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La cotidiana ocupación de los artistas iraquíes

Fuentes: Global Research

Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos

Durante siglos artistas, escritores e intelectuales se han estado reuniendo en teterías de Bagdad en torno a vasos con forma de tulipán de dulce té al limón, pitillos y pipas de shisha.

Hace año y medio estalló un coche bomba cerca de una de las casas de las viejas teterías y provocó una enorme destrucción en la zona. Cuando volvió a abrir recientemente, Mohammed Al-Mumain, un profesor de biología de 59, años reanudó sus visitas a la tetería. El corpulento y jovial profesor trajo té para mi colega y para mí antes de empezar a conversar: «la mente necesita arte y educación. Vine aquí porque la lámpara necesita electricidad. La lámpara de mi mente, como la de todos nosotros, necesita discutir y revisar la vida continuamente. Esto me alimenta. Cuando vengo aquí me vuelvo a sentir un adolescente. Todo lo que necesito, la vieja cultura al lado de la nueva, lo encuentro aquí».

A medida que continuaba, su elocuencia era un placer: «La vida es interacción. En cualquier lugar, en cualquier momento, siempre estamos cambiando. Nuestra biología y la presión de nuestra sangre cambia y las interacciones, ya sean positivas o negativas, nos proporcionan cambios. Algunas personas se resisten a los cambios, otras los aceptan. Depende de la cultura del hombre o de la mujer. Por ello necesitamos nuestro arte, porque nos conecta con lo que nos ha traído aquí y nos recuerda a dónde nos dirigimos».

Al examinar la condición humana, el arte hace que se llegue a comprender la habilidad humana para establecer relaciones y comunicarse. Al apelar a las más sutiles emociones humanas, crea un marco de valores en la sociedad al tiempo que nos da un contexto en el que captar nuestra relación con el universo.

El arte no sólo representa lo mejor de la conciencia humana, sino que también se manifiesta en la forma de lo misterioso. «Lo más hermoso que podemos experimentar es el misterio. El misterio es la fuente de todo el verdadero arte y ciencia», dijo Albert Einstein.

Pero, ¿qué le ocurre a una sociedad cuando este poderoso medio de evolución resulta dañado, reprimido o completamente eliminado? Todo eso ha ocurrido en Iraq. ¿Cómo se sustenta la conciencia colectiva de una nación en medio de este vacío?

El escultor de 46 años Ghassan Alawchi, que estudió en el Instituto de Bellas Artes y en la Facultad de Bellas Artes de Bagdad, personifica la difícil situación de los artistas en Iraq que están sumidos en una frustrante e interminable, aunque vana lucha en la que hay prácticamente ningún elemento estético.

Conocí a este hombre alto en el jardín del Centro de Bellas Artes de Bagdad, un marco hermosísimo que contrastaba terriblemente con su dolorosa historia. «Me conoce en el momento más duro de mi vida», se lamentó el artista. «Estoy lleno de ideas pero no puedo llevarlas a cabo. Cuando produzco arte es como si fuera mi hijo y me preocupo profundamente por él. No sé como elegir otros caminos. Me siento tan coartado. A veces me odio a mí mismo».

Antes de la invasión Alawchi – como otros escultores – no tenía más remedio que crear esculturas para el dictador. «Durante el régimen de Sadam estábamos bajo un asedio económico, pero podíamos vender nuestras esculturas. Sadam nos pagaba y eso resultaba de gran ayuda». Para compensar las graves trabas que había para su creatividad en aquella época, los artistas como él trabajaban simultáneamente un arte que estaba más cerca de sus corazones, aun cuando no hubiera compradores para él.

El tema favorito de Alawchi es la vida y la leyenda del reverendo Imán Hussein, nieto del Profeta Mahoma. Siento curiosidad de saber por qué eligió a esta figura espiritual de la secta chií. «Hay imágenes bellísimas de personas que se dirigen a su tumba, esas distancias tan largas. Yo quería honrar con el tiempo esos increíbles y revolucionarios momentos», afirma.

Cuando la violencia sectaria y el fanatismo religioso que la acompañó empezaron a ganar terreno hasta llegar a su peor momento en 2006-07, el artista tuvo que dejar de esculpir para no ser tachado de sectario. Esta acusación en Iraq podía ser una amenaza de muerte.

La situación hoy es en cierto modo diferente, pero sigue sin ser propicia para la expresión artística. Todos los artistas de Bagdad y de todo Iraq sobreviven en unas condiciones muy duras. «Hay tantas obras, pero a nadie le importa verlas o comprarlas. Sólo nuestros amigos acuden a las exposiciones y nadie tiene posibilidades de comprar ninguna de las obras. Al gobierno no le importa en absoluto y no hace nada para ayudarnos. Son malos tiempos para nosotros».

