Hace tres años, el 9 de abril del 2003, las fuerzas de ocupación americano-británicas penetraban en Iraq. «Será más difícil salir que entrar», se estimaba en aquel entonces. Todos deseaban estar equivocados. Las perspectivas más optimistas fueron rápidamente desechadas. Al mismo tiempo comenzaron a aparecer todos los ingredientes -desgraciadamente previsibles, excepto para los promotores de […]
Hace tres años, el 9 de abril del 2003, las fuerzas de ocupación americano-británicas penetraban en Iraq. «Será más difícil salir que entrar», se estimaba en aquel entonces. Todos deseaban estar equivocados.
Las perspectivas más optimistas fueron rápidamente desechadas. Al mismo tiempo comenzaron a aparecer todos los ingredientes -desgraciadamente previsibles, excepto para los promotores de la invasión militar- que iban a hacer del territorio iraquí un cráter explosivo que nadie, hasta ahora, parece saber apagar.
Atrapadas en su propia trampa, las tropas de coalición, tres años después de haber tomado posición en Iraq, sin una verdadera resistencia organizada, no solamente no han conseguido ninguno de sus objetivos, sino que han favorecido las condiciones de una guerra civil que muchos testigos consideran como probable.
De hecho, esa guerra ya comenzó. Todos los días los iraquíes se matan entre sí, en una confusión de tal magnitud que importantes líderes como el presidente Moubarak, dicen que la «guerra civil» ha sido realmente provocada.
Pero es posible pensar que si una guerra civil generalizada todavía no ha estallado es gracias, hasta el momento, a iniciativas iraquíes multiconfesionales que han impedido atizar aún más las discordias, incluso el odio constatado en el terreno desde finales del mes de febrero, como si los límites que está prohibido transgredir, estuvieran en los espíritus de las diferentes comunidades.
En efecto, después del ataque a un santuario chiíta en Samara, el 22 de febrero, las violencias interreligiosas se recrudecieron. Desde hace siete semanas no se contabilizan los muertos en esos afrontamientos.
El viernes 7 de abril, día de afluencia en los lugares de culto musulmanes, un triple atentado suicida perpetrado en la mezquita Bourassa, de Bagdad, resultó el más mortífero (79 muertos y 164 heridos) entre los que han estado dirigidos a la comunidad chiíta desde noviembre del 2005. Por su parte, los chiítas han desarrollado diversas acciones de represalia contra las posiciones sunitas.
Cada día trae su lote de declaraciones contradictorias por parte de las autoridades norteamericanas, que incrementan un poco más la confusión que ellos mismos crearon. Y que subrayan una vez más su incapacidad para poner fin a este embrollo iraquí cuyos recovecos eran conocidos desde el fin de las primeras operaciones militares «oficiales». John Saber, un enviado especial de Tony Balir había escrito entonces: «Nada de liderazgo, nada de estrategia, nada de coordinación, nada de estructura y ningún acceso a los iraquíes ordinarios», según el diario inglés The Guardian (14 de marzo) que cita notas gubernamentales internas, de las que se consiguieron algunas copias a través de Michel Gordon, coautor junto con el general Bernard Trainor, de «Cobra II: Los calzoncillos de la historia de invasión y ocupación de Iraq».
Un día, desde la Casa Blanca, se anuncia «una larga guerra», al día siguiente, fuentes oficiales, siguiendo la fórmula consagrada, dejan entender que el presidente prepara a la opinión pública norteamericana para una retirada de las tropas. De la misma forma, los sunitas radicales son presentados un día como «los últimos terroristas» en el país, y otro día como posibles interlocutores. Más de dos tercios de los norteamericanos, según un sondeo reciente de Gallup, estiman que Bush «no tiene un plan claro», 60% tienen el presentimiento de que la situación se deteriora. Por primera vez, las tropas han sido consultadas. Una encuesta del instituto Zogby International y Le Moyne College, muestra que de 944 GI desplegados en el frente, el 72% piensan que el Ejército norteamericano debería hacer sus maletas «este año» y el 29% son favorables a una retirada «inmediata». La confusión llega al colmo cuando se conoce que el 85% todavía están convencidos de que todo es para «castigar a Saddam Hussein por su papel en los atentados del 11 de septiembre del 2001″… Por otra parte, según un informe de la Armada, uno de cada tres soldados que regresan de Iraq sufre problemas mentales.
