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Iraq: Conquista, petróleo, saqueo…

Fuentes: Znet y EstaSemana

En febrero de 2003, un mes antes de la invasión estadounidense en Irak, me crucé con un documento de 101 páginas, procedente del interior del Departamento de Estado del gobierno de los EE.UU. Tenía un título que resultaba simpático: «Dirigiendo la economía iraquí desde la recuperación al crecimiento», y formaba parte de un conjunto mayor […]

En febrero de 2003, un mes antes de la invasión estadounidense en Irak, me crucé con un documento de 101 páginas, procedente del interior del Departamento de Estado del gobierno de los EE.UU. Tenía un título que resultaba simpático: «Dirigiendo la economía iraquí desde la recuperación al crecimiento», y formaba parte de un conjunto mayor de documentos secretos titulado «Estrategia para Irak».

El Plan Económico penetra audazmente en un terreno en el que jamás entró anteriormente ningún diseño para invasión: la completa reelaboración, dice, de «las políticas, leyes y normas» del estado conquistado. Aquí lo que encontrarían en el Plan: un programa detallado, comenzado años antes de que los tanques empezaran a rodar, para imponer un nuevo régimen de bajos impuestos sobre los grandes negocios, y la rápida venta de los activos iraquíes – de hecho, «de TODAS las empresas estatales» a los operadores extranjeros. Hay más cosas en el Plan, parte del cual se reveló al público cuando el Departamento de Estado contrató a una empresa consultora para el seguimiento del traspaso iraquí. Un ejemplo: Seguramente éste será el primer plan de ataque militar en la historia que figure en calidad de apéndice, dentro de un programa para endurecer las leyes del copyright de la nación atacada.

Y llegando al tema del petróleo, el Plan no deja nada al azar- o a los iraquíes. Comenzando por la página 73, los borradores secretos insisten en que Irak deberá «privatizar» (es decir, malvender ) su «petróleo y sus industrias auxiliares». El Plan deja claro que incluso aunque no fuéramos por el petróleo, ciertamente no nos vamos a ir sin él.

Si el Plan Económico tiene el aspecto de una Carta a los Reyes Magos diseñada por los lobbistas de las grandes empresas estadounidenses es simplemente porque lo es.

Desde eliminar los impuestos hasta borrar de un plumazo los aranceles iraquíes (impuestos sobre las importaciones de bienes estadounidenses y de otros países), el paquete lleva las huellas inconfundibles de las pequeñas y delicadas manos de Grover Norquist.

Norquist es el capo di capi del ejército lobbista de la derecha. Cada miércoles auspicia en Washington alguna conferencia de miembros de los grandes negocios políticos y grupos de gorilas de derechas – incluida la Coalición Cristiana y la Asociación Nacional del Rifle – en la que Norquist diseña la ofensiva mediática y legislativa de la semana.

Inscrito en su día como lobbista para Microsoft y American Express, Norquist dirige actualmente a la asociación «Americans for Tax Reform», una especie de sindicato de billonarios anónimos, defendiendo un diseño regresivo de «impuestos fijos».

Siguiendo una recomendación, me dejé caer por las oficinas del super-lobbista en L-Street. Bajo un enorme poster enmarcado de su ídolo («NIXON-AHORA MÁS QUE NUNCA») a Norquist le faltó el tiempo para presumir de moverse libremente por los Departamentos del Tesoro, de Defensa y de Estado, y, dentro de la Casa Blanca, de perfilar los planes para después de la conquista- desde los impuestos hasta los aranceles, pasando por los «derechos de propiedad intelectual» a los que ya aludí al mencionar el Plan.

Norquist no ha sido el único hombre del frente corporativo que ha participado en el festín del sacrificio de la economía iraquí. Norquist sugirió el cambio en las leyes del copyright tras buscar el asesoramiento de la Asociación estadounidense de la Industria de la Grabación.

Y luego tenemos el petróleo. Falah Aljibury, nacido en Irak, participó en la elaboración de los borradores para el Irak post-Saddam. Según Aljibury, el gobierno empezó a codiciar el petróleo de su vecino del Oriente Medio a las pocas semanas de la inauguración Bush-Cheney, cuando la Casa Blanca reunió a una comisión secreta bajo la dirección de Pam Wainwright, del Departamento de Estado. El grupo incluía a hombres de la banca y de la industria química, y el espectro de temas sobre qué hacer con un Irak después de la conquista era amplio. Para abreviar, dice Aljibury, «se convirtió en un grupo petrolero».

