Recomiendo:
0

Jaime Gil de Biedma, Manuel Sacristán y el PSUC (III)

Fuentes: Rebelión

Miguel Dalmau, en su conocida y comentada biografía de Jaime Gil de Biedma , abona caminos que ya han sido apuntados. Reproduce un comentario displicente de Ángel González que transita por la senda de Juan Ferraté: «Sólo la torpeza de algunos responsables de la política cultural del PC (…) le salvó [a Gil de Biedma] […]

Miguel Dalmau, en su conocida y comentada biografía de Jaime Gil de Biedma , abona caminos que ya han sido apuntados. Reproduce un comentario displicente de Ángel González que transita por la senda de Juan Ferraté: «Sólo la torpeza de algunos responsables de la política cultural del PC (…) le salvó [a Gil de Biedma] de cometer lo que hubiese sido otra torpeza aún mayor» (p. 284). Sin documentación complementaria, Miguel Dalmau insiste: «[…] Pero en los círculos se sabía que el veto había sido impuesto por el filósofo Sacristán, amigo del poeta, con el argumento durísimo de que «los maricones, ante la policía, cantan». No es imposible que las Memorias ya citadas del ex rector Estapé hayan sido las inspiradoras del paso.

El ensayo fue usado para el guión de la película «El cónsul de Gomorra». El propio Dalmau fue coguionista del film. Un comentarista, Juan Ramón Gabriel [2], ahonda en la misma dirección, «[…] Toda una serie de noticias que ya son lugares comunes en la biografía del poeta también aparecen ilustradas: la contemplación de los cuerpos desnudos y de la miseria en sus estancias profesionales en Manila, Filipinas, ámbito propicio para la expansión sensual; el rechazo de Manuel Sacristán, tótem de la izquierda intelectual marxista, a su ingreso en el partido comunista por su condición sexual …» [la cursiva es mía].

Más allá de este vértice, más allá de estos vértices afines, hay otro sendero alternativo que vale la pena transitar, que muestra, sin dificultad, caminos poco conocidos que ponen en duda la tesis más extendida. La siguiente: Sacristán recibió la petición de militancia de Gil de Biedma; decidió no admitirlo por homofobia o por seguridad partidista mal entendida en solitaria reflexión, comunicando más tarde él mismo su decisión al poeta.

 

El malogrado dirigente revolucionario comunista Miguel Núñez publicó unas memorias en 2002 [3], editadas por Elena García Sánchez, a las que sumó dos prólogos. Uno, extenso e informado, de Manuel Vázquez Montalbán («Nosotros los comunistas»); el segundo, muy breve, apenas dos páginas, escrito por Luis Goytisolo, lleva por título «¿Mereció la pena tanto sacrificio?» (pp. 23-24). El académico construye la respuesta a su retórico interrogante del siguiente modo:

Señala, en primer lugar, que la lectura de obras como las de Miguel Núñez invitan a plantear cuestiones ajenas a la obra «si tenemos en cuenta que su autor fue, junto con Gregorio López Raimundo, uno de los dirigentes más destacados del Partido Comunista en Barcelona durante los años del franquismo». No se acaba de entender que las cuestiones planteadas sean ajenas a las memorias. Pero, más allá o más acá de ello, ¿por qué el autor habla del Partido Comunista en Barcelona? Parece probable que sea porque el término «comunista» puede producir sensaciones desagradables en algunos lectores que tal vez no produzca el nombre del partido del que ambos -Núñez y el mismo Goytisolo- fueron dirigentes y militantes destacados, el PSUC.

