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La Ciudad Perdida: El mensaje comercial de Andy García a Cuba

Fuentes: Progreso Semanal

Durante décadas, los exiliados residentes en la Florida han asegurado que su modelo es mejor que el de los revolucionarios de la isla. Gracias a Andy García, esa alternativa ha quedado clara: libertad para hacer negocios über alles. García «soñó» con hacer este filme mientras, simultáneamente, millones de inmigrantes latinoamericanos «soñaban» con llegar a Estados […]

Durante décadas, los exiliados residentes en la Florida han asegurado que su modelo es mejor que el de los revolucionarios de la isla. Gracias a Andy García, esa alternativa ha quedado clara: libertad para hacer negocios über alles. García «soñó» con hacer este filme mientras, simultáneamente, millones de inmigrantes latinoamericanos «soñaban» con llegar a Estados Unidos para encontrarse con empleos de salario por debajo del mínimo. Sin embargo, los cubanos pueden reclamar la residencia legal colocando un dedo del pie reconocidamente anti-Castro en suelo norteamericano. Al aprobar la Ley de Ajuste Cubano el Congreso ofreció a los cubanos que pretenden que «escapan de la tiranía de Castro» una vía exclusiva hacia la tarjeta verde. Otros escaparon de un sistema político que consideraban repugnante.

 

El Congreso reaccionó ante Fidel Castro («El Recordista Guinness de la Desobediencia»), que de alguna manera inoculó un virus invisible en el hígado punitivo de la élite norteamericana, un virus que induce el flujo de bilis a su cerebro que no perdona. Durante 47 años el desafío de Castro ha provocado un comportamiento irracional por parte de EEUU. Esta irracionalidad tiene ahora un lado estético. El anti-castrismo hace ahora otro debut cinematográfico con La ciudad perdida, en la que las «ensoñaciones» vacuas de García toman la forma de personajes de un filme.

 

García produjo el filme, lo dirigió, lo co-escribió y coincidentalmente fue la estrella como Fico, uno de los tres hermanos Fellove de clase media alta. Él es el propietario de un cabaré en La Habana de 1958, pero no permite el juego, un hecho singular -aunque increíble- en esa época.

 

El filme muestra a la policía de Batista matando, torturando e intimidando. No muestra el continuo apoyo del gobierno de EEUU al dictador -subrepticio después de que su historial de violaciones a los derechos humanos fuera noticia de primera plana en The New York Times. El guión presenta a la familia Fellove con Papá presidiendo la tradicional cena del domingo. Él exige puntualidad, una metáfora para subrayar las buenas costumbres de los viejos tiempos. Los padres, tres hermanos, una de las esposas y un tío gordo, una figura cómica para suavizar la tensión, disfrutan del ritual.

 

Después de la cena los hombres discuten de la revolución con parlamentos brillantes. «Yo creo en la evolución, no en la revolución», Nadie menciona que Estados Unidos había colonizado económicamente a Cuba, que la lucha de los cubanos por la independencia desde los años de 1860 quedó sin culminación.

 

En su lugar, el guión presenta incidentes y nombres famosos. Los revolucionarios secuestran al piloto de carreras argentino Fangio ­-no nos enteramos por qué- y Meyer Lansky, personificado por Dustin Hoffman como un gángster rabínico, trata de atraer al virtuoso Fico a su negocio del juego. Más tarde alguien hace estallar una bomba en el cabaré de Fico, lo que nos lleva a sospechar de Lansky. En 1960, Fico se encuentra con Lansky de nuevo en Nueva York. El paternal gángster judío asegura a Fico: «No fui yo, boichik [*]

 

¿Entonces quién lo hizo? El filme no lo dice. Pero sí enseña una lección acerca de Cuba y la libertad. La moraleja del filme: un honesto propietario de un cabaré no podía hacer negocios en la Cuba revolucionaria porque los arrogantes castristas objetaban el saxofón como «un instrumento de los imperialistas». (¿No de la corrupción burguesa?) En la libre Nueva York Fico cumple su sueño fílmico: es propietario de un cabaré y supuestamente vive muy feliz para siempre.

 

Sin embargo, Fico se enamora. Después de que su hermano propenso al asesinato muere a manos de la policía de Batista, Fico consuela a la hermosa viuda y se convierte en su amante. Durante la transición Aurora, la triste belleza (Inés Sastre, una modelo española cuyos cambios de humor van de lucir melancólica a lucir menos melancólica), demuestra su talento como modelo. Ella y Fico posan en varios vestuarios, sombreros de paja, ropa informal de playa, trajes formales y tiras de noche sin vestidos -mientras beben mojitos junto al océano. ¿Es esto lo que acompaña a la libertad comercial, ropas caras en un país donde dos tercios de la población eran analfabetos?

 

Fico ofrece salvar a la «viuda de la revolución» sacándola de la excitación y la fama de su trabajo para que se convierta en su esposa en Estados Unidos. Oportunistamente ella se decide por su vida profesional en Cuba, en vez de por la oportunidad de pasar su vida como la esposa del dueño de cabaré. No hay que decir que Fico el Machista nunca piensa en cambiar sus planes comerciales por la carrera de ella.

 

En la primavera de 1960 conocí a Guillermo Cabrera Infante, co-autor del guión. García, quien era un niño pequeño, no recordará aquellos días poco después de que los revolucionarios cambiaran su política de prohibición del saxofón, porque Cabrera Infante y yo fuimos juntos a Tropicana (¿el modelo para «El Trópico» de García?).

 

Cerca de Tropicana unos carteles se referían a la cancelación en julio de 1960 de la cuota anual de azúcar por parte de Eisenhower («sin cuota, pero sin amo»). Guillermo comentó agriamente: «Sin cuota, pero sin ano».