Esto no debía sorprender, dado que la lista de participantes tiene un fuerte olor a petróleo.

Junto a Aljibury, un consultor de la industria petrolera, el equipo secreto incluía a ejecutivos de la Royal-Dutch-Shell y de Chevron-Texaco. Estos y otros grandes de la industria petrolera elaborarían, en 2003, el borrador de un Anexo al Plan Económico de 300 páginas, dirigido tan solo a los activos petroleros iraquíes. La sección petrolera del Plan, obtenida después de un año de lucha con el gobierno esgrimiendo la Ley en Defensa de la Libertad de Información [Freedom of Information Act], hace un llamamiento a los iraquíes para que vendan a las «IOC» (siglas en inglés del término: compañías petroleras extranjeras) los activos «downstream» del país, es decir, sus refinerías, oleoductos y puertos, cosa que, si no media ocupación armada, cualquier país del Oriente Medio abominaría profundamente de renunciar a ellos.

El General contra el Anexo D

Una cosa se oponía a la reelaboración de las leyes iraquíes y a la venta de los activos de Irak: los iraquíes. Alguien de dentro de la estructura estadounidense lo dijo fríamente con estas palabras: «Hacen salir a [secretario del Delegado de Defensa, Paul] Wolfowitz diciendo que va a ser un país democrático, pero vamos a hacer algo a lo que el 99% de la población iraquí votaría que no».

En esta batalla que se prepara entre lo que los iraquíes querían y lo que el gobierno de Bush planeaba para ellos, los iraquíes encontraron un aliado inesperado en la persona del General Jay Garner, el hombre nombrado por nuestro presidente justo antes de la invasión para que gobernara la nación a punto de ser conquistada, al modo de un virrey temporal.

Garner es un veterano en cuestiones iraquíes, que desempeñó esa misma función autocrática de forma benévola en la zona kurda, después de la primera Guerra del Golfo. Pero en marzo de 2003 el general cometió el mayor error de su carrera. En Kuwait City, recién aterrizado desde los Estados Unidos, prometió a los iraquíes que tendrían elecciones libres y justas tan pronto como Saddam fuera depuesto, preferiblemente en un plazo de 90 días.

El compromiso de Garner en favor de los 90 días hasta la democracia chocó contra una roca: El «Anexo D» del Plan Económico. Hacerse cargo de la industria petrolera de un país – aunque sólo sea rediseñando las leyes mercantiles y fiscales – no se puede hacer en un fin de semana, ni tampoco en 90 días. El Anexo D supone un estricto calendario de 360 días para la transición de Irak al libre mercado. Y aquí está el problema: simplemente era inconcebible que cualquier gobierno elegido por el pueblo les permitiera a los americanos redactar sus leyes y malvender en subasta amañada la joya de la corona de la nación, su industria petrolera.

Las elecciones tendrían que esperar. Como explicó el lobbista Norquist cuando le pregunté por el calendario del Anexo D: «El derecho mercantil, de la propiedad industrial, estas cosas no se pueden dejar al arbitrio de una elección democrática.» Simplemente, nuestras tropas habrán de quedarse un rato más en Mesopotamia.

Ordenes del Nuevo Mundo nos. 12, 37, 81 y 83

El General Garner se resistía, lo cual fue una de las razones para que fuera cesanteado discretamente por el Secretario de Estado Donald Rumsfeld la misma noche en que llegó a Bagdad, en abril. Rummy tenía preparado al sustituto ideal para reemplazar al recalcitrante general. Puede que Paul Bremer no tenga la experiencia sobre el terreno de Garner en Irak, pero nadie cuestionaría las cualificaciones de un hombre que ha estado empleado en Kissinger Associates en calidad de director general.

Descansando lo justo para instalarse en el antiguo palacio de Saddam – y añadiendo otra ronda de alambre de espinos – «Jerry» Bremer canceló la reunión que Garner tenía programada con los líderes tribales nominados para planificar las elecciones nacionales. En su lugar, Bremer nombró personalmente a todos los miembros del gobierno. Las elecciones nacionales tendrían que esperar hasta el 2005, sentenció Bremer. La prórroga de la ocupación iba a obligar a nuestras tropas a alargar su estancia.

