Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Iraq se está despedazando. Los signos del colapso están por todas partes. En Bagdad la policía recoge a menudo más de 100 cuerpos torturados y mutilados en un solo día. Los ministerios gubernamentales se hacen la guerra. Una nueva y siniestra etapa en la desintegración del Estado iraquí sobrevino este mes cuando comandos de la policía del Ministerio del Interior controlado por los chiíes secuestraron a 150 personas del Ministerio de Educación Superior dirigido por suníes en el corazón de Bagdad.
Iraq puede estarse acercando a los que los USamericanos llaman ‘el momento de Saigón,’ la ocasión en la que se hace evidente para todos que el gobierno expira. «Dicen que los asesinatos y los secuestros son realizados por hombres en uniformes de la policía y con vehículos policiales,» me dijo este verano el Ministro de Exteriores iraquí, Hoshyar Zebari, con una sonrisa desesperanzada. «Pero todos en Bagdad saben que los asesinos y secuestradores son verdaderos policías.»
La cosa se pone peor. El ejército y la policía iraquíes no son leales al Estado. Si el ejército de USA decide enfrentar a las milicias chiíes, puede encontrarse con unidades militares chiíes del ejército iraquí que cortan la principal ruta de suministro USamericana entre Kuwait y Bagdad. Un convoy fue detenido este mes en un puesto de control supuestamente falso cerca de la frontera con Kuwait y capturaron a cuatro encargados de la seguridad USamericanos y un austriaco.
La posición de USA y Gran Bretaña en Iraq se parece mucho más a una casa construida sobre arena de lo que comprenden en Washington o Londres, a pesar de los desastres de los últimos tres años y medio. El presidente Bush y Tony Blair muestran una singular incapacidad de aprender de sus propios errores, en gran parte, para comenzar, porque no quieren admitir que han cometido algún error.
La guerra civil se desencadena en todo Iraq central, donde vive un tercio de los 27 millones de habitantes del país. Mientras chiíes y suníes huyen los unos de los vecindarios del otro, Iraq se convierte en un país de refugiados. La Alta Comisión para Refugiados de la ONU dice que 1,6 millones están desplazados dentro del país y otros 1,8 millones han huido al extranjero. En Bagdad, distritos vecinos suníes y chiíes han comenzado a dispararse con morteros. El día en que Sadam Husein fue condenado a muerte, llamé por teléfono a un amigo en un área suní de la capital para preguntarle qué pensaba del veredicto. Respondió, impaciente, que: «Esta mañana me despertó la explosión de un obús de mortero sobre el techo de la casa de mi vecino de al lado. Estoy más preocupado de sobrevivir que de lo que le pasa a Sadam.»
Amigos iraquíes solían tranquilizarme diciendo que no habría guerra civil porque tantos chiíes y suníes están casados los unos con los otros. Ahora sus familias obligan a esas parejas mixtas a divorciarse. «Amo a mi esposo, pero mi familia me obligó a divorciarme porque somos chiíes y él es suní,» dijo Hiba Sami, madre de cuatro hijos, a un funcionario de la ONU. «Mi familia dice que ellos [la familia del esposo] son insurgentes y que vivir con él es una ofensa a Dios.» Miembros de matrimonios mixtos establecieron una asociación para protegerse mutuamente llamada Unión por la Paz en Iraq, pero pronto fueron obligados a disolverla, después del asesinato de varios miembros fundadores.
Todo Iraq está dominado por lo que solíamos llamar en Belfast «la política de la última atrocidad.» Las tres comunidades iraquíes – chiíes, suníes y kurdos – se ven como víctimas y rara vez se conduelen de las tragedias de otros. Cada día trae nuevos horripilantes descubrimientos. Este mes visité Mosul, la capital del norte de Iraq con una población de 1,7 millones, de los cuales unos dos tercios son árabes suníes, y un tercio kurdos. No es la ciudad más peligrosa de Iraq, pero a pesar de ello es un sitio plagado por la violencia. Un líder tribal local llamado Sayid Tewfiq, de la vecina ciudad de Tal Afar, me habló de un lugareño que fue a recuperar el cuerpo torturado de su hijo de 16 años. El cadáver estaba atado a explosivos que estallaron y mataron al padre, así que los dos cuerpos fueron enterrados juntos.
