Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos.
Mientras estaba en Boston en 1994, el activista a tiempo completo Bert Sacks tomó una decisión que cambió su vida para siempre.
Decidió buscar un estudio elaborado por un grupo llamado Harvard Study Team, que había informado al The Washington Post de que la destrucción deliberada de la infraestructura civil de Iraq por parte del ejército estadounidense, unido a las sanciones económicas impuestas a este país y encabezadas por Estados Unidos, probablemente iba a causar la muerte de 170.000 niños iraquíes.
Por desgracia, ese cálculo resultó ser excesivamente bajo, tal como se jactó en unas tristemente celebres palabras pronunciadas en la televisión nacional la secretaria de Estado del presidente Bill Clinton, Madeleine Albright, que afirmó que «había valido la pena» el precio de la muerte de 500.000 niños iraquíes. El presidente Obama incluso premió a Albright con la Medalla Presidencial de la Libertad (1).
«Desde aquel momento hace 21 años no he podido abandonar este tema» declaró a Truthout Sacks, un activista de Seattle de 72 años de edad, una persona amable y con una voz dulce.
A continuación viajó nueve veces a Iraq, la primera vez en 1996 en una delegación de Voices in the Wilderness en un intento de «concienciarme a mí mismo y a mis compatriotas estadounidenses acerca de los desastrosos efectos que tenía sobre los iraquíes esta política».
En 2002 la Oficina Estadounidense de Control de Activos Extranjeros (OFAC, por sus siglas en inglés) le puso una multa de 10.000 dólares por el abyecto crimen de llevar medicinas por valor de 40.000 dólares a los niños enfermos y moribundos de Basora, en Iraq, durante su segundo viaje en 1997.
Se negó a pagar la multa. A continuación demandó a la OFAC por haberlo multado, pero perdió el caso. A su vez la OFAC lo demandó por la multa, además de otros 6.000 dólares en intereses y penalizaciones.
La mayoría de la gente en Estados Unidos ha elegido ignorar la catastrófica situación que el gobierno estadounidense ha provocado tanto en Iraq como en Oriente Próximo. Se podría argumentar fácilmente que tanto la catástrofe que es hoy Iraq con el baño de sangre en Siria provienen de la guerra de Estados Unidos contra Iraq que empezó en 1991 y continúa hasta hoy.
Sacks se niega a ignorar lo que ocurre. Conforma un movimiento formado por un solo hombre, que busca justicia y sigue buscando maneras de ayudar al pueblo de Iraq. Ninguna de las trabas que le ha puesto el gobierno de Estados Unidos le ha hecho tomarse las cosas con más calma.
«Hacer la vida incómoda al pueblo iraquí»
Sacks estaba horrorizado por la Guerra del Golfo de 1991 pero todavía le desconcertaron más las sanciones encabezadas por Estados Unidos que vinieron después de esa guerra.
«El 22 de marzo de 1991 leí en New York Times una noticia de portada acerca del informe de la ONU hecho por Martti Ahtisaari sobre las devastadoras condiciones, «casi apocalípticas», que había en Iraq después de la Guerra del Golfo». En el informe se afirmaba: «[…] el hambre y las epidemias [serán] inminentes si no se abordan inmediatamente las necesidades vitales generalizadas. Faltan pocas semanas […] para el largo verano. Hay poco tiempo».
El informe de la ONU recomendaba una evaluación inmediata del daño civil causado por los bombardeos de Estados Unidos en Iraq y el cese inmediato de las sanciones para prevenir la «catástrofe inminente».
Sacks declaró a Truthout que en particular una frase del artículo «ha permanecido conmigo durante casi 25 años». La frase afirma: «Desde el mismo momento en que se impuso el embargo el 6 de agosto, después de la invasión de Kuwait, Estados Unidos se ha opuesto a que este se flexibilizara antes de tiempo en la creencia de que el hacer la vida incómoda al pueblo iraquí finalmente le animara a quitar al presidente Sadam Husein del poder».