Los artistas de Iraq no se pueden permitir ahora alquilar estudios y la mayoría de ellos viven an casa de sus padres. «Mi mujer, nuestros hijos y yo vivimos en una habitación de casa de mis padres. En una esquina de esta habitación tengo mi estudio», afirma Alawchi,. «Obviamente, esto afecta a mi concentración y limita las dimensiones y la esencia de mi trabajo».

Raad Abdalwahid, un diseñador gráfico y pintor, confirma el sombrío panorama de su amigo y añade: «el último cuadro que vendí fue en 2006».

Tras haber sido el objetivo de asesinos y francotiradores, los artistas, como el resto de los intelectuales iraquíes, también ha huido del país. Los que se han quedado se siente completamente aislados en sus intentos de mantenerse a flote en medio del doble azote de la crisis económica y del radicalismo religioso que ha arruinado el panorama artístico en Iraq. Si las galerías se han vuelto muy escasas, exponer en ellas un trabajo nuevo es aún más raro. Alawchi está convencido de que la única manera de que los artistas iraquíes logren manternerse tanto ellos mismos como su arte vivos es abandonando Iraq, pero tiene la esperanza de que «aquellos artistas puedan estar en comunidad con nosotros porque ahora nos sentimos aislados del resto del mundo».

Después de décadas de sufrir la represión, la censura y de ser blanco de ataques, los artistas iraquíes se sintieron aliviados cuando acabó la dictadura. Confiaban en que a pesar de la ocupación podrían al menos tener libertad para expresar su creatividad y que no se verían obligados a vender su alma al servicio del «arte presidencial» para poder sobrevivir.

El personal de las ONGs internacionales y periodistas acudieron en masa al país tras la invasión de marzo de 2003 y los artistas encontraron ahí un mercado que apreciaba su trabajo. Sin embargo, este renacimiento de la comunidad artística de Iraq fue breve y acabó bruscamente cuando la resistencia a la ocupación se hizo más fuerte y mejor organizada. Como era de esperar, el resultado de ello fue unas represalias a gran escala por parte del ejército estadounidense que en ocasiones provocó la destrucción de ciudades enteras. El recién creado mercado para el arte iraquí se desvaneció en medio del caos resultante.

La situación empeoró cuando surgió el conflicto sectario que, a su vez, engendró el extremismo religioso que dejó una estela de represión y censura además de la violencia ejercida contra los artistas.

Un hombre polifacético, el escultor, periodista y profesor Ahmed Fadaam solía trabajar para el New York Times en Bagdad. En 2008 un grupo militante exigió que dejara de su trabajo y les pagara 10.000 dólares o de lo contrario secuestrarían a sus hijos y matarían a su mujer y a él. Envió a su familia a Siria y él continuó en Bagdad tras cambiar de domicilio, pues no tenía otra fuente de ingresos. Afortunadamente pudo salir de Iraq cuando un amigo estadounidense le cursó una invitación como profesor visitante para la Universidad de Carolina del Norte.

Fadaam presenta un sombrío cuadro del escenario artístico en Iraq: «los artistas forman parte de la sociedad en la que viven y sus obras reflejan su experiencia de ella. En los años ochenta los artistas iraquíes hablaban de la guerra pero había una cierta esperanza en su trabajo, no era tan sombrío. En los noventa sus composiciones expresaban el impacto del embargo, el hambre y la pobreza, pero, aun con todo, había elementos de esperanza. Hoy el arte en Iraq no expresa esperanza alguna porque los artistas no ven esperanza. Su arte expresa la muerte de la que son testigos a su alrededor y la omnipresente carencia de todo en sus vidas. Es un arte sombrío que ha perdido toda esperanza, exactamente igual que la sociedad que proyecta, la cual está aplastada por la ocupación y ha perdido toda esperanza».

No cree que se extinga el arte en Iraq. «El arte nunca muere. Siempre habrá artistas. En cualquier país al que uno vaya, simplemente con mirar su arte y su arquitectura se puede identificar el tipo de sociedad que tiene. A partir de su arte se puede decir si un país es civilizado o está tratando de serlo, si hay una dictadura o es una sociedad libre. El arte es la cara visible de cualquier cultura».

Afirma que lo que realmente le preocupa es el fundamentalismo: «los extremistas en el poder no son diferentes de cualquier dictador. Imponen su ideología a todo el mundo, incluyendo a los artistas. La última exposición en Baghdad estaba apoyada por los sadristas. Todo lo que se exponía eran cuadros del Imán Ali o de gran Ayatollah Ali al Sistani. Obviamente, lo que estos grupos querrían es utilizar el arte como una herramienta de propaganda. Si permanecer en el poder, ¿qué tipo de arte tendremos en el futuro?».

Le pregunté qué posibilidades había de una regeneración artística en Iraq. Es posible, pero «no con esta gente. Los artistas necesitan ser libres para crear y en este momento no lo son. Cuando se vuelva a ver desnudos en la obra de los artistas iraquíes, entonces podremos hablar».