Khasro Goran, el eficiente y muy efectivo vicegobernador de Mosul, dijo que todavía no hay guerra civil en Mosul, pero que podría ocurrir fácilmente. Agregó que 70.000 kurdos ya han huido de la ciudad debido a los asesinatos. Es extraordinario cómo en Iraq la carnicería, que sería noticia de primera plana en cualquier otra parte del mundo, pronto parece formar parte de la vida normal. El día que llegué a Mosul, la policía había encontrado 11 cuerpos en la ciudad, lo que habría sido poco en Bagdad.
Hablé con Duraid Mohammed Kashmula, gobernador de Mosul, cuya oficina está decorada con fotos de sonrientes jóvenes de caras frescas que resultaron ser su hijo y cuatro sobrinos, todos asesinados por insurgentes. Su propia casa, junto con sus muebles, fueron quemados totalmente hace dos años. Agregó, de pasada, que el señor Goran y él son objetivos principales para asesinatos en Mosul, un hecho que fue probado dramáticamente el día después cuando insurgentes hicieron estallar una bomba junto a su convoy – por suerte él no estaba presente cuando ocurrió – matando a uno e hiriendo a varios de sus guardaespaldas.
Por el momento, Mosul está mejor controlada por fuerzas pro-gubernamentales que la mayor parte de las ciudades iraquíes. Es porque USA tiene poderosos aliados locales a través de los kurdos. Las dos divisiones del ejército en la provincia son primordialmente kurdas, pero los 17.000 policías en Nineveh, la provincia de la que Mosul es la capital, son casi todos suníes y su lealtad es dudosa. Uno fue despedido el día del juicio del Sadam por colocar una foto del antiguo dirigente en la ventana de su coche. En noviembre de 2004 toda la fuerza policial de Mosul abandonó sus comisarías a los insurgentes, los que capturaron armas por un valor de 40 millones de dólares.
«Los terroristas no controlan un solo distrito en Mosul,» afirma orgullosamente el general Wathiq Mohammed Abdul Qadir al-Hamdani, jefe de policía de Nineveh. «Los desafío a pelear cara a cara.» Pero la situación es muy frágil. Fuimos a ver la sala de operación de la policía en la que un oficial gritaba por un micrófono: «¡Hay un atacante suicida en un coche en la ciudad! ¡No dejen que se les acerque, ni a ninguno de nuestros edificios!» Había motivos para tener miedo. En camino a Mosul había visto los muros de hormigón destrozados de la central del partido de la Unión Patriótica de Kurdistán, uno de los dos grandes partidos políticos kurdos. En agosto, dos hombres en un coche repleto de explosivos se habían abierto paso a tiros por el puesto de guardia exterior y luego se habían hecho volar por los aires matando a 17 soldados.
El equilibrio de fuerzas en Nineveh entre USamericanos, árabes, kurdos, turcomanos, suníes y chiíes es complicado incluso según estándares iraquíes. El poder está fragmentado. Sayid Tewfiq, el líder tribal chií de Tal Afar, resplandeciente en su amplia túnica, admitió: «Yo no duraría 24 horas en Tal Afar, sin el apoyo de la Coalición [USA]» «Probablemente sea cierto,» confirmó el señor Goran, explicando que la tribu turcomana chií de Sayid Tewfiq está rodeada por tribus suníes. Antes le había escuchado mientras invitaba confiadamente a todo el consejo provincial de Nineveh a visitarlo en Tal Afar. Nadie pareció entusiasmado por la oferta. «Podrá tener 3.000 combatientes de su tribu, pero él mismo no puede visitar la mayor parte de Tal Afar,» dijo otro miembro del consejo llamado Mohammed Suleiman al declinar la invitación. Unas pocas horas antes, antes de que alguien tratara de asesinarlo, el gobernador Kashmula me dijo que «la seguridad en Mosul es la mejor en Iraq, aparte de las provincias kurdas.» Es una medida de la violencia, que es un punto discutible. Khasro Goran dijo que «la situación no es perfecta, pero es mejor que en Anbar. Baquba y Diyala.» Lo puedo confirmar. En Iraq, siempre cuando las cosas van mal, siempre hay un sitio donde van peor.