La primera de las preguntas formuladas en este sucinto prólogo dice así: a la vista de la evolución seguida por el partido comunista español y el hundimiento generalizado de los regímenes comunistas, «¿mereció la pena tanto sacrificio?». Su posición «La respuesta no puede ser más que afirmativa, toda vez que las decisiones, como la leyes, no tienen carácter retroactivo. Las decisiones se tomaron entonces, no ahora y de no haberse tomado, tal vez la situación presente no sería la misma». ¿Qué sentido tiene ese «tal vez»? ¿Es elogiable prudencia epistémica? ¿Acaso afirmación apuntada, si bien no creída, de que los aires democráticos de la historia hubieran empujado mágicamente por sí mismos en la misma dirección?

Supongamos lo primero, que lo señalado es prudente y sofisticado saber gnoseológico de los complicados y sofisticados senderos de las ciencias sociales y de cambiantes e impredecibles aconteceres históricos. ¿Por qué apelar entonces a la retroactividad? Supongamos que, a diferencia de las leyes jurídicas, las decisiones pudieran serlo. ¿Entonces qué? ¿Cuál sería entonces la actitud racional a la vista de lo acontecido? ¿No haber combatido el franquismo en las arriesgadas filas, columnas y células de los partidos comunistas? ¿De eso se trata?

La segunda pregunta formulada por Luis Goytisolo tiene más calado: «¿Qué hubiera pasado en España si, por haber discurrido las cosas exactamente al revés de como discurrieron, el Partido Comunista hubiera llegado al poder?». No es fácil entender qué puede significar la expresión «haber discurrido las cosas exactamente al revés». Antes de responder, LG señala que se trata de una pregunta que formulada o no explícitamente todo el mundo se ha hecho alguna vez. ¿A qué mundo refiere «todo el mundo»? ¿El lector/a se ha hecho, se hizo, alguna vez esa pregunta? La respuesta de LG a su propio interrogante dice así: «(…) lo cierto es que, al menos durante los años que yo recuerdo -la segunda mitad del franquismo-, nadie en España, salvo la dirección del Partido Comunista y la Dirección General de Seguridad, creía que eso fuese posible. Y los apoyos que hallaba el Partido Comunista se basaban en ese supuesto».

No están precisados los límites de lo que el autor entiende por «período franquista» pero supongamos -sin duda es suponer mucho- que ese período abarca tan sólo desde 1939 hasta 1975. La segunda mitad sería, pues, el período 1957-1975. ¿Cómo sabe LG que tan sólo la dirección del PC y la DGS tenían la creencia de que el partido comunista hubiera podido tener acceso al poder? Que algunos miembros de la dirección del PC han confesado precisamente lo contrario es saber extendido, pero que LG hermane en el plano de las creencias a la dirección de ese partido con la DGS, algo así como la dirección de la Gestapo o de la DINA pinochetista, no es una consideración amable. Sostener a estas alturas de la historia, de la triste historia de España que diría Gil de Biedma, que la dirección de la represión policial del franquismo pensó que el PC de los sesenta y setenta podía llegar al poder, se sobreentiende vía revolucionaria (no existía mecanismo alternativo alguno que permitiera una vía distinta), es tan inverosímil como sostener que el núcleo duro de la oposición al franquismo estaba situado en los salones de la Real Academia de la Lengua española o entre los evolucionistas del Régimen.

El autor de Las afueras señala a continuación que el libro de Núñez suscita estas reflexiones por su valor de testimonio «directo en su enunciado y acertado en sus observaciones». Ilustra su afirmación con algún ejemplo. El siguiente: «[…] Así, la imagen que ofrece de Manuel Sacristán, persona de trato difícil en la medida en que su inflexibilidad ideológica iba unida a una preocupante ausencia de sentido de la realidad. Mejor juicio le merecemos los universitarios de la época, y en especial Octavi Pellissa, con su ironía socrática, en el polo opuesto de Sacristán».

