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Un gran fotógrafo de Chihuahua

Kigra: Y donde quiera la luz

Fuentes: La Jornada

A lo largo de los años, la vida de la mujer suele desenvolverse, en la enorme mayoría de los casos, en torno a su función sexual. De novias vestidas de blanco, pasamos a ser madres y luego abuelas. ¿Qué otra cosa nos queda? Kigra, Raúl Ramírez, nos ofrece otros destinos Durante más de un año, […]

A lo largo de los años, la vida de la mujer suele desenvolverse, en la enorme mayoría de los casos, en torno a su función sexual. De novias vestidas de blanco, pasamos a ser madres y luego abuelas. ¿Qué otra cosa nos queda? Kigra, Raúl Ramírez, nos ofrece otros destinos

Durante más de un año, Kigra siguió a mujeres fuertes y frágiles a la vez y ninguna ha sido observada con un ojo tan solidario y tan cómplice como el de este gran fotógrafo. Su libro Y donde quiera la luz es un trabajo de respeto y apoyo. En 2010, Kigra fue siguiendo la vida diaria de 12 mujeres chihuahuenses y lo hizo con un cariño que las enaltece y nos emociona.

Diana es una bailarina de danza folclórica que no deja de bailar a pesar de que sabe que va a fallecer de leucemia al final de un larga gira por Europa.

Lupita Pérez es una política honesta que llegó al Congreso de la Unión.

María Elena es una enfermera que ama su trabajo, que Kigra retrató a las cuatro de la mañana antes de entrar al quirófano.

Alejandra nació como hombre, pero en la adolescencia decidió cambiar de sexo e integrarse a varios tabledance de Acapulco.

Fernanda se desnuda en los clubes nocturnos sin que lo sepan sus hijos y nietos. Por eso quiere abrir una ostionería.

Aunque sabe de informática, Lucecita, con su rostro sin cejas y vestida de payasa, vende globos a los niños en la calle.

Karlita, discapacitada, es un sol al que le faltó un rayo que la terapista suple a pesar de que sabe que no hay remedio. El único milagro es el abrazo en el que la niña duerme confiada.

Lupita es una niña tarahumara que vivía con su madre y su hermano en una ladrillera a las afueras de Chihuahua. Un día, simplemente Kigra ya no los encontró en su jacal, sólo recogió en el piso una barbie destrozada. Nadie sabe qué les pasó ni a dónde fueron.

Jovita, sordomuda vive un extraño autoencierro en un asilo de ancianos en el que su única compañía son sus muñecas, que cada noche acomoda sobre la almohada.

Zumiko, encarcelada en la penitenciaria de Chihuahua por tráfico de drogas, con Eliot, su último hijo, confiesa que extraña a otros que tiene afuera.

Además de nuestras manías, nuestras derrotas, el gran corazón y la paciencia de las enfermeras como María Elena ayuda a quienes nos enfermamos. Todos somos chiquitos y existe algo más allá, alega.

El sexo es la actividad humana más secreta y la que más nos saca de nosotras mismas. Las mujeres de Kigra llevan su sexo encima. Para algunas es una condena, para otras una liberación como para la niña tarahumara que se baña a jicarazos. Su madre no tiene más que ofrecerle que una falda cuyos olanes bailan al viento y la sacan al puro canto de la Sierra. Niña dame tus chanclitas de hule y tu blusa floreada, regálame tu risa y el agua de tu jícara, enséñame a salir como tú a la vida, niña del viento y de la risa, niña del bosque y de la tierra, tú eres la única promesa del libro de Kigra.

Con el grueso escarmenador, Lupita desenreda su cabello todavía mojado y lo hace rechinar de limpio. Lupita es una niña tarahumara que vivía con su madre y su hermano en una ladrillera a las afueras de Chihuahua – Foto tomada del libro Y donde quiera la luz

A pesar de ellas mismas, incluso cuando sólo son un costal de recuerdos, una anciana a la espera o una barbie hecha pedazos, las mujeres de Kigra denuncian lo que somos nosotras las square, las estreit, las que nos vamos a dormir con la panza llena. Sentadas en su litera carcelera, conservan a su pequeño hijo a su lado que tiene permiso de correr y hasta de disparar en contra del policía. ¿Qué no estará enterado de que pueden condenarlo? Él ya está adentro, los barrotes y el candado son su realidad, pero también nosotras somos reclusas porque la vida rara vez sale como uno la planea.

Zumiko talla el excusado como lo haría en su casa. Las presas lavan su ropa, guisan sobre una estufa en su celda y a veces cantan mientras hacen la limpieza, porque es mejor vivir bonito.

En cualquier mundo, el sexo ocupa el primer lugar. A Jovita, doblada bajo el peso de los años, a quien ya le anda por irse, le repiten sus compañeros: Tienes que comer, no te castigues, ándale pásate lo que tienes en la boca, si no comes, te vas a morir. Parecen olvidar que la muerte puede ser una bendición.

En las casas de abandono es fácil dejarse ir, apresurar la salida, emprender el camino solo para no tropezarse con la silla de ruedas, la andadera, la bacinica, las muletas, la media en la cabeza que evita el frío mañanero. ¡Cuántos impedimentos! ¡Qué inútil espera! ¿Por qué he de vivir tanto si ya acabé de estar?

Ganarse la vida es ganarse el respeto de los demás.

La marcha nupcial y el primer vals son una garantía. Pertenezco a la gran familia humana, dice Paulina a sus damas de honor.

A los 13 años, Alejandra huyó de su casa y debutó como travesti en Acapulco. No tiene empacho en confesar que es falsa de todo, desde cejas y ojos tatuados, el mentón, la nariz operada dos veces… pero no sabes lo que es abrir las piernas y decir ¡qué bonito!

Fernanda, la taibolera, casada a los 14, sólo sube a la mesa, si ha tomado tres cervezas. Entre sus pechos inflados por silicones, la Santa Muerte vigila sus contoneos. En su camerino, le pone a la Muerte su altar con café, tequila, agua y un puro. Le ofrenda sus nalgas todavía redondas. Sus cinco hijos saben que baila sobre una mesa en un tugurio, pero no se oponen, porque ella les dijo: Prefiero partirme la madre yo a que se la partan.

Kigra fue a buscar sus fotos al infierno, y sin embargo nos hizo respirar el aire que baja del norte, el de la otra orilla, el del cuerpo completo de Lupita y el de su risa que resuena en lo alto de la Sierra Tarahumara.

El amor es una iluminación y las fotografías de Kigra en su espléndido libro Y donde quiera la luz nos enseñan que NO podemos ser sin los demás y que la emoción que provocan sus fotos nos ensancha y nos vuelve jardines. Raúl Ramírez, Kigra, logra que exploremos los resortes de nuestro ritmo interior. Hasta ahora, todos los que han hojeado y leído Y donde quiera la luz han respondido con emoción a esta serie de fotografías de mujeres de Chihuahua, cuya fortaleza conmueve al más esnob y al más indiferente.

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