El 30 de junio está a la vuelta de la esquina y George W. Bush insiste en que ese día le entregará a los iraquíes «la completa y plena soberanía». Amén de que desconoce totalmente lo que esa palabra significa, pues nadie puede ser soberano con 135 000 tropas norteamericanas dentro de su territorio, decidiendo […]
El 30 de junio está a la vuelta de la esquina y George W. Bush insiste en que ese día le entregará a los iraquíes «la completa y plena soberanía».
Amén de que desconoce totalmente lo que esa palabra significa, pues nadie puede ser soberano con 135 000 tropas norteamericanas dentro de su territorio, decidiendo sobre la vida y la muerte, como tampoco puede hablarse de autogobierno con un número de consorcios medrando a costa de «reconstruir» lo que las primeras se encargaron de destruir. Pero el fuhrercillo se empeña un día tras otro en repetir la consigna.
Con apresuramiento, buscaban a quien pudiera «representar» a los iraquíes en el cuerpo de gobierno que habrán de darle y luego de un tira y encoge apareció la figura de Iyad Allawi, escogido «unánimemente» por el Consejo de Gobierno Iraquí -exactamente el mismo designado de a dedo por el pro-cónsul estadounidense en Bagdad.
Allawi recibió hasta el visto bueno de Lakhdar Brahimi, el enviado de la ONU, para quien fue una sorpresa tal designación, pero se limitó a decir a través del vocero de la organización mundial: «El señor Brahimi respeta la decisión y está preparado para trabajar con esta persona en la selección de los otros cargos en este gobierno interino».
Las indagatorias periodísticas obligaron al portavoz Fred Eckard a hacer una aclaración sugerente: La palabra «respeta» había sido «cuidadosamente escogida» y declinó decir si Brahimi endosaba plenamente la designación o si había ayudado a realizarla.
Otros 26 ministros deben acompañar a Allawi, más un presidente y un vice tan «soberanamente» seleccionados como él. Brahimi le ayudará en el alumbramiento, bajo el puntero-señal de Washington, para que se ocupen de una tarea primordial, organizar elecciones en el nuevo año.
Y, aunque, supuestamente el proceso electoral sea su tarea fundamental, a la vista de la ONU, otras faenas urgentes esperan a Allawi. Ya el secretario de Estado, Colin Powell, le asignó la primera: espera que el «líder» seleccionado pueda viajar a Nueva York para ayudar a que el Consejo de Seguridad apruebe la resolución sobre el «futuro» de Iraq presentada por Washington y Londres, y en la que los términos de la «soberanía» están bien claros: autorizaría a fuerzas internacionales lideradas por Estados Unidos a tomar «todas las medidas necesarias» para mantener la seguridad y prevenir el terrorismo, sin mencionar un ejército iraquí, como no sea para decir que necesita ser entrenado. Tampoco menciona que el sistema carcelario en Iraq, en manos de los estadounidenses y bajo el rechazo mundial por las atrocidades cometidas contra los prisioneros iraquíes, vaya a pasar al gobierno supuestamente soberano.
Según Scott McClellan, el vocero de la Casa Blanca, «todo el mundo reconoce que poner en ejecución ese proyecto de resolución es el comienzo de ese proceso». Por si usted no lo «reconoció», McClellan está hablando de la soberanía iraquí, y asegura que también «todo el mundo reconoce que habrán algunas clarificaciones y ajustes a lo largo del camino» (¿?).
Lo curioso de todo este entramado es que si bien Washington, la ONU y el Consejo de Gobierno Iraquí parecen no tener dudas sobre Iyad Allawi, los iraquíes no las tienen todas consigo a juzgar por los indicios. Nadie lanzó un ¡viva! en las calles de Bagdad y no son pocos los que le echan en cara ser uno de los de afuera, sin experiencia política ni capacidad para administrar un país sumergido en el caos de esta guerra de postguerra.
Justo el viernes, cuando ese Consejo escogía al chiita Allawi como primer ministro interino para la «soberanía», cinco iraquíes eran muertos y 14 heridos en un enfrentamiento de las tropas de ocupación con la milicia chiita en la ciudad santa de Najaf.
«¿Quién es Iyad Allawi?», decía un guardia de seguridad del Ministerio de Defensa al corresponsal de Reuters, el que comentaba que muchos miembros del Consejo de Gobierno viven en aislados complejos residenciales para los ministros y otros políticos o en un área de la capital con prados exquisitamente cortados, bien lejos de las quejas y de las condiciones de vida de la mayoría de los iraquíes, que ni siquiera los han visto caminar por las calles de sus ciudades.
Allawi, un neurólogo de educación británica, es mucho más conocido por otras competencias profesionales: sus intentos de derrocar a Saddam Hussein a cuenta de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de Estados Unidos con la que tiene tan fuertes vínculos como con la inteligencia británica en iguales menesteres.
Hurgando un poco en el currículo del nominado, aflora más de un dato a tener en cuenta para que, sin ni siquiera abrir la boca saber cuáles serán los objetivos de su premierato.
Allawi es un rico hombre de negocios, antiguo miembro del Partido Baas de Saddam Hussein, y familia de Ahmad Chalabi -ya saben quién, el ex favorito del Pentágono ahora caído en desgracia con Washington, que acaba de retirarle la paga de 335 000 dólares mensuales a su grupo, luego de haberle entregado 33 millones de dólares desde el comienzo de la invasión el servicio prestado de darles a conocer todo el arsenal de armas de exterminio masivo que podía encontrarse a flor de tierra en Iraq. Sin embargo, se afirma que Allawi y Chalabi no son especialmente cercanos, lo que debe ser cierto cuando aceptó tan de buena gana el quítate tú para ponerme yo.
Por demás, Allawi, quien desertó de las filas de Saddam Hussein y se exilió, fundó su propio grupo o partido, el Acuerdo Nacional Iraquí, con el apoyo irrestricto y el dinero -por supuesto- de la CIA y de la inteligencia británica. Otros datos y sutilezas cuentan Andrew y Patrick Cockburn en su libro Saddam Hussein-Una obsesión americana.
Sin dudas Iyad Allawi es un candidato perfecto.