El misterioso grupo étnico-religioso izadí, también llamado yazidí o sheytân parast, «adoradores del Satanás», se ha convertido últimamente en uno de los principales objetivos de los ataques de orígenes desconocidos en el territorio caótico y abatido de Irak. Los izadíes, que principalmente habitan en las regiones kurdos de Irak y de Irán, han sido, durante […]
El misterioso grupo étnico-religioso izadí, también llamado yazidí o sheytân parast, «adoradores del Satanás», se ha convertido últimamente en uno de los principales objetivos de los ataques de orígenes desconocidos en el territorio caótico y abatido de Irak. Los izadíes, que principalmente habitan en las regiones kurdos de Irak y de Irán, han sido, durante siglos, acusados de ser fieles a Yazid ibn Mu’âwiyya, el califa de Umayyad, (680-683), quién, según la historia del Islam, asesinó al Iman Hussein, tercer santo del chiísmo y también nieto del profeta Mahoma. Esta falsa acusación, aunque parezca increíble, procede de una deformación fonética del nombre de su secta; pues la denominación correcta de este credo es Izadí, que en las lenguas iranias significa «Ángelicanos». De hecho en el mazdeísmo, antigua religión de los iraníes, los ángeles se llaman Izad. La milenaria ciudad sureña del país Yazd, otra urbe «angelical» sigue siendo el principal lugar de las concentraciones religiosas de los seguidores de Zaratustra.
Este inocente confusión «nominal» ha sido una de las principales causas de la persecución etnico-religiosa que siguen sufriendo los integrantes de esta fe, provocando una masiva emigración de sus gentes hacia Osetia, Cáucaso en Asia, y Alemania en Europa donde precisamente se encuentra la comunidad más importante de izadíes.
Este curioso culto es una intrigante síntesis de elementos mithraitsas (Dios del Sol), babilónicos, mazdeistas, ritos armenios y prácticas de origen musulmán. Su símbolo religioso es Malek Tâwus, el Ángel del Pavo Real. Probablemente este segundo vocablo, Tâwus, sea otra corrupción lingüística, ésta vez del nombre de Tamuz, el antiguo dios del Sol de Mesopotamia.
¿Son, los izadíes, realmente adoradores del Diablo? En parte sí. Pues, argumentan que «si el diablo no quiso arrodillarse ante el Adán, fue porque creía que el único ser merecedor de tal reverencia era el propio Altísimo y no una criatura insignificante, hecho de barro. Además, Dios no puede haber creado El Mal, sería contradictorio con su Santidad y su naturaleza benevolent «. Argumento que comparten con los zaratustrainos persas cuyo pensamiento dualista aboga que Ahura Mazda, el Señor de la luz, y Angra Maynu, el Amo de las Tinieblas, -posteriormente convertidos en las religiones semíticas como Dios y Demonio-, son dos hermanos gemelos y complementarios, como el día y la noche y que no necesariamente conceptos contradictorios y excluyentes. A causa de esta percepción, en el izadismo no existe una fórmula para asignar El Mal, pues toda referencia a ello remite a la voluntad del Creador. El respeto hacia el arcángel repudiado por el Dios no es exclusivo de los izadíes. Los osetios kurdos suelen sacrificar un cordero en sus ceremonias religiosas y ofrecérselo a Lucifer.
Sus devotos, haciendo gala de su vertiente mithraista, siguen celebrando el nacimiento del Dios Sol, coincidiendo con el solsticio del invierno entre 20- 21 de diciembre. En el siglo VII, y con la conquista de Kurdistán por las tropas del Islam, religión monoteísta que considera merecedores de la muerte a aquellos que no creen en la unidad de Alá, éste culto kurdo decidió admitir, al menos verbalmente, el monoteísmo sin renunciar a la esencia ecléctica de su credo.