 

Cuando el Congreso de EEUU aprobó la cuota garantizó la compra del azúcar cubano a un precio fijo -una especie de póliza de seguros que también mantenía a Cuba en una prisión económica. Ese día, Cabrera Infante y yo escuchamos a grupos cubanos de jazz -cada uno de ellos con un saxofonista.

 

Guillermo era el editor de Lunes de Revolución, el suplemente literario de Revolución, órgano oficial del Movimiento 26 de Julio. Lunes publicaba a los existencialistas, a los poetas beatniks, a Trotsky y a Brecht

 

En la época también se publicaban otros periódicos no gubernamentales, aunque al ver uno La ciudad perdida no se entera de esta temprana excitación revolucionaria. A principios de 1961, después de miles de ataques terroristas por parte de Estados Unidos, la revolución endureció su actitud y comenzó a prepararse para la inevitable invasión (que finalmente llegó por Bahía de Cochinos en Abril de 1961).

 

La irrestricta escena cultural fue controlada. Lunes desapareció y con él la diversidad que el público literario cubano disfrutó durante los dos primeros años revolucionarios. Guillermo se fue a Bruselas como attaché cultural, desertó en 1964 y murió como un hombre amargado en 2005. A Cabrera Infante le encantaba el cine negro, no el cine en bruto.

 

No me lo imagino escribiendo escenas aburridas acerca de la insurrección contra Batista. En 1958, cuando comienza el filme, Fidel Castro y sus guerrilleros ya habían tomado la iniciativa militar. La resistencia urbana había convertido en caos el «orden» de Fulgencio Batista. Sin embargo, el filme se concentra en aburridas escenas de la familia Fellove.

 

El «sueño» de García pronto se vuelve insípido, desintegrándose en cambios de vestuario e inclusiones al azar de música caliente y números de baile -un alivio cuando los diálogos y el argumento se vuelven demasiado pesados. La crueldad de Batista se presenta en una violenta escena predecible al estilo de Hollywood con villanos estereotipados; la malvada revolución emerge como un cruel Che Guevara (Jsu García).

 

Pero La ciudad perdida («El Guión Perdido») no sitúa a sus personajes en contextos por los cuales el público pueda comprender los hechos independientemente de ellos o la razón para su comportamiento. Por ejemplo, Fico proclama: «Todo lo que hado, lo hago por la familia». Tony Soprano podía haber dicho ese bocadillo. «No existe la felicidad fuera de la revolución», dice un hermano revolucionario. Suena como una parodia universitaria del realismo socialista.

 

La familia de ficción de García carece de las intrincadas sutilezas que poseen las verdaderas relaciones fraternales. Uno de los hermanos (Néstor Carbonell) opta por asesinar a Batista (Juan Fernández); otro (Enrique Murciano) se une a los guerrilleros en la Sierra Maestra. Fico administra su cabaré e interviene en discusiones familiares. «Es una falta de respeto estar en desacuerdo con Papá», el cual dice creer en la libertad de palabra.

 

El malvado Batista, un villano de estereotipo, escapa al intento de asesinato. El hermano Fellove muere. Batista huye con su riqueza mal habida y los nuevos villanos llegan a La Habana. El traicionero Che de García desmiente al santificado símbolo que cuelga en los dormitorios universitarios. Obsedido por el poder, el Che mata sin vacilar y se regodea en la crueldad psicológica. El grueso tío del ritual de la cena es propietario de una plantación de tabaco. El barbudo médico argentino envía el Fellove fidelista a expropiar la plantación de su tío. El obeso familiar sufre un ataque al corazón, lo cual avergüenza al desviado revolucionario, así que se suicida.

 

Para balancear la tragedia, Bill Murray se desliza en el guión como un ocurrente coro griego -bueno, tiene un par de bocadillos algo simpáticos. Quizás representaba los últimos juegos de palabras de Cabrera Infante. Sin embargo, no tiene mucho éxito en salvar La ciudad perdida.

 

La lección del filme es banal por excelencia: la libertad comercial es buena; la revolución cubana destruyó la propiedad privada, por lo tanto es mala. Después que los revolucionarios odiadores de saxofones cerraran el cabaré de Fico en La Habana, Estados Unidos le permite abrir uno en Nueva York -a continuación de una breve temporada como lavaplatos.

 

En última instancia, eso es lo que la virtud significa para García y su personaje. «La ciudad perdida se presenta como un tótem de la riqueza perdida», escribió Ed González (Slant 2006). «Un manifiesto que probablemente agrade solo a aquellos cubanos cuyas cuentas bancarias fueron destruidas después de la revolución, o por aquellos que lograron su fortuna en Estados Unidos».

 

El filme muestra el reclamo de Fico al idealismo como una antipatía hacia los policías de Batista. Pero no se rebela contra la tortura ni las tácticas de muerte. Él demuestra su desprecio por Che lanzándole un vaso en una fiesta. En última instancia a Fico le interesa su propiedad y el privilegio que proviene de ella. Su visión altiva -es más, engreída- es la fachada de un hombre sin valores.

 

«Al ver el filme», concluye González, «uno pensaría que toda Cuba vivía en el lujo antes de la llegada de Castro». «Imaginen a los cubanos negros pobres tratando de pasar por las perladas puertas de esta Ciudad Perdida, que tiene el brillo de un sello conmemorativo no incluido». El héroe cinematográfico de García no piensa en la «libertad» para los pobres cubanos. Para Fico, la libertad tiene un significado estrecho. Significa un gobierno que le permita dirigir su propio cabaré. ¡Adelante, Fulanito!


[*] En yiddish, jovencito.