Texto traducido para Rebelión por Mikel Arizaleta.
El 8 de marzo apareció editado el décimo volumen de la «Historia criminal del cristianismo». El autor, Karlheinz Deschner, nacido en 1924, es uno de los críticos más destacados de la religión y la Iglesia. Por la obra de su vida, «Historia criminal del cristianismo», cuyo primer volumen apareció en 1986, ha sido distinguido con numerosos galardones.
Crítica de la religión y crítica de la Iglesia son hoy día conceptos usuales pero no unívocos. En principio se puede criticar la religión como un fenómeno universal de la humanidad y como un hecho cultural actual o, merced a las distintas formas de fe existentess, es posible criticar ésta o a aquella como errónea o como evolución y derivación mendaz de determinada religión. En principio se puede criticar a la Iglesia como parte constituyente del sistema «cristianismo-Iglesia-
En la historia europea y norteamericana del pensamiento y la literatura se ofrecen todo tipo de críticas religiosas y eclesiales, en las que los diversos autores con frecuencia acentuan y destacan distintos enfoques y hechos, operando con distintos grados de radicalidad y deduciendo conclusiones diferentes. Algunos de entre ellos críticos con el cristianismo, con las Iglesias cristianas o confesiones y con sus dogmas. El poeta Hans Jahnn reconocía en 1946: «El cristianismo me ha enojado enormemente, me ha airado su galopada de estos 2000 años en dirección equivocada». La conclusión de todo ello debiera ser doble: parar rápidamente la marcha y reparar en la medida de lo posible los daños ocasionados. «Zahme Xenien» de Goethe comienza: «No creáis que chocheo, que fantaseo» -asegura el poeta-, «toda la historia de las Iglesias es una mezcolanza de errores y violencia»…, lo que caracteriza la praxis eclesial es la «violencia» y el «error» su enseñanza.
De los descubrimientos de Ludwig Feuerbach en el siglo XIX debía concluirse de hecho la liquidación del cristianismo, luego de haber liquidado su teología. El filósofo intentó derogar el más allá teológico y reconoció a dios -como a toda persona celestial desde la trinidad hasta el santo o bienaventurado último en la escala- como un ser abstracto sólo existente en el pensamiento o en la imaginación, o dicho en términos actuales, como una proyección espiritual y, por tanto, la teología sería una «patología psíquica».
En la segunda mitad del siglo 19 se generalizó la concepción de la religión como enfermedad mental, el cristianismo como un sanatorio para enfemros. Así escribe Otto von Corvin (1812-1886), de 48 años, en su «Espejo de curas» (1845): «La religion contiene los gérmenes de las epidemias espirituales más horribles por sus consecuencias y ninguna peor que la cristiana mal entendida, que ha convertido a Europa a lo largo de los siglos en un manicomio lóbrego, y millones de víctimas han sucumbido a su locura».
El americano Henry Charles Lea (1825-1909) en sus investigaciones críticas con la Iglesia caracterizaba a la doctrina católica romana como spirituelles Zwinguri, como una dictadura sobre las ideas y los sentimientos de cada cual. Anhelaba «la regulación de todo pensamiento, todo pensamiento y toda acción del creyente» [the regulation of every thought, every feeling, and every act of the believer]. Habría sido imposible poner límites claros a la autoridad espiritual por su afán expansionista sin merma. Igual que Lea, a principios del siglo 20 reconoció el crítico más agudo del cristianismo en Bohemia, Josef Svatopluk Machar (1864-1942), como resumen del dominio eclesial, la exigencia imperiosa de las ambiciones de Roma: ejercer el poder absoluto sobre el fuero interno humano, dominar su alma. En el presente el teólogo Eugen Drewermann (nacido en 1940) ve en la forma religiosa existente una de las causas principales de las esfermedades espirituales y mentales de la gente, de modo que quien anhela la curación debe llevar a cabo un cambio profundo en el ámbito religioso-eclesial.
Una obra gigantesca y estupenda
¿Qué persoanalidaes de los últimos siglos se muestran como realmente cristianas? ¿Qué famoso se aferra en su fe en Dios y se hace merecedor del elogio de un destacado príncipe de la Iglesia? Recuerdo las históricas palabras del cardenal Michael Faulhaber, que tras un encuentro con Adolfo Hitler se expresó jubiloso en Obersalzberg: «Sin duda el canciller del Reich vive en la fe en Dios».
