Trascendiendo los rigores del realismo y del filme de denuncia al uso, «Rebelde», tercer largometraje del canadiense Kim Nguyen (Montreal, 1974), apela a la espiritualidad de una joven de 13 años para mostrar las atrocidades de los conflictos armados en África y la realidad de los niños soldado. La película fue nominada al Óscar como […]
Trascendiendo los rigores del realismo y del filme de denuncia al uso, «Rebelde», tercer largometraje del canadiense Kim Nguyen (Montreal, 1974), apela a la espiritualidad de una joven de 13 años para mostrar las atrocidades de los conflictos armados en África y la realidad de los niños soldado. La película fue nominada al Óscar como mejor película extranjera.
La rotundidad de un filme como «Amour» de Michael Haneke condenó a condición de simples comparsas al resto de largometrajes que le acompañaron en la pugna por el Óscar a la mejor película extranjera en la última edición de estos premios, y eso que entre los seleccionados se hallaban algunos de los títulos más celebrados en el circuito festivalero del pasado año. Entre ellos destaca «Rebelde», que el pasado viernes llegó a los cines y que ha conmovido a todos aquellos que han tenido oportunidad de confrontarse con este filme desde su estreno en el Festival de Berlín de 2012, donde su protagonista, Rachel Mwanza (intérprete no profesional) consiguió el premio a la Mejor Actriz.
Pero esa emoción trasciende el tema abordado en el filme y tiene más que ver con la opción de representación elegida por Kim Nguyen, plena de honestidad. Superando el sentido de autoridad moral desde la que, a menudo, los cineastas occidentales se aproximan, con afanes incriminatorios, a una realidad que, por mucho que les procure indignación, les resulta ajena, este joven cineasta canadiense opta por trasladar su mirada sobre las miserias y el desamparo al que son abocados los niños africanos a sus protagonistas. De este modo la perplejidad de quien es obligada a matar a sus padres para sobrevivir como niña-soldado, siendo posteriormente violada y condenada y sólo considerada en su condición de bruja y guía espiritual, se antepone como motor narrativo sobre cualquier tentativa aleccionadora, deparando una historia plena de emoción.
Sobre todo ello charlamos con su director, quien se confiesa abrumado por el recorrido internacional que ha tenido la película en el último año y medio, y que explica alguna de las claves de su trabajo.
Creo que la película parte de la historia real de un niño-soldado de Birmania ¿por qué decidió trasladar el relato a África?
En efecto está inspirada en la historia de un niño soldado birmano que se erigió en líder militar y espiritual de los rebeldes, una historia que me empujó a explorar el tema de la magia y de las guerras del siglo XXI desde una mirada infantil. Pero en esa búsqueda opté por contar también una historia de amor y centrarme en la vida de los niños africanos a los que aún no se ha dado voz en el cine.
¿El no ubicar la acción del filme en un país concreto fue algo deliberado por su parte?
Sí, porque como en la representación cinematográfica del conflicto nos tomamos muchas libertades, había demasiados riesgos de volverse demagógicos si adoptábamos un ángulo seudohistórico apelando a un conflicto real o a un territorio determinado.
También el hecho de hacer que la protagonista sea una niña en lugar de niño da a la narración un enfoque de género muy interesante ¿por qué se decidió por esto?
Porque dentro del heroísmo que lleva implícito la condición de superviviente a la tragedia, me interesaba dañe voz a la mujer, cuya capacidad para sobreponerse a período de dolor emocional y traumas (lo que en términos clínicos se llama resiliencia) es aún más grande y fuerte que en los hombres.
En la película se apuntan varias cuestiones muy concretas al margen del tema de los niños soldados como el tráfico de coltán, el trato que se dispensa a los albinos… Sin embargo omite hablar directamente de ellas ¿por qué?
Es una cuestión de perspectiva. Si elegimos la narración en primera persona y apostamos por afianzar el relato a partir de la mirada de la niña protagonista, en rigor no cabe llevar a cabo disquisiciones sobre determinadas coyunturas que a ella se le escapan por completo. Ella no conoce nada de las implicaciones geopolíticas que tiene la extracción y el tráfico de coltán, todo lo que sabe es que si lo roba la castigarán.