Es obviamente muy difícil para un periodista descubrir lo que ocurre en las provincias más violentas de Iraq sin ser asesinado. Pero a fines de septiembre viajé al sur a lo largo del lado iraquí de la frontera con Irán, pasando por aldeas kurdas para tratar de llegar a Diyala, una provincia mixta suní-chií al noreste de Bagdad, donde había habido violentos combates. Es una carretera en la que una curva equivocada puede ser fatal. Condujimos de Sulaimaniyah por las montañas, pasamos por el túnel Derbandikhan y luego tomamos la ruta que pasa junto al río Diyala, su valle, una franja vívida de verde exuberante en el semidesierto de color beige. El área es un paraíso para contrabandistas. Por la noche, camiones conducen sin luces por el desierto; los conductores encuentran su camino utilizando anteojos de visión nocturna. No está claro qué cargas llevan – probablemente armas o drogas – y nadie se atreve a preguntar.
Nos habían advertido que era esencial doblar a la izquierda después del desmoronado pueblo kurdo Kalar, antes de llegar a la aldea mixta árabe-kurda de Jalula. Cruzamos el río por un largo y desvencijado puente, partes del cual habían caído a las arremolinadas aguas, y pronto llegamos al baluarte kurdo de Khanaqin en la provincia Diyala. Si hubiera concebido alguna idea de seguir camino a Bagdad, la dejé de lado al ver en un rincón del patio del cuartel de policía local, el resto de un vehículo policial azul y blanco desgarrado por una bomba. «Cinco policías murieron cuando lo volaron en una intersección en As-Sadiyah hace dos meses,» me dijo un policía. «Sólo sobrevivió su comandante, pero le amputaron las piernas.»
Los funcionarios en Khanaqin no tenían dudas sobre lo que ocurría en su provincia. El teniente general Ahmed Nuri Hassan, comandante, de aspecto agotado, de la policía federal, dijo: «Aquí hay una guerra civil sectaria y se pone peor cada día. El jefe del consejo local calculó que matan a 100 personas por semana. En Baquba, la capital provincia, los árabes suníes están expulsando a los chiíes y a los kurdos. El ejército y la policía están divididos por líneas sectarias. La única división del ejército iraquí en Diyala es predominantemente chií y sólo arresta a sunies. El día después de mi partida, policías suníes y kurdos se enfrentaron con fusiles en Jalula, la aldea a la que me habían advertido que no penetrara. La lucha comenzó cuando la policía kurda se negó a aceptar a un nuevo jefe de policía suní y a sus seguidores. Aquí en Diyala, en miniatura, era posible ver a Iraq despedazándose. La provincia está gobernada por sus escuadrones de la muerte. La policía dice que han sido asesinadas por lo menos 9.000 personas y después de un baño de sangre semejante es difícil ver cómo suníes y chiíes en la provincia podrán llegar a volver a vivir juntos algún día.
En gran parte de Iraq rodamos hace tiempo por los rápidos que llevan de la crisis a la catástrofe, aunque sólo en los últimos seis meses esos dramáticos hechos han comenzado a ser aceptados en el extranjero. Durante los primeros tres años de la guerra, los republicanos en USA afirmaron regularmente que los medios liberales ignoraban los signos de paz y progreso en Iraq. Algunos derechistas incluso colocaron sitios en la Red dedicados a difundir las noticias de los logros USamericanos en este país arruinado. Recuerdo a un equipo de un canal noticioso USamericano que vivía en mi hotel en Bagdad y que se quejaba, mientras se ponían su blindaje corporal y sus cascos, que una vez más sus mandamases en Nueva York, que por su parte eran presionados por la Casa Blanca, exigían que «salieran y encontraran algunas noticias buenas e informaran sobre ellas.»