Aquí viene como anillo al dedo una afirmación de Deschner: «Los príncipes de la Iglesia, sensatos o no, siempre que es posible se hallan a la vera de los bandidos más bandidos de la historia…». Y esto desde el inicio. A Constantino, un emperador de los primeros tiempos, los histporiógrafos cristianos no paran de loarlo hasta entrados nuestros días. ¿Y qué fue en realidad? «Pues… fue uno de los monstruos más asesinos de la historia. Ordenó asesinar a su suegro, a sus cuñados, a sus sobrinos, a su propio hijo, a su mujer Fausta, la madre de sus cinco hijos…» ¿Y qué se dice de este hombre en la exposición pía? «… pues que llevó una vida familiar cristiana ejemplar».
El autor de la estupenda y monumental «Historia criminal del cristianismo», aparecida en 10 volúmenes y escrita en 27 años de trabajo con casi 6000 páginas en su conjunto, puede remitirse a la afirmación de Nietzsche cuando dijo: «Camino por ese mundo, que lleva siendo durante muchos siglos un manicomio y que se llama cristianismo, fe cristiana, Iglesia cristiana». Curioseando lanza penetrantes miradas a lo que se ofrece a sus ojos. La mayoría de las veces al cristianismo. ¿Y qué es el cristianismo, que atrae su atención y cuyo retrato lo vierte al papel una vez en casa?
Herbert Vorgrimler lo expresó en el «Neues Theologisches Wörterbuch»: «Y porque nunca se presentan lo suficientemente explicados tres componentes no cabe ninguna definición del cristianismo»; a su juicio esos componentes son: «la persona concreta» de Jesús, «el misterio incomprensible de Dios» y «los hombres en su pluridimensionalidad con su mundo». Además él quiere ver arraigado el cristianismo en dos tipos de dimensiones: «como suma de contenidos de fe» y «como modo de vida práctica basado en principios éticos»; o dicho de otro modo como teología y como práctica cristiana.
El plan de Deschner se puede esbozar utilizando la expresión de este diccionario teológico:
– El autor examina aquel modo de vida práctico, basado en principios éticos de la cristiandad;
-Por cristiandad entiende la totalidad de los cristianos «en su pluridimensionalidad con su mundo».
-¿Y su mundo? Las relaciones vitales encontradas y establecidas por ellos en su respectivo presente.
Pequeñas pandillas de déspotas
Por tanto, en el centro del interés histórico del autor se encuentra aquel colectivo humano, denominado «cristianismo», que viene peregrinando por la historia desde hace 2000 años: no sólo la Iglesia institucional o alguna de sus instituciones o institutos (por ejemplo la santa sede), sino los pueblos, las naciones, las cleses, las capas, los grupos, los individuos de credo cristiano; en jerga moderna: los que reclaman y alardean de su identidad cristian y en los que se valora su actuación y su omisión como «un modo de vida práctico basado en principios éticos».
Deschner renuncia deliberadamente a establecer diferencias entre las diversas confesiones cristianas. El núcleo de su historiografía crítica en estos diez volúmenes lo configura el cristianismo. Hace diferencias, pero entre los individuos. Tiene en cuenta lo diferente, y señala también sus preferencias: entre los clérigos que actúan John Wiclif, Jan Hus; entre los investidos de autoridad pública el emperador Carlos IV, José II y el valeroso canciller Kaspar Schlick, que se opuso vehementemente a la condena de Jan Hus.
Es cierto que en el «modo de vida práctico» de los pueblos e individuos cristianos afluyen siempre abundantes componentes inmateriales del sistema cristianismo-Iglesia-teología, elementos de los dogmas y, en especial, de la ética cristiana. Tampoco la práctica cristiana se puede considerar jamás separada de las instituciones. Deschner en modo alguno persigue o intenta elaborar una historia de los papas romanos tal como la redactaron en el siglo 19 por ejemplo Ranke y Ludwig von Pastor, ni tampoco persigue una historia de la fe cristiana o de los diversos dogmas cristianos. Sin embargo no renuncia nunca a insertar y considerar la historia papal y la historia teológica en sus exposiciones cuando lo estima oportuno y necesario.
