Coincidiendo con la histórica marcha del movimiento pacifista estadounidense que tuvo lugar el 17 de marzo de 1967 en Washington contra la Guerra de Vietnam y con el aniversario del inicio de la invasión ilegal y unilateral a Irak en la madrugada del 20 de marzo de 2003, tendrán lugar desde este sábado 17 hasta […]
Coincidiendo con la histórica marcha del movimiento pacifista estadounidense que tuvo lugar el 17 de marzo de 1967 en Washington contra la Guerra de Vietnam y con el aniversario del inicio de la invasión ilegal y unilateral a Irak en la madrugada del 20 de marzo de 2003, tendrán lugar desde este sábado 17 hasta el martes 20 manifestaciones y actos contra la guerra en todo el mundo. Por la actualidad que sigue teniendo y por el interés de no olvidar la historia cercana, reproducimos un artículo titulado «Las armas ‘fantasma’ de Sadam Husein» publicado el 1 de febrero de 2004 por nuestro colaborador Roberto Montoya, en el que ya recordaba las declaraciones hechas sobre las «armas de destrucción masiva» por el entonces aún presidente español, José María Aznar, su embajador ante la ONU, Inocencio Arias, su ministra de Exteriores, Ana Palacio, por Donald Rumsfeld y Tony Blair, entre otros. Montoya complementa ese artículo de hace tres años con un balance de las consecuencias de esa guerra hasta el día de hoy.
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IRAK / LAS SUPUESTAS PRUEBAS CONTRA BAGDAD
Las armas ‘fantasma’ de Sadam Husein
(El Mundo, 1.2.2004)
¿EXISTIO EL ARSENAL PROHIBIDO? Una a una han terminado de caer las ‘pruebas’ con las que George W. Bush, Tony Blair y José María Aznar justificaron, hace un año, la guerra de Irak. Su decisión se ha cobrado ya miles de vidas, despojó de legitimidad a Naciones Unidas, crispó las relaciones transatlánticas, enfrentó entre sí a los socios de la Unión Europea y de la OTAN y provocó una alarma generalizada. Nadie asume responsabilidades por ello.
«Si estábamos buscando las armas de destrucción masiva, que fue la razón principal por la que España actuó, y esas armas no aparecen, pues todo se pondría en tela de juicio». Palabras de Inocencio Arias del 8 de agosto de 2003 durante un curso en El Escorial. Habían pasado ya cuatro meses desde la caída de Bagdad y esas armas no aparecían.
Inocencio Arias :
«No hay mal que por bien no venga»
El entonces embajador español en la ONU se lo pensó mejor y se cubrió las espaldas: «Aunque España no apoyó la intervención en busca de un cambio de régimen sino por el tema de las armas, si finalmente éstas no aparecen pero se cambia el régimen e Irak logra una democracia más o menos estable, pues no hay mal que por bien no venga».
Esta última frase de Inocencio Arias sintetiza en definitiva el nuevo discurso que adoptaron tanto el Gobierno de Estados Unidos como el de Reino Unido y el de España tras las numerosas evidencias de que Sadam no contaba con las armas que supuestamente amenazaban a la Humanidad y por las que fueron a la guerra contra Irak, sin el consenso de la ONU.
Meses antes había dicho algo similar Jack Straw. El ministro de Exteriores británico declaró el 15 de mayo de 2003 a la emisora BBC Radio4 que ya no era «crucialmente importante» que se encontraran o no las armas. Straw tendría que reconocer al mes siguiente, a finales de junio, que el segundo informe presentado por el Gobierno en enero de ese año con «pruebas contundentes» contra Sadam era esencialmente, en realidad, el plagio de la tesis de un estudiante realizada a inicios de los 90.
Más tarde, Straw admitiría también que hizo insertar párrafos «más agresivos» en el discurso que Tony Blair pronunció ante el Parlamento británico en septiembre de 2002, en el que advertía que Sadam tenía capacidad para usar sus armas de destrucción masiva en 45 minutos.
