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La Comisión Electoral iraquí presenta unos resultados que revalidan la hegemonía de chiísmo político vinculado a Irán

La difícil apuesta de EEUU en Iraq

Fuentes: IraqSolidaridad

El pasado 20 de enero la Comisión Electoral iraquí, establecida para supervisar las elecciones para una nueva Asamblea Nacional del 15 de diciembre de 2005, anunció los resultados oficiales que deberán ser certificados esta última semana de enero [1]. El escrutinio habría otorgado a la Alianza Unida Iraquí (AUI), coalición de las formaciones chiíes iraquíes […]

El pasado 20 de enero la Comisión Electoral iraquí, establecida para supervisar las elecciones para una nueva Asamblea Nacional del 15 de diciembre de 2005, anunció los resultados oficiales que deberán ser certificados esta última semana de enero [1]. El escrutinio habría otorgado a la Alianza Unida Iraquí (AUI), coalición de las formaciones chiíes iraquíes vinculadas con Irán, 128 de los 275 escaños parlamentarios, 18 menos que en las pasadas elecciones de enero. Asimismo, la Alianza Kurda (del PDK y el PDK, dirigidos por Talabani y Barzani, respectivamente, presidentes de Iraq y de la región autónoma kurda), habría obtenido otros 53 escaños (22 menos que en enero), que sumados a los cinco obtenidos por la Unión Islámica Kurda, puestos por ésta organización tras las elecciones a disposición de la Alianza Kurda [2], harían un total de 58 escaños. La lista del Frente del Acuerdo Iraquí, presentada supuestamente en representación de la comunidad sunní, habría ganado 44 escaños, que se sumarían a los 11conseguidos por otra coalición sunní liderada por Saleh al-Mutlaq. Por su parte, la formación liderada por el ex primer ministro interino y favorito de la Administración Bush, Iyad Allawi, habría reducido su representación de 40 a 25 escaños, mientras que aquélla de Ahmed Chalabi, el ex protegido del Departamento de Defensa de EEUU y la CIA y desfalcador bancario en Jordania, habría perdido todos los escaños obtenidos en enero, quedándose sin representación en la nueva Asamblea Nacional.

Ante la poco previsible modificación de los resultados por parte de la Comisión Electoral, que ha evadido resolver las principales denuncias de fraude presentadas en diversas ciudades y localidades, así como el recuento de votos reales efectivos, las diferentes formaciones que participan en el proceso político emanado de la ocupación se han apremiado a formular en la última semana la arquitectura posible de este nuevo Parlamento en el que los chiíes de la AUI no podrán ejercer una mayoría absoluta, por lo que deberán abrir un proceso de negociaciones previsiblemente largo como ya ocurriera en la última elección de enero de 2005, a fin de establecer una nueva Asamblea Nacional tal y como estipula la Ley de Administración Transitoria (LAT) de Paul Bremer (2003), todavía vigente en el Iraq ocupado.

Ambiguo balance para EEUU

Públicamente, la Administración Bush, así como los medios políticos occidentales, en general han aplaudido formalmente el proceso electoral, muy especialmente porque en esta ocasión la participación de formaciones asignadas a la confesión sunní permite presentar una representación mínima de esta comunidad iraquí y abrir con ello la vía a la representación democrática de todas las confesiones y etnias de Iraq en tono acorde con el principio neocolonial que nutre el discurso estadounidense. Sin embargo, ni EEUU ni sus aliados occidentales y árabes han podido ocultar la preocupación de que esta democracia por cuotas confesionales que se ha impuesto al Iraq ocupado ha otorgado un triunfo no absoluto pero si determinante al chiísmo pro-iraní que representan las corrientes del Consejo Supremos de la Revolución Islámica en Iraq (CSRII) y al-Dawa, las dos principales fuerzas de la AUI. Ello, junto al fracaso militar en que ha derivado la actuación de las fuerzas de ocupación extranjeras y sus criaturas de la Guardia Nacional y la policía iraquíes frente a una resistencia nacional cada vez más hegemónica en las principales ciudades del país, ha intensificado por parte de EEUU la búsqueda de canales de comunicación con sectores de la resistencia, en lo que supone un reconocimiento explícito de su imposibilidad de seguir dando contenido al proceso político de la ocupación sin que los elementos clave de la resistencia militar iraquí (baazistas esencialmente) se incorporen a él con ciertas cuotas de poder [3].