Un importante factor que hay que tener en cuenta en el contexto de la producción artística es la psicología y la salud mental de la sociedad en la que viven los artistas. «Una generación que está creciendo en medio de la muerte y de los asesinatos lo único que conoce es el miedo, la cólera y el odio. ¿Qué arte van a crear?».

Me di cuenta de que la devastación causada por la invasión y ocupación de Iraq va mucho más allá de la pérdida de vidas, de medios de vida y de propiedades. Las raíces históricas y culturales de la nación han sido destruidas.

«Las fuerzas de la ocupación animaron a los rebeldes a saquear los museos y las bibliotecas. En unas horas se perdieron irremediablemente cinco mil siglos de historia y de arte. Esto es una pérdida para el mundo entero y no sólo para Iraq. Los edificios se pueden reparar, lo mismo que la electricidad, pero, ¿dónde podremos encontrar a otro Khalid Al-Rahal para que haga una nueva estatua de Abu Fafar Al-Mansur? ¿Cómo voy a reemplazar artefactos que databan de miles de años? Iraq ha cambiado para siempre».

Desde diciembre de 2003 el Dr. Saad Eskander ha sido director general de lo que queda del Archivo y Biblioteca Nacional Iraq. La destrucción que se ha infligido a este augusto organismo es inconcebible.

Miro las paredes de su despacho, abarrotadas de libros recuperados, mientras él realta: «este edificio fue quemado dos veces y saqueado. Los estadounidenses querían demolerlo, pero no se lo permitimos. Hemos perdido el 60% de nuestras colecciones de archivos, como mapas, documentos históricos y fotografías. Se han perdido el 20% de nuestros libros. La Biblioteca del Legado y la mayoría de las bibliotecas académicas en Bagdad, Mosul y Basora son otras instituciones que también fueron objeto de destrucción».

De los 13.000 objetos que fueron saqueados del Museo Nacional sólo «se han devuelto unas decenas y no son los más importantes. Esto ha lisiado nuestra cultura y la cultura lleva a lo más profundo del corazón de un pueblo, mientras que la política no».

No oculta su ira contra los ocupantes cuando afirma: «los estadounidenses han destrozado nuestro país. Todo cuando ahora funciona mal en Iraq, todas y cada una de las cosas, se debe a lo que los estadounidenses han hecho aquí».

Se está rehabilitando el edificio del Archivo Nacional. Ya se han restaurado las paredes y los suelos. Hombres y mujeres iraquíes se sientan en despachos nuevos restaurando libros dañados por el agua. Otros archivan en microfichas los libros salvados. Percibo un casi tangible sentido de urgencia de mantener la coherencia y conexión cultural mientras soy testigo de la descomunal tarea que se está haciendo para reconstruir la herencia de Iraq, aunque a paso de tortuga.

Wesam Abud Khalid, de 38 años, lleva trabajando en restauración desde 1990. En un estudio del Departamento de Arte del ministerio de Educación restaura cuadros dañados durante la invasión y el anárquico periodo posterior. Sin embargo, el miedo le impide crear obras originales fuera de su casa.

«Se ha atacado a cualquiera que tuviera genio. Gente con agendas exteriores quiere destruir la mentalidad iraquí. Quienes no hemos podido huir del país estamos aislados. Los grupos que controlan los departamentos del gobierno no nos toleran. Esperamos la muerte cada día», insinúa vagamente en el centro de restauración.

Khalid cree que cuando los artista de Bagdad exponen sus obras se hacen más vulnerables a los ataques. «Yo restauro cuadros y no participo en exposiciones. He decidido no exponer mi trabajo aun cuando los medios de comunicación ya no hablen de las exposiciones en galerías».

Le asfixia estar confinado, por ello sigue restaurando cuadros, porque es más seguro que producir trabajo original.

Aunque es más joven que otros artistas a los que he conocido, Khalid tiene poca esperanza en el futuro y parece resignado. «Esta situación me produce una enorme tristeza. Lo único que los iraquíes necesitan es una oportunidad de descansar de esta tragedia, entonces podrán continuar y producir otra vez genuinas obras. Siento que ahora mis capacidades sólo se podrán desarrollar fuera de Iraq. Desde que empezó la ocupación me he estado aislando aquí».

Cuando tanto el arte, un componente crucial que sustenta el tejido socio-cultural de una sociedad, como los artistas, que lo tejen, están sometidos a una agresión, la sociedad tiende a crisparse y enervarse. Como afirma de una manera de lo más sucinta mi amigo escultor Alawchi: «es peligroso para la gente dejar las artes. Es peligroso porque el arte es la fachada principal de la comunidad. Ahora en Iraq tenemos la desertización del mundo del arte».

Esto no puede augurar nada bueno para el mundo del arte en ninguna parte.

Enlace con el original: http://www.globalresearch.ca/index.php?context=va&aid=12729