El jefe del servicio británico de espionaje exterior (MI6), Richard Dearlove, se vio obligado también a aclarar que ese último dato, que provenía de «una fuente reconocida y fiable» del Ejército iraquí, «se refería únicamente a armas de corto alcance» y, por lo tanto, eran fundamentalmente defensivas.
Tony Blair
«La Historia nos perdonará»
El propio Tony Blair adoptó como táctica advertir de que era posible que nunca se encontraran las armas. Lo hizo durante un discurso ante el Congreso estadounidense. Acosado ya en su propio país al descubrirse la escandalosa manera con la que se habían fraguado las supuestas pruebas, el primer ministro británico dijo en Washington el 18 de julio de 2003: «Aunque nos hayamos equivocado, habremos acabado con la amenaza del terrorismo y eso es algo que la Historia nos perdonará». Ahí parecía ya olvidar que el 1 de junio de ese mismo año reconocía en una entrevista con Sky News desde San Petersburgo que su credibilidad quedaría malparada si no aparecían las tan buscadas armas: «Desde luego, eso tendría importancia, y por eso es importante que sigamos trabajando para encontrarlas». «No tengo absolutamente ninguna duda de que aparecerá la prueba [de la existencia] de armas de destrucción iraquíes. En las próximas semanas y meses vamos a dar forma a estas pruebas y las presentaremos a continuación», afirmó.
José María Aznar
«Esas armas serán encontradas»
El presidente español también aseguró una y otra vez que las armas de destrucción masiva serían halladas. El 12 de julio de 2003 The San Francisco Chronicle publicaba una entrevista con José María Aznar en la que éste aseguraba: «Esas armas serán encontradas, tenemos que ser pacientes». Aznar se ratificaba así en los términos de la carta que firmó junto a otros siete mandatarios europeos el 30 de enero de ese año, en la que se hablaba de la necesidad de «liberar al mundo del peligro que supone la posesión por parte de Sadam Husein de armas de destrucción masiva». «Decir que Irak cuenta con armas de destrucción masiva no forma parte del terreno de la fantasía», dijo ese mismo día Aznar tras su encuentro en La Moncloa con Tony Blair. Asumiendo como propias las «pruebas» presentadas por Estados Unidos y Reino Unido contra Irak, y repitiendo las mismas acusaciones que Colin Powell presentó ante el Consejo de Seguridad de la ONU el 5 de febrero de 2003 (calificadas como falsas por varios de los expertos en desarme que actuaban en Irak), Aznar acusó de «irresponsable» a la oposición por «mirar a otro lado» en vez de respaldar la participación activa de su Gobierno en esa nueva fase de la cruzada mundial antiterrorista de Bush.
Aznar habló en Madrid ante el Congreso al tiempo que Powell lo hacía en Nueva York, y fue aún más lejos que éste. «Respecto al programa de armas nucleares, Irak ha intentado reiteradamente en los últimos años hacerse con tubos de aluminio de alta calidad, aptos para enriquecer uranio», aseguró Aznar, atribuyendo erróneamente la información a los expertos de Hans Blix cuando en realidad la había suministrado Washington. Es más, Mohamed el Baradei, director del Organismo Internacional para la Energía Atómica (OIEA), zanjó ese tema el 7 de marzo de 2003, al afirmar ante el Consejo de Seguridad que esas acusaciones eran «totalmente infundadas».
Cuatro días después de las declaraciones de Powell y Aznar, el Ministerio de Defensa español entregaba a 19 altos cargos militares autorizados a hablar con los medios de comunicación el manual Irak, armas de destrucción masiva. Argumentario de Sanidad. Repitiendo informaciones de los servicios de Inteligencia británicos y estadounidenses, el informe, que sirvió de documentación a esos militares para conceder numerosas entrevistas, decía que Irak contaba con verdaderos arsenales de gas mostaza, esporas de ántrax, neurotóxicos, virus de la viruela y un sinfín de peligrosos elementos químicos y bacteriológicos.
