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La gran desconexión estadounidense

Iraq siempre ha sido «Corea del Sur» para el gobierno de Bush

Fuentes: TomDispatch

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

Por fin parece que podríamos estar llegando al fin de la gran desconexión estadounidense. Por fin, cuatro años después de la invasión de Iraq, los cruciales hechos en el terreno podrían estar llegando ser comprendidos en EE.UU. – ni la carnicería ni el caos; ni los coches bomba suicidas o las bombas con camiones de cloro; ni la huída masiva de profesionales de clase media, la campaña de asesinatos contra académicos, o el colapso del mejor servicio de salud en la región; ni las crecientes víctimas estadounidenses e iraquíes, la falta de electricidad, el crecimiento de las milicias chiíes, el derrumbe de la «coalición de los dispuestos,» o el desarraigue de un 15% o más de población de Iraq; ni siquiera el agudo aumento del fundamentalismo y del extremismo, el crecimiento de al-Qaeda en Mesopotamia, la inflación de asesinatos sectarios, o la incapacidad del gobierno iraquí de sacar petróleo del suelo o una ley petrolera, diseñada en Washington para hacer retroceder el reloj por decenios en Oriente Próximo, aprobada dentro de la fortificada Zona Verde de Bagdad – no, nada de eso. Lo que termina por salir a la luz es precisamente lo que George W. Bush, Dick Cheney, los máximos funcionarios de su gobierno, la dirección civil del Pentágono, y sus seguidores neoconservadores se habían propuesto cuando invadieron y ocuparon Iraq en 2003.

Pero déjenme ver el asunto desde otro ángulo. Durante la última semana, seguidores de noticias se han lanzado a un debate sobre el «modelo coreano,» que, según el New York Times y otros medios noticiosos, el presidente considera de repente como modelo para Iraq. («Mr. Bush ha dicho a recientes visitantes a la Casa Blanca que busca un modelo similar a la presencia estadounidense en Corea del Sur.») Ya saben, una cantidad limitada de grandes bases estadounidenses enclavadas lejos de las áreas urbanas; una cantidad limitada de tropas estadounidenses (digamos 30.000-40.000, confinadas en su mayor parte en esas bases, pero listas para atacar en todo instante; un gobierno amigo en Bagdad; y (como en Corea del Sur donde nuestras tropas han estado durante seis décadas) tal vez otro medio siglo o más de guarniciones tranquilas. En otras palabras, es el equivalente en el tiempo de un «redespliegue por sobre el horizonte» geográfico de las tropas estadounidenses. En este caso, «por sobre el horizonte» significaría hasta 2057 o más allá.

Esto, se nos dice, es una nueva etapa en la manera de pensar del gobierno. El portavoz de la Casa Blanca, Tony Snow, apoyó el «modelo coreano» («Tenéis allí a EE.UU. en lo que ha sido descrito como un papel de apoyo que va más allá del horizonte… – como lo tenemos en Corea del Sur, donde durante muchos años ha habido fuerzas estadounidenses estacionadas como una manera de mantener la estabilidad y la confianza de parte del pueblo surcoreano contra un vecino norcoreano que es una amenaza… «); el Secretario de Defensa Robert Gates lo apoyó con dedicación como una manera de dar confianza a los iraquíes de que EE.UU. «no se retirará de Iraq como lo hizo de Vietnam: «por completo,» como lo hizo el número dos del «plan de la elevación» en Bagdad, teniente general Ray Odierno. («Pregunta: ¿Está de acuerdo con que probablemente vayamos a tener allí una fuerza al estilo de Corea del Sur durante años? Respuesta del GENERAL ODIERNO; Bueno, pienso que es una decisión estratégica, y pienso que es entre nosotros y – el gobierno de EE.UU. y el gobierno de Iraq. Pienso que es una excelente idea.»

David Sanger del New York Times resumió recientemente esta «nueva» manera de pensar del modo siguiente:

«Funcionarios del gobierno y altos dirigentes militares se negaron a hablar públicamente sobre sus planes a largo plazo en Iraq. Pero cuando hablan sin que se les atribuyan sus declaraciones, describen un concepto bastante detallado. Significaría el mantenimiento de tres o cuatro grandes bases en el país, todas bien fuera de las atestadas áreas urbanas donde la cantidad de víctima ha aumentado considerablemente. Incluirían la base de Al Asad en la provincia Anbar, la base aérea Balad a unos 80 kilómetros al norte de Bagdad, y la base aérea Tallil en el sur.»

