Sin duda, uno de los momentos álgidos en la historia de las movilizaciones en el Estado español, lo constituyeron las realizadas contra la guerra en Iraq. Quizás desde las manifestaciones contra la entrada en la OTAN, no se había visto tanta euforia, tanta conciencia en millones de personas, incorporándose a la participación, en una muestra […]
Sin duda, uno de los momentos álgidos en la historia de las movilizaciones en el Estado español, lo constituyeron las realizadas contra la guerra en Iraq. Quizás desde las manifestaciones contra la entrada en la OTAN, no se había visto tanta euforia, tanta conciencia en millones de personas, incorporándose a la participación, en una muestra de solidaridad, pero también de exigencia firme de NO A LA GUERRA. Hay acuerdo unánime en que en esos días se palpó rabia, por no escribir odio, contra un gobierno del que, desde ese momento, la mayoría supo que era de extrema derecha y que había que sacarlo como fuera, incluso tapándose la nariz ante el hedor que emanaban otras candidaturas de otros Partidos.
Esa presencia en las calles reconcilió a muchos con los valores más esenciales, con los que dignifican a la condición humana.
Es cierto que no todos iban a las concentraciones de un modo tan puro y humanista. Hubo quien acudió con una calculadora en la mano, a ver en cuántos diputados se podían traducir tamañas aglomeraciones. Esos que miden cada acción en votos (y que, incluso, osan argumentarlo en que eso es la democracia, qué si no), y que no dudaron en alentarnos desde su Falsimedia para que no dejáramos de asistir a las manifestaciones, informándonos del día, hora y lugar de salida, gobiernan hoy con la conciencia tranquila, porque prometieron y cumplieron sacando al bravo ejercito español de Iraq. Se aprovechan de que en su programa nada se decía sobre Afganistán y Haití. Ni sobre que enviarían tropas disfrazadas de ayuda humanitaria, tal y como se está haciendo estos días, porque al imperio hay que tenerlo contento. Eso sí, todo con sonrisa y buen talante, y la casi unanimidad de las cámaras (las de diputados y senadores). Faltaría más.
Mientras, el imperio de Bush y Kerry exige silencio a sus aliados sobre la invasión y la muerte en Iraq; y ellos, nuestros actuales gobernantes, serán lo que sean, pero a obediencia y evitar enojos no les gana nadie.
Sin embargo, la duda que nos arrebata, al ver como el ejercito imperial yanqui mata y mata en Iraq sin rendir cuentas a nadie, es qué deberíamos hacer ahora los millones que nos manifestamos contra la guerra. Si la respuesta es encogernos de hombros (en un gesto propio de ah, nosotros ya cumplimos), querrá decir que en el fondo la mayoría se movilizaba para que su ejercito nacional volviese, no por la suerte del pueblo iraquí. Es decir, que lo que en buena medida angustiaba a los más, era la posibilidad de que los muertos de Iraq fuesen soldados nacidos en Palencia, Toledo, Lugo o Cádiz, porque si los que matan o mueren son de más allá de las fronteras, y especialmente moros, entonamos, a lo sumo, un progresista y triste qué horror para, raudos, cambiar de cadena y toparnos con un resumen de las medallas patrias en las Olimpiadas. Algo así como que ahora la guerra no va con nosotros, porque esos mismos nosotros ya cumplimos manifestándonos y votando contra un gobierno belicista. El nuevo gobierno cumplió trayéndose a los chicos, y los que siguen dándole vueltas al tema de la guerra es que son unos radicales, nostálgicos, cuando no unos pesimistas irrecuperables.
Hay quien opina que, en esos días de grandes manifestaciones contra la guerra, hubo una aprovechamiento descarnado de los que hoy gobiernan, una utilización de peones con fines más que dudosos. Pero lo cierto es que no se podía hacer otra cosa, que sí que resultaba duro ir en una manifestación junto a personas que justificaron la primera guerra contra Iraq, o los bombardeos a Yugoslavia del amigo Solana, por no hablar de los GAL o de la corrupción. Cierto, pero había que ir, pensando no en ellos y sus votos, sino en el reguero de muertos que era obvio iba a haber en Iraq, en el simbolismo que tenía y tiene ese pueblo en la lucha contra el Imperialismo. Ahora nos dicen que no se pueden tener los ojos en la nuca, y lo dicen con toda autoridad, porque quienes lo hacen son expertos en sembrar amnesia y recoger votos. Quizás sea por ello que no los vamos a notar en falta cuando nos manifestemos contra el envío de tropas a Afganistán y Haití, ni siquiera a sus cámaras (las de televisión). Los comprendemos, porque seguramente estarán en un despacho oficial preparando las razones por las que de Iraq sí hay que traer los soldados mientras que a Afganistán y a Haití hay que enviarlos, sin darse cuenta que se parecen en exceso a los argumentos que daba el anterior gobierno, ese en el que todos coincidimos que era de extrema derecha, y que había que botar cuanto antes.