Siguiendo la línea argumental de la mayoría de sus producciones, Kusturica (Sarajevo, 1955) invita al espectador a un vieje surrealista, irónico y, en ocasiones, excesivo. La vida es un milagro, ambientada en Bosnia en 1992, con la amenaza de la guerra de Los Balcanes llamando a la puerta, destila la osadía creativa y estética que […]
Siguiendo la línea argumental de la mayoría de sus producciones, Kusturica (Sarajevo, 1955) invita al espectador a un vieje surrealista, irónico y, en ocasiones, excesivo. La vida es un milagro, ambientada en Bosnia en 1992, con la amenaza de la guerra de Los Balcanes llamando a la puerta, destila la osadía creativa y estética que plasmó con anterioridad en cintas como El tiempo de los gitanos, Underground y Gato negro, gato blanco.
Con ese propósito, Kusturica construye un drama cómico abierto a la sorpresa constante, en el que un ingeniero optimista por naturaleza, Luka, trata de seguir viviendo como si nada hubiese ocurrido aunque su mujer, una cantante de ópera con tendencia a la demencia se haya fugado con un músico húngaro, y su hijo, que sueña con ser una estrella futbolística en el Partizán de Belgrado, sea llamado a filas y posteriormente hecho prisionero.
Su vida cambia radicalmente cuando el ejército le confía como rehén a una enfermera musulmana que podrá intercambiar posteriormente por su hijo, y de la que terminará enamorándose.
Tras seis años de sequía cinematográfica para dedicarse a la música con su banda No Smoking Orchestra, Emir Kusturica reivindica con esta historia de amor y guerra que no deja indiferente a nadie, su particular manera de vivir la vida.
Segunda jornada
Sin llegar a definirse claramente, siempre a medio camino entre la ficción y el documental -su otra proyección fílmica como autor-, el cineasta israelí Amos Gitai (Haifa, Israel, 1950) presentó en la sección oficial fuera de concurso Promised Land (Tierra prometida) (Israel, 2004), una película con la que pretende denunciar la trata de mujeres de países del este que llegan clandestinamente a Israel y Palestina vía Egipto para ejercer la prostitución.
Gitai, al que la Semana Internacional de Cine de Valladolid dedica este año una retrospectiva que incluye sus largometrajes y documentales, y que se completa con una exposición sobre su obra titulada Itinerarios, reconoció que en todas sus películas «subyace la sociedad de mi país. El grado de humanidad de una sociedad se mide en función de cómo trata a su pueblo y a quienes vienen de fuera. En Oriente Medio, los dos bandos en conflicto han copado los medios de comunicación y pueden dar sus opiniones encontradas. Las prostitutas en cambio no tienen ni voz ni voto. Por eso me erigí en portavoz de esas mujeres».
La razón de no haberse decantado por el documental como soporte en el que contar la historia se debe, en opinión de Amos Gitai, «a que en el documental existe un límite ético entre el director y el objeto de estudio. Pensé que si recurría a la ficción tendría más libertad».
Amos Gitai, que comenzó su andadura profesional como arquitecto antes de ser seducido por el séptimo arte por su facilidad, según explica, «para introducirme en el tejido social y retratarlo», considera que la mejor manera de rendir tributo a su país «es el espíritu crítico con el que abordo mis películas. Creo que este es el procedimiento correcto».
En la gestación y su desarrollo posterior, Tierra prometida es una película libre de ataduras; la carencia de un guión de peso permite mucho margen de maniobra a las improvisaciones que se suceden a lo largo de la cinta.
La presencia de jóvenes actrices rusas y ucranianas, que debutan en el cine con esta película y visitan por primera vez Israel le añade «mayor realismo a la historia. Para todo el equipo que ha trabajado en el filme ha sido una experiencia humana muy interesante», advierte el realizador.
La voracidad fílmica de Gitai, acostumbrado a rodar todas sus películas muy deprisa y con presupuestos muy ajustados, juega en este caso en su contra. Lo que comienza siendo una buena historia, una crónica realista y muy dura de digerir acerca de la prostitución y los abusos a los que son sometidas muchas jóvenes sin recursos que creen ver un futuro en Oriente Medio, se va diluyendo a medida que el propio realizador israelí divaga y se recrea en las posibilidades estéticas de la cámara digital.
Aunque no llega a convencer del todo, Tierra prometida consigue captar la atención del espectador a la vez que desgrana, sin pudor, la aceptación social de una situación injusta y vejatoria.
Por último, la danesa Annette K. Olsen presentó ayer a concurso el filme Dogma Forbrydelser (En tus manos) (Dinamarca, 2003), un creíble retrato social sobre el mundo de las drogas y el ambiente carcelario, que en realidad trata de demostrar cómo ejercer el papel de ángel o demonio en vida resulta en ocasiones confuso e intercambiable.
Para ello, Olsen enfrenta a Anna, una licenciada en Teología que lleva muchos años intentando tener hijos sin éxito y que acaba de incorporarse a una cárcel de mujeres como capellán, y la nueva interna, Kate, una mujer de oscuro pasado familiar de quien se rumorea que posee poderes curativos. El bien y el mal, en ocasiones, se presentan en formas perversas.