Críticos – a la izquierda, a la derecha y al centro – atacaron rápidamente la relevancia de la analogía surcoreana por todas las razones históricas obvias. Time intituló su artículo: «Por qué Iraq no es Corea;» Fred Kaplan de Slate se metió como sigue: «En otras palabras, estas dos guerras, o esos dos países, no son de ninguna manera que sea significativa ni remotamente similares. De ninguna manera una experiencia, o un conjunto de lecciones, ilustran a la otra. En Iraq, no hay ninguna frontera que divida al amigo del enemigo; ningún concepto claro define quién es amigo y enemigo. Decir que Iraq podría seguir ‘un modelo coreano’ – si la palabra modelo significa algo – es absurdo.» En su sitio en la red Informed Comment, Juan Cole escribió: «De manera que lo que me confunde son los términos de la comparación. ¿Quién tiene el papel de los comunistas y de Corea del Norte?» Jim Lobe, de Inter Press citó al teniente general en retiro Donald Kerrick, ex consejero adjunto de seguridad nacional de EE.UU. que sirvió dos períodos en Corea del Sur como sigue: «[La analogía] es o una burda sobre-simplificación para tratar de reasegurar a la gente de que [el gobierno de Bush] tiene un plan a largo plazo, o es simplemente estúpida.»

Ninguna de estas críticas deja de dar en el blanco. Sin embargo, no hay que descartar el «modelo Corea» simplemente por su burda inexactitud histórica. Hay una razón mucho más importante para prestarle atención, confirmada por cuatro años de hechos en el terreno en Iraq – y por una pequeña historia que nadie recuerda, al parecer, ni siquiera el New York Times que ayudó a registrarla.

¿Cuán duraderos son esos «campos duraderos»?

Por el momento, se presenta el modelo Corea como si fuera una noticia de última hora, como el próximo paso en la manera de pensar del gobierno de Bush que se desarrolla desesperadamente a medida que el «plan de elevación» se eleva hacia el desastre. Sin embargo, el hecho más básico de nuestro actual momento «Corea» es que es la noticia más vieja de todas. Cuando el gobierno de Bush lanzó su invasión en marzo de 2003, imaginó que entraba a un Iraq «surcoreano» (aunque nunca utilizó esa analogía). Aunque los estadounidenses (incluyendo a funcionarios del gobierno, discutieron interminablemente si estábamos en Tokio o Berlín en 1945, en Argelia de los años cincuenta, en Vietnam de los años sesenta y setenta, en Beirut desgarrado por la guerra civil de los años ochenta, o en numerosos otros lugares históricamente distantes, cuando se trató de los hechos en el terreno, la planificación real del gobierno se quedó obstinadamente en «Corea del Sur.»

El problema fue que, gracias en gran parte a la terrible cobertura mediática, el pueblo estadounidense sabía poco o nada sobre estos hechos que tenían lugar en el terreno y esa desconexión fue crucial durante años.

Echemos una pequeña mirada a un poco de historia básica:

Recordaréis, por supuesto, el lío por la afirmación del Jefe de Estado Mayor del Ejército Eric Shinseki en febrero de 2003 ante un comité del Congreso de que se necesitarían «varios cientos de miles de soldados» para ocupar efectivamente un Iraq «liberado.» Por esa declaración, la dirección civil del Pentágono y sus aliados neoconservadores lo echaron a risas de la sala y después de la ciudad. Señalando sabiamente que no existía una historia de «antagonismo étnico» en Iraq, el Secretario Adjunto de Defensa, Paul Wolfowitz dijo que la opinión de Shinseki estaba «lejos de ser correcta,» y cuando el general se retiró del servicio activo unos meses después, intencionadamente no asistió a la ceremonia. Después de todo, Rumsfeld y Wolfowitz estaban planeando tomar y ocupar Iraq con un estilo que sería de alta tecnología y que, en cuanto a personal, sería eficiente. Ya que todo el gobierno creía que los iraquíes saludarían a los soldados estadounidenses como libertadores o, por lo menos, los harían sentirse en su casa en su país, esperaban que la ocupación se pasaría sin problemas – sobre una base de «modelo Corea,» en los hechos.

