Durante meses el gobierno de Bush viene insistiendo con mucha resonancia en los medios sobre la soberanía que será concedida a Irak el próximo el 30 de junio. Se trata de una fábula para convencer a la opinión pública estadounidense de que las cosas van mejorando, que todo se normaliza, que el apoderamiento por la […]
Durante meses el gobierno de Bush viene insistiendo con mucha resonancia en los medios sobre la soberanía que será concedida a Irak el próximo el 30 de junio. Se trata de una fábula para convencer a la opinión pública estadounidense de que las cosas van mejorando, que todo se normaliza, que el apoderamiento por la fuerza de aquél territorio no fue (como es en realidad) una operación bélica alentada por los consorcios petroleros. «¡A morir por Halliburton!», «No blood for oil», decían los carteles de la juventud airada en las universidades.
Bush flaquea en el apoyo popular, las encuestas le son adversas, debe ganar la batalla de la imagen. Aprendiendo la lección del colonialismo inglés trata de armar una fuerza nativa que se encargue de la represión y una burocracia mansa, oriunda del país, que obedezca órdenes y les administre la colonia. Como nunca faltan traidores, vendepatrias, esquiroles y colaboracionistas apóstatas han logrado armar ese llamado «gobierno» que está encabezado por un conocido y declarado agente de la CIA, Iyad Allawi.
Pero una cosa piensa el comensal y otra el cocinero. La resistencia patriótica ofreció el miércoles 23 una refutación espectacular a los planes de crear un protectorado iraquí. En cinco ciudades se escenificaron cruentas batallas que dejaron 70 muertos y cerca de 300 heridos, en un primer conteo, casi todos miembros de esas fuerzas de cipayos que se están organizando. El intento de crear un ejército y una policía con nativos que les saquen las castañas del fuego y enfrenten la rebeldía nacionalista mientras ellos se dedican, en toda calma, a extraer el petróleo no está saliendo tan fácilmente.
En Faluya, Ramada, Baquba, Mosul y Bagdad se han desatado violentos combates en las últimas horas. La sangre de norteamericanos se sigue derramando y esas noticias adversas llegan a los periódicos e influyen en los electores que ven en el caos del Medio Oriente la prueba más evidente de la incapacidad de Bush. En Baqba bombardearon la ciudad con proyectiles de 500 libras que solamente se usan en enfrentamientos con otras unidades militares y jamás deben usarse en conflictos con civiles, dentro de urbes densamente pobladas. Los helicópteros disparan sus potentes proyectiles contra casas habitadas. Manifestaciones del salvajismo inmisericorde con que el Pentágono está procediendo. Las calles de las ciudades iraquíes, según el corresponsal del New York Times, están cubiertas de carniza, es frecuente ver paredes tapizadas con piltrafas humanas, vidrios rotos, astillas, piezas de automóvil ennegrecidas por las explosiones, charcos de sangre coagulada, derrames de aceite sobre el polvo, basura acumulada: la imagen de la guerra.
Aún si esa zarzuela llamada «traspaso de soberanía» llegase a efectuarse, el gobierno títere solamente tendrá jurisdicción sobre los seis kilómetros cuadrados de la llamada Zona Verde de Bagdad, con sus treinta y siete calles y avenidas, un enclave rodeado de casamatas de vigilancia, torretas de fuego, decenas de kilómetros de altas murallas de hormigón, nidos de ametralladoras y carros de asalto estacionados junto a los bien vigilados accesos. Allí se encuentran las embajadas de la coalición, las oficinas de los consorcios petroleros, los coordinadores de los mercenarios, el centro de la CIA, todo el dispositivo de la conquista. Allí está el lujoso y racista hotel Rachid, reservado únicamente para los estadounidenses. Para entrar en la Zona Verde hay que pasar cuatro puestos de control y sufrir tres registros corporales, según el corresponsal de Le Monde. Hay que llenar un formulario explicando la causa de la visita. Mientras se deambula por el perímetro se irá acompañado de dos guardias. Ese es el verdadero y único territorio que alcanzará la jurisdicción del gobierno de marionetas.
El inepto Paul Bremer será sustituido por el corsario John Negroponte, conocido por sus crímenes en la base El Aguacate, en Honduras. Los yanquis pretenden que esa farsa significará el «fin de la ocupación» de Irak que se convertirá en una «república independiente». Nadie explica cómo es que, en esa circunstancia, los 130 mil soldados ocupantes permanecerán allí enfrentando una descomunal insurrección popular.