Pasemos por alto la indelicada oposición entre dos ausentes (Octavi Pellissa-Sacristán), que fueron amigos hasta el final de los días del segundo. Al margen ello, las cuestiones se agolpan. ¿Qué puede significar la afirmación de que Sacristán, a quien Goytisolo conoció desde muy joven, en los encuentros de mediados de los cincuenta en el Bar Club de Barcelona donde también conoció a Ferrater y Gil de Biedma, no gozaba del atributo de la ironía socrática? ¿Qué entiende nuestro académico por ironía socrática? ¿No es acaso la parte interrogativa del método socrático, alumbradora de la ignorancia previa y necesariamente previa a la mayéutica? Si apunta hacia allí, no es fácil seguirle. No se ha conocido hasta la fecha a muchos filósofos que gozaran de ese atributo en mayor grado que el traductor de Platón, quien, por cierto, además, tenía más de una semejanza con Sócrates. Su racionalidad, por ejemplo; su fructífero magisterio o su inmensa capacidad lógico-argumentativa.

No es, desde luego, opinión solitaria. Todo un ex conseller de Universidades del gobierno catalán como Andreu Mas-Colell [4] y todo un reconocido editor como Xavier Folch [5] han sostenido tesis muy similares.

Sobre la inflexibilidad ideológica, todo depende del lugar donde uno se ubique y cómo se sitúe en él. Si uno entiende por «flexibilidad de ideas» la evolución política seguida por el propio Goytisolo entonces lo de Sacristán puede parecer inflexibilidad. Si uno entiende por inflexibilidad, dogmatismo, falta de cintura teórica, incapacidad para el matiz y el cambio, la afirmación no puede ser menos veraz. Baste con recordar que el inflexible, y poco «irónico socrático», Sacristán tenía como aforismo central la creencia de que todo pensamiento decente debía estar en crisis permanente, por lo que, preguntado por la enésima crisis del marxismo en los años ochenta [5], respondió sin atisbo de duda y con satisfacción no contenida, que por él podía durar todo el tiempo del mundo y algo más si fuera necesario. No se conocen muchas declaraciones de principio más interesantes, iluminadores y contundentes

Hay además, algunas incorrecciones de lectura extrañas a un académico de la talla de LG. Cuando Goytisolo, en un ataque de inmodestia, sostiene que mejor juicio le merecen a Miguel Núñez los universitarios de la época, la afirmación, si seguimos al pie de la letra el texto de las Memorias , sólo es válida para el caso de Octavi Pellissa, pero en absoluto puede generalizarse (p. 257), a no ser que Goytisolo caiga en la ingenuidad de tomarse al pie de la letra lo de «extraordinaria valía» que es, obviamente, una figura retórica de uso cortés de Miguel Núñez o de su editora. Más aún: lo sostenido por Núñez sobre Sacristán (pp. 256-257) es, respecto a lo apuntado por Goytisolo, un ejemplo de manual de un caso de elemental negación lógica: no-A, la tesis de LG, es la negación de A, lo afirmado por Núñez.

Situar, como hace Luis Goytisolo en el punto final de su prólogo, a Josep Maria Castellet, a Salvador Giner y a él mismo en la izquierda revolucionaria es chocante y acaso no del gusto de los citados. Por lo demás, nota marginal, Castellet jamás fue militante del PSUC.

Sostiene igualmente Goytisolo en ese mismo apartado,que de los asistentes a unas conversaciones entre la izquierda laica y el progresismo católico, al cabo de los años, sólo Alfonso Carlos Comín seguía vinculado al PC. No es el caso: también lo estaba Octavi Pellissa, al que cita. Lo de que Comín supo ver en el marxismo el mensaje evangélico y en López Raimundo y Núñez los representantes de ese mensaje, puede ser una maldad escondida, o acaso una bondad, según queramos leer. No puede dudar de la bondad del comentario. Lo de que «Nosotros, en cambio, sus antagonistas en las conversaciones de La Garriga, éramos demasiado paganos para entregarnos a este tipo de consideraciones», refiere a un extraño paganismo que tuvo numerosísimos contraejemplos en el clandestino movimiento comunista de la época.