Ya pasaron nueve meses desde que Blair sostuvo que las armas serían encontradas «en semanas o meses» y más de medio año desde que Aznar pidió más paciencia. Ana Palacio vendría en su ayuda; las encontró poco después.
Ana Palacio
«Es que Irak es un país muy grande»
El 15 de agosto de 2003, durante una rueda de prensa en Madrid con Iyad Alawi, miembro del Consejo del Gobierno Provisional iraquí designado a dedo por el autoproclamado administrador estadounidense Paul Bremer, la ministra de Exteriores española dijo que la existencia de las armas de destrucción masiva en Irak estaba «probada» desde antes del inicio de la guerra, y que en esos mismos días se habían encontrado algunas «en pozos cavados en medio del desierto» o enterradas en jardines de casas particulares de Bagdad.
Las armas a las que hacía alusión la ministra, como los peligrosos bidones encontrados poco después por tropas estadounidenses, no eran tales. Tampoco eran «laboratorios móviles» para fabricar armas de destrucción masiva -como aseguró la Casa Blanca en su documento Una década de mentiras y desafíos, de 2002- los camiones hallados tras el fin (oficial) de la guerra en Irak. Los propios expertos de la Agencia de Inteligencia del Pentágono (DIA), dirigida por el vicealmirante Lowell Jacoby, concluyeron que se trataba sólo de camiones laboratorio utilizados para producir hidrógeno destinado a globos meteorológicos y no a la fabricación de ningún tipo de armas.
Ana Palacio recomendó en ese momento «esperar a ver qué pasa, porque es que Irak es un país muy grande».
Tony Blair también usaría el mismo argumento más tarde. El pasado 11 de enero dijo en una entrevista con la BBC que «en un país que es el doble de grande que Reino Unido, podría no ser sorprendente que no se encuentre dónde está escondido el material».
Donald Rumsfeld
«Pueden haber sido trasladadas a otro país»
El secretario de Defensa de EEUU se había cubierto incluso más tempranamente sus espaldas. El 10 de abril de 2003, cuando habían pasado sólo 24 horas desde que cayera Bagdad en manos de las tropas invasoras, Donald Rumsfeld declaraba que era posible que las armas «hayan sido trasladadas a un país vecino», insinuando en ésta y posteriores ocasiones que ese país podría ser Siria.
El Gobierno de Damasco rechazó esas acusaciones y una semana más tarde su embajador ante Naciones Unidas, Mijail Wehbe, presentaba ante el Consejo de Seguridad un proyecto de resolución para que todo Oriente Próximo fuera declarado zona sin armas de destrucción masiva. Como era de prever, Estados Unidos impidió que esa propuesta prosperara. Israel, su gran aliado en la zona, cuenta con armas nucleares y es de los pocos de la región que no ha firmado el conjunto de tratados y convenciones internacionales sobre armas de destrucción masiva.
David Kay
«Irak no tenía grandes arsenales» «Fue un error pensar que Bagdad tenía armas químicas y biológicas», sostuvo el miércoles pasado ante el Comité de Inteligencia del Senado de EEUU David Kay, el experto en armas de destrucción masiva a quien Bush puso, tras el fin de la guerra, al frente de 1.500 inspectores para buscar con sofisticados medios las armas de Sadam Husein por todo el territorio iraquí.
Kay, el hombre en quien Bush confiaba para que le aportase las «pruebas» que necesitaba para demostrar al mundo que EEUU y sus aliados llevaban la razón, terminó dimitiendo de su puesto y declarando: «Estábamos todos equivocados, algo que resulta inquietante».En verdad no «todos» estaban equivocados, porque varios expertos en desarme, como el norteamericano Scott Ritter, ex jefe de misión de la UNMOVIC en Irak, o el único experto español que actuó en ese país, el capitán de navío e ingeniero Basilio Martí Mingarro, ya habían advertido que era imposible que Sadam contara con unas armas que supusieran un peligro real después de la devastación de Irak que supuso la Guerra de 1991, del estrangulamiento de 12 años de embargo, los ocho años de inspecciones y destrucción de sus arsenales y los sofisticados satélites militares y sistemas de detección utilizados por los aviones de EEUU y Reino Unido que sobrevolaban desde esa época el territorio iraquí.