Tom Ricks, periodista del Washington Post, escribió en «Fiasco», su libro sobre la ocupación que ha sido un éxito de ventas, sobre las expectativas del gobierno en febrero de ese año: «[Paul] Wolfowitz dijo a altos oficiales del ejército… que pensaba que dentro de unos pocos meses de la invasión el nivel de tropas de EE.UU. en Iraq sería de 34.000, recordó [Johnny] Riggs, el general del ejército, en aquel entonces en el cuartel del ejército. De la misma manera, otro general de tres estrellas, que sigue en servicio activo, recuerda que se le dijo que planificara que la fuerza de ocupación de EE.UU. fuera reducida a 30.000 soldados en agosto de 2003. Una instrucción del ejército un año después también señaló que esa cifra era el objetivo ‘para fines del verano de 2003.'»

Actualmente, hay unos 37.000 soldados estadounidenses en guarnición en Corea del Sur. En otras palabras, el plan original en cuanto a personal, era para una ocupación de estilo coreano de Iraq. ¿Pero dónde se iban a quedar esos soldados? El Pentágono también ha estado pensando en eso – y en esto es donde el New York Times ha olvidado su propio material. El 19 de abril de 2003, poco después de que los soldados estadounidenses entraron a Bagdad, los reporteros del Times, Thom Shanker y Eric Schmitt escribieron un impactante artículo de primera plana intitulado: «El Pentágono espera acceso a largo plazo a cuatro cruciales bases en Iraq.» Comenzaba diciendo:

«EE.UU. planifica una relación militar a largo plazo con el emergente gobierno de Iraq, la que daría acceso al Pentágono a bases militares y proyectaría la influencia estadounidense al corazón de la inestable región, dijeron altos funcionarios del gobierno de Bush. Funcionarios militares estadounidenses hablaron, en entrevistas de esta semana, de mantener tal vez cuatro bases en Iraq que podrían ser utilizadas en el futuro: una en el aeropuerto internacional en las afueras de Bagdad; otra en Tallil, cerca de Nasiriya en el sur; la tercera en una pista de aterrizaje aislada llamada H-1 en el desierto occidental, a lo largo del antiguo oleoducto que va a Jordania; y la última en el aeropuerto Bashur en el norte kurdo.»

O sea que el Pentágono llegó a Bagdad con una estrategia de por lo menos cuatro bases para la ocupación a largo plazo del país. Eran mega-bases, esencialmente ciudades estadounidenses fortificadas en las que esos 30.000-40.000 soldados podían acomodarse para una eternidad al estilo surcoreano. El Pentágono no buscaba oficialmente «bases permanentes,» como afirmaba arteramente, sino «acceso permanente.» (Y con este subterfugio verbal, un gobierno que ha redefinido la realidad constantemente para ajustarla a sus necesidades, ocultó su obvio deseo, y sus planes, de «permanencia» en Iraq. Como Tony Snow describiera el asunto el otro día: «Bases en Iraq no serían necesariamente permanentes porque estarían allí por invitación del gobierno anfitrión, y ‘la persona que ha hecho la invitación tiene el derecho de retirar la invitación.'»)

Cuando el reportaje de Schmitt y Shanker salió a la luz en una conferencia de prensa de Rumsfeld, la historia fue esencialmente desmentida («Nunca, que recuerde, he oído hablar de que se haya discutido una base permanente en Iraq en alguna reunión…») y luego desapareció del New York Times durante cuatro años (y de la mayor parte de los medios restantes durante casi todo ese tiempo) Sin embargo, no desapareció de la planificación del Pentágono. Todo lo contrario, el Pentágono comenzó a repartir los contratos y los diversos constructores privados se pusieron al trabajo. A fines de 2003, una prestigiosa revista de ingeniería citó al ingeniero del ejército, teniente coronel David Holt, «encargado del desarrollo de instalaciones» en Iraq, hablando orgullosamente de que varios miles de millones de dólares ya habían sido invertidos en la construcción de bases («las cifras dejan estupefacto»). Estaban construyendo una profusión de bases – 106, según el Washington Post, hasta 2005 (incluyendo, por supuestos, numerosos puestos pequeños).