«Todavía hoy me resulta difícil leer este artículo sin tener un profundo sentimiento de vergüenza de que mi país hiciera algo así», ha escrito Sacks, «de que no hubiera un importante levantamiento de ciudadanos por lo que era un indiscutible crimen de guerra contra la parte más vulnerable de la población iraquí, los niños». «Se trata de la guerra total tal como se había hecho durante la Segunda Guerra Mundial. Ningún civil está exento de la guerra, ni los ancianos ni las mujeres, ni siquiera los bebés», afirmó Sacks.
Actualmente todo está bien documentado: cómo el gobierno estadounidense atacó deliberadamente infraestructuras civiles por medio de misiones de bombardeo y después prohibió la importación de componentes fundamentales para reconstruir las instalaciones de tratamiento de agua, la red eléctrica y los hospitales, y prohibió la importación de medicinas y de artículos básicos como comida y lápices.
En 1991 la Agencia de Inteligencia de la Defensa de Estados Unidos publicó un documento (disponible aquí) bajo el título «Vulnerabilidad del tratamiento de agua de Iraq» en el que se señala que Iraq dependía de la importación del equipamiento y productos químicos necesarios para purificar su suministro de agua, y añadía:
«El no poder garantizar suministros provocará la falta de agua potable a gran parte de la población. Esto podría provocar un aumento de incidentes si no epidémicos, de enfermedad […]. Todo el sistema de tratamiento de aguas iraquí no colapsará precipitadamente […] probablemente el sistema de tratamiento de agua tarde al menos otros seis meses en degradarse totalmente».
Los ataques llevados a cabo directamente contra el pueblo iraquí continuaron tras la campaña de bombardeos de 1991. El 27 de mayo de 1991 el entonces secretario de Estado James Baker hizo la siguiente declaración tristemente célebre: «Mientras Sadam Husein esté en el poder nunca normalizaremos las relaciones con Iraq». En la práctica esta declaración sirvió de pena de muerte para mucho más de un millón de iraquíes que murieron a consecuencia de las sanciones entre 1991 y 2003.
Menos de un mes después, el 23 de junio de 1991 se publicó un artículo en el Washington Post titulado «Allied Air War Struck Broadly in Iraq – Officials Acknowledge Strategy Went Beyond Purely Military Targets» [La guerra aérea de los aliados atacó a gran parte de Iraq. Los altos cargos reconocen que la estrategia iba más allá de los objetivos puramente militares]. El artículo citaba a veteranos oficiales del ejército estadounidense que admitían que el sufrimiento de los civiles había estado provocado no por las bombas que se había desviado, sino por «armas guiadas con precisión que dieron exactamente en el blanco al que estaban dirigidas: en centrales eléctricas, refinerías de petróleo y redes de transporte».
Los analistas del Pentágono calcularon que en 1991 Iraq tenía aproximadamente la misma capacidad de generar electricidad que en 1920, cuando eran raras instalaciones como el tratamiento de aguas residuales y la refrigeración.
En el artículo se cita a un oficial de planificación militar que afirma: «La gente dice: ‘¿no os disteis cuenta de que aquello iba a tener un efecto en el agua o en las aguas residuales?. Bueno, ¿qué se intentaba hacer con las sanciones [económicas aprobadas por la ONU], ayudar al pueblo iraquí? No. Lo que estábamos haciendo con los ataques a las infraestructuras era acelerar el efecto de las sanciones« [la cursiva es nuestra].
El coronel John Warden III, vicedirector de estrategia de la doctrina y planes de Estados Unidos para las Fuerzas Aéreas, coincidió en que uno de los objetivos de destruir la red eléctrica de Iraq era que «se ha impuesto un problema a largo plazo a los dirigentes que en algún momento tienen que hacerle frente. Sadam Husein no puede restaurar la electricidad. Necesita ayuda. Si la coalición de la ONU tiene unos objetivos políticos puede decir: ‘Sadam, cuando accedas a hacer esto, permitiremos que venga gente y arregle tu electricidad’. Esto nos concede una ventaja a largo plazo», afirmó.