La máxima científica de Deschner es: «Yo escribo motivado políticamente, lo que significa, mi intención al escribir es emancipadora y clarificadora». Por lo que se aparta nítidamente de la mayoría de historiadores, de antes y de ahora, sobre todo en la medida en que estos afirman y sostienen «desarrollar pura ciencia, sin intención política alguna». Porque sigue siendo regla general que «la historia política se basa y asienta en el poder, en la violencia, en el crimen; y por desgracia es regla general también que esto no lo tienen en cuenta la mayor parte de los historiadores, y que no siempre llaman a las cosas por su nombre, es decir al pan pan y al vino vino, sino que antes y ahora se loa y narra al servicio de los potentados y de la mentalidad dominante. (…) Y al igual que pudiéndose hacer política en pro de las masas y las mayorías se hace generalmente en contra de ella, lo mismo ocurre normalmente con la historia que se escribe». Antes que las obras de la historiografía están las fuentes.. Y con ellas ocurre parecido: «En la mayor parte de nuestra época histórica la tradición de fuentes adula a las capas opresoras e ignora a las capas reprimidas; la mayoría de las veces presenta de modo reluciente a los actores de la historia, a la pequeña pandilla de déspotas, y raramente o nunca la espalda de aquellos que la soportan». Lo que Deschner plantea por contra es una inversión fundamental o un cambio de perspectiva.
En esta tarea le asiste una compañeral importante. Es la historia social. Ella es la única que no pierde de vista ni elude, la única que tiene en cuenta la contaminación y ensamblaje entre los hechos políticos y sociales y ella -anuncia Deschner en su introducción a la obra en su conjunto- en la «historia criminal del cristianismo» juega un papel relevante.
Desde este punto de vista llega Deschner a reprobar numerosas librerías o bibliotecas con productos de la historiografía convencional, de trabajos y añadidos de historiadores, que en su tiempo presumieron de ser preceptores de la nación: «Es claro que generaciones enteras padecen bajo tales preceptores, siendo profanadas por estos historiadores depravados. ¿Qué hubiera sido de la humanidad y la historia si las generaciones y las gentes hubieran sido clarificadas e iluminadas de modo ético por la historiografía y la escuela? Pero ocurre que la mayoría de historiadores esparcen la mierda del pasado como si fuera el humus para paraísos futuros. Y precisamente la historia alemana ha apoyado la forma transmitida de la historia, de la sociedad, el orden heredado -en realidad un caos social, una guerra prolongada hacia dentro y hacia fuera- en lugar de haber contribuido a su derribo».
«Emancipadora y clarificadora» no significa para el autor la ilustración por mor de la ilustración, una especie de arte por el arte, sino clarificación de un determinado grupo: las masas, y que la obra histórica misma sea el medio de clarificación.
«Emancipadora y clarificadora» no significa para Deschner llevar a cabo una campaña de odio contra alguna gente, miembros de comunidades cristianas. De la mano de Lichtenberg y Hebbel describe y precisa el autor qué es lo que persigue con sus libros: «Con Lichtenberg, mostrar que los cristianos in corpore y lo que ellos como tales emprendieron nunca fue de gran valía, y con Hebbel, que se está cargado de razón para desdeñar el cristianismo; y aportar y transmitir esta verificación histórica es la tarea de mi Historia criminal».
Robo y represión
El cristianismo se inició con un robo grave, cardinal: ¿Porque cómo pasó el Antiguo Testamento a manos de los cristianos? La verdad es que lo fue arrebatado a los judíos y «se utilizó como arma arrojadiza contra ellos: un proceder increiblemente mendaz denominado interpretatio Christiana; un suceso singular y sin igual en toda la historia de la religión y casi el único rasco original de la historia cristiana de fe».
Pero la obra literaria, el Antiguo Testamento, transmite una idea de Dios, cuya esencia bárbara no tiene igual. «¡Y este Dios, arrogante y poseído de absolutidad como ningún otro engendro en la historia de la religión antes, y de una crueldad no superable con posterioridad, se halla detrás de toda la historia del cristianismo! (…) Un dios que con nada disfruta tanto como con la venganza y la ruindad. Un dios que arde en delirios homicidas».