Casualmente, la demora proporcionaría tiempo suficiente para dejar totalmente consolidadas las leyes, regulaciones y ventas irreversibles de activos, en los términos establecidos por el Plan Económico.

Bremer no perdió el tiempo en esta tarea. En conjunto, el líder de la Autoridad de la Coalición Provisional sacó exactamente 100 órdenes gubernativas que rehacen Irak a imagen y semejanza del Plan Económico. En mayo, por ejemplo, Bremer – sólo a un mes de salir huyendo por la puerta trasera de Bagdad – encontró el tiempo para, además de combatir a la incipiente insurrección, firmar las órdenes nº 81 sobre «patentes» y nº 83, sobre «copyrights». Aquí encontró su recompensa el duro trabajo de Grover Norquist. En adelante se gravaría la grabación de música con royalties, durante 50 años. Y el código Windows durante 20 años.

La orden nº 37, «Estrategia Fiscal para 2003» era el sueño de Norquist hecho realidad: los impuestos alcanzaban su tope en el 15 por ciento para los ingresos individuales y empresariales (tal como se sugería en la página 8 del Plan Económico.) El Congreso estadounidense había rechazado un plan fiscal similar para América, pero en Irak, con un electorado reducido a una persona: Jerry Bremer, la voluntad pública no tenía absolutamente ningún peso.

No todo el mundo sintió por igual los dolores derivados de esta intrépida entrada en el libre mercado. La orden nº 12, «Liberalización del comercio» permitía la libre importación de productos extranjeros, sin aranceles ni impuestos. Uno de los grandes ganadores era Cargill, el mayor comerciante mundial de grano, que inundó Irak con cientos de miles de toneladas de trigo. Para los agricultores iraquíes, castigados ya por las sanciones y por la guerra, esto fue devastador. No podían competir con los excedentes estadounidenses y australianos que les colaban mediante técnicas de dumping. Pero tan importante plan ponía en práctica la letra del Plan Económico.

Este golpe de suerte para el comercio occidental se vio reforzado por el responsable de agricultura de las fuerzas de ocupación, Dan Amstutz, importado asimismo desde Estados Unidos. Antes de que George Bush iniciara su mandato, Amstutz dirigía una compañía financiada por Cargill.

No tiene ningún sentido recortar impuestos a las grandes compañías, ordenar pagos en concepto de copyright al sistema operativo de Bill Gates para un período de 20 años o destruir las protecciones a los agricultores iraquíes si algún gobierno iraquí descontrolado va a suprimir estas medidas después de unas elecciones. Los gobernadores en la sombra que se encargan de Irak allá en Washington ya pensaron también en ello. Bremer huyó, pero lo que ha dejado atrás son casi 200 «expertos» estadounidenses, asignados a tutelar a cada nuevo ministro iraquí – funcionarios que han sido aprobados también por el Departamento de Estado de Estados Unidos-.

El Precio

El paraíso del libre mercado en Irak no es gratuito.

Después de que el General Garner fuera cesanteado, me reuní con él en Washington. El Plan Económico que le habían entregado tres meses antes de que los tanques se pusieran en marcha le merecía poca admiración. En especial teme sus intenciones respecto de los activos petroleros iraquíes y la demora en devolver Irak a los iraquíes. «Esa es una batalla que no desearías que continuara», me comentó.

Pero tenemos que continuarla. Tras un mes en el palacio de Saddam, Bremer canceló las elecciones municipales, incluyendo la votación crucial que iba a tener lugar en Najaf. Al negárseles las papeletas, los chiítas de Najaf optaron por las balas. En abril de este año las milicias del líder insurgente Moqtada Al Sadr asesinaron a 21 soldados estadounidenses y sometieron a asedio a la ciudad santa durante un mes.

«No deberían estar obligados a seguir nuestro plan», dice el general. «Es su país, su petróleo». Puede que sea así, pero no lo es según el Plan. Y hasta que se convierta en su país, la división aerotransportada número 82 habrá de seguir allá, custodiándoselo.

Greg Palast es periodista de investigación, y autor del bestseller del New York Times titulado «La mejor democracia que puede comprar el Dinero». Su nueva película: las fortunas de la familia Bush: la mejor democracia que puede comprar el Dinero» ha sido editada en DVD este mes.