No solo los miembros del ejército estadounidense aprobaron la estrategia de utilizar la muerte de civiles como una «ventaja» frente al dictador. En julio de 1991 el entonces secretario de Defensa Dick Cheney afirmó que cada uno de los objetivos de los bombardeos (incluida la infraestructura civil) era «perfectamente legítimo» y añadió: «Si tuviera que volver a hacerlo, haría exactamente lo mismo». Dado que Cheney se iba a convertir en uno de los halcones más influyentes que promovieron la guerra de 2003 contra Iraq que provocó al muerte de al menos un millón de iraquíes y sigue provocándola, está claro que cumplió a su palabra.
Los niños iraquíes
Siguió aumentando la preocupación de Sacks por el impacto que tenía la política estadounidense en los niños iraquíes.
Continuaron sus viajes a Iraq, lo mismo que las conclusiones de sus investigaciones acerca de cómo el ejército de Estados Unidos destruyó a sabiendas y deliberadamente objetivos que podrían causar la muerte y el sufrimiento de los iraquíes, incluidos niños y bebés.
Una publicación de las Fuerzas Aéreas estadounidenses citaba en 1995 a Iraq como un ejemplo de «objetivos de doble uso». Al hablar de los ataques aéreos a las instalaciones eléctricas iraquíes durante la guerra de 1991, el infome señalaba: «A consecuencia de ello, estallarán epidemias de gastroenteritis, cólera y tifus, lo que quizá provoque la muerte de 100.000 civiles y doble la tasa de mortalidad infantil».
Más adelante este informe se preguntaba si la doctrina de las Fuerzas Aéreas apoyaba o condenaba estas acciones, pero concluía:
«Las Fuerzas Aéreas de Estados Unidos tienen un gran interés en atacar objetivos de doble uso, siempre que la destrucción de objetivos de doble uso cumpla el doble papel de destruir capacidades militares legítimas e indirectamente atacar la moral civil. Mientras esto siga estando dentro de la letra si no el espíritu de la ley y de la JWE [siglas en inglés de ética cristiana de la guerra justa], las Fuerzas Aéreas se aferrarán al statu quo».
Hacía tiempo que Sacks conocía un estudio de 1992 publicado en el New England Journal of Medicine titulado «Special Article: Effect of the Gulf War on Infant and Child Mortality in Iraq» [Artículo especial: Efectos de la Guerra del Golfo sobre los niños y mortalidad infantil en Iraq] que concluía: «La Guerra del Golfo y las sanciones comerciales provocaron que se triplicara el aumento de la mortalidad entre los niños iraquíes menores de cinco años. Calculamos que un exceso de más de 46.900 niños murieron entre enero y agosto de 1991».
El informe también mostraba que los datos de los investigadores demostraban una relación directa entre la guerra y las sanciones de 1991 y el subsiguiente aumento de muertes, además de con las ya señaladas epidemias de gastroenteritis y otras infecciones, exactamente las mismas enfermedades mencionadas por la publicación de las Fuerzas Aéreas.
Pero esto era solo el principio de las sanciones y del sufrimiento. Como señaló Albright, al menos medio millón de niños iraquíes serían asesinados por la política estadounidenses y al menos la misma cantidad de adultos murieron de desnutrición, enfermedades y otros problemas médicos relacionados con la destrucción de las infraestructuras y las sanciones.
En 1997 un informe del New England Journal of Medicine se centraba en el coste humano de las sanciones a Iraq. Mencionaba las conclusiones del estudio de 1992 y añadía que los iraquíes estaban experimentando un «sufrimiento de proporciones trágicas, […] [en el que los niños] mueren de enfermedades evitables y de hambre».
Ya en 2000 el diputado estadounidense Tony Hall visitó Iraq y se quedó impresionado por lo que encontró. En una carta a la secretaria de Estado Albright, Hall afirmó. «Comparto la preocupación de la UNICEF por los profundo efectos sobre la salud de los niños del deterioro cada vez mayor de los sistemas de suministro de agua y sanitario de Iraq. La primera causa de mortandad entre los niños menores de cinco años (la enfermedad de la diarrea) ha llegado a unas proporciones epidémicas y ahora ataca cinco veces más a menudo que en 1990».