También en el cristianismo los desenvovimientos y desarrollos de la historia eclesial, tal cómo los construye la doctrina, son un fantasma macabro. En modo alguno se ajusta al desarrollo real-histórico del cristianismo: «(…) primero ortodoxia, luego herejía, un esquema que la Iglesia necesita para el mantenimiento de su ficción de una supuesta transmisión apostólica ininterrumpida, que no es más que una construcción posterior y claramente falsa». Construcción y montaje que intenta hacer ver al inicio una doctrina pura e incorrupta, doctrina que «a lo largo del tiempo habría sido mancillada por herejes y cismáticos». Desarrollo tal que nunca pudo darse. ¿Por qué? Porque «jamás existió al principio en ninguna parte un cristianismo homogéneo».
Por tanto se necesitó el fantasma para reprimir a los «herejes», a los movimientos apóstatas. ¿Y qué fueron ellos mismos? ¿Qué han sido a lo largo de los siglos? ¿No fueron ellos mismos la corriente apóstata del cristianismo primigenio, y esto ya antes, en su mismo nacimiento como la apostasía de la escatología tardojudía?
Pero volvamos de nuevo a las «herejías». La «represión» es la palabra dominante al examinar históricamente la teoría y práxis del cristianismo, sobre todo la palabra clave: represión de la «herejía». Un ejemplo: «El inquisidor dominico Roberto, nombrado por Gregorio IX (1127-1241), que llevó a la hoguera a mucha gente en Cambrai, Douai y Lille -tan sólo el 29 de mayo de 1239 en Mont-Aime de la Champagne hizo que ardieran 183 herejes, un holocausto agradable al Señor (maximum holocaustum et placabile Domino), como cuenta el relato-«. Tales holocaustos y hogueras humanas -con frecuencia miles de personas- recorre desde la Edad Media la historia de la cristiandad, sobre todo en Europa, incluso en vida de Goethe y Schiller las hogueras no paran de echar humo. «La quema de herejes se celebra la mayoría de las veces en día de fiesta y la Iglesia las convertía en una demostración de su poder fáctico, en un sacrificio ritual pomposo, más atractivo que cualquier otra fiesta eclesial. Es lo que se denominó con una expresión portuguersa Autodafé, en latín actus fidei, un acto de fe, y sin duda lo más fervoroso y apasionado de la historia religiosa». Por regla general iba precedido de una sesión de tortura. que «ya fue autorizada y bendecida contra los donatistas por el santo obispo y doctor de la Iglesia Agustín, el arquetipo de todos los cazadores de herejes dem medioevo; la tortura defendida como bagatela comparada con el infierno, como cura, como emendatio».
¿Y qué era el infierno? ¿Dónde estaba? Deschner da una respuesta que quizá sorprenda a todos o a nadie, pero que pensándolo bien se presenta como la única verdadera: el infierno fue el cristianismo, «un infierno que generación tras generación conduce a la miseria, y constituye uno de los fundamentos de nuestra historia».
El prototipo del perseguidor fue Pablo, el mismo de cuya pluma provienen las partes más antiguas del Nuevo Testamento. Dice Deschner: «El fanático Pablo, el clásico de la intolerancia, se convirtió en modelo especial para la Roma, que demoniza a todos que profesan otro credo». Un modelo, que por desgracia ha encontrado numerosos seguidores. Así por ejemplo «el dirigente del catolicismo español, el doctor arzobispo Isidoro de Sevilla (560-636) incitó a la matanza de judíos justificándolas». Deschner resume: «difícilmente uno puede imaginarse una mayor enemistad que la del cristianismo antiguo hacia los judíos».
La represión de las mujeres se hace patente de manera muy concreta en la persecución de brujas, de la que fueron víctimas cuando menos un millón de mujeres en Europa. «Y a pesar de que caben distintas valoraciones atendiendo a los diversos factores intervinientes en el problema, no hay duda de que tras todas estas masacres se halla como base y arranque permanente la moral, sobre todo la moral sexual de la Iglesia».