A esa misma conclusión llegaban también expertos del peso de Kenneth M. Pollack, quien reivindica en la solapa de uno de sus libros (The Threatening Storm, de 2002) haber trabajado durante muchos años tanto para la CIA como para el Consejo Nacional de Seguridad como analista militar especializado en Irak y el Golfo Pérsico. Pollack fue uno de los tres agentes de la CIA que predijeron en 1990 que Sadam invadiría Kuwait en 1991.
En sus declaraciones ante el Comité de Inteligencia, David Kay, al igual que lo vienen haciendo en los últimos días los demócratas en el Congreso, pidió precisamente que se investigara a la CIA por los informes que presentó al Gobierno y que fueron utilizados como argumentos clave para lanzar la guerra, posibilidad rechazada de inmediato por la consejera de Seguridad Nacional de George W. Bush, Condoleezza Rice.
El Gobierno de España
El Ejecutivo de Aznar no se da por aludido
Las conclusiones de Kay suponen un duro golpe para Bush en pleno año electoral. También afectan en gran medida a Blair, quien, a pesar de salvarse por los pelos en el juicio por el caso Kelly, provoca cada vez más críticas dentro de su partido y de la ciudadanía.La prensa británica publicaba el viernes varias encuestas coincidentes, en las que la mayor parte de los entrevistados consideraba que Tony Blair había mentido.
Pero Aznar no se da por aludido ante el aluvión de críticas y acusaciones. Como decía Ana Palacio en una entrevista el año pasado, a Aznar no se le podía acusar como a Blair y a Bush de haber exagerado el peligro que representaba Sadam. «En el caso del Gobierno de España es patente que no ha inflado nada», dijo.Y tenía razón, el Gobierno español sólo se limitó a repetir las alarmantes acusaciones de Bush y Blair, pero en español.
El montaje mediático y político
La primera hazaña de la guerra preventiva
El resultado del trabajo de meses de Kay y sus 1.500 expertos pareciera ser la síntesis, la evidencia última, del gigantesco montaje mediático, político y de chantaje a todos los niveles al que fue sometida la comunidad internacional para justificar una guerra de expolio, una guerra ilegítima de agresión. La primera contienda bélica, en definitiva, desde que George W. Bush oficializó la guerra preventiva como su nueva doctrina militar.
En cuestión de meses se fueron desmontando las pruebas que alarmaron al mundo; que dividieron profundamente a Naciones Unidas vaciándola de contenido; que provocaron una crisis en las relaciones transatlánticas; que enfrentaron a la «vieja» con la «nueva» Europa; que dieron pie a la masacre de miles de iraquíes; a la destrucción de buena parte de la infraestructura de Irak, al reparto del botín de guerra, a la generalización de la violencia en ese país, y que sirvieron y sirven de caldo de cultivo para el auge de las posturas más extremistas y violentas en los países árabes y musulmanes contra todo lo que huela a occidental.
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El mundo, cada vez más inestable, injusto y peligroso
A cinco años y medio del comienzo de la cruzada del Bien contra el Mal lanzada a nivel planetario y por tiempo indefinido por el emperador Bush tras el 11-S, nadie puede dudar de que al amparo de ésta, Estados Unidos y sus cómplices de turno han hecho del mundo un lugar cada vez más inestable, injusto y peligroso. Lo vienen testimoniando así, en sus informes anuales desde 2002, año tras año, organizaciones tan poco sospechosas de izquierdismo como Amnistía Internacional o Human Rights Watch.