Mientras el discurso de la negociación con la resistencia se enfatiza en la Administración Bush (como bien recogen los medios de comunicación estadounidenses y árabes desde hace semanas) las organizaciones chiíes iraquíes promueven ante EEUU la colaboración de Irán para lograr la estabilización del país. Los llamamientos populares de las formaciones chiíes y del influyente clérigo iraní en Iraq Ali al-Sistani convocando a manifestarse contra el terrorismo-en este caso, léase contra la resistencia armada- [4], así como la decisión del gobierno tutelado iraquí de incrementar la presencia de militantes de las brigadas del CSRII y al-Dawa en las fuerzas de seguridad iraquíes para combatir a la resistencia en las zonas de mayor presencia sunní [5], son la expresión del interés de Irán en promover ante EEUU y a través de sus aliados en el gobierno iraquí una colaboración en la estabilización de Iraq a cambio de garantizar otro tipo de acuerdo global que incluya la resolución positiva del expediente nuclear iraní y la desactivación de la política de «cambio de régimen para Iraq», además de la definición de un nuevo status quo tanto en Iraq (prevalencia de un control político chií frente al retorno del nacionalismo árabe) como a nivel regional frente a la hegemonía israelí. Las declaraciones de un alto mando militar estadounidense, el general Mark Kimmitt, en las que reconocía públicamente que EEUU considera a Irán como un «vecino estratégico» de Iraq con capacidad de influir y afectar al país [6] subrayan que, cuando menos, el estamento militar estadounidense podría valorar un papel de Irán para alcanzar ciertos objetivos comunes en Iraq.

Pero más allá de la resolución de la estabilización de Iraq en los términos de seguridad que pretende EEUU -control militar del territorio con fuerzas iraquíes adeptas, tutela política, gestión propia de los recursos económicos y aniquilación de la identidad nacionalista árabe de Iraq- la faceta política del proceso en curso puede generar previsiblemente mayores complicaciones si se considera que las fuerzas que se afirma son mayoritarias, las chiíes de la AUI, no son en sí una fuerza homogénea con identidad de objetivos. Antes al contrario, sus dirigentes representan tendencias propias y diferenciadas que pueden complicar aún más el futuro político del Iraq ocupado.

Fisuras en la coalición chií

La prensa internacional ya se hacia eco a mediados de enero de las fisuras internas que la designación de un nuevo primer ministro habrían abierto en el seno de la AUI [7] ante la falta de acuerdo para que Ibrahin al-Yafari, el actual primer ministro y candidato de al-Dawa fuera ratificado en su puesto frente al candidato del CSRII, el actual viceprimer ministro, Adel Abdul Mahdi. Un tercer candidato, representante del Partido Fadhila, incluido también en la Alianza chií, Nadim al-Yaberi, ha presentado formalmente su candidatura al puesto. Sin embargo, las disputas por la designación del primer ministro reflejarían desacuerdos más profundos en torno al modelo de sistema de gobierno que cada una de las más relevantes facciones de la AUI promueve para el futuro de Iraq. Así, mientras el CSRII persigue la creación y consolidación de un Estado federal en el que se cree una extensa y poderosa región autónoma al sur del país de componente chií que incluya a Basora como capital y que albergue los recursos petrolíferos de Nayaf y Kerbala, al-Dawa se mostraría partidario de favorecer el mantenimiento de un Estado centralista con un gobierno fuerte de mayoría chií que mantuviera en los resortes del poder el equilibrio entre las diferentes regiones para garantizar la unidad territorial. Ello, abundando en los intereses estratégicos de Irán en Iraq, chocaría de lleno no obstante con las pretensiones kurdas -necesarios socios en la nueva configuración del poder en Iraq- de consolidar su autonomía en el norte del país.