Por un tiempo, para evitar la tara de esa palabra «permanente,» el Pentágono llamó «campos duraderos» a las principales bases estadounidenses en Iraq. Cinco o seis de ellas son simplemente masivas, incluyendo Camp Victory, la central militar de EE.UU. adyacente al Aeropuerto Internacional de Bagdad en las afueras de la capital, la base aérea Balad, al norte de Bagdad (que tiene un tráfico aéreo que se compara con el aeropuerto O’Hare de Chicago), y la base aérea al-Asad en el desierto occidental cerca de la frontera siria. Son suficientemente grandes como para tener múltiples rutas de autobuses, inmensas tiendas para los soldados, teatros de cine, restaurantes de comida basura de marcas conocidas, y, en un caso, hasta un campo de golf en miniatura. En la base estadounidense de Tallil en el sur, estaban construyendo en 2006 un comedor para 6.000 comensales, y esto no hace más que mencionar una pequeña parte de las bases del gobierno de Bush.

Además, a medida que la insurgencia ganaba impulso y Bagdad caía en el caos así como en la guerra sectaria, los planificadores del gobierno iniciaron la construcción de un complejo masivamente fortificado, de 600 millones de dólares, resistente a las explosiones, de unos 20 edificios en el corazón de la Zona Verde de Bagdad, la mayor «embajada» del planeta, tan independiente que no necesitaría a Iraq para electricidad, suministro de alimentos, agua o casi nada más. Su «apertura» está programada para septiembre de este año, y será al mismo tiempo una ciudadela y un albergue de diplomáticos, espías, guardias, contratistas privados de seguridad, y los trabajadores extranjeros necesarios para satisfacer las necesidades de la «comunidad.»

Ceguera de los medios ante las bases

Desde 2003 a la actualidad, el trabajo de construcción, mantenimiento, y continua mejora de estas bases (y sus equivalentes en Afganistán) nunca se ha detenido. Aunque los inmensos contratos de construcción de bases fueron otorgados hace tiempo, consideremos sólo un par de modestos contratos de la reciente cosecha. En marzo de 2006, Dataline, Inc, de Norfolk, Virginia obtuvo un contrato de 5 millones de dólares para «mejoras de la instalación de control técnico e instalación de cable,» sobre todo en «Camp Faluya, Iraq (25%), Camp Al Asad, Iraq (25 %), [y] Camp Taqaddum, Iraq

(25 %).» En diciembre de 2006. Watkinson L.L.C. de Houston recibió un «contrato de precio fijo para el diseño y construcción de una pista para aparcamiento de aviones pesados y un patio abierto de almacenamiento de carga» para la base aérea al-Asad, por 13 millones de dólares «a ser completado el 17 de septiembre de 2007.» En marzo de 2007, Lockheed Martin Integrated Systems recibió un contrato por 73 millones de dólares para «suministrar los requerimientos recurrentes tales como el apoyo de operaciones y mantenimiento para la red del área local de la base, comunicación comercial satelital, instalación de control técnica, y acciones de circuito, teléfono, radio móvil terrestre, e instalaciones de cable interiores y exteriores… en 13 bases en Iraq, Afganistán y otras seis naciones que caen bajo el área de responsabilidad del Comando Central de EE.UU.»

Y la construcción de grandes bases puede no haber terminado. Hay que estar atento al Kurdistán iraquí. Según Juan Cole, la prensa kurda sigue informando sobre rumores de que las actividades de construcción de bases de EE.UU. se están transfiriendo al lugar. Poco se sabe al respecto, excepto que algunos en Washington consideran al Kurdistán iraquí como el lugar obvio para «redesplegar» a soldados estadounidenses en cualquier retirada parcial del futuro, o para guiones de futuras retiradas o reducciones.

Estos, entonces, eran los hechos en el terreno iraquí del gobierno de Bush. Sea lo que fuese lo que alguien haya dicho en algún momento sobre la terminación algún día de la presencia estadounidense en Iraq, o la devolución de la «soberanía» a los iraquíes, para los periodistas estadounidenses en Bagdad, así como para los medios en el país, la naturaleza «durable» de lo que se estaba construyendo debería haber sido inconfundible – y debiera haber tenido alguna importancia. Después de todo, esas bases estadounidenses, así como la vasta embajada dentro de la Zona Verde (apodada sardónicamente por los bagdadíes, «el Palacio de George W.»), son de una dimensión monstruosa, con comunicaciones e instalaciones al más reciente nivel técnico, y diseñadas para apoyar a comunidades estadounidenses en gran escala – sean soldados, diplomáticos, espías, contratistas, o mercenarios – a largo plazo. Son imperiales en naturaleza, los equivalentes militares y diplomáticos de EE.UU. de las pirámides. Y nadie, al verlas, puede haber pensado en otra cosa que «permanentes.»

