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Reseña del libro Hegemonía e Imperio de Alfredo Toro Hardy

La exquisitez y ecuanimidad de un diplomático

Fuentes: Rebelión

Como ha señalado Richard Gott, Hegemonía e Imperio es una excelente guía acerca del esperado declive de una potencia mundial fundamental enfrentada a serios desafíos «una vez perdida la oportunidad de definir el futuro en sus propios términos», guía en la que Alfredo Toro Hardy «nos muestra cómo los movimientos sociales han emergido con fuerza […]

Como ha señalado Richard Gott, Hegemonía e Imperio es una excelente guía acerca del esperado declive de una potencia mundial fundamental enfrentada a serios desafíos «una vez perdida la oportunidad de definir el futuro en sus propios términos», guía en la que Alfredo Toro Hardy «nos muestra cómo los movimientos sociales han emergido con fuerza y energía inusitadas en diferentes rincones del globo, mientras que nuevos centros de poder e influencia han hecho aparición». Apuntemos, antes de entrar en materia, algunos datos básicos sobre el autor del volumen que comentamos.

Alfredo Toro Hardy (ATH) es un diplomático y académico venezolano, licenciado por la Universidad Central de Venezuela con estudios de maestría y postgrado en las Universidades de Pennsylvania, Central de Venezuela y ENA de París. Representante de Venezuela ante la CEPAL, director del instituto de altos estudios diplomáticos del Ministerio de Relaciones Exteriores, coordinador del Instituto de Altos Estudios de América Latina de la Universidad Simón Bolívar, ha sido embajador en Reino Unido, Estados Unidos, Brasil, Chile, Irlanda, Bahamas y actualmente es el embajador de Venezuela en España. Un regalo para nosotros, todo un privilegio.

ATH es igualmente autor de quince libros y coautor de doce más. La era de las aldeas, publicada también por Villegas editores, ganó el Latino Book Award en la categoría de mejor libro de historia en Book Expo America 2003.

ATH fue designado profesor de la cátedra Simón Bolívar por el consejo de Facultades de la Universidad de Cambridge para el período 2006-2007, tarea a la que, según parece, «tuvo que renunciar por razones de servicio». Entre los anteriores ocupantes de esa cátedra cabe citar a Octavio Paz, Mario Vargas Llosa y Fernando Enrique Cardoso. Quiero creer por ello que «esas razones de servicio» fueron acaso una elegante excusa diplomática y que otras conjeturas alternativas son concebibles.

Además de todo ello, Alfredo Toro Hardy es autor de cartas no publicadas, como ésta que dirigió recientemente al director de ABC Ángel Expósito:

    Sr. Director:

    En su «El foco del Director» de fecha 27 de julio de los corrientes [2008], titulado «Ojalá ahora sí que cumpla Chávez», señalaba usted, refiriéndose a la anterior visita del Presidente venezolano: «Durante aquella visita se habló de las prospecciones de REPSOL en el Caribe venezolano, de aviones y patrulleras. El problema fue que, al final, nada de nada. Ahora parece que la historia se repite… Ojalá que a partir de hoy Chávez cumpla lo prometido, y no como entonces».

    Como de costumbre usted y su diario evidencian un craso desconocimiento de la situación venezolana. El 28 de noviembre del 2005 se firmaron sendos contratos para la construcción de 8 patrulleras y 12 aviones (C-295 y CN-235). Se acordó también la ampliación de la participación de REPSOL en Venezuela. Las 8 patrulleras están actualmente en proceso de construcción en los astilleros de Navantia, Cádiz, mientras que el contrato de los 12 aviones se tornó inviable ante el veto, en materia tecnológica, impuesto por Washington a EADS-CASA. Por su parte, REPSOL participa en mi país en el desarrollo del Pozo Junín 7, así como en los proyectos Mene Grande, Barrancas, Termo Barrancas, Bloque Cardón IV, Yucal Placer, Quiriquire y Quiriquire Profundo.

    Parafraseándole, ojalá que a partir de hoy se informe usted mejor de lo que ocurre en Venezuela antes de desinformar a sus lectores.