Los tiempos han cambiado en Washington. La dimensión del desastre en Iraq es admitida por casi todos, a excepción del presidente Bush. Incluso antes de la victoria de los demócratas en las elecciones al Congreso del 7 de noviembre, la revista Vanity Fair comentó agriamente que «en este momento, el único grupo en el campo de Bush, es la gente que espera pacientemente noticias de las armas de destrucción masiva y que sigue creyendo que Sadam y Osama fueron un día amantes.» Antiguos partidarios de la guerra muestran un apuro embarazoso por repudiar sus convicciones pasadas y por convertirse en críticos vueltos a nacer de la Casa Blanca.
Estos días, sólo en Gran Bretaña, y más específicamente en la sede del primer ministro, siguen teniendo una audiencia políticas ahogadas en sangre en Iraq en los años después del derrocamiento de Sadam Husein. Volví este mes de Mosul a Londres justo a tiempo para escuchar a Tony Blair cuando habló en el banquete del Alcalde de Londres. Fue una presentación mucho más extraordinaria de lo que apreció su público. Mientras hablaba el primer ministro, con su acostumbrado encanto a la Hugh Grant, quedó claro que no había aprendido nada ni olvidado nada en tres años y medio de guerra.
Un error conceptual tras el otro salía de sus labios. Contrariamente a las opiniones de sus propios generales y de todos los sondeos de la opinión iraquí, ignoró la idea de que la resistencia armada en Iraq es alimentada por la hostilidad a los ocupantes extranjeros. En su lugar, ve a fuerzas oscuras que se alzan en el este, dedicadas como Sauron en el Señor de los Anillos a principios de mal puro. El enemigo, en este caso, se «basa en una interpretación totalmente retorcida del Islam, que es fanática y letal.» Incluso según las pautas de las teorías conspirativas medio-orientales fue material pueril. Blair veía por todas partes la acción de manos ocultas – «fuerzas fuera de Iraq que tratan de crear el caos.» Un experto en política de Iraq y Líbano me dijo hace poco: «El error más peligroso en Oriente Próximo en la actualidad es creer que las comunidades chiíes en Iraq y Líbano son peones de Irán.»
Pero eso es exactamente lo que cree el primer ministro. El que la mayor milicia chií en Iraq – el Ejército Mahdi de Muqtada al- Sadr – sea anti-iraní y nacionalista iraquí es convenientemente ignorado. Esos errores conceptuales son importantes en términos de política práctica porque apoyan el peligroso mito de que si USA y Gran Bretaña sólo atemorizan o ajustan las cuentas a iraníes y sirios, todo se arreglaría porque sus instrumentos chiíes en Iraq y Líbano se alinearían inevitablemente. De un modo muy británico [y desde luego también USamericano. Los editores] los oponentes a la guerra en Iraq se han concentrado no en los actuales eventos, sino en los pecados pasados del gobierno al involucrarnos en la guerra. Sin duda, estuvo muy mal que el gobierno pretendiera que Sadam Husein tenía armas de destrucción masiva y constituía una amenaza para el mundo cuando sabía que no era así. Pero este énfasis en los orígenes de la guerra en Iraq ha distraído la atención del hecho de que, según declaraciones oficiales, el gobierno británico no sabe más sobre lo que sucede en Iraq en 2006 que lo que sabía en 2003. El cuadro de Iraq que pinta Blair tiene pocas veces algo que ver con la realidad. Por ejemplo, dice que los iraquíes «votaron por un gobierno explícitamente no-sectario,» pero todo iraquí sabe que el voto en dos elecciones parlamentarias en 2005 siguió totalmente líneas sectarias y étnicas. Las elecciones fueron el tiro de partida para el comienzo de la guerra civil.
Blair se niega tenazmente a aceptar que la oposición a la ocupación USamericana y británica de Iraq fue la principal causa de la insurgencia. El comandante del ejército británico, general Sir Richard Dannatt, casi fue despedido por haber señalado lo que era obvio: que «deberíamos irnos dentro de cierto tiempo porque nuestra presencia exacerba el problema de seguridad.» Iraq es un país tristemente célebre por lo complicado, pero la manera más rápida de comprender las características más importantes de su política es mirar las cifras del más reciente de una serie de sondeos de opinión realizados por el grupo basado en USA WorldPublicOpinion.org a fines de septiembre. Explican por qué Dannatt tiene razón y Blair se equivoca. El sondeo muestra que un 92% de los suníes y un 62% de los chiíes – incrementado de un 41% a comienzos del año – aprueban los ataques contra las fuerzas dirigidas por USA. Sólo los kurdos apoyan la ocupación. Cerca de un 78% de todos los iraquíes piensan que la presencia militar de USA provoca más conflicto del que impide y un 71% quiere que las fuerzas dirigidas por USA se vayan de Iraq dentro de un año. La amenaza mayor y más amenazante de este año es la creciente hostilidad de los chiíes de Iraq a la presencia USamericana y británica.