Impotentes en el terreno, los Estados Unidos no han sabido arreglar políticamente la cuestión iraquí. Una visita relámpago de la señora Condoleeza Rice el domingo 2 de abril, no condujo a ningún resultado. Cuatro meses después de elecciones legislativas doblemente organizadas, el país está todavía sin un primer ministro de aprobación nacional, capaz de evitar el estallido étnico-político que amenaza según una dinámica en la cual los ocupantes son los principales responsables. Tanto han exacerbado las oposiciones internas, atizando constantemente el fuego, que un regreso a la normalidad es cada día más incierto.
El ocupante actuó de tal manera que separaciones étnicas ya están registradas en las regiones más sensibles o en aquellas donde las poblaciones son mixtas, como en las gobernaciones de Bagdad, Hilla y Dyala .
Una carrera contra el tiempo ha comenzado para que no se produzca el catastrófico designio, según destacó un testigo presencial, en que las zonas mixtas se vacían para transformase en tantas ciudadelas chiítas o sunitas y las fuerzas de seguridad controladas por facciones chiítas que se encontrarían frente a una guerrilla islamita-nacionalista-sunita.
Ante este peligro, el jefe del Consejo Supremo de la Revolución Islámica de Iraq, (CSRII), Abdel Aziz Hakim, hizo un llamado, el sábado 10 de abril, para que la minoría sunita se alíe con la mayoría en la construcción de un Iraq unificado. También llamó a su comunidad a la moderación. Claro está que este reclamo, no será escuchado por los más radicales de los islamistas sunitas.
Para el sociólogo iraquí, Munquith Daghir, citado por el diario francés Le Figaro, las tensiones confesionales han encontrado, más recientemente, sus raíces en las cuotas étnicas y religiosas, creadas bajo el mando de Paul Bremen, antiguo procónsul norteamericano, cuando fueron designados, en el verano del 2003, los miembros del Consejo de Gobierno interino, inmediatamente después de la caída de Bagdad. «Los americanos provocaron la crisis», denunció. La redacción de la Constitución más tarde, y posteriormente los comicios legislativos de diciembre del 2005, no resolvieron nada.
La onda de choque iraquí apunta cada vez más a la clase política norteamericana, sobre todo al campo republicano, cuyos dirigentes están inquietos por «deserciones» de personalidades de ese partido. Antiguos neoconservadores admiten abiertamente en la actualidad que la guerra esta perdida, entre ellos, William Buckley, George Hill, Bruce Bartlett o Andrew Sullivan, según afirma el corresponsal en Washington del diario francés Libération.
Porque es del campo republicano que vienen las más duras críticas contra el presidente Bush, a 7 meses de las elecciones legislativas. ¿Pero será que existe alguna salida de emergencias honorable? Probablemente no.
Porque un trabajo de Hércules esperaría a los americanos: comenzar por desconfesionalizar el aparato de seguridad iraquí que ellos mismos diseñaron. Como gesto con respeto a los radicales sunitas que -si llegaban a controlar todas sus fuerzas- se encuentran en Iraq en el mismo dilema que Hamas en Palestina: aceptar un proceso político o no deponer las armas. Por otro lado, una información confirmada apareció durante la segunda quincena de marzo, sin que se puedan estimar su magnitud ni sus efectos: a pesar de las fuertes tensiones bilaterales existentes, un alto dirigente iraní, Alí Larijani, declaró que su país estaba dispuesto a entablar conversaciones con Washington «únicamente» sobre la cuestión de Iraq, en respuesta a los propósitos sobre ese sentido del embajador norteamericano en Bagdad, el afgano Zalmay Khalilzad -el musulmán de más alto rango de Washington- y, sobre todo, de Abdel Aziz Hakim, (CSRII), aliado chiíta iraquí en Irán.
El sábado, 8 de abril, el New York Times reveló un informé redactado hace algunas semanas por los responsables norteamericanos en Iraq, que ofrece una visión alarmista del país, muy diferente de aquella defendida en los últimos tiempos por la administración Bush.
El fin de semana pasado – otro escándalo probable- se supo que G.W. Bush habría autorizado, antes de marzo del 2003, una «fuga» de informaciones sensibles -sobre una supuesta amenaza nuclear iraquí- para justificar la intervención en Iraq, según declaraciones de Lewis Libby, antiguo director del gabinete del vicepresidente Dick Cheney.
El 18 de marzo, el corresponsal en Washington del diario francés Le Monde tituló su artículo: «La idea de una destitución del señor Bush progresa en los Estados Unidos». A corto plazo, otra «salida» consistiría en crear otro «frente» (¿Irán?) que tendría como objetivo desviar temporalmente la atención del desastre iraquí.•