    Atentamente,

    Alfredo Toro Hardy, Embajador de la República Bolivariana de Venezuela

Hegemonía e imperio está estructurado en una introducción -«La breve historia del fin de la historia»-, cinco densos y documentados capítulos -I. El derrumbe de la hegemonía norteamericana. II. El viraje hacia la derecha. III. La rebelión de los débiles. IV. El emerger de Chiindia (un afortunado neologismo del autor). 5. Energía y medio ambiente: las dos caras de la misma moneda-, una argumentada conclusión -«De vuelta al comienzo de la historia»- y unos gráficos relativos a la influencia de Estados Unidos en el mundo (Si en el primero de ellos se muestra que en el caso de Estados Unidos e Israel la consideración sobre su influencia internacional es mayoritariamente negativa en el 51% y 56% de los casos respectivamente, en el tercer gráfico se indica que el 68% de la ciudadanía considera que Estados Unidos provoca más conflictos que resuelve y sólo un 17% lo considera una fuerza político-estatal estabilizadora).

En el análisis de ATH, aunque hegemonía y dominio entrañen la idea de control, la hegemonía -tomando pie para el uso de esta categoría en las reflexiones del marxista revolucionario italiano Antonio Gramsci- tiene elementos de legitimidad y consentimiento que hacen que el control que se ejerce no necesariamente se traduzca en una orientación contraria a los procesos históricos de los pueblos, mientras que el Imperio pivota en torno al eje de la fuerza, significando actualmente no sólo la imposición violenta de los intereses dominantes en contraposición a los derechos más esenciales y elementales de los ciudadanos del mundo, sino atentando directamente contra las bases mismas de la vida en la tierra, aspecto, este último, que ATH trata con enorme atención (y documentación) a lo largo del volumen. Es tema esencial, no adorno ni moda pasajera.

El estilo del autor es tan exquisito como su argumentación: claro, conciso, documentado, bien razonado siempre, alejado de todo atisbo de oscuridad pretenciosa y profundidad asignificativa, sin estridencias y polémicas innecesarias como señala Robert Harvey en el prólogo del volumen, esgrimiendo además una constante generosidad intelectual que es, en mi opinión, una de las grandes virtudes del volumen. Baste citar las numerosas páginas que Alfredo Toro Hardy ha incluido para dar cuenta detallada de las razones esgrimidas por los críticos a la hipótesis científica asentada del cambio climático para verificar sin atisbo posible de duda lo aquí apuntado.

En apretada síntesis, el contenido de Hegemonía e Imperio puede ser resumido así. En el primer capítulo, Toro Hardy argumenta que Estados Unidos ha malbaratado totalmente la hegemonía que ostentaba tras la desintegración de la URSS, pero no su propensión imperialista. En tesis, sin duda discutible, el autor diferencia netamente entre hegemonía (expresión de influencia que puede ser benigna) e imperialismo (control coercitivo). Se incluyen aquí precisos y preciosos apuntes como el dedicado a las relaciones entre Estados Unidos e Israel (pp. 112-117), las informadas y argumentadas críticas a los neocon usamericanos y una magnífica síntesis de las relaciones entre Estados Unidos y América Latina, «una historia en siete capítulos» (pp. 131-134).

En el segundo capítulo, ATH se adentra en el análisis de la sociedad norteamericana, un país adicto al darwinismo social y cada vez más propenso al creacionismo literal y/o al diseño inteligente («Sólo uno de cada cuatro estadounidenses cree que la vida sobre la Tierra es producto de un proceso de evolución natural» (p. 163)), con excelentes páginas dedicadas al fundamentalismo cristiano usamericano, una predicción exitosa en su consideración de la candidatura de Obama (p. 220; el libro está publicado en 2007)) y una interesante reflexión sobre la democracia norteamericana realmente existente: «Su dinámica social se encuentra anclada en los «padres fundadores» así como en Locke y los liberales del siglo XVIII. Ello se manifiesta a partir de su temor a la «dictadura de las mayorías», con la consiguiente necesidad de promover una sociedad compuesta por grupos e intereses contrapuestos…El resultado de ello es la primacía del interés de los grupos de presión por sobre del interés general, en un entorno en el cual la satisfacción de los más diversos intereses grupales termina sin dejar espacio a los del conjunto social» (p. 160).

El tercer capítulo presenta un análisis detallado del fracaso del denominado consenso de Washington no sólo en América Latina sino en el mundo.

El cuarto se centra en la emergencia de China e India, ofreciendo el oportuno neologismo Chiindia. ATH, que duda de la eficacia del modelo económico indio, sostiene que China ha logrado construir un modelo, sin tener suficientemente en cuenta en mi opinión los daños sociales y ambientales del proyecto, original y muy eficaz económicamente.