No importa que esas bases jamás hayan sido etiquetadas oficialmente como «permanentes.» Después de todo, como indica el modelo Corea (que dura casi seis décadas), tales bases, más bien que colonias, han sido desde hace tiempo la forma imperial estadounidense – y, con raras excepciones, llegaron y no se fueron. Siguen como cañoneras inmóviles, preparadas para una especie de eterna «diplomacia» armada. Mientras se concentran de forma reveladora en regiones clave del planeta, componen lo que el Pentágono gusta de llamar «nuestra huella.»

Como señala Chalmers Johnson en su libro «The Sorrows of Empire,» EE.UU. ha establecido, sobre todo desde la Segunda Guerra Mundial, por lo menos 737 bases semejantes, mega y micro – y probablemente más cerca de 1.000 – en todo el mundo. Por todas partes, precisamente como ha dicho Tony Snow, los estadounidenses son oficialmente «invitados» por los gobiernos locales y negocian un «acuerdo de estatus de fuerzas,» el equivalente moderno de la concesión de extraterritorialidad de la era colonial, para que los soldados estadounidenses estén sujetos en un mínimo a los tribunales o al control extranjeros. Hay por lo menos 12 bases semejantes en Corea, 37 sólo en la isla japonesa de Okinawa, y así suma y sigue por todo el globo.

Desde la Guerra del Golfo en 1990, la creación de semejantes bases ha ido aumentando. Los gobiernos de Bush, Clinton, y el Bush más joven establecieron una cadena de bases que va desde los antiguos satélites europeos orientales de la Unión Soviética (Rumania, Bulgaria) y la antigua Yugoslavia, hasta el Gran Oriente Próximo (Kuwait, Qatar, Omán, Bahrein, y los Emiratos Árabes Unidos), al Cuerno de África (Djibouti), hasta el Océano Índico (la isla «británica» de Diego García), y directamente a Asia Central (Afganistán, Kirguistán, y Pakistán), donde «compartimos» bases paquistaníes.

Las bases han seguido a nuestras guerritas de las últimas décadas. Fueron lanzadas a Arabia Saudí y a los pequeños emiratos del Golfo cerca de la época de nuestra primera Guerra del Golfo en 1991; a la antigua Yugoslavia después de la guerra aérea de Kosovo de 1999; a Pakistán, Afganistán y a las antiguas repúblicas soviéticas de Asia Central después de la guerra afgana de 2001; y a Irak, desde luego, después de la invasión de 2003, donde debían reemplazar las bases saudíes sacadas de uso como reacción ante las afirmaciones de Osama bin Laden de que los estadounidenses estaban profanando los sitios más sagrados del Islam.

En efecto, cuando se trataba de bases en los años después del 11-S, el énfasis era, por una parte, rodear a Rusia desde sus antiguos satélites europeos orientales hasta sus antiguas repúblicas soviéticas de centroasiáticas y, por otro lado, asegurar una serie de bases a través de los principales países petroleros del planeta, una franja de territorio conocida por el gobierno en 2002-2003 como «el arco de inestabilidad.» Iraq no era, obviamente, más que una parte – aunque una parte crucial – de tales sueños imperiales sobre cómo dominar el planeta. Pero los zigurats militares que pusieron de manifiesto esos sueños, y todos los miles de millones de dólares en dinero de los contribuyentes y el afán evidente de «permanencia» que iba con ellos, fueron excluidos en gran parte de las informaciones de los medios dominantes, así como de la discusión de la ocupación de Iraq.

Iraq como Corea, 2003-2007

El gobierno mantuvo un hermetismo notable sobre toda esta actividad de construcción y lo que podría significar – aparte de desmentidos periódicos de que tales esfuerzos fueran «permanentes»: y, con raras excepciones, incluso cuando periodistas informaron desde Camp Victory o desde otras bases importantes, nunca lograron colocarlas en el paisaje reporteril. Esas bases – y el coloso de «embajada» que va con ellas – simplemente no fueron consideradas como de mayor importancia.