Una matanza sin fin
En todo esto se muestra -o a todo esto se añade- la guerra como crimen extremo inspirado o cometido por el cristianismo, esa masacre sin fin, esta continua matanza humana inacabable a lo largo de los siglos contra la vida, por la que el mundo de los hombres se convierte en matadero de hombres. Sí, la guerra. «Toda la historia del cristianismo fue en sus rasgos más destacables una historia de la guerra, de una única guerra hacia fuera y hacia dentro, de una guerra de agresión, de una guerra civil, de la represión de los propios súbditos y creyentes». ¿Visto lo visto no cabría decir que la guerra no sería considerada en los inicios, y hasta muy entrados los tiempos modernos, como algo temible, que es lo que es en realidad, sino más bien como parte consustancial de la cotidianidad, de la normalidad, de la historia real, como algo propio de la especie humana? Deschner rechaza esta idea con contundencia: No, «al menos en los 2000 últimos años el robo, el asesinato, la explotación y la guerra siempre se han considerado lo que fueron y lo que son realmente: robo, asesinato, explotación y guerra».
Ya el historiador de la Iglesia, Eusebio, y el padre de la Iglesia, Lactancio «convierten -con ayuda de leyendas que se contradicen entre sí (es decir, mediante mentiras piadosas)- la victoria militar de Constantino sobre Majencio en una victoria de su religión sobre la antigua. Así fundamentan una religiosidad político-militante totalmente nueva en el cristianismo, que literalmente resulta asoladora para los carolingios, los otomanos y cuyos efectos perniciosos llegan hasta la Primera y Segunda Guerra Mundial, es lo que se denomina teología imperial».
San León I (440-461) en nombre de la Iglesia fue el primer papa que organizó una guerra, al mismo tiempo fue el primer papa que dedujo sus guerras fundado y basado en la religión. Junto a la guerra hacia fuera, junto a las cruzadas, se organizó y llevó a cabo la guerra hacia dentro, cruzadas en el interior, guerras de cristianos contra cristianos. «Antes de que se masacrara a los paganos se llevó a cabo la primera persecución de cristianos en nombre de la Iglesia, martirios de crsitianos por cristianos y también una guerra sangrienta de campesinos». Cuando las cruzadas hacia fuera resultaban difíciles o no eran exitosas, de inmediato se encontró la salida. «Cuando en virtud de los contragolpes recibidos se fueron reduciendo las cruzadas hacia fuera, se realizaron cruzadas hacia dentro, contra cristianos, contra herejes, rebeldes y, finalmente contra todos los enemigos posibles del orden y el derecho, hasta llegar a la carnicería religiosa más monstruosa de todos los tiempos, la de los croatas católicos contra los ortodoxos serbios (1941-1943)».
Sobre la guerra santa aclara Deschner: «En realidad se trata de un asesinato, de una matanza de milenios, que ahora, que se lleva a cabo en nombre de la buena nueva, de la religión del amor, de dios mismo…, se la justifica de ese modo, se presenta como buena convirtiéndola en santa. Y se llega al colmo de la criminalidad: ¡una guerra santa! Fue junto con la Inquisición y la quema de brujas lo único seminuevo en el cristianismo».
¿Que enseña la relación del cristianismo con la guerra? Deschner extrae la aplastante conclusión: «Aparte de la idiotización clara de los pueblos, de la explotación y la hipocresía inmanente al sistema, estos ricos cristianos y ricos sólo vivieron de la conquista y el robo: la razón de todo -desde el tintineo cultural hasta la cantinela clerical- es que, por lo visto, dios quiere que así sea».
«Y es que el poder militar, es decir la violencia, la guerra, no sólo es -como se escribía- una demanda básica de la ideología imperial de los Hohenstaufen sino de toda la Edad Media cristiana, el principio histórico dominante por antonomasia. El crimen de la guerra, de los crímenes más o menos vendidos como paz y bajo solape de defensa y salvaguarda de derechos humanos, es básicamente la puesta en circulación de manera criminal de aquello que denominamos historia, historia política, al menos en lo fundamental, es decir en el accionamiento e impulso y en la fijación del objetivo».
Von Wolfgang Beutin es especialista en literatura y catedrático no titular en la Universidad de Bremen.