Es frecuente asistir en Latinoamérica a persistentes campañas que instalan matrices resaltando la importancia de combatir los denominados delitos de «piratería» y «falsificación de marcas», contrarios al desarrollo de una sana economía de mercado, realizando grandes operativos confiscatorios propagandizados por los multimedios. Las corporaciones transnacionales y sus operadores locales promueven esta criminalización para introducir luego […]
Es frecuente asistir en Latinoamérica a persistentes campañas que instalan matrices resaltando la importancia de combatir los denominados delitos de «piratería» y «falsificación de marcas», contrarios al desarrollo de una sana economía de mercado, realizando grandes operativos confiscatorios propagandizados por los multimedios. Las corporaciones transnacionales y sus operadores locales promueven esta criminalización para introducir luego en cada país de la región cambios en las leyes que aumenten las penas y las multas.
En los países del Sur, la propaganda globalizada magnifica la importancia de estos «delitos» asociándolos al lavado de dinero, el narcotráfico o incluso la financiación del terrorismo y la afectación de la seguridad nacional, pero cercando toda información relacionada con el esquema apropiador de Marcas y el aumento de precios de las mercancías implementados por los monopolios transnacionales con pocos controles de los débiles Estados Latinoamericanos y Caribeños.
Son millones de dólares en pérdidas los contabilizados por el Gobierno de los Estados Unidos y su Cámara de Comercio (Amcham) al incautarse productos «pirateados» o «falsificados» en las fronteras, los mercados o las calles de ciudades como Puerto Iguazú u Oaxaca; en sentido contrario no se contabiliza lo apropiado ilegítimamente por la utilización de las marcas como instrumento de saqueo de las grandes corporaciones.
Como es sabido, el sistema económico mundial está sometiendo a la demanda de alimentos a nuevos mecanismos de presión, provocando un salto escalón de ganancias a partir de la gira-promocional Bush de «bio-combustibles» en 2007: el inicio del proceso de suministro de aire infló la burbuja de los precios un 40% promedio en los denominados agro-commodities, al pretender elaborar combustibles líquidos (especialmente etanol) a partir de alimentos sólidos con la falsa promesa de disminuir la generación de dióxido de carbono gaseoso emanado a la atmósfera terrestre; nueva falacia montada por el capitalismo corporativo del Siglo XXI.
El resultado buscado provocó que en México, Guatemala, Indonesia, Yemen, Vietnam, China e India -donde el maíz, el trigo y el arroz forman esencial de la dieta de los sectores populares- se experimentaran subas considerables: incluso países productores ven aumentar el valor en sus propios alimentos como ocurre en Brasil, Uruguay y Argentina empujados por los precios de exportación.
Ahora bien, alrededor de este esquema de apropiación basado en una demanda forzada de alimentos se ha generado también una impresionante acumulación de plusvalor mediante el empleo de las Marcas comerciales potenciada con las Tecnologías de Información y Comunicación (TIC) aplicadas al consumo. La adhesión de los países al tratado internacional de marcas denominado «Sistema de Madrid», precursor de la «Marca Mundial» es otro aspecto que fomenta la globalización de estos mecanismos de apropiación de ganancias.
En los productos alimenticios elaborados, las marcas funcionan de forma similar que en los medicamentos; los consumidores son inducidos por medio del bombardeo mediático a comprar tales o cuales productos bloqueándoles la posibilidad de una elección racional por medio de campañas publicitarias donde se asocian las marcas «más importantes» con la «mejor calidad», engañoso argumento que ha sido derrumbado una y otra vez por la realidad.
En el sistema de la propiedad industrial, las marcas son signos distintivos que surgieron inicialmente para diferenciar un producto de otro pero con el tiempo se han distorsionado a favor de grandes empresas para ser utilizadas en la acumulación de ganancias al incorporarse a la denominada «cadena de valor».
En Argentina por ejemplo, se ha denunciado que la empresa La Serenísima comercializa 29 variedades de leche fresca bajo distintas marcas con precios variables, detectándose que en los meses del año en que se registra escasez estacional, los productos correspondientes a las marcas faltantes eran los de menor precio distribuyendo a los supermercados productos lácteos conteniendo leche fluida pero a precios 2 o 3 veces más elevados.
Estos mecanismos de saqueo por marcas han sido una práctica habitual y perversa de las corporaciones alimenticias creando productos con «nuevas calidades ficticias» y «nuevos costos ocultos» para quedarse con miles de millones de dólares de sobre-ganancias en todo el mundo atentando contra toda política de soberanía y seguridad alimentaria en los países del Sur.