La guerra en Irak ha dejado un saldo de 3 mil soldados estadunidenses muertos y 15 mil heridos. Estas bajas son una de las razones por las cuales el rechazo a este conflicto ha crecido: más de 50 por ciento de los ciudadanos de Estados Unidos se oponen a continuar esa guerra y exigen el […]
En el Centro Médico del Ejército Walter Reed, los soldados heridos, unos 900, son tratados en condiciones infrahumanas: viven entre excrementos de ratones, cucarachas, equipos de mala calidad, instalaciones en mal estado y falta de personal médico. Los heridos sufren además una pesada burocracia que los obliga a presentar hasta 22 documentos ante ocho mandos distintos, por lo que muchas fichas se pierden en un marasmo de papeles. Estas pésimas condiciones han derivado en tendencias suicidas, abuso de calmantes, alcoholismo y en el abandono de pacientes con trastornos sicológicos.
Esta situación revela que a pesar de las manifestaciones oficiales de apoyo a los soldados heridos, entre ellas las del propio Bush, la realidad es que estos militares son tratados como si fueran seres humanos «desechables» que ya no son útiles al esfuerzo bélico, por lo que ya no importa su destino una vez que cumplieron su cometido: fungir como carne de cañón para las ambiciones hegemónicas de los halcones de Washington. Este desinterés explica en parte el porqué al gobierno de Estados Unidos le tienen sin cuidado las enormes pérdidas humanas provocadas por sus guerras actuales, al menos unos 500 mil civiles fallecidos en Irak desde la invasión estadunidense, en 2003.
Peor aún, la Casa Blanca pretende aumentar la actividad militar con el envío de 21 mil 500 soldados adicionales a Irak y una partida presupuestal de 3.2 mil millones de dólares para ese país y otros 751 millones para Afganistán, a pesar de que la política belicista de Bush ha demostrado ser un completo fracaso -no hay día que pase en Irak sin que ocurra algún atentado- y a la creciente oposición a sus planes por parte del Partido Demócrata, una porción cada vez mayor de la población estadunidense y hasta de las propias tropas: de acuerdo con la agencia Ap, unos 800 integrantes de la reserva se han negado a integrarse al ejército, algo que no se veía desde la guerra de Vietnam.
Queda claro, pues, que los derechos humanos, sean de quien sean, nunca han sido prioridad en la estrategia militarista de Bush, centrada sobre todo en proteger sus intereses económicos y geopolíticos: las millonarias ganancias de Halliburton y del vicepresidente Dick Cheney pesan más que la salud de los soldados heridos y mutilados.