El quinto capítulo se centra en la competencia entre China y Estados Unidos, con especial atención a la lucha de ambos países por las fuentes de energía y con aristas muy críticas hacia la obsesión por los biocombustibles, así como una interesante consideración sobre Venezuela que podía transformarse en una baza geopolítica importante: «Si para ese momento la correlación actual de suministro hacia Estados Unidos hubiese variado significativamente y China fuese un importador relevante del petróleo venezolano, así ocurriría sin duda» (p. 401). La pesimista aunque realista tesis mantenida por ATH en asuntos de geopolítica internacional futura vertebra este apartado: China y Estados Unidos transitan hacia una colisión directa en sus ansias de acceso al petróleo y en la protección de rutas marítimas para su transporte.

En la conclusión, después de argüir con rotundidad que el ordenamiento internacional de la postguerra así como las reglas de juego consensuadas y la arquitectura institucional más reciente, que cubrían la hegemonía norteamericana, estén en crisis profunda (y eso antes, mucho antes del estallido de la crisis), ATH señala que la correlación existente entre oferta y demanda petrolera y la concentración de reservas en un número cada vez menor de países, otorga a estos últimos un poder de interlocución muy especial. «Estos países pasan a constituirse en factores de poder relativo que se tendrán en cuenta dentro de cualquier ecuación emergente de poder mundial» (p. 439).

Para el autor, para el culto embajador venezolano en España, la forma en que se combinen todos estos elementos determinará el nuevo rumbo de la historia de la humanidad. Su tesis de fondo, ya explicitada en las páginas de la introducción, puede ser resumida del modo siguiente: no existiendo un modelo hegemónico predominante, ni reglas universales, «cualquier opinión es válida, cualquier experimento posible, cualquier visión de futuro plausible» (p. 40). Eso sí, su pensamiento desiderativo apunta a un orden multipolar, democrático y cabalmente multicultural, «en el que encontrasen protagonismo y espacio las naciones en desarrollo y los movimientos de base, los países pequeños y el hombre común» (p. 40).

Como es deber de todo reseñador apurar el jugo crítico del texto comentado, señalo telegráficamente algunas afirmaciones de ATH que me parecen inexactas o necesitadas acaso de argumentación complementaria. No está claro, en mi opinión, como ATH sostiene, que «El primero [Clinton] supo evidenciar siempre mesura y sobriedad en sus percepciones de riesgo, mientras que el segundo [Bush II] ve osos por doquier» (p. 125). Es excesivamente generoso que un intelectual como ATH se ampare, en un determinado momento (p. 157), en una banal afirmación de un americanista acrítico como Benard-Henry Levy (referencia reiterada en la página 177). Es algo impreciso, o necesita un matiz detallado, apuntar como hace ATH que el psicoanálisis «colocó las motivaciones humanas fuera del ámbito de la razón» (p. 162). No está claro por lo demás que la línea de la llamada «Banda de los cuatro» significara una estrategia de izquierda radical (p. 313), y no fuera más bien una línea de izquierda resistente, ni que Deng, con su política de cazar ratones al precio que sea, no sólo apostara como prioridad por la necesidad del desarrollo económico sino «la exigencia de hacerlo en términos endógenos» (p. 311). Es, en mi opinión, excesivamente generoso el tratamiento dado por ATH a las voces disidentes del cambio climático, sobre todo amparándose en los estudios de un periodista científico español como es el caso de Manuel Tohaira (pp. 350-354) al que cita más que profusamente.

Puntos sin importancia, pelillos a la mar.

En la declaración final del IV Foro Internacional de Filosofía de Venezuela celebrado en Maracaibo en julio de 2008, se señalaba la necesidad de que la filosofía no se limitara a interpretar el mundo sino que también se esforzara en transformarlo, añadiendo que esa interpretación sólo era realmente transformadora si surgía y enmarcaba en procesos revolucionarios emancipatorios.

Ambas condiciones las cumple con creces y nota este magnífico volumen del embajador y académico bolivariano. Alfredo Toro Hardy nos ha regalado generosamente un excelente volumen de historia, filosofía política y reflexión moral. Tres saberes sabiamente unidos en una síntesis que ayuda, como anuncia la declaración filosófica de Maracaibo, a desalambrar territorios y pensamientos. «La filosofía se hace con y desde los pueblos en lucha» y con la ayuda de intelectuales comprometidos en causas libertadoras como es el caso del embajador venezolano en España que, además, como lo lectores podrán comprobar, escribe magníficamente, aunando tensión poliética y el mejor estilo de la filosofía analítica contemporánea. Si se permite el elogio, Alfredo Toro Hardy es un british enrojecido.

Alfredo Toro Hardy,
Hegemonía e Imperio.
Villegas editores, Bogotá 2007,
prólogo de Robert Harvey
439 páginas.