El gobierno estadounidense dejó en suspenso todos los contratos (excepto uno) de los suministros que necesitaba Iraq. Eran contratos para productos químicos de purificación, cloradores, bombas de dosificación química, tanques de agua y otros equipos relacionados con ello. Hall añadió: «Las demoras en los contratos para el sector de agua y los sanitarios es la razón del aumento de las enfermedades y las muertes».
Sacks indicó a Truthout lo que él cree que ocurrió, y sigue ocurriendo, diariamente: «Siempre que hay un corte de electricidad aquí, en Seattle, y la gente se queja por no tener electricidad unas pocas horas al día me acuerdo de mi primera visita a una familia en Bagdad en 1996. Fue cuatro meses antes de que tuvieran algo de electricidad y de agua del grifo, después de que las Fuerzas Aéreas estadounidenses hubieran destruido prácticamente toda la capacidad de generar de Iraq. A día de hoy solo hay unas pocas horas de electricidad rotativas al día para la mayoría de los iraquíes, nada que ver con la capacidad de entre 9.000 y 9.500 megavatios que tenía Iraq en 1990″.
Sacks reiteró su asombro ante las declaraciones hechas por los planificadores de bombardeos del Pentágono que dejaron claro que las consecuencias de suprimir la electricidad de Iraq no eran inesperadas sino que en realidad eran las buscadas e incluso las deseadas. «Aquello significaba que no había procesamiento de las aguas residuales para los 6 millones de habitantes de Bagdad», afirmó, «y, por lo tanto, tampoco había agua potable segura ni para los habitantes de Bagdad ni para quienes vivían aguas abajo y obtenían el agua de los ríos Tigris y Eúfrates».
Todavía busca justicia
Sacks es el único acusado en el caso de un tribunal federal «Estados Unidos de América v. Bertram Sacks». Según sus propias palabras dichas en su testimonio, adoptó la siguiente postura: «Argumenté que no podía pagar la multa porque significaría dar dinero a una organización [Estados Unidos] que había cometido un acto de terrorismo». El juez desestimó la demanda, lo que provocó la demanda de la OFAC contra Sacks en 2010, cuyo objetivo era obtener los 10.000 dólares de multa, que él se había negado públicamente a pagar.
«Quería aprovechar esta segunda oportunidad en el tribunal para plantear la cuestión de que la política de Estados Unidos de utilizar el sufrimiento y la muerte de los iraquíes, especialmente de las personas más inocentes y vulnerables, los niños menores de 5 años, para derrocar a Sadam Husein era terrorismo según nuestro propio código penal estadounidense», explicó Sacks. «Por desgracia, el juez me negó esta oportunidad al desestimar el caso del gobierno contra mí por haberse agotado el plazo de prescripción».
Aunque Sacks lo consideró un revés, la demanda le llevó a empezar su blog, IraqiKids.org, «para compartir con quien le interesara lo que había aprendido, y seguía aprendiendo, a lo largo de los cinco años desde entonces», afirmó.
Se alegra de que su investigación y sus declaraciones referentes a lo que considera crímenes de guerra e incluso el terrorismo, sigan en manos de un tribunal del distrito federal y de los registros públicos debido a su caso.
Y Sacks está lejos de haber terminado. «Haré cuanto me parezca práctico para concienciar a los estadounidenses acerca del espantoso caos que hemos ocasionado en Iraq y en otros lugares, incluido lo que estamos haciendo a nuestro propio país», afirmó.
En opinión de Sacks, el verdadero trabajo está claro ahora: «Seguir estudiando la no violencia, la no violencia profunda y no simplemente ‘el no arrojar piedras’, y aprender a entender, a interiorizar y a aplicarlo tanto a los problemas de Iraq como a las muchas situaciones de conflicto a las que nos enfrentamos actualmente».
(1) La Medalla Presidencial de la Libertad es la concesión civil más alta que reconoce a las personas que han hecho «una contribución especialmente meritoria a la seguridad o los intereses nacionales de los Estados Unidos, la paz mundial, cultural o en otras importantes iniciativas públicas o privadas». (N. de la t.)
Copyright, Truthout.org. Se traduce con permiso de Truthout.
Fuente: http://www.truth-out.org/news/item/33154-one-man-s-mission-justice-for-iraq