militares de quienes siguen manteniendo la ocupación. De hecho, redefine también la economía como moderna, es decir abierta de par en par al «estímulo y desarrollo privado» (Art. 25) de sus recursos.

Por último, quien quiera ver en esa fragmentación un planteamiento descentralizador en favor de la autonomía de los pueblos también se equivoca. Esa des- centralización responde a intereses económicos de control sobre la explotación petrolífera en el sur de Irak por algunos grupos controlados desde la vecina Irán, y no a las aspiraciones democráticas del pueblos como el kurdo que en la práctica el texto constitucional le concede las mismas competencias que tenían desde la década de los 90. Es un insulto a la inteligencia que quienes como Carmelo Barrio (lo nombro porque un día tuvo el descaro de decírnoslo a la cara en una reunión en el Parlamento Vasco) apoyan políticamente este genocidio contra el pueblo iraquí y que aquí también niegan el derecho a nuestro pueblo a determinar libre y democráticamente su futuro, apelen a la autonomía kurda como un argumento en favor de la invasión y de la ocupación estadounidense.

Sin embargo, Irak todavía existe porque resiste. Importantes grupos políticos han mostrado su rechazo a esta Constitución y a lo que significa como legitimadora de la ocupación ilegal. Estos grupos, junto con los miles de hombres y mujeres anónimos, resisten día a día no sólo a la ocupación militar, sino también a las instituciones y constituciones ilegales que ésta les impone, a la «comunidad internacional» que un día se mostró en contra de la ocupación pero que por no enfrentarse al jefe prefiere ahora buscarle a la situación sus ventajas económicas, resisten también al olvido de las mareas huma- nas que gritaron no a la guerra y que hoy como mucho nos agolpamos en los centros comerciales, y resisten, por supuesto, a una globalización neoliberal que por encima de los intereses de las personas o de los pueblos impone con los marines de turno a sangre y fuego los intereses del capital. –