Puestos, cabe añadir un nudo más sobre inflexibilidades y comportamientos. Francesc Vicens fue expulsado del PSUC-PCE cuando la crisis Claudín-Semprún. Después de dos años de malvivir en París sin documentación, fue un «sin papeles», decidió volver a Barcelona. La ciudad de los prodigios y de la especulación inmobiliaria era entonces mucho más abarcable que en la actualidad. En uno de sus paseos por el Eixample barcelonés, Vicens se encontró con Sacristán. El autor Panfletos y materiales no sólo saludó, con indisciplina militante y con riesgo policial, al antiguo compañero de lucha sino que le invitó a cenar a su casa de Diagonal, a la casa que compartía con su hija Vera y su esposa Giuñia Adinolfi. Vicens guarda esa noche en su prodigiosa memoria con todo lujo de detalle y, desde mi punto de vista, con alguna incomprensión. Vicens no logra aceptar el educado (y significativo políticamente) silencio de Sacristán, que era entonces miembro de la ejecutiva del PSUC, ante su largo monólogo que duró hasta la mañana siguiente ni tampoco la supuesta (e inexistente) frialdad de una dedicatoria, por él solicitada, escrita en un libro (Lecturas I. Goethe, Heine ) con el que Sacristán le obsequió: «Ejemplar de Francesc Vicens. Manolo».

Desconoce o no tiene en cuenta Vicens la antipatía inconmensurable de Sacristán por las dedicatorias en general. Tengo ejemplos fotocopiados de ello. En ejemplares de su tesis sobre Las ideas gnoseológicas de Heidegger regalados a seres íntimos, y para él imprescindibles, puede leerse: «MA NO LO. 60». No se puede interpretar esta dedicatoria como muestra de frialdad emotiva. Análogamente, tampoco la anterior dedicatoria permite ser analizada de ese modo.

El silencio puede entenderse: Sacristán no quería polemizar con Vicens sobre una crisis que, sin duda, afectó a lo que para él era decisivo, el movimiento real, las gentes combatiendo contra el franquismo, conflicto, por otra parte, sobre cuya resolución tenían posiciones discordantes

El inflexible Sacristán, el nada irónico Sacristán, el personaje de carácter difícil, saludó, invitó y recibió al compañero. Otros, y no pocos, no sólo no saludaron a Vicens sino que, según su propio y dolido testimonio, le rehuían como un apestado. Entre ellos, cabe señalarlo, el autor de Antígona y de Teoría del conocimiento , que, en este caso, todo hombre está condicionado por su tiempo, ha tendido a ver una paja inexistente en el ojo izquierdo de Sacristán y, en cambio, se le ha pasado por alto una viga pesada de hectómetro en su propio ojo derecho.

No fue el prólogo a las memorias de Núñez la única ocasión en que habló de Sacristán.

Más recientemente Luis Goytisolo, quien sustituyó a Sacristán por enfermedad de éste en el Congreso del PCE en Praga en los sesenta, ha publicado un volumen de memorias en Siruela. Cosas que pasan es el título. Hay en ellas un pasaje decisivo para el asunto que nos lleva entre manos.

Sacristán nuevamente, consistemente, no sale bien parado. En absoluto. Un ejemplo entre otros muchos. Cuenta Goytisolo que la detención de Octavio (sic) [8] tras la huelga de los tranvías de febrero de 1957 en Barcelona, la marcha de Joaquín Jordá a Madrid y «el abandono de Salvador» propiciaron la disolución de la primera célula de estudiantes comunistas de la UB. Él, que permaneció en el Partido, fue trasladado a la célula de intelectuales, de la que afirma injustamente que era «una rama poco menos que inoperante». Sus interlocutores eran Solé Tura, Miguel Núñez, el máximo representante, clandestino por supuesto, de la dirección del Partido en Barcelona, y Sacristán. La relación con este último, afirma Goytisolo, «era escasa, ya que si bien pertenecía al Comité Central, estaba liberado de toda militancia activa. Por otra parte, nuestras relaciones siempre fueron poco fluidas, ya que su personalidad intolerante me resultaba poco agradable» [9].