A los innumerables daños colaterales que produjo la guerra contra Afganistán a partir de octubre de 2001 y que sigue provocando más de cinco años después, dejando ya miles de muertos, se le añadiría poco después la apertura del gulag caribeño de EEUU en su ilegítima base de Guantánamo, para llevar a cabo con total impunidad y con la complicidad de varios países aliados , su laboratorio de torturas contra cientos de hombres capturados arbitrariamente en el campo de batalla.
Paralelamente, la CIA obtenía luz verde para poner en marcha su programa de extraordinary renditions, el término con que encubren los secuestros en cualquier parte del mundo de todo sospechoso de ser miembro de Al Qaeda, a quien se comenzó a trasladar a bases propias o centros de torturas en terceros países en aviones civiles que han hecho escala en decenas de aeropuertos extranjeros . Esto ha ocurrido especialmente en suelo europeo, con la comprobada complicidad, activa o pasiva, de numerosos gobiernos democráticos y civilizados.
Pero el gran aspirante a César del siglo XXI, el cruzado defensor del Bien, no podía contentarse sólo con esto.Ya desde sus primeras ruedas de prensa tras asumir por primera vez el poder el 20 de enero de 2001, casi siete meses antes del 11-S, Bush había dejado manifies ta su intención de acabar con el régimen iraquí.
Tardaría todavía un tiempo en llegar la nueva guerra contra Irak y Bush encontró su oportunidad de englobarla tras el 11-S como parte de su mal llamada guerra contra el terrorismo.
Sadam Husein, el hombre a quien en los años 80 se armó hasta los dientes y financió para desatar una terrible guerra de ocho años contra el Demonio por excelencia de entonces, el ayatolá Jomeini, no había sido derrocado por papá Bush en la Guerra del Golfo de 1991 y había que rematar la faena.
Controlar los ‘grifos de oro’
Bush junior, al frente del Gabinete con más miembros procedentes de la industria energética de toda la historia de EEUU, no podía tolerar no tener el control de los apetitosos grifos de oro que alberga Irak en sus entrañas. Máxime cuando ya el Departamento de Energía de EEUU venía advirtiendo en sus informes desde años atrás que para 2020 se tendría que importar dos de cada tres barriles de petróleo consumidos en el país.
A pesar de que la gigantesca maquinaria mediática y de burda propaganda de guerra puesta en marcha por EEUU no logró acallar las voces de los expertos en desarme de Hans Blix y los especializados en temas nucleares de El Baradei, que en la ONU advertían de que no había pruebas de la existencia de armas de destrucción masiva en Irak, Bush, junto a Blair y un coro de lacayos emprendió su genocidio en Irak.
Poco tiempo después de iniciada la invasión (el 20 de marzo de 2003), Bagdad caía (9 de abril) y el 1 de mayo Bush, desde la cubierta de un portaaviones y rodeado de cámaras, alardeaba de que la guerra, o al menos sus batallas más importantes, ya habían acabado. Las críticas (no poco interesadas) que habían mantenido antes de la invasión Francia, Alemania y Rusia, comenzaron a apaciguarse y, poco después, desaparecieron.
La ONU, cuyo secretario general, Kofi Annan, había criticado las posturas de Bush y Blair, terminó aceptando los hechos consumados, otorgando a EEUU y Reino Unido el estatus de países ocupantes, previsto en realidad por Naciones Unidas para guerras legales, ajustadas al menos a su Carta. El carácter de países ocupantes les permitió no sólo decidir a qué empresas se les asignaba a dedo las multimillonarias obras de reconstrucción, sino también controlar el Fondo para pagar éstas, proveniente tanto de los ingresos por la exportación del petróleo iraquí como de las «donaciones» (además de condonación de deudas) que fueron reclamando país por país.
Francia, Alemania y Rusia, olvidaron sus críticas y se preocuparon especialmente en cerrar las heridas abiertas en las relaciones transatlánticas, para intentar no quedarse al margen del botín de la reconstrucción.
