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Iraq: pronóstico reservado

Fuentes: Rebelión

Más que reservado, fatal es el pronóstico de la «enfermedad» que mina al Ejército gringo -y al coligado- en las reverberantes planicies de Iraq. Si bien no quisimos pasar por «tremendistas» al titular estas líneas, la lógica de las estadísticas luctuosas entre los invasores hace vislumbrar para estos un panorama dantesco. Y es que, como […]

Más que reservado, fatal es el pronóstico de la «enfermedad» que mina al Ejército gringo -y al coligado- en las reverberantes planicies de Iraq. Si bien no quisimos pasar por «tremendistas» al titular estas líneas, la lógica de las estadísticas luctuosas entre los invasores hace vislumbrar para estos un panorama dantesco.

Y es que, como repiten los colegas desde Bagdad, El Cairo, las capitales europeas, Washington, la contienda de Iraq se alarga, las muertes no cesan, y los progresos -¿de quién, de USA?- son esquivos. Tanto es así, tanto han podido el artefacto dinamitero a la vera de caminos recorridos por los norteamericanos y sus aliados externos e internos, y el coche-bomba detonado a distancia o estrellado contra el objetivo con furia suicida en los cuatro confines de la antigua Mesopotamia, que -según encuesta de la revista Newsweek – el 61 por ciento de los estadounidenses desaprueba la gestión del inefable George Walker Bush respecto al lejano país; sólo el 34 por ciento dio el visto bueno al junior.

Para mayor INRI, aquí viene una «obsesiva» Cindy Sheehan, negando a voz en cuello que su hijo, de 24 años, soldado que fue, haya muerto en Iraq por una «causa noble y justa», como lo pregona el Presidente, refugiado en unas vacaciones desapacibles, por obra y gracia de la Sheehan, rediviva Casandra profetizando la caída de la nueva Troya… En las pesadillas de George Walker, los iraquíes podrían estar introduciéndose subrepticiamente muros adentro. ¿Acaso no constituye vox populi el hecho de que entre las propias fuerzas locales de seguridad, forjadas a imagen y semejanza de los ocupantes, se han infiltrado efectivos de la insurgencia? Si no, ¿por qué tanto tino en el golpe? ¿Por qué las bajas norteamericanas sobrepasan las mil 800, y en diez días tomados aleatoriamente alcanzan la increíble cifra de 43 y obligan a la analogía con un Vietnam que muchos pretendían sepultar en el olvido?

Pero Bush hijo -justo es decirlo- capea el temporal a pie firme. No ceja, el hombre, no. Y apela a la técnica que aprendió de su padre, y del medio en que creció. Si acostumbrara a leer, se habría inclinado por El Príncipe, de Maquiavelo: la mentira blandida sin inhibición alguna cuando de un fin «noble» se trata. Manipula George W., una vez más, cuando él mismo o sus obedientes subordinados manifiestan que «si las recientes tendencias continúan su curso, sería posible implementar, hacia la primavera y el verano de 2006, algunas reducciones drásticas en los niveles de tropas estadounidenses.» Ello, claro está, «si el proceso político continúa de forma positiva y si el desarrollo de la formación de las fuerzas de seguridad (iraquíes) va como hasta ahora».

En artículo aparecido en el sitio Rebelión, de Internet, el colega Norman Soloman alude al timo de la Operación Retirada. Timo que se trasunta en una estrategia de dos direcciones: «En Iraq se sigue matando y, al mismo tiempo, se van anunciando posibles escenarios para la retirada de las tropas de EE.UU.»

El comentarista evoca rejuegos del mismo cariz. Cita momentos en que el Presidente no se ha pronunciado contra especulaciones de prensa sobre una disminución de los efectivos para dar a entender una falsa flexibilidad de su posición belicista y una amplitud de pensamiento que podría llegar a una decisión de repliegue. (Mas, aun en el caso de que las tropas retornaran a casa, «la improbable posibilidad no significaría necesariamente menor crueldad en la matanza del pueblo iraquí. Si las cifras de tropas estadounidenses disminuyen el próximo verano en Iraq, el papel militar posterior de EE.UU. allí podría ser tan mortal como siempre, o incluso peor».)

Los funcionarios de la administración Bush y sus altavoces mediáticos vienen proclamando que los cipayos iraquíes asumirán la carga que soportan los ocupantes. Y «tal iraquización podría cambiar sólo el estilo de la carnicería, como la vietnamización» en los últimos años de una guerra imborrable. Así las cosas, salta a la vista -insistimos- en que George W. Bush se reestrena cada día, y se supera a sí mismo, en el arte de mentir. Porque, al decir de Soloman, «no importa cuántas tropas haya sobre el terreno en Iraq; el Pentágono se las arreglará para tener allí el papel predominante»…

¿Por los siglos de los siglos?