Sacristán no estaba de baja de toda militancia activa. En absoluto. Es probable que, como él mismo ha indicado, estuviera en una situación menos activa en el Partido mientras redactaba su tesis doctoral sobre Heidegger. En todo caso, el fragmento es de nuevo muestra clara de la opinión de Goytisolo sobre Sacristán: relaciones poco fluidas, personalidad intolerante que le resultaba poco agradable. Como en el prólogo a las memorias de Miguel Núñez: nula afabilidad, inexistencia de comentarios positivos, nada bueno a destacar, ni siquiera intelectualmente, en el campo adversario de Sacristán.

Pues bien, Goytisolo, a continuación del paso anterior, en 2009, no en 1975 ni en 2002, apunta lo siguiente. Negro sobre blanco: «[…] Sin embargo, contrariamente a la versión que corrió por Barcelona en aquel entonces y que hasta el mismo Gil de Biedma daba por buena, quien vetó su solicitud de ingreso en el PCE no fue Sacristán sino Miguel Núñez. Fue a mi a quien Jaime hizo la petición de ingreso, que yo transmití a la Dirección, convencido de que no había problema. Y fue Miguel Núñez quien días después me sacó de mi error, al hacerme saber que la petición no podía ser aceptada. «Los maricones, cuando son detenidos, cantan. Hay precedentes: el caso Landínez», me dijo. Es posible que Núñez comentase también la decisión a Sacristán, y que éste, muy poco reservado, lo divulgase a los cuatro vientos, satisfecho, en el fondo, por su carácter ejemplar . El hecho es que, cuando unas noches más tarde mis amigos y yo nos encontramos con Jaime y los suyos en el Saint Germain des Près –las pestañas más rizadas que nunca -, ni él ni yo nos referimos siquiera al asunto, como si lo hablado días atrás jamás hubiera sido dicho» [las cursivas son mías]

Hasta aquí Luis Goytisolo, el autor de Reencuentro . Vale la pena comentar con detalle este comentario en la siguiente y última entrega sobre la petición de militancia en el PSUC del autor «De todas las historias de la Historia».

También fue triste, también es triste esta otra historia. Gil de Biedma finalizaba su poema pidiendo que España expulsara a esos demonios, que la pobreza subiera hasta el gobierno, que fuera el hombre el dueño de su historia. Sacristán no fue dueño de una historia que se escribió y se sigue escribiendo en su nombre y contra él.

 

Notas:

[1] Miguel Dalmau, Jaime Gil de Biedma . Barcelona, Circe, 2004. Debo la totalidad de las referencias a la generosidad intelectual y amistad de Jordi Torrent Bestit

[2] Crítica de El cónsul de Sodoma. «A favor de Jaime Gil de Biedma». http://aquiunamigo-elblogdeencadenados.blogspot.com/2010/01/critica-de-el-consul-de-sodoma.html

[3] Núñez, Miguel (2002), La revolución y el deseo , Barcelona, Península.

[4] López Arnal, S y De la Fuente, P (1996), Acerca de Manuel Sacristán , Barcelona, Destino, pp. 548-558.

[5] López Arnal, S: «Una conversación con Xavier Folch. Recordando a Sacristán», El viejo Topo 2000; 140: 31-43.

[6] «¡Una broma de entrevista!», en Acerca de Manuel Sacristán , op. cit, p.232.

[7] «Entrevista con Francesc Vicens». Ibidem, pp. 339-363.

[8] Octavio remite a Octavi Pelliza. La castellanización del nombre es un absurdo, pero no es un detalle sin interés.

[9] Luis Goytisolo, Cosas que pasan . Madrid, Siruela, 2009, p. 68.

 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.