Solía decirse que la ocupación extranjera por lo menos impedía una guerra civil, pero con 1.000 iraquíes asesinados cada semana, es bastante obvio ahora que no es así. Al contrario, es la propia ocupación la que ayudó a provocar la actual guerra civil. No quiero decir que alguien haya conspirado en Washington y Londres para hacer que los iraquíes se degollaran los unos a los otros. Siempre fue verdad que en Iraq post-Sadam habría fricción – probablemente involucrando violencia – entre las comunidades chií, suní y kurda. Pero los iraquíes también fueron obligados a decidir si estaban a favor o contra un invasor extranjero. La comunidad suní siempre iba a combatir la ocupación, los kurdos a darle la bienvenida y los chiíes a cooperar con USA y Gran Bretaña mientras estos últimos sirvieran sus intereses. Se combinaron el patriotismo y el interés propio comunal. Antes de 2003, un suní podía ver a un chií como miembro de una secta diferente, pero una vez que comenzó la guerra comenzó a verlo como un traidor a su país.
Desde luego, Bush y Blair arguyen que no hay ocupación. En junio de 2004 devolvieron supuestamente la soberanía a Iraq. «Que reine la libertad,» escribió Mister Bush en el trozo de papel que lo informó de la devolución cuidadosamente coreografiada del poder a un gobierno iraquí en el corazón de la Zona Verde. Pero la realidad del poder siguió estando firmemente en las manos de USA y Gran Bretaña. El primer ministro iraquí Nouri al-Maliki dijo este mes que no podía mover a una compañía de soldados sin pedir permiso a la Coalición (USA y Gran Bretaña). Funcionarios en Mosul me confirmaron que no podían realizar una operación militar sin el acuerdo de las fuerzas de USA.
Existe una historia oculta de la ocupación de Iraq que ayuda a explicar por qué ha resultado ser un desastre semejante. En 1991, después de la primera Guerra del Golfo, un motivo crucial por el que el presidente George Bush padre no continuó hacia Bagdad fue porque temía que el derrocamiento de Sadam Husein sería seguido por elecciones que vendrían a ser ganadas por partidos religiosos chiíes simpatizantes de Irán. En Washington no se podían imaginar un resultado peor de la guerra. Después de la captura de Bagdad en 2003, USA enfrentaba el mismo dilema. Gran parte de las contorsiones de la política de USA en Iraq desde entonces han sido intentos encubiertos de evitar o diluir la dominación de la mayoría chií de Iraq.
Durante más de un año el astuto enviado de USA en Bagdad, Zalmay Khalilzad, trató de conciliar a los suníes: Poner a sus políticos en el gobierno, modificar la constitución federal e iniciar conversaciones secretas con la resistencia armada suní. Fracasó. Los ataques contra las fuerzas de USA aumentaron. Los soldados muertos y heridos de USA totalizan ahora casi 1.000 por mes. Pero USA se prepara ahora para una lucha con el Ejército Mahdi, la mayor milicia chií. Un gobierno iraquí sólo tendrá verdadera legitimidad y libertad para operar cuando se hayan retirado las tropas de USA y Gran Bretaña. Washington y Londres tienen que aceptar que si Iraq ha de sobrevivir tendrá que ser una federación laxa dirigida por una alianza chií-kurda, porque juntos suman un 80% de la población. Pero gracias a los errores de cálculo de Mister Bush y de Mister Blair, el futuro no será decidido en negociaciones, sino en el campo de batalla.
Patrick Cockburn es autor de «The Occupation» (Verso)