Tal vez para periodistas y editores, acostumbrados al universo de Washington en el que EE.UU. simplemente no puede actuar de modo imperial, esas bases constituían hechos dados – como el modo de vida estadounidense. Evidentemente, para la mayoría de los periodistas, no había, en cierto sentido, nada que ver. Como consecuencia, ha habido una discusión interminable sobre la «incompetencia» del gobierno de Bush (y ha habido mucha), pero no sobre la planificación bastante competente que ubicó de modo impresionante tales estructuras en el paisaje iraquí. Si el tema no fue exactamente censurado en EE.UU., por lo menos sufrió una especie de blanqueo.

Había tanto que discutir sobre Iraq, pero la evidencia predominante en el terreno, tan terriblemente sólida, no contaba para nada. No era evidencia de nada. Para los periodistas estadounidenses, así como para los Secretarios de Defensa estadounidenses, la militarización a fondo del Planeta Tierra simplemente no constituía una noticia. Como resultado, la mayoría de los estadounidenses casi no tenían la menor idea de que estábamos creando edificios por muchos miles de millones de dólares en suelo iraquí, diseñados para la casi eternidad.

Es bastante notable que cuando encuestadores del Programa sobre Actitudes de Política Internacional les preguntaron a fines del año si deberíamos tener bases «permanentes» en Irak, un enorme porcentaje de 68% de los estadounidenses dijeron que no. Pero cuando aparece en nuestra prensa el tema de las bases y de su permanencia – cuando sucede – es usualmente en el contexto de «sospechas» iraquíes sobre el tema. (¡Oh, esos extranjeros paranoicos!) Típicamente, el Los Angeles Times citó a Michael O’Hanlon, un analista frecuentemente citado del Brookings Institution, diciendo lo siguiente sobre el endoso por parte del presidente del modelo Corea: «Al tratar de mostrar decisión, [Bush] muestra la presunción de que vamos a estar allí durante mucho tiempo… No es útil para el manejo de la política de nuestra presencia en Iraq.» No, Michael, las bases constituyen nuestra política en Iraq.

Generalmente, los demócratas y sus principales candidatos presidenciales se alinean con O’Hanlon. Y, sin embargo, ninguna proposición demócrata significativa para una «retirada» de Iraq es realmente una proposición para una retirada generalizada. Todas son propuestas para retirar del país brigadas estadounidenses de combate (tal vez unos

50.000-60.000 soldados), mientras se retira a la mayoría de los demás estadounidenses a esas bases gigantescas cuya mención es demasiado embarazosa

De repente, sin embargo, la discusión del «modelo Corea» ha llegado a las noticias y al hacerlo ha colocado esas bases – y la idea de una presencia militar permanente en Iraq – en la mira estadounidense, puede ser por primera vez. Basta con mirar al Iraq de hoy para saber que, como tantas otras cosas que nuestros soñadores imperiales han invocado, esa fantasía también – de un Iraq calmo que se desarrolla con el pasar de los años para llegar a ser una democracia amiga, mientras los soldados estadounidenses se quedan tranquilos en sus gigantescas ciudades-base – está condenada a un tipo u otro de fracaso, mientras los países petroleros del planeta amenazan con la implosión.

El modelo Corea es sólo un caso más de los numerosos errores de lectura de la historia del gobierno, pero no es nuevo. No es una fantasía que el presidente y sus máximos funcionarios hayan descubierto por casualidad en su desesperación después de la «elevación». Es la fantasía que entró rugiendo en Bagdad en 2003. Es la fantasía imperial que nunca ha abandonado sus mentes desde ese primer momento de conmoción y pavor hasta ahora.

Hay que reconocer su consecuencia. El gobierno de Bush lo apostó todo por este «modelo,» llámeselo como sea y, en eso, nunca ha vacilado. Debido a que la información sobre este importante tema ha sido de lo peor que haya sido visto en la memoria reciente, la mayoría de los estadounidenses han vivido estos últimos años en una notable ignorancia de lo que se estaba realmente construyendo en Iraq. Ahora, tal vez, esté comenzando a terminar la gran desconexión estadounidense, lo que podría representar más malas noticias para el gobierno de Bush.

Tom Engelhardt, que dirige Tomdispatch.com del Nation Institute («un antídoto regular para los medios dominantes»), donde apareció primero este artículo, es co-fundador del American Empire Project y, más recientemente, autor de «Mission Unaccomplished: Tomdispatch Interviews with American Iconoclasts and Dissenters» (Nation Books), la primera colección de entrevistas de Tomdispatch.