Claro que no. No pecan precisamente de agoreros medios como The New York Times al reconocer que, a pesar de las operaciones militares de los Estados Unidos, la resistencia iraquí se fortalece y adopta tácticas más elásticas y sofisticadas. La insurgencia está escogiendo sus blancos con mayor precisión, mientras ejecuta sus acciones con más efectividad, se duelen simples redactores y encumbrados articulistas. Y citan fuentes plausibles. Entre ellas, un oficial gringo de inteligencia: «Los insurrectos tienen capacidad para reemplazar las pérdidas mucho más rápido de lo que podemos imaginar.»

¿Imaginación? No solamente. Previsión también les faltó a los neoconservadores yanquis. No previeron que al fuego de la resistencia sirven de yesca, y les insuflan oxígeno, elementos tales como la catástrofe económica que se ha volcado sobre Iraq. La revista digital El Corresponsal de Medio Oriente y África denuncia que la situación nacional ha empeorado durante los dos últimos años. «La tasa de desempleo podría llegar hasta el 65 por ciento. El Programa Mundial de Alimentos calcula que uno de cada cuatro iraquíes sobrevive gracias a las raciones distribuidas por el Ministerio de Comercio, mientras que unos dos millones 600 mil personas son tan pobres que se ven obligadas a revender parte de sus raciones para satisfacer necesidades básicas como medicamentos.»

Si buscáramos la causa primera, la quintaesencia de ese entuerto, hallaríamos el hontanar de tantas desgracias en una invasión ilegítima en el espíritu y en la letra, por realizada incluso a contrapelo de la ONU. Invasión concitada por el petróleo -se sabe- bajo el «humanitario» signo de «salvar a todo un pueblo de una terrible tiranía». La de de Saddam Hussein.

«A mí que no me salven, caramba,» respondería cualquiera de los dos millones de ciudadanos que se las tienen que arreglar durante días sin agua potable, uno de aquellos para los cuales la electricidad resulta mero recuerdo. O los que deploran la ocupación como fuente de todos los males, incluida la rampante corrupción, uno de cuyos más sonados casos ha sido la desaparición de cien millones de dólares, provenientes de la venta de hidrocarburos y destinados a la reconstrucción de la nación árabe, de una cuenta bancaria controlada por funcionarios… estadounidenses.

«Mejor que con Saddam, ¿no?», preguntarían con cierta sorna los tantos iraquíes esquilmados y hambreados. «Mucho peor», responderían madres cariacontecidas, porque uno de cada cuatro niños y niñas de entre seis meses y cinco años sufre desnutrición crónica, más de uno de cada diez padecen desnutrición general -un peso menor al correspondiente a su edad-, y el ocho por ciento, desnutrición aguda, es decir: un peso por debajo del que exige su estatura. Hoy día, 32 de cada mil nacidos vivos mueren antes de cumplir el año.

«Peor vivimos», contestarían las mujeres, si a la larga prospera un engendro aparecido en el borrador de una Constitución espuria -el 15 de agosto, la programada fecha de entrega al legislativo- que restringe los derechos femeninos al sugerir que la sharia, o ley islámica, regule los matrimonios, los divorcios y la herencia, en un país tradicionalmente laico.

¿Descreídos?

La resistencia sí que no cree en el Tío Sam. Por eso no repara en fintas como las de sugerir o proclamar una retirada mientras se construye una infraestructura para bases militares que revelan el perentorio deseo de prolongarse en el tiempo y multiplicarse, directamente o en andas de traidores pseudos iraquíes, en el espacio de la vetusta Mesopotamia.

Los insurgentes parecen decididos a forzar el advenimiento de la luz para la sociedad norteamericana. Una sociedad que, más tarde o más temprano, tendría que pronunciar un NO convincente con respecto a una guerra cada vez más cara e impopular. Ya los costos totales de la conflagración ascienden a 250 mil millones de dólares. Y los muertos… Ah, los muertos…

Diversos analistas consideran que los Estados Unidos se enfrentan a un posible desastre estratégico. El ejército «está demasiado desplegado, los reclutamientos bajan en número, los almacenes de armas se van quedando vacíos, los 140 mil efectivos situados en Iraq son insuficientes para proporcionar la necesidad necesaria…».

Y más que esto, gravita la irrefutable presencia de una resistencia que se crece y se desdobla en tácticas disímiles. Indiscutiblemente, nos quedábamos cortos cuando aludíamos a un pronóstico reservado. La enfermedad que corroe a las legiones gringas, a las coligadas, muy bien podría tener un desenlace fatal. Todo depende de que logre mantener su paso arrollador el «germen» de la resistencia.