En los primeros meses de la guerra contra Iraq, la cifra de soldados invasores muertos apenas superó el centenar, en medio de la euforia de Washington por lo que se consideraba una contienda fácil, una especie de paseo militar. Todavía hoy los estrategas del Pentágono se preguntan qué pasó en aquellos primeros momentos, cuando Bagdad […]
En los primeros meses de la guerra contra Iraq, la cifra de soldados invasores muertos apenas superó el centenar, en medio de la euforia de Washington por lo que se consideraba una contienda fácil, una especie de paseo militar.
Todavía hoy los estrategas del Pentágono se preguntan qué pasó en aquellos primeros momentos, cuando Bagdad estaba iluminada en medio de los bombardeos norteamericanos y los puentes de acceso se mantenían en pie.
Recuerden las imágenes de la guerra mediática encabezada por CNN desde el balcón del hotel Palestina, con los bombazos estremeciendo la ciudad, con todas sus luces cual blanco perfecto para los apuntadores del Pentágono.
También se cuestiona por qué luego de la ocupación de la capital iraquí, la mayoría de las unidades del régimen de Saddam Hussein, incluida la selecta guardia presidencial, estaban prácticamente intactas.
Luego el presidente Bush proclamó, en mayo del 2003, desde la plataforma de un portaaviones y disfrazado de piloto de combate, que la ofensiva había concluido, la guerra, aseguró, estaba terminada. Misión cumplida, se leía en un cártel de fondo. Pura fanfarria. A pedido del mandatario y en medio de la polémica con los demócratas, ahora con el control del legislativo, el Congreso debió aprobar 100 000 millones de dólares para financiar la continuación de la contienda, que no tiene para cuando acabar.
No bastan tres años y medio después, los 140 mil soldados desplegados en la nación árabe, en medio de la violencia y la inseguridad, marcada por los ataques de la insurgencia y los atentados que cada día hacen más costosa la ocupación.
Bush, a estas alturas, tiene su mayor récord de impopularidad, sobre todo gracias a la guerra en Iraq, adonde se vio obligado a enviar brigadas adicionales de combate, cuando la mayor parte de la opinión pública y los demócratas claman por la retirada.
Entretanto, la cifra oficial de soldados estadounidenses muertos ya superó la cota de los tres mil 500, y se mueve a un ritmo que podría alcanzar los cuatro mil, incluso antes de que concluya el año, lo cual presagia otra Navidad luctuosa para miles de familias estadounidenses. Mientras, los soldados heridos ya suman casi 29 mil, según cifras del Pentágono, que para muchos expertos suelen ser muy conservadoras. Otros 397 efectivos perdieron la vida en Afganistán, donde mil 319 recibieron heridas, en medio del escándalo que sacudió el hospital Walter Reed, el cual se suponía era el emblemático del sistema de salud militar de Estados Unidos y en la atención a los heridos, mutilados y veteranos de guerra.
En el plano político, ya está claro que la administración Bush dejará como herencia a su sucesora las dos guerras, aunque queda latente que la doctrina Bush de ataques preventivos agregue otra en cualquiera de los «60 o más oscuros puntos» del planeta.
Lo que no deja lugar a dudas es que el tema estará en el centro de la próxima campaña presidencial, y ya veremos para entonces a más de un candidato republicano desmarcarse del actual mandatario, o a otros del bando demócrata prometiendo lo que hasta ahora se abstuvieron de hacer. (AIN)