Estados Unidos ha luchado por el cambio de régimen en Iraq durante la mayor parte de las dos últimas décadas. En 1991 el ejército estadounidense desembarcó en el Golfo para «liberar Kuwait»; en 2003 el lema se había cambiado por el de «liberar Iraq» pero la intención seguía siendo la misma -derrocar a Sadam y […]
Estados Unidos ha luchado por el cambio de régimen en Iraq durante la mayor parte de las dos últimas décadas. En 1991 el ejército estadounidense desembarcó en el Golfo para «liberar Kuwait»; en 2003 el lema se había cambiado por el de «liberar Iraq» pero la intención seguía siendo la misma -derrocar a Sadam y al partido Ba’as y establecer en su lugar un gobierno amigo que apoyase las propias ambiciones de Estados Unidos para la región y diese cabida a Israel.
Cuando las armas de destrucción masiva quedaron desacreditadas como justificación de la invasión de 2003, el Gobierno de Bush se apresuró a izar las banderas de la democracia, la transparencia y los derechos humanos, comprometiéndose a hacer de Iraq un modelo regional estable.
Las elecciones del 7 de marzo controladas y supervisadas internacionalmente, han supuesto una mejora respecto a las de 2005, cuando muchos sunníes boicotearon el proceso en su totalidad. Esta vez, el 63% de la población acudió a votar -con algunos resultados inesperados y no deseados.
Aunque el candidato que apoyaba Estados Unidos, el chií laico Iyad Allawi, ha conducido a su partido de la coalición Iraqiya a una apretada victoria con 91 escaños y un gran porcentaje de votos sunníes, el complicado sistema electoral -establecido tras muchos debates- establece que el próximo primer Ministro ha de elegirse por mayoría de los 325 miembros del Consejo de Representantes.
El primer Ministro titular, Nuri al-Maliki, ha conseguido 89 escaños para su partido del Estado de Derecho creado para estas elecciones después de haberse librado de la Alianza Unida Iraquí que, renombrada como Alianza Nacional Iraquí, ha obtenido 70 escaños. La Alianza Kurda ha quedado en cuarto lugar con cuarenta escaños.
Como Allawi y al-Maliki compiten por el poder, los otros dos grupos han pasado a ser, en efecto, muy influyentes. La Alianza Nacional, por supuesto, tiene vínculos muy estrechos con Irán, donde varias de sus principales figuras pasaron décadas de exilio.
Mientras tanto Washington, tras haber gastado 900 mil millones de dólares, después de haber perdido 4.386 soldados y habiendo causado la muerte de más de un millón de civiles iraquíes y el desplazamiento de cinco millones más, está obligado a retroceder en aras de la democracia mientras la batalla por el poder -que es probable que dure varios meses- continúe en pleno vigor fuera de su control.
Utilizar la democracia como medio para garantizar un cambio de régimen o para promover una agenda oculta es un negocio arriesgado como ya descubrieron antes las potencias occidentales -la victoria electoral de Hamas en Gaza en 2006, por ejemplo, o el desembarco inesperado del fundamentalista Frente Islámico de Salvación de Argelia en las primeras elecciones parlamentarias libres de este país, en 1991.
El candidato seleccionado por Estados Unidos puede ser moralmente dudoso o incluso abiertamente corrupto -viene al pensamiento el presidente de Afganistán Karzai- pero lo único que importa, según parece, es que el acceso del candidato al poder se legitime a través de las urnas.
Sin embargo, el fruto de las elecciones iraquíes del mes pasado sabe particularmente amargo a Estados Unidos al contemplar la mortificante perspectiva de su archienemigo Irán mediando para un acuerdo de poder compartido. Un acuerdo que casi seguro consolidará el control del país que Estados Unidos ha estado tratando de «liberar» a los propios aliados próximos a Teherán.
Poco después de las elecciones, Teherán recibió la visita de dirigentes de la Alianza Nacional, una delegación de la alianza del Estado de Derecho, de al-Maliki, y de Yalal Talabani, de la Alianza del Kurdistán. De hecho, el único actor importante no invitado a Irán fue Iyad Allawi.
En un intento de resolver el problema internamente, Muqtada al-Sadr, líder del principal partido de la Alianza Nacional, organizó un referéndum informal. Votaron 1.4 millones y los resultados, anunciados el 7 de abril, no daban ni a Allawi ni a al-Maliki como opción favorita para primer Ministro sino al ex primer Ministro interino, Ibrahim al-Yaafari -una opción que poco probablemente aprobará cualquiera de los otros partidos.
Nuri al-Maliki (cuya ex milicia integra una parte importante del ejército iraquí) ha amenazado con recurrir a la violencia en su intento por mantenerse en el poder, y la perspectiva de una guerra civil total vuelve, una vez más, a levantar su horrible cabeza.
Las diferencias sectarias que conforman en la actualidad la política iraquí seguirán debilitando el tejido social del país; la población, ya agotada por siete años de violencia, está soportando una nueva ola de atentados y ataques criminales. Al-Qaida, también, está resurgiendo en Iraq explotando la debilidad del aparato de seguridad producida por el vacío de poder actual. Solo durante la campaña electoral, murieron 228 personas.
Divisivas como sus resultados están demostrando ser, estas elecciones reflejan, sin embargo, el deseo de la población de alejarse de la política basada en la religión. La opción de Iraqiya, de Iyad Allawi, que fue la que consiguió más votos, era firmemente laica y nacionalista.
Aunque dejó el partido Ba’az hace muchos años, cuando Allawi anunció que intentaría convertirse en primer Ministro en agosto de 2007, recibió el refrendo de su dirección en el exilio. En declaraciones a la revista Time, un portavoz lo describió como «un patriota iraquí» que allanaría el camino para que el Partido Ba’az volviese a la vida política de Iraq, de la que formamos parte por derecho».
Cuanto más cambian las cosas…
Fuente: http://www.abdelbariatwan.com/