Los países agresores, los países que habían violado la Carta de la ONU y el Derecho Internacional, se sintieron los grandes vencedores de esa pugna diplomática, envidiados por muchos, y fueron los que establecieron las reglas de juego en Irak, El virrey Paul Bremer se convirtió en el amo de la situación, imponiendo a su antojo leyes, la composición del Gobierno provisional, el blindaje legal ante los tribunales iraquíes de todos los soldados, diplomáticos y mercenarios (más de 20.000 en Irak) estadounidenses, se moldeó a gusto la economía y todo lo que fuera decisivo para el país.
Ni la UE ni la ONU ni ningún organismo mundial de peso alzó su voz para denunciar ya más la guerra de rapiña en Irak, el genocidio padecido por la población iraquí o los sistemáticos casos de tortura y asesinatos en todas las cárceles y centros de detención esparcidos por todo el país que se denunciaban a diario.
Muchas guerras en una
La guerra desatada por EEUU contra Irak, prevista por los estrategas del Pentágono, con Rumsfeld a la cabeza, como «corta» y «limpia», con pocas bajas, ha provocado al menos 600.000 muertes, según los datos de la poco sospechosa.Universidad Johns Hopkins, de EEUU, cifra a la que se le añaden otros 35.000 civiles muertos por año, según l os datos de la propia ONU .
La guerra de agresión ha abierto la caja de Pandora en Irak, provocando muchas guerras simultáneas, la de todas las fracciones insurgentes contra las fuerzas de ocupación, pero también la guerra de suníes contra chiíes, la de suníes contra suníes y la de chiíes contra chiíes, enfrentamientos y guerra sucia estimulados en muchas ocasiones interesadamente por las propias fuerzas ocupantes.
EEUU removió el avispero y abrió en Irak el ojo de un huracán cuya fuerza está afectando a todos los países vecinos. La aseveración de Bush de que la liberación de Irak iba a ser la pieza fundamental para una inmensa corriente de libertad y justicia que beneficiaría a todo Oriente Medio, daría lugar hoy a la mayor risotada si no fuera por la gravedad de lo que sucedió y seguirá sucediendo, por los miles de víctimas y la devastación total de Irak, con un futuro totalmente incierto y consecuencias imprevisibles.
La provocadora guerra de rapiña de Bush y sus secuaces ha generado por otro lado un boomerang de los sectores más ultras, intransigentes y sectarios de esa zona, que golpea violentamente en forma de atentados terroristas contra los pueblos cuyos gobernantes han secundado de una forma u otra o no se han distanciado abiertamente, de los planes imperiales de Bush, sea en Irak, en Afganistán o ante la implacable agresión de Israel sobre el pueblo palestino y el boicot de la comunidad internacional al legítimo Gobierno de Hamas salido de las urnas.
La Administración Bush ha llevado al mundo al precipicio actual gracias a todos esos silencios de sus aliados extranjeros, cuando no de su complicidad abierta, pero también gracias a la actitud de sus propios opositores internos, los demócratas.
Lo que no reconocen los demócratas, que hoy, con el control de las dos cámaras y un Bush en plena caída en picado en su popularidad en la etapa final de su mandato comienzan a criticarle por sus errores en Irak, es que fue gracias a su voto en el Congreso y a su no oposición ante los planes imperiales, que Bush pudo sacar adelante tanto los gigantescos presupuestos militares como la ilegal guerra contra Irak; la siniestra Patriot Act; los vuelos de la CIA; el campo de concentración de Guantánamo; la negación de las Convenciones de Ginebra, la generalización de la tortura a los prisioneros y un largo etcétera.
La batalla contra la ocupación en Irak y contra todas las agresiones que comete y pretende cometer EEUU con sus aliados en Oriente Medio, incluyendo su proyecto para acabar con el régimen iraní, no pasa por tanto sólo por la denuncia y la movilización contra la Administración Bush, sino también contra todos los cómplices que lo ayudan en sus planes y que logran a menudo salvarse de las protestas y movilizaciones de los movimientos sociales.