Respecto al tono de la película hay una cierta renuncia al realismo más escabroso, a veces incluso mediante el uso de elipsis, mientras se potencian el lirismo y el componente mágico-espiritual ¿por qué llevó a cabo esta apuesta?
Me interesaba encontrar la manera de representar el proceso de alienación al que se somete a estos niños soldados una vez son reclutados, un proceso que les hace asumir el hecho violento contemplándolo desde una cierta distancia, en tanto sus emociones son desactivadas. En ese sentido el componente mágico y los fantasmas son símbolos de muchas cosas: sirven para explotar miedos y creencias y para afianzar en los niños soldados el sentimiento de inmortalidad que permite a sus comandantes perfeccionar su disposición para el combate hasta convertirlos en máquinas de matar implacables. El contacto con los espíritus inmuniza, en cierto modo, a la protagonista.
¿Por qué eligió rodar la historia en orden cronológico? ¿Fue más fácil para que los actores asumieran las pautas de conducta de sus personajes?
No es que fuese más fácil, pero nos interesaba explotar la naturalidad en las reacciones de los actores y aprovecharlas para sus personajes. Por eso rodamos en orden cronológico y por eso pactamos no mostrar el guion a nuestros actores. Ensayábamos las escenas potenciando la improvisación con la ayuda de un coach de interpretación, Pascal Luneau y esos ensayos fueron los que terminaron de dar forma a las distintas secuencias del film, que no eran específicamente las que estaban recogidas en el guion, pero que se vieron enriquecidas por este proceso que también fue clave para ayudar a Rachel Mwanza, nuestra protagonista, ya que su trabajo tiene un fuerte componente de intuición más que de comprensión.
Ya que habla de ella, Rachel Mwanza realiza un trabajo soberbio, de hecho fue galardonada con el Oso de Plata a la Mejor Actriz en el Festival de Berlín ¿cómo la seleccionó para el papel?
Hicimos un exhaustivo trabajo de casting a través de sesiones abiertas para el que contamos con la colaboración de un equipo de trabajo formado por profesionales congoleños que rastrearon todo Kinshasa buscando ese talento fresco que precisábamos. En este sentido debo decir que aquellos niños que vivían en la calle mostraban una autenticidad superior a la de otros jóvenes que procedían de otro tipo de ambientes, más desahogados, por así decirlo. Su carácter intrépido y su capacidad para convertir su propia vida en una búsqueda permanente, jugaban a su favor. Rachel Mwanza fue lo mejor que encontramos entre esa estirpe «rara» de actores que lo son sin ser conscientes de ello. Ella vivía en la calle y antes de trabajar con nosotros ya había participado en un documental con lo que la cámara tampoco la impresionaba.
¿Qué ventajas y desventajas aporta trabajar con actores no profesionales?
Desventajas veo pocas, la verdad. Entre lo positivo destacaría su coraje, su falta de inseguridades que les lleva a ser, más que a interpretar, una firmeza que los actores profesionales pueden llegar a perder en el curso de audiciones infructuosas que les generan decepciones y dudas sobre su idoneidad para interpretar según qué cosas.
El rodaje en escenarios naturales del Congo me imagino que no sería fácil ¿no?
Pues no, pero lo mejor es tomárselo con sentido del humor y de la ironía. Una vez se nos olvidó mandar un mensaje al ejército oficial para advertirles de que íbamos a filmar una secuencia donde habría disparos y al poco tiempo treinta vehículos con la RPG y aproximadamente 50 soldados irrumpieron en nuestro set de rodaje dispuestos a liquidarnos a todos (risas). Pero afortunadamente aquello fue una excepción… Tengo buenos recuerdos de Kinshasa, una ciudad con una idiosincrasia muy marcada que nos inspiró para la película a pesar de que nosotros estuvimos alojados en sitios increíblemente extraños como la llamada «ciudad prohibida», un lugar construido por Mobutu en los años ochenta para solaz de dignatarios europeos y para cuya edificación convocó en mitad de la selva congoleña a doscientos arquitectos chinos a los que hizo venir exprofeso.
¿Qué lectura hace del recorrido internacional que ha tenido la película así como de los distintos premios cosechados?
¡Estoy francamente aturdido! No me esperaba que un año más tarde de presentar la película en Berlín y de ser premiado allí y después de haber viajado a una media de tres países al mes y de haber dado más de mil entrevistas, la película continuase teniendo vida… Es muy emocionante.