A ello se suma la nada desdeñable circunstancia de que la formación que lidera el clérigo chií Muqtada al-Sader, que se presentó a las elecciones dentro de la AUI, ha doblado muy significativamente sus resultados, lo que supone que podría obtener un peso significativo en la composición del nuevo gobierno iraquí. El grupo de al-Sader ya controla al menos tres ministerios iraquíes y podría llegar a obtener otros más [8]. Al-Sader, que ha mantenido una posición de rechazo y combate públicos a las fuerzas de ocupación, ha participado no obstante en el proceso político emanado de aquella y ha resultado ser una fuerza que, a pesar de haber reiterado críticas contra el CSRII y al-Dawa por su influencia iraní, ha dado muestras públicas de una aproximación a Irán cuando sus dirigentes declararon hace escasas semanas que sus bases del Ejército del Mahdi estarían dispuestas a defender a Irán en caso de un ataque estadounidense contra este país tras el encuentro de una delegación de esta formación política con el gobierno de Teherán. Paralelamente, representantes sadristas siguen reivindicando la unidad de acción de los iraquíes más allá de las diferencias confesionales, lo que sitúa al menos formalmente a al-Sader lejos de las otras dos grandes formaciones chiíes iraquíes.

Por tanto, lejos de constituir un referente homogéneo, el componente político chií en la política del Iraq ocupado está cada vez más expuesto a sufrir fisuras y escisiones derivadas no tanto de sus posicionamientos ideológicos como del papel que sus dirigentes aspiran a ejercer en el control de los importantes intereses económicos y políticos que representan dentro de las diferentes ramas del chiísmo asociadas en mayor o menor grado con Irán.

Lo que parece cada vez más evidente es que la estrategia de los ocupantes de promover la fractura social mediante la exacerbación de las dimensiones confesionales y étnicas iraquíes se ha vuelto en su contra. Muy especialmente porque habiendo favorecido el discurso disgregador confesional ha potenciado a los grupos que históricamente han recibido su aliento y/o su financiación de Irán. En el controlado proceso político instaurado por la propia ocupación han sido los grupos chiíes adeptos a la influencia iraní [9] los más favorecidos para gestionar el futuro del Estado iraquí [1o]. Asimismo, las formaciones kurdas iraquíes, que históricamente han mantenido vínculos políticos y financieros con el régimen iraní, siguen reconociendo en la actualidad la preeminencia de sus relaciones con Irán. Este apoyo iraní es la respuesta al acuerdo tácito de que los kurdos iraquíes no forzarán un Estado independiente de Iraq ni -muy revelador- agitarán a la población kurdo-iraní para que reivindiquen mayores cotas de autonomía en el interior de Irán [11].

Con todo ello, los estadounidenses han reforzado consciente o inconscientemente las pretensiones de Irán en Iraq en una estrategia que, según algunos analistas [12], combina el apoyo a un sistema centralizado y confesional con un gobierno fuerte y próximo de mayoría chií; la preservación de la unidad territorial como medida que evite la disgregación que, por el contrario, de apoyarse la independencia del Kurdistán iraquí, podría tener serias consecuencias en el marco de las reivindicaciones de los kurdos iraníes, además de mantener la actual línea de lo que se ha denominado «caos gestionable» [13], que ha llevado a Teherán a apoyar acciones puntuales del combate contra la ocupación militar pero asimismo a mantener excelentes relaciones y una fuerte influencia sobre las fuerzas iraquíes que apoyan a EEUU, como los mencionados grupos chiíes e igualmente las formaciones kurdas.

No en vano, Irán no ha desarrollado línea de apoyo alguno a la resistencia armada iraquí contra los ocupantes, cuyos diversos componentes -y un fuerte participación baazista- le otorga un marcado carácter, integrador y nacionalista árabe, que se contrapone marcadamente con las pretensiones hegemónicas regionales del confesionalismo chií iraquí o el sometimiento de las formaciones kurdo-iraquí de Talaban y Barzani a los intereses regionales de EEUU e Israel, además de a los del propio Irán.

Notas:

1. La relación de candidaturas de las elecciones de diciembre pueden repasarse en IraqSolidaridad en: 1.000 días de guerra. Elecciones bajo ocupación: Listas sectarias y fractura en el campo anti-ocupación 2. «Small Kurdish party announces plans to work with larger Kurdish blocs», RFE/RL Newsline, Vol. 10, No. 16, Part III, 27 January 2006 3. Véase en IraqSolidaridad: Carlos Varea: La negociación entre EEUU y la resistencia iraquí y Gareth Porter: Bush busca la ayuda de sus enemigos en Iraq 4. Al-Zaman, 27 de enero de 2006 y Al-Hayat, 28 de enero de 2006. Al-Sistani realizó un llamamiento a sus simpatizantes en la plegaria del viernes «para que ayuden a las autoridades a combatir a los perpetradores de la violencia». «[…] Aquí, nosotros tenemos la responsabilidad de ayudar al Estado y prevenir el terrorismo, reprimirlos y eliminarlos aunque sea dando información sobre ellos». 5. Militantes del CSRII y al-Dawa y combatientes de las Brigadas Sadr han incrementa su presencia en las fuerzas de seguridad iraquíes con prácticas que ya han sido denunciadas como de limpieza étnica contra población sunní. A modo de explicación ante tales denuncias, el gobierno iraquí ha justificado la creación de estas patrullas armadas siguiendo el modelo de comités populares creados a instancias de la resistencia en Ramadi y otras zonas del centro del país para combatir a los sectores extranjeros vinculados a Al Qaeda. 6. Al-Sharq al-Awsar, 25 de enero de 2006. El militar estadounidense declaraba igualmente que el gobierno iraní no es fuente de acciones armadas contra la ocupación en Iraq. 7. «Iraq’s Shi’ites struggling to agree on premier», Reuters, 16 de enero de 2006 y «Shiites poised to dominate first time in Iraq History», Voa News, 17 de enero de 2006 8. «Ballot-box win boosts Iraqi radical», The Christian Science Monitor, 30 de enero de 2006 9. Véase en IraqSolidaridad: International Crisis Group: Los partidos chiíes de Iraq, ¿’agentes’ de Irán? 10. Véase en IraqSolidaridad: Loles Oliván: Irán en Iraq, una amenaza a la hegemonía de EEUU Mahan Abedin: Badr, Irán y los nuevos cuerpos de seguridad iraquíes Tom Lasseter: Irán gana influencia y poder en Iraq a través de las milicias – Paul Martin y Maria Cedrell: Militares iraníes al frente de los centros de tortura en Iraq 11. A comienzos de los años 90 Irán formó parte en una alianza táctica con Siria y Turquía (los otros dos Estados, además de Irán e Iraq, que cuentan con población kurda en su territorio) para contener la emergencia de una entidad kurda en territorio iraquí apoyada y protegida por EEUU a la sombra del sistema de sanciones contra Iraq. Para salvaguardar sus intereses estratégicos en el norte de Iraq, Irán ha jugado a combinar la expansión de sus relaciones económicas con el Kurdistán iraquí con el despliegue de operativos y el apoyo en algunos casos de grupos islamistas como Ansar al-Islam. Véase el informe Iran in Iraq: How much influence? Middle East Report, nº 38, International Crisis Group, 21 de marzo de 2005, p. 19 12. Referencia nota anterior. 13. En expresión de Naser al-Chadirchi, dirigente del Partido Democrático Nacional, citado en Iran in Iraq: How much influencie?, pág.23.

IraqSolidaridad